Culturas — 1 de junio de 2023 at 00:00

Paracelso, el médico mago

por

Paracelso

«El que mira ve» (Paracelso, Aureolus Filippus Teofrasto Bombasto, 1493-1541).

«Figura impresionante por vigorosa y complicada, que en parte refleja y en parte transforma un mundo que apaga sus luces y entrevé la nueva aurora» (H. Delgado).

Hijo del médico de Hohenheim, su padre fue su primer maestro. También aprendió mucho de Tritemio químico, criptógrafo, cabalista, comentador de las Sagradas Escrituras, descubridor de fenómenos de magnetismo animal, telepatía y transmisión del pensamiento, aunque existen versiones que dicen que no le enseñó personalmente.

Se llamó a sí mismo Paracelso (‘más allá de Celso’, médico romano) como prueba de su deseo de revolucionar la medicina.

Asistió a universidades de Alemania, Francia e Italia; aunque algunos investigadores aseguran que nunca se doctoró, parece lo más probable. Viajó por innumerables ciudades europeas y por Medio Oriente. Aprendió de alquimistas, nigromantes, comadronas, exorcistas y barberos. Participó en campañas militares como cirujano, curó al hijo del Gran Khan. Se fabricó un ejército de enemigos y de admiradores, esquivó órdenes de arresto y se codeó con la nobleza. Enseñó en la Universidad y convivió y se relacionó con la gente del pueblo. Tanto si cobraba una fortuna o fama como cuando no tenía nada, Paracelso parecía no depender de las circunstancias. Después de diez años de docencia, se retiró durante dos a poner en orden sus investigaciones y a redactar sus escritos y conferencias.

Es algo así como un antecesor de la química biológica y la homeopatía, al referirse a los principios en la naturaleza causantes de síntomas iguales a los que producen ciertas enfermedades. Es precursor de la medicina etérica: «Cuanto menos cuerpo, tanta más alta es la virtud (curativa) del medicamento».

También de la ginecología (una medicina exclusiva enfocada en lo femenino y en ese mundo mínimo que determina su naturaleza, la matriz), y de la psicosomática, de la nutrición ortomolecular o de microdosis (cuando explica que algunos medicamentos se pueden añadir a las comidas regularmente), de la metaloterapia y de la bioquímica.

Precursor del control de calidad en el servicio farmacéutico, planteó la necesidad de someter a examen a quienes fabrican los medicamentos. En Tirol, sus observaciones y trabajo sobre las enfermedades de los mineros y propiedades curativas de los metales fueron notables y sentó así las bases del estudio de la patología y la higiene industriales. Analizó las aguas curativas del balneario de Pfaeffer. Cuando se encontró con la peste en Sterzing, se estableció y perfeccionó allí su terapéutica epidemiológica. Su fama fue tal que durante tres siglos los pobres aún peregrinaban a su tumba solicitándole un milagro, como si se tratara de un santo.

Revaloriza la magia tradicional, que estaba en decadencia en el siglo XVI, volviendo a ella como ciencia de estudio y de práctica.

Libros perdidos, tratados incompletos que anuncian información que a continuación no aparece, cambio del título de un texto en la siguiente edición, capítulos enteros «entre paréntesis» son la tónica de su obra. Divide escrupulosamente lo que es pagano y lo que es cristiano «para evitar que nos tachen de paganos»… aunque tampoco sería tan grave: «lo cristiano proviene de lo pagano»; muy posiblemente igual que la salud proviene de la enfermedad… o viceversa. En lugar de utilizar el latín, inventaba palabras que casi hacen necesario el uso de un diccionario especial.

Paracelso es un enigma constante. Pide muchísima atención y reclama no bajar la guardia porque, de pronto, se encuentra uno en sus textos que está hablando de cosas para las que hoy hemos perdido las claves.

«Fue un poderoso viento que arrastraba y revolvía todo lo que se podía mover de su sitio. Perturbó y destruyó como una erupción volcánica, pero también fructificó y vivificó. No se le puede hacer justicia: solo se le podrá siempre subestimar o sobreestimar» (Jung).

