Sociedad — 31 de mayo de 2020 at 22:00

El altruismo: motor de la evolución humana

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El altruismo

El altruismo es un acto de ayuda sin esperar nada a cambio. Pero la comprobación sistemática y objetiva y la distinción de intereses personales egoístas en comportamientos simbióticos como el mutualismo y la cooperación es todo un reto para las ciencias sociales y la biología.

La necesidad de poder medir el altruismo de alguna manera y poder demostrar científicamente la concepción de altruismo en los seres vivos ha desembocado en una definición que mide el éxito reproductivo del individuo, y no mide las intenciones conscientes y/o inconscientes de los actos.

Debido a la definición de altruismo biológico, ha surgido la paradoja del altruismo: si los altruistas reducen drásticamente su eficacia darwiniana, ¿por qué no se han extinguido? De ahí han surgido todas las explicaciones acerca de los comportamientos que cumplen la definición de altruismo biológico (como insectos eusociales, murciélagos, vampiros…). Estas explicaciones son: la selección de grupo, con el descrédito debido a la teoría de la subversión interna de Dawkins; la selección por parentesco, con el modelo matemático de Hamilton, que mide el éxito reproductivo de los genes del mismo individuo en la población, explicando por qué el altruismo biológico se da con mayor frecuencia entre individuos que viven en grupos emparentados, y que se reconocen, o bien a través de los alelos de reconocimiento, por el olor, por la primera experiencia al nacer [1] o simplemente por proximidad.

También existe el altruismo biológico por retorno de beneficio o recíproco, es decir, los altruistas son recompensados con aumento de su eficacia biológica, al serles devueltos sus esfuerzos. Según esta hipótesis, el ayudado recuerda el favor del altruista y le devuelve la ayuda, y además no se devuelve la ayuda a los tramposos. Esta teoría la confirma la teoría de juegos a través del dilema del prisionero reiterado. Los individuos altruistas se agrupan y dan lugar a una abundante prole frente a los egoístas.

Lo que es cierto es que los actos altruistas observados en la naturaleza son estrategias evolutivamente estables que tienen sus beneficios, desde la permanencia y multiplicación de genes por la selección de parentesco, la devolución de favores u obtención de favores indirectos mediante el altruismo recíproco. Al fijarnos en los resultados, estos actos pasan a ser catalogados de egoísmo inconsciente.

También los actos altruistas humanos los hemos explicado de miles de formas como encubrimientos de intereses egoístas: ayudamos a nuestros parientes y lo disfrazamos de bondad o humanidad. La valoración del parentesco puede llevar comportamientos racistas y xenófobos y odios irracionales contra aquellos con los que no se comparten el genoma o la cultura. También practicamos el altruismo recíproco con nuestros vecinos, conciudadanos sobre todo en pueblos pequeños, y justificamos los actos por civismo o religiosidad, pero en este caso se suele exigir que para pertenecer a la comunidad el individuo siga todos los preceptos dictados, religiosos o cívicos, sean o no racionales, morales, naturales, esenciales para la vida, sencillamente por ser normas. Quien no las cumple es sometido al ostracismo o al desprecio.

El altruismo es un tema esencial en nuestra época por la gran contradicción que presentamos los seres humanos: algunos, y a veces, cooperamos y nos preocupa el bienestar de los demás y, otras veces, nos infligimos daños unos a otros y perjudicamos a la propia vida del planeta.

Algunas constataciones

Michael Tomasello, director del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, comienza su ensayo ¿Por qué cooperamos? [2] destacando dos rasgos de los seres humanos: la transmisión cultural acumulativa y la creación de instituciones sociales. Ambas características tendrán influencia en el desarrollo del altruismo, puesto que va a proponer que detrás de ellas hay todo un conjunto de habilidades cooperativas. Estas habilidades serán el origen del altruismo. En este ensayo, analiza la ontogenia y la evolución tanto del altruismo humano como de la cooperación para beneficio mutuo. Parte de la hipótesis de que los comportamientos de los niños son ejemplos representativos de las primeras actividades colaborativas de la evolución humana, con una estructura básica parecida a la caza mayor o la recolección cooperativa de frutos, las primeras actividades en las que cooperamos.

