Filosofía — 1 de marzo de 2023 at 00:00

El amor como motor evolutivo

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amor como motor

El amor es una de las realidades más propias del ser humano. Es la base y el fundamento de muchos comportamientos y emociones, y orienta las decisiones más importantes de cualquiera de nosotros.

Prueba de que se trata de una realidad poliédrica es la variedad de acepciones que tiene la palabra amor en el diccionario de la Real Academia Española. Algunas de las más usadas son:

* «Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser».

* «Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear».

* «Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo».

* «Tendencia a la unión sexual».

* «Blandura, suavidad».

* «Persona amada».

* «Esmero con que se trabaja una obra deleitándose en ella».

El objetivo de este artículo es hacer un breve recorrido por las diferentes maneras en las que el amor ha influido —y sigue haciéndolo— en nuestra vida, tanto a nivel de la especie humana como a nivel personal en cualquiera de nosotros.

Para hacer este recorrido tenemos que establecer cómo reconocer el rastro del amor en tantos ámbitos diferentes, cómo identificar su presencia. Para ello nos sirve un rasgo común a algunas de las definiciones proporcionadas por la RAE: el amor tiende a la unión, a la unidad, a la completura.

Así, el altruismo, la generosidad, la ternura, la compasión, la solidaridad, el interés, el afecto, la concordia o la cortesía son algunas de las muchas formas de comportamiento que tienen como base una tendencia a la unión, el amor y el sentimiento de atracción y búsqueda, como dice la RAE.

amor como motor

Muchas de estas actitudes y comportamientos han sido fundamentales en el largo camino evolutivo que nos ha conducido a la actual humanidad. La evolución de nuestra especie se ha articulado en torno a dos procesos: la hominización y la humanización. Ambos están íntimamente unidos y, seguramente, se han producido de una forma combinada. El primero implica todo el proceso de adquisición de la morfología típicamente humana a lo largo de millones de años. Por su parte, la humanización ha consistido en todo el proceso de adquisición de nuestra conducta y todos los elementos que hacen posible la aparición de la cultura.

En toda esa incesante evolución desde hace millones de años, fueron apareciendo una serie de diferentes comportamientos que han resultado ser primordiales para llegar al ser humano actual. Se trata de la capacidad de ayuda mutua, del altruismo y la empatía.

Existen más de un centenar de evidencias en fósiles, algunos desde hace un millón y medio de años, en los que se pone de manifiesto la existencia de cuidados a individuos enfermos y que demostrarían la aparición de altruismo. Esta capacidad ha ido consolidándose a lo largo del proceso evolutivo y, hoy en día, numerosas experiencias realizadas con bebés hasta el año y medio de edad descubren que el comportamiento altruista y la empatía son innatos.

Hasta hace pocas décadas se pensaba que el ser humano es esencialmente egoísta y que cualquier forma de actitud de ayuda mutua es una pátina cultural. Hoy se está aceptando, según los descubrimientos, que es al revés. Nacemos con una tendencia innata a comportarnos según patrones altruistas y proclives al bien de los demás.

Esta tendencia natural a la ayuda mutua ha sido una de las claves de nuestra evolución. No es la competitividad lo que nos permite salir de las situaciones de crisis, sino la cooperación. El egoísmo implícito en el instinto de supervivencia nos permite subsistir en unas condiciones infrahumanas. Pero para salir realmente adelante en una situación difícil, la ayuda mutua y el altruismo son las mejores bazas.

En todos estos comportamientos de cooperación, ayuda mutua y altruismo que han modelado la sociedad humana durante nuestra evolución, es posible reconocer una forma de amor, una forma de unidad.

El otro gran ámbito donde puede reconocerse y rastrearse el efecto del amor en la evolución es a nivel individual. En este caso no nos referimos a una evolución como especie sino a la posibilidad de perfeccionamiento y desarrollo individual, aunque realmente los dos escenarios, el individual y el de la humanidad como conjunto, están íntimamente relacionados, porque no puede producirse un proceso evolutivo en esta sin el progreso individual.

A nivel de la persona, el efecto del amor puede reconocerse en diferentes escenarios individuales, y la filosofía nos va a ayudar a identificarlos.

Por ejemplo, numerosos autores clásicos han establecido un estrecho vínculo entre el amor y la belleza. Los seres humanos, a lo largo del proceso de humanización aludido anteriormente, hemos desarrollado numerosas sensibilidades. Una de ellas es la capacidad de reconocer la belleza.

Todos podemos encontrar la belleza a nuestro alrededor: en la naturaleza, sus seres y sus paisajes, en el arte, en las personas, en una actividad profesional o artesanal, en la palabra, en la música, en la imaginación, en las ideas. No hay una fórmula definida para la belleza y cada cual la percibe de manera diferente, pero en todos produce un efecto, nos atrae. Y cuando percibimos la belleza de forma reiterada, nos produce un sentimiento muy especial, muy humano. Nos produce enamoramiento. Prende en nosotros una forma de amor hacia aquello donde percibimos la belleza, que nos atrae y buscamos su presencia permanente. Así surge el amor entre personas, una vocación profesional, el gusto por el arte o la música, el amor por la naturaleza, etc.