Invitaba a cuestionar a los médicos y sabios de la Antigüedad (es necesario profundizar y trabajar mucho para eso). Si esos escritos fueran tubos de órgano, no cualquiera sería capaz de sacar melodías de ellos. Alardeaba de que, a diferencia de otros, él no se conformaba con tratar las enfermedades: necesitaba entenderlas y conocer sus causas, alumbrándose «con la luz de la naturaleza». «Eso lo quiero certificar con la naturaleza: quien quiera investigarla debe recorrer sus libros con los propios pies».

Luchó por sustituir «la medicina de opiniones por la de los principios científicos comprobados» (H. Delgado). «No he compuesto estos libros mendigando a Hipócrates y Galeno y a otros tratadistas, sino sobre la base de la experiencia, la más alta maestra de todas las cosas, y el infatigable trabajo».

Muere a los cuarenta y ocho años, aunque ya llevaba varios años enfermo (posiblemente de cáncer). Su último lecho fue una cama de viajero, en la habitación del hotel Caballo Blanco, donde dictó su testamento. La muerte era para él solamente el término de una «gran jornada de trabajo». Según su última voluntad, durante la misa del día de su entierro todos sus bienes se convirtieron en limosna para los pobres. Y, cómo no, «la fe, sin obras, está muerta».

«El saber no está almacenado en un solo lugar, sino disperso sobre toda la superficie de la tierra».

 

La medicina y el ser humano

Naturaleza de la enfermedad: nuestro cuerpo está sometido a cinco entidades o dominaciones. Cada una posee, en potencia, todas las enfermedades. Así, habría cinco tipos de fiebre, cinco tipos de peste, etc.

Sabiendo cuál es la causa, se puede tratar la enfermedad, y corresponderá a un tipo de medicina específica, cada una de las cuales es capaz de constituir un tratamiento terapéutico por sí mismo. El médico debe tener el arte de saber cuál es mejor para emplear en cada caso. Por ello es un deber que se perfeccione mediante el estudio cotidiano y constante. Mientras no domine todos los tipos, será solamente parte de una secta.

Paracelso decía que si los médicos fueran humildes, muchas veces tendrían que reconocer que no estaban realmente seguros de si un enfermo se había curado gracias a los remedios prescritos y no a pesar de ellos.

«Existen dos clases de terrenos capaces de albergar las enfermedades y conservar en ellas profundas y duraderas huellas. Uno de esos terrenos es la materia, es decir, el cuerpo. El otro, inmaterial, es el espíritu del cuerpo, de naturaleza invisible e impalpable».

La medicina guarda un poder mágico, pues está relacionada con una propiedad que tienen las sustancias que han renacido. En su primera vida, «las cosas» tienen el fundamento de la muerte (la enfermedad proviene de la salud). Pero en su «segunda vida», es decir, cuando las cosas se han muerto, viajado al reino de la putrefacción y regresado, su nueva vida proviene de la muerte… y es ahora cuando las cosas tienen la facultad de curar (la salud proviene de la enfermedad). La propiedad curativa de la rosa no está en la rosa sino en la rosa-que-ha-renacido.

El tiempo «propicio» también es clave en las curaciones.

Como nos hablan las nuevas medicinas, Paracelso tiene claro que nunca es lo mismo un signo que una causa. Empeñarse en los síntomas sin conocer las causas es una tarea perdida. Tampoco piensa que existan enfermedades incurables. Dios ha creado todas las enfermedades y para cada una ha creado su cura.

 

Entidades, dominaciones o principatus Tipo de medicina Afecta al: Forma de curar
Natural, el desequilibrio que ocurre por el simple hecho de vivir. El cansancio o los excesos nos debilitan. Natural. Cuerpo. Según la naturaleza de los elementos (por ej. las plantas o por relaciones simbólicas: el frío se cura con calor o la superabundancia con ayuno).
Venenos.

Lo natural es eliminarlos, pero a veces el «alquimista» del cuerpo está débil y no lo logra.

Específica. Cuerpo. Cura por la fuerza particular que posee el medicamento; por ejemplo, un efectivo purgante o la fuerza de un imán (la farmacopea).
Los astros.

«Pretender curar las enfermedades astrales mientras se mantenga dominante en el firmamento la estrella específica del morbo es tarea vana, trabajo inútil y tiempo perdido».

Caracterológica. Cuerpo. Cura con conocimientos, «libros», el influjo de signos, el poder de las palabras… como los astrólogos (o los modernos psicólogos). Si somos fuertes y nobles los astros no nos enferman.