colaboración

Tomasello define el altruismo como el hecho de que un individuo se sacrifica de alguna manera por otro; el sacrificio puede tener diversos grados o intensidades. Lo diferencia de la colaboración o cooperación porque estas son acciones donde varios individuos trabajan juntos para beneficio mutuo. Tomasello, en diversos experimentos, ha comparado la conducta de niños entre uno y dos años con la de chimpancés —puesto que la hipótesis es que ellos son el grado evolutivo anterior al ser humano con el que podemos experimentar hoy en día—, y la conclusión es que los niños de un año exhiben unas inclinaciones altruistas que no se observan en ningún otro primate, y que estas conductas no están determinadas por la intervención de los padres u otra forma de socialización, sino que responderían a una tendencia innata que es moldeada posteriormente. Estos experimentos, en ningún caso concluyen que los niños no tengan conductas egoístas, sino que también tienen conductas altruistas.

A la pregunta de si el altruismo nace o se hace, Tomasello avala con estos experimentos una interpretación de la naturaleza humana más próxima a las tesis de Rousseau que a las de Hobbes. Tomasello esgrime cinco razones para suponer que el comportamiento altruista surge naturalmente. La primera es que aparece relativamente temprano, entre los catorce y los dieciocho meses, antes de que los progenitores hayan mostrado expectativas de que se comporten en un sentido social. La segunda razón es que los premios y los elogios no parecen influir en el comportamiento. Es más: las recompensas externas socavaban las motivaciones internas de los niños y, en etapas posteriores, los niños premiados ofrecieron menos ayuda. La tercera razón es que los chimpancés tienen actividades de colaboración similares a las nuestras. Esa circunstancia es una prueba de que el comportamiento altruista de los seres humanos no es producto del ambiente cultural que nos caracteriza. La cuarta razón era que en otras culturas donde no hay intervención paterna los niños brindan ayuda a la misma edad que los niños occidentales. Y la quinta razón tiene que ver con uno de los sentimientos altruistas, que es la empatía.

En las investigaciones, determinaron con claridad que los niños de corta edad ya presentan una conexión, comprensión y preocupación por el estado emocional del «otro». Se constató que los niños ayudaban con más intensidad cuando había un interés empático. En la situación estudiada, cuando los niños veían que el sujeto era víctima de una agresión (alguien le rompía un dibujo que estaba haciendo en un papel), le miraban con preocupación y, en las siguientes ocasiones, le ayudaban; y, en cambio, no se preocupaban si el papel estaba en blanco, es decir, si el sujeto no había hecho un trabajo sobre el papel, no lo había hecho suyo.

Según Tomasello, las actitudes psíquicas que tienen que estar presentes para que se establezca de forma natural la cooperación son la tolerancia y la confianza, unas habilidades que también permiten el establecimiento de normas sociales. Los ensayos con chimpancés demostraron que, en la caza y en el reparto de alimentos, la división del botín es un motivo de conflicto que impide la colaboración. No así con niños, que colaboran aunque no esté claro cuál será la parte que le tocará a cada uno. No encuentran dificultades en repartir con equidad al finalizar el trabajo, hay una confianza en que después de colaborar el reparto será justo.

patera

Este hecho exige que el niño se ponga en el lugar del otro, imaginar al otro y lo que el otro piensa o imagina; a esto lo denomina una lectura recursiva de la mente. Marta Nussbaum [3] define la empatía como una reconstrucción imaginativa de la experiencia de otra persona, y se convierte en compasión cuando emitimos tres juicios: de magnitud, que el sufrimiento es grave; de inmerecimiento, que la persona no es culpable; y un tercero que denomina eudaimonista, que es la creencia de que yo también puedo padecer sufrimiento, aunque este último no es estrictamente necesario, porque puedo compadecerme de un animal aun sabiendo que yo no pasaré ese dolor. La compasión deriva siempre en una ayuda que denominamos altruista hacia el otro.