Platón hacía brotar la cualidad de la belleza de lo Bello, realidad espiritual que, junto a lo Bueno, lo Justo y lo Verdadero, conforman los arquetipos, los fuentes primeras de todos los modelos y representaciones. El filósofo de la Academia afirmaba que los arquetipos son equiparables entre sí, es decir, que algo bello también encierra en sí mismo algo bueno, tiene algo de verdadero y en alguna medida está en sintonía con las leyes de la naturaleza.

De todos los arquetipos, solo la belleza puede percibirse indistintamente por el intelecto o por los sentidos, y el amor que despierta se convierte en vía de perfeccionamiento interior, porque desde la percepción de lo bello podemos llegar a conocer lo verdadero, lo bueno y lo ajustado a las leyes naturales. Esta es una vía de perfeccionamiento moral. Esta forma de amor que nos lleva a percibir estos ideales nos facilita ser mejores. Si aprecio lo bello, lo bueno, lo justo y lo verdadero, me predispongo a activar muchas capacidades y valores interiores relacionados con estos ideales espirituales, como son la bondad, la armonía, el equilibrio, el entusiasmo, el tesón y tantos otros.

Otro escenario individual donde es posible reconocer el carácter perfeccionador del amor es en su faceta como impulso que lleva a buscar lo que falta. Esta idea está representada por Hesíodo en su Teogonía cuando relata que, al principio, antes que cualquier otra cosa o ser, existían tres potencias: el caos (donde todo lo posible está contenido), Gea o el potencial gestante y Eros o el Amor Primordial, siendo este último quien creó las polaridades y otorgó la cualidad de movimiento de buscar la contraparte.

Esta otra cualidad del amor, la de buscar la parte que falta, es el impulso que lleva a una indagación constante, a una búsqueda permanente de aquello que aún no tenemos para ser plenos. De esta manera, el amor contribuye poderosamente a vernos más completos.

El amor es también la base primordial de toda una serie de comportamientos y sentimientos que son el fundamento de la convivencia. La concordia, la cortesía, la búsqueda del bien común o la solidaridad son el cemento de la tendencia a la fraternidad, a desarrollar la convivencia.

La convivencia es la forma de relación más humana dentro de una sociedad, porque permite la inclusión de todos los individuos en la posibilidad de vivir y dejar vivir. La convivencia es el escenario en el que se ponen a prueba todos los valores que podemos desarrollar en nuestra vida interior, porque requiere de tolerancia y respeto al otro, pero también de compromiso y cierto grado de fidelidad al conjunto. Y el amor en sus diferentes maneras mencionadas antes es un poderoso catalizador de este proceso.

La necesidad de convivencia en cualquier sociedad ha sido puesta de manifiesto en las normas morales de conducta de todas las grandes religiones, las cuales resaltan la importancia de comportarse con el otro de la manera en queremos que lo hagan con nosotros. A este respecto el cristianismo, el budismo, el islam, el taoísmo, el confucionismo, el judaísmo, el hinduismo y el zoroastrismo tienen enunciados muy parecidos para esta regla de oro.

Por todas estas vías mencionadas el amor proporciona felicidad. Sentirse más pleno gracias a cualquiera de los escenarios descritos, por el perfeccionamiento moral, la percepción de la belleza, la búsqueda de lo que nos falta o la convivencia, nos hace más felices, más dichosos. Y la felicidad es el bien que busca el ser humano. En sí misma es apreciada, pero además es fuente de salud.

Podemos afirmar que el amor también proporciona salud, activando un conjunto de mecanismos que conducen al bienestar. Cada vez hay más evidencias sobre cómo estados de ánimo basados en el afecto, la compasión, el deseo de bondad y el propio sentimiento de felicidad desactivan las situaciones de estrés y ansiedad mediante diferentes rutas, que incluyen la modulación del sistema nervioso, el sistema inmunológico e incluso la actividad epigenética, activando y desactivando la expresión génica.

Como se ha dicho antes, la vivencia del amor a través de cualquiera de sus expresiones conduce a la unidad. La generosidad, el altruismo, la concordia, el afecto, el cariño, la ternura, la ayuda mutua, la convivencia, la cortesía, la compasión, la vocación, la vivencia de la belleza y el resto de los arquetipos, la empatía, la bondad, la confianza, el empeño, la fidelidad y tantos otros comportamientos y sentimientos que tienen como base el amor en alguna medida, llevan a la unión, a la Unidad. Y estas son las claves del reconocimiento del ser espiritual. A juicio de muchos grandes maestros y pensadores, una de las maneras de reconocer si una decisión, una acción, está en sintonía con lo espiritual es constatar que lleva a la unidad. Y viceversa, todo lo que tiende a la división y la fractura, aleja de lo espiritual. Unidad no es uniformidad y requiere de la multiplicidad para poder llegar a todos, de ahí la importancia del amor como vía de integración de lo múltiple y lo diverso.

Por tanto, el amor bajo cualquiera de sus múltiples facetas, es por encima de todo, una vía directa al desarrollo espiritual.

En definitiva, necesitamos el amor en todas sus facetas para aspirar a un pleno desarrollo como seres humanos y a la construcción de sociedades a la altura de todas las necesidades (desde las materiales a las espirituales) de sus ciudadanos. Necesitamos todas las formas de amor para, puestos de puntillas, llegar al cielo de las ideas y las realidades eternas.

 

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