«Aun cuando sea hijo de Saturno, y Saturno haya ensombrecido su nacimiento, el hombre puede dominar a Saturno y convertirse en hijo del Sol» (los astros inclinan pero no obligan).

Los espíritus.

Las plantas poseen un arcano, una sustancia fija, inmortal y de alguna manera incorpórea; que posee la propiedad de cambiar, restaurar y conservar los cuerpos. Ese espíritu del vegetal bien podría ser su aceite esencial, lo que Paracelso llamó «bálsamo», cuyo poder curativo o espiritual se halla refrenado por la materia.

 

Del espíritu. Espíritu. Aun del espíritu de hierbas o raíces (homeopatía, aromaterapia, oligoelementos…).

El espíritu es un logro de la voluntad del hombre; así como el pedernal produce fuego, la voluntad engendra el espíritu.

Dios.

«Dios es el supremo médico». La enfermedad es un «purgatorio» y solo Dios sabe cuándo termina. El hecho de que un enfermo encuentre un médico que le cure es, posiblemente, porque ya era la hora de su término (karma).

De la fe.

«Sabed que la fe puede producir todo cuanto el cuerpo produce, incluso la misma muerte, tan bien como un disparo de arcabuz».

 

 

Espíritu. Creer sería la causa de las curaciones milagrosas como las que aparecen en la Biblia.

«La fe en Dios da imaginación de Dios» (y posiblemente luego, certeza de Dios).

 

 

Tipos de médico

También existen dos tipos de afecciones, y a partir de ahí se podrían generar dos tipos de médico:

  1. Afecciones clínicas o físicas. Se producen del centro a la periferia y es posible que en la superficie permanezcan ocultas. Se resuelven por los emuntorios naturales —tejidos, glándulas y órganos de limpieza—. (Se interpretaría así el sistema inmune, ganglios y órganos excretores, además de piel, pulmones e hígado. Orejas, nariz, ano… las aberturas naturales al exterior).
  2. Afecciones traumatológicas o que deberían ser tratadas por un cirujano. Se producen desde la periferia al centro y son visibles en la superficie (heridas).

 

 

La mujer, un mundo pequeño

El mundo femenino es descrito en el Tratado sobre la matriz. A diferencia del concepto medieval de la matriz como «un animal dentro de un animal», Paracelso nos dice poéticamente que la matriz es un mundo mínimo, invisible, íntimo. La medicina, las recetas, deben adecuarse a las diferencias entre los sexos. Aún hay algo más: el hombre proviene de ese pequeño mundo que es la mujer. Un mundo que por fuerza contiene «un cielo, una tierra, un aire y un agua que sirven de alimento al hombre que nace de ella». «Con ello, Dios ha querido mostrar al hombre la grandeza de su origen».

el gran mundo (la primera matriz).

el mundo medio (el hombre, el limbo). La mujer proviene de la segunda matriz, que en este caso sería Adán o el hombre primordial (antes de existir la división de los sexos: ahora son una sola criatura que posee dos formas, dos figuras o naturalezas).

el mundo mínimo (la matriz femenina, y a veces lo dice: la propia mujer).

Conociendo la relación entre un mundo y otro, sabremos la sustancia del macrocosmos que restablece la armonía en el micro.

Igual que Dios tiene una abertura en el cielo por donde con sus manos afecta al mundo, el hombre, por la abertura de la mujer puede afectar el pequeño mundo; y posiblemente conectarse con el primero, y, en ese sentido, acercarse a Dios. «El cuerpo de la mujer adquiere así la categoría de centro de esas operaciones y acceso de toda la periferia externa».

Para Paracelso el Adán original es igual al hombre en general; pero si así fuera, a partir del hombre podrían seguir creándose nuevas Evas. Gracias a este argumento justifica que la mujer es la «segunda criatura» y por eso «está debajo y detrás del hombre» (a pesar de tener la capacidad de crear). No podemos precisar si la contradicción de conceptos es suya o se debe a errores de traducción, si usaba palabras diferentes o no. Lo que él pensaba de verdad no podremos saberlo, como él mismo dijo: «Siempre es más difícil conocer a un hombre que a su obra».