Cuando Tomasello dice que el origen de la cultura humana necesita de este «pensar juntos para llevar a cabo actividades cooperativas», quizás recuerda que Sócrates ya creía que el pensamiento es algo que se lleva a cabo en común. Pensar es hacerlo con el otro, porque nadie piensa solo.

Cooperación y beneficio

Tal como hemos visto, participar en una actividad de colaboración nos beneficia mutuamente; brindar ayuda o dar información a otro implica que me estoy ayudando a mí mismo. La especie humana es ultracooperadora y en ello radica el éxito adaptativo de nuestra especie. Esta actividad mutualista es, para Tomasello, el primer entorno para las motivaciones altruistas. Luego, deben surgir condiciones que permitan a los individuos extender sus actitudes de colaboración. Las causas habituales son la reciprocidad, la aparición de normas sociales y, con ellas, la reputación y el castigo. Lo importante es que, si surgen las condiciones apropiadas, la maquinaria motivacional existe de forma innata. Los ensayos de Tomasello se ciñen a las explicaciones intencionales racionales (teoría de la elección racional), que atribuye emociones, motores a los niños y chimpancés (como deseos y creencias) en función de sus acciones.

De esta presencia innata del altruismo y de su desarrollo a través de la comunicación, las normas e instituciones sociales, podemos convenir que, aunque en diferentes culturas haya normas sociales divergentes, podemos encontrar una moral común, presente en los sentimientos de simpatía y equidad, que no depende de la época ni de la geografía. Esto también permite perfilar una historia natural de la moral sin caer en el reduccionismo biológico que preocupa a humanistas y científicos sociales [4] .

El nosotros que ha planteado Tomasello apuesta por tres virtudes públicas [5] : la solidaridad, la responsabilidad y la tolerancia, necesarias para que se establezca una sociedad democrática y justa. En ese nosotros aparece un valor fundamental, que es el respeto hacia los demás. En la antigua Grecia, ese respeto tenía una palabra específica por su importancia en el establecimiento de la sociedad: «aidós»; era verse a uno mismo como un ser social que está conectado a los semejantes.

Como dicen Laureano y Miguel Ángel Castro, tal vez la única manera de encontrar algo de luz y serenidad en la presencia de la moral en la cultura humana pase por conocer y asumir en su radicalidad el origen natural de nuestros sentimientos morales y las fuerzas encriptadas en ellos [6] .

Por último, es cierto que también nos unimos, asumimos un nosotros , para idear todo tipo de maldades; podemos decir que no solo el altruismo necesita de colaboración. Sin embargo, lo habitual es que estas maldades no estén dirigidas a personas que pertenecen a lo que se considera el propio grupo. Observamos que los grupos de personas con intereses o temores afines se afirman combatiendo a grupos contrarios. Y esta es la causa de los conflictos, guerras y sufrimientos del mundo actual. Básicamente, nuestros conflictos nacen cuando el «nosotros» es tan pequeño que no da cabida a toda la humanidad, o a todos los seres vivos. Nuestras capacidades emocionales y cognitivas nos han llevado a la cooperación, a las normas sociales, al altruismo. Ahora necesitamos nuevas habilidades, un ser humano nuevo que nos permita ver una unidad mayor en el «nosotros».

 


[1] Por ejemplo: los polluelos, al salir del cascarón, identifican al primer ser vivo como su progenitor; de ahí el cuento de El patito feo.

[2] M. Tomasello; ¿Por qué cooperamos?, Madrid, Katz, 2010.

[3] Martha Nussbaum; Paisajes del pensamiento; Ediciones Paidós Ibérica S.A.; Barcelona, 2008.

[4] Laureano Castro y Miguel Ángel Castro; ¿Cómo nos hicimos morales? Filogénesis de la moralidad humana. Revista de Libros. Segunda época. Junio 2018; pág. 6.

[5] Victoria Camps; Virtudes públicas; Colección Austral. Editorial Espasa Calpe. Madrid, 1993; Capítulos II, III y IV.

[6] Laureano Castro y Miguel Ángel Castro; ¿Cómo nos hicimos morales? Filogénesis de la moralidad humana. Revista de Libros. Segunda época. Junio 2018; Pág. 7.

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