Historia — 1 de junio de 2023 at 00:00

Tartessos, la misteriosa civilización de Occidente

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Tartessos, la misteriosa civilización de Occidente

Los descubrimientos en los túmulos del Guadiana, que tantas alegrías han dado a los arqueólogos, me hacen desear más que nunca conocer los secretos de Tartessos, la mítica o histórica civilización que floreció en el suroeste de la península ibérica.

Ya no es Tartessos patrimonio del sur, porque hay suficientes vestigios de que su trayecto final estuvo en la cuenca del Guadiana.

Y si se empieza a creer que Casas del Turuñuelo o Cancho Roano son muestras del abrupto final de Tartessos, quedan aún muchas incógnitas, algunas de las cuales se remontan a los principios.

Normalmente se sitúan los comienzos de Tartessos alrededor del 1100 a. C., haciéndolo coincidir con la llegada de los fenicios a la península ibérica y con acontecimientos como la fundación de Gadir (Cádiz), el final de la civilización micénica, la caída de Troya y el comienzo de la edad oscura en la Grecia clásica.

Hay varias hipótesis sobre esta civilización y sus orígenes, desde la negación de su misma existencia a considerarla sencillamente fenicia o creerla resultado del mestizaje de indígenas con fenicios, o , por qué no, el resultado de una larga evolución que podría partir de antiguas culturas indígenas de las que hay suficientes evidencias históricas.

No cabe duda de que en la península ibérica ya había civilización antes de la llegada de los fenicios, siendo hasta el momento desconocido su nivel de desarrollo, y desde luego, parece que diferente a la que se desarrolló posteriormente en Tartessos, pero lo suficientemente avanzadas, como demuestran los vestigios en forma de ciudades calcolíticas como la de Valencina de la Concepción, en Sevilla, o los numerosos dólmenes que recorren toda la geografía (Antequera, Alberite, Soto y muchos más) como para indicar que había una organización social muy importante y que, si bien el aporte de los fenicios es significativo, hay sobradas pruebas de minería, joyería y construcción propias de pueblos avanzados que nos llevan a pensar que los fenicios encontraron un lugar de intercambio —podríamos decir— entre iguales.

Sabemos que los fenicios eran grandes marineros y comerciantes, y que fueron los primeros en tomar contacto con Tartessos. Cabe pensar en la importancia que tuvo para ellos mantener la ruta hacia Tartessos en secreto, ya que esto les hacía dueños no solo de una ruta comercial que incluía metales (oro, plata y estaño), sino también una rica agricultura y ganadería. Se baraja la teoría de que muchos de los mitos sobre el fin del mundo tras las columnas de Hércules fueron intencionadamente difundidos por los propios fenicios a fin de mantener alejados a sus posibles competidores.

Estrabón señalaba que, cuando Homero en su Odisea menciona al Tártaro, se refiere a Tartessos, que está en occidente, en poniente, hacia donde los muertos van.

Tal vez ahí esté el origen del enigma sobre la localización o grandeza de Tartessos: ¿fue una ciudad, una civilización, un reino o una confederación de ciudades? Incluso se plantea la duda sobre la misma existencia de su capital. ¿Hasta dónde se extendía el estuario del río llamado también Tartessos, o hasta dónde llegaba el famoso lago Ligustino? Aún más, ¿a qué río se refieren las fuentes, al Guadalquivir o al río Tinto?

 

Los clásicos mencionan Tartessos

De nuevo, de Estrabón recogemos el siguiente comentario aclaratorio: «Parece ser que los antiguos llamaron Betis al río Tartessos».

En cualquier caso, los griegos finalmente también descubrieron a Tartessos. Herodoto cuenta el viaje del navegante Coleo de Samos, quien, tras una terrible tormenta, se desvió hacia Tartessos.

«Después de esto una nave samia, cuyo capitán era Colaios, navegando con rumbo a Egipto (…) pero desviados por el viento apeliotes (…) fueron llevados más allá de las columnas de Hércules y, por providencia divina, llegaron a Tartessos».

En la obra del siglo IV d. C., la Ora marítima de Avieno, probablemente basada en un relato anterior, del VI a. C., se sitúa geográficamente la ciudad, aunque confundiéndola con Gadir. Sin embargo, es una excelente descripción de las costas iberas en el milenio anterior, lo cual permitirá a autores posteriores buscar o situar el posible emplazamiento de la mítica ciudad.