En la mujer: «Su cerebro, su corazón y todos sus órganos son femeninos», el mundo mínimo gobierna y determina a la mujer al cien por cien. Como consecuencia de ello, a la hora de dar la medicina o el remedio debemos considerar la naturaleza del enfermo (si es hombre o mujer) y, por supuesto, la naturaleza de la enfermedad (si proviene de lo masculino en la mujer —Paracelso considera, por ejemplo, que hay enfermedades masculinas que poseen las doncellas porque se las ha heredado su padre al darles la vida— o viceversa —es una enfermedad en un niño, pero proviene del estado mental o físico de la madre; como consecuencia tiene origen femenino—); aunque la medicina empírica ha demostrado que existen medicamentos «hermafroditas» (unisex). Gracias a esto, los antiguos médicos han tenido aciertos en el tratamiento de enfermedades aunque ignoraran la existencia de un mundo aparte.

«La imaginación de una mujer encinta es tan fuerte que es capaz de influir en la semilla y dirigir el fruto de su vientre en una u otra dirección. Sus “estrellas interiores” actúan fuerte y poderosamente sobre el fruto, de forma que su esencia queda fuerte y profundamente marcada y es configurada por ellas». En el seno materno el niño está expuesto a la voluntad de su madre como el barro en la mano de un alfarero que lo crea y lo modela según su deseo. «Así que el niño no precisa ni de astro ni de planeta; su madre es su estrella y su planeta» (destino, karma colectivo y epigenética, todo al mismo tiempo…).

 

Visible e invisible

Todas las cosas que vemos, incluido el hombre no están formadas solamente por la parte visible. También poseen una «invisible»- Es como si hubiera dos hombres y dos mundos. Existen enfermedades cuyo origen está en la parte invisible. «Solo vemos, normalmente, al hombre y a las criaturas por la mitad». «Si nos guiamos por esa luz, podremos reconocer que esa otra mitad invisible del hombre existe realmente y que su cuerpo no solamente es carne y sangre, sino una cosa demasiado brillante para nuestros groseros ojos».

La medicina debe ser completa, debe estar constituida de manera que encierre en ella el firmamento universal, tanto la esfera superior (de conocimiento por un astrónomo) como la inferior (quien domina estas esferas es el filósofo).

«Nuestro propio espíritu, por ejemplo, puede entablar conocimiento con el espíritu de otro hombre cualquiera y ambos tratarse y conocerse entre sí exactamente como podemos hacerlo corporalmente él y yo», y los espíritus relacionarse entre sí mediante afinidades, enemistades y odios. De manera, incluso, que uno alcance a herir a otro.

«Cuando dos seres se buscan y se unen en un amor ardiente y aparentemente insólito, hay que pensar que su afecto no nace ni reside en el cuerpo, sino que proviene de los espíritus de ambos cuerpos, unidos por mutuos lazos y superiores afinidades, o bien por tremendos odios recíprocos, en los que perduran extrañamente. Son estos los que llamamos espíritus gemelos».

Las formas están contenidas dentro de todas las cosas capaces de crecer (como el potencial que duerme dentro de la semilla).

De estas formas que se plasmarán en el futuro es de lo que se nutren las cosas para crecer. «Esa es la razón por la cual debemos conocernos a nosotros mismos si no queremos morir por falta de forma». Esta visión profunda propia del filósofo es lo que se pide al médico.

 

Genética de vanguardia

Acepta que puedan dejar de manifestarse condiciones hereditarias en una o más generaciones anticipando las leyes de la herencia para genes recesivos. Afirma que los padres no solo forman a sus hijos con su sangre, sino también con la educación. El medio ambiente humano, social o moral puede actuar como un patógeno de la misma manera que la naturaleza. El ambiente intrauterino y la psiquis de la madre y, por supuesto, el estado psicológico y naturaleza espiritual del paciente también son determinantes.

 

Formas mentales

Lo que Paracelso llama fe puede producir armas destructivas, y a esas armas también podemos llamarlas espíritus. La descripción nos acerca a las formas mentales y a la vibración positiva o negativa que tienen los pensamientos: «¿Qué son los sueños sino formas volantes de fe?». «La fe puede producir todas las especies de hierbas, la ortiga invisible, la celidonia invisible»… Es el fundamento de la nigromancia y Paracelso la condena. También la imaginación puede producir enfermedades y sienta así las bases de la medicina psicosomática.

«Sabed que la fe puede producir todo cuanto el cuerpo produce (por ejemplo, histeria, embarazo psicológico, hipocondría…), incluso la misma muerte, tan bien como un disparo de arcabuz».

Todos nuestros sufrimientos y nuestros vicios proceden de nuestra imaginación. Una fuerte imaginación es la causa tanto de la «buena» como de la «mala suerte».

 

Neoplatonismo

«La Gran Unidad del Gran Cielo se disolvió en nuestra multiplicidad en los instantes del parto» «El cielo es el hombre y el hombre es el cielo y todos los hombres juntos son el cielo y el Cielo no es más que un hombre» (el Alma del Mundo).

También con todo lo creado, aunque las florecillas estén destinadas a marchitarse, «comparecerán cuando se reúnan todas las estirpes», dado que no se ha creado nada «en el Gran Mundo y Milagroso de Dios que no esté representado también en la eternidad».

«El carpintero es la semilla de su casa. Según sea, tal será su casa». «Así, la forma y la esencia son una cosa». La herramienta es la imaginación, que permite descubrir «las fuerzas latentes de la naturaleza», muy distinta de la fantasía, propia del hombre imperfecto, la «piedra angular de los locos» (canalizar la mente y mundo de las ideas).

«El cuerpo visible, material, quiere lo uno; el invisible y etéreo lo otro, y ninguno quiere lo mismo». «Ninguno quiere mantenerse en el centro y actuar con medida. Ambos quieren desbordar sus límites y el uno quiere desplazar el otro; ahí surge la enemistad entre ellos».

«Igual que el firmamento con todas sus constelaciones forma un todo en sí mismo, así también el hombre es en sí un firmamento poderoso y libre».

«Pues todo cuanto el fuego enseña no puede ser probado ni comprendido sin el fuego» (concepto de fuego como Nous).

Tenemos tres naturalezas: una parte de origen animal regida por la naturaleza animal; una parte de origen divino hecha a imagen de Dios y que nada puede influirle; y una tercera parte: lo humano en nosotros viene del «astro» y está abandonado a la acción propiamente humana. Allí residen todas las capacidades y habilidades del ser humano y toda su sabiduría. «Toda razón y también locura». «El astro es para nosotros la escuela, de la que hay que aprenderlo todo». A un hombre vulgar, el astro le domina; en cambio, un sabio domina al «astro» (alma). El alma surge de la razón, el espíritu nace de la voluntad; «del mismo modo que el pedernal produce el fuego, así es engendrado el espíritu por la voluntad».

«Somos también dioses, puesto que somos hijos de Dios».

«Todas las artes residen en el hombre aunque no se hagan aparentes todas ellas, y el despertar de cada hombre las pone de manifiesto. El ser enseñado no es nada, todo está en el hombre esperando ser despertado» (saber es recordar).

 

El médico

«El arte de la medicina echa sus raíces en el corazón. Si tu corazón es falso, también tu medicina lo será; si tu corazón es recto, también lo será el médico que hay en ti».

«El principio supremo del arte de curar es el amor».

Si un Estado no reconoce la labor del médico (que es un regalo de Dios), es una prueba mayor para sus virtudes; de esa manera su moral le hará brillar con mayor esplendor (estoico cien por cien).

El aprendizaje del médico es en la práctica. Conformarse con letras muertas es casi como estar muerto, y también su medicina estará muerta y matará. «Hasta un mataperros lo aprende en la experiencia y no en los libros».

En sus textos, lo más importante no es un método para curar, sería inútil, pues a cada enfermo lo trató de manera única y singular. Enseña que donde la ciencia es impotente, es la intuición la que decide. Por eso el énfasis en el desarrollo interior del médico.

Las barbas de Paracelso han visto más que todas las universidades, y los farmaceutas venden «polvos para la sopa». Los médicos no indagan profundamente sobre la causa de la enfermedad, su potencial lo anulan en la «simple profesión de contempladores de orinas»…, entre otras frases que hacían que le fuera poco simpático al sistema de la época. Tampoco le importaba; a Paracelso le avergonzaba la estafa en que había caído la medicina; que se dedicaba a lucrar y no a curar.