Pero volvamos a los mitos. Aunque son muchos los autores griegos (1) que nos hablaron de Tartessos, el primero en mencionarla es Estesícoro de Himera en la Gerioneida (siglo VII a. C.), donde se narra el mito de Gerión, considerado uno de los primeros reyes de Tartessos, un fabuloso gigante de tres cabezas o tres torsos, cuyos toros rojos robó Heracles.

Aunque, sin duda, el mito más representativo de esta cultura es el de Gárgoris y Habis, al que podemos considerar casi un mito fundacional. La leyenda cuenta que de la relación incestuosa de Gárgoris con su propia hija nació Habis, su hijo-nieto. Tratando de ocultar su falta, Gárgoris pretendió hacer desaparecer a Habis abandonándolo en primer lugar en el bosque a merced de las fieras, pero estas lo respetaron, tras lo cual el cruel Gárgoris mandó que fuese arrojado a una jauría de perros hambrientos, que tampoco dañaron al pequeño. Por último, lo arrojó al mar en una canasta, y quisieron los dioses que como improvisada navecilla fuera la canasta llevada hasta la orilla, donde una cierva lo acogió y le dio de mamar.

Así se crio Habis libre y ágil entre los ciervos, a pesar de lo cual finalmente fue apresado. Al llevar el joven Habis ante la presencia de Gárgoris, este al verlo lo reconoció, así que acató la voluntad divina y dio a conocer que era su nieto, le pidió perdón y lo nombró su sucesor.

En el mito se menciona que Gárgoris enseñó a su pueblo la apicultura, y se lo relaciona con los curetes, mientras que de Habis se dice que enseñó a los tartessios la agricultura y a uncir los bueyes al arado, que les otorgó leyes y prohibió la esclavitud.

El rey Argantonio no pertenece ya al mito, sino al periodo de esplendor de Tartessos. Anacreonte y Herodoto nos hablan de este longevo rey, cuyo reinado duró unos ochenta años y que llegó a alcanzar ciento veinte años de edad. Algunos creen que se trata más de una dinastía que de un solo rey. Sabemos que tuvo relación comercial y militar con la colonia griega de Focea.

Más allá de los mitos y la historia nos queda otro enigma: ¿es la bíblica Tarsis, cuya plata embelleció el templo de Salomón y que aparece en diversos libros de la Biblia, la misma civilización que los griegos denominaron Tartessos? Lo incuestionable es que en la Biblia se utiliza el término barcos de Tarsis para indicar grandes barcos que podrían emprender largos viajes, como el tan citado versículo «Jonás se fue en dirección a Tarsis, para huir de Jehová».

Pero llegados a este punto podríamos preguntarnos qué ocurrió después, por qué esta civilización desapareció tan silenciosamente. Tal vez fuera por la presión de los belicosos cartagineses, que cortaron las relaciones comerciales de Tartessos con fenicios y griegos al lograr el dominio sobre el Mediterráneo. Quizá por algún cataclismo, maremoto o terremoto, lo que parece estar refrendado por los geólogos en torno al 560 a. C., o cualquier otro fenómeno (¿una sequía pertinaz?). Seguimos teniendo muchas hipótesis y por el momento ninguna respuesta certera.

Lo cierto es que la espléndida Tartessos, la de las antiguas leyes en verso de más de 6000 años de antigüedad, la rica y generosa civilización, se pierde en el sur y parece emigrar hacia el Guadiana.

Y aun ahí, en un último y misterioso giro a esta historia, aquellos hombres enterraron ritualmente sus santuarios, los quemaron y destruyeron como si quisieran borrar su memoria bajo los túmulos, que aguardaron más de 2000 años para desvelar su historia. ¿Por qué?

Estaremos muy atentos a lo que los arqueólogos nos vayan desvelando, mientras tantos vestigios siguen aflorando en Huelva, en Sevilla o en Cádiz, y quién sabe qué sorpresas nos reservarán nuestros antepasados. Somos un pueblo antiguo, nuestro origen descansa debajo de mucha historia, pero, con suerte, podremos desvelar algún misterio más.

 

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