Él abogaba por un médico que fuera servidor de la naturaleza y no se sintiera su dueño. Que pudiera escuchar la voluntad de la naturaleza para poder seguirla. Comprender y observar el mundo le permitía ampliar la mirada para curar al ser humano. Aprender solo mirando el mundo pequeño, como si estuviera separado del cosmos es un error (no se puede comprender ni tampoco se podrá curar). Es deber del médico desarrollar una visión profunda e interior y no quedarse en la visión superficial de los efectos. Percibir las apariencias exteriores está al alcance de todos, el médico ha de ir más allá. Saber que el verdadero ser humano no es el cuerpo, sino el espíritu («el espíritu gobierna al cuerpo»).

«La virtud es la cuarta columna del templo de la medicina, no ha de fingir, significa el poder que resulta de ser un hombre en la verdadera acepción de la palabra y de poseer no solo las teorías respecto al tratamiento de las enfermedades, sino el poder de curarlas uno mismo» (la autoridad moral de saber le confiere la capacidad de curar).

Sus famosas siete reglas hablan de una vida moral y del control del carácter. Son reglas universales: «jamás te quejes de nada», «domina tus sentidos», «huye tanto de la humildad como de la vanidad». Son consejos de salud a nivel de los escudos invisibles de protección:

  1. Responsabilidad de tener buena salud y mejorarla (respirando, tomando agua, masticando los alimentos, evitando intoxicarnos y siendo higiénicos).
  2. Los vicios no se permiten ni siquiera al nivel de la mente. Habla de desterrar «por más motivos que existan», ideas de pesimismo, rencor, odio, tedio, tristeza, venganza y pobreza. Huir de personas con cargas de ese tipo (maledicentes, chismosas, vulgares, con bajeza de entendimiento o de tópicos sensualistas). Dice que todo esto cambiará la contextura del alma. La hará más espiritual, la elevará.
  3. Hacer todo el bien que se pueda. Auxiliar a todos sin jamás sentir debilidad por nadie (para ayudar hay que ser muy fuerte, ser sentimentales nos haría débiles).
  4. Perdonar (limpiar). «Tu alma es un templo que jamás debe ser profanado por el odio»; «destruir las superpuestas capas de viejos hábitos, pensamientos y errores que pesan sobre tu espíritu, que es divino y perfecto en sí, pero impotente por lo imperfecto del vehículo que le ofreces hoy para manifestarse, la carne flaca».
  5. Tiempo para la vida interior y la reflexión que posibilitan ponerse en contacto con la Voz del Silencio, el daimon de Sócrates. Las ideas luminosas y la solución de problemas.
  6. No hablar de cosas personales ni hablar de otros (aun lo que pienses, oigas, aprendas, sospeches o descubras de otros).
  7. «Jamás temas a los hombres ni te inspire sobresalto el día de mañana», «no te creas solo ni débil porque hay detrás de ti ejércitos poderosos, que no concibes ni en sueños. Si elevas tu espíritu, no habrá mal que pueda tocarte: el único enemigo a quien debes temer es a ti mismo».

Una forma de ser lo mejor que podríamos ser.

«Lo cierto es que la mejor manera que podemos tener de servirnos del cielo es tener el cielo en nosotros mismos».

 

Espíritus Elementales de la Naturaleza

«Pues en verdad os digo que nadie posee otros dones que aquellos que ha sabido ganar o adquirir».

Describió la naturaleza de los espíritus elementales no sobre la base de lo que otros han dicho —que no es mucho—, sino en función de las propias observaciones (él mismo reconoce que no es sencillo verlos; cuando los vio por primera vez, dice que fue en una especie de ensueño). Posiblemente, su deseo de conocer profundamente la naturaleza y los misterios y tesoros que «Dios ha escondido» fue lo que le puso en contacto con los guardianes de estos tesoros. «Todo cuanto Dios ha creado termina por manifestarse ante el hombre».

De los elementales, dice que estarían a medio camino entre los seres humanos y los espíritus, pues son sutiles como espíritus pero comen, beben, duermen y se enferman como humanos.

«Son prudentes, ricos, sabios, humildes y a veces maniáticos, como nosotros». Duermen, reposan y velan como los hombres («porque un día lo serán», afirma). «Virtuosos y viciosos, puros o impuros, mejores o peores tienen sus costumbres, gestos y lenguaje, y viven bajo una ley común». Se gobiernan con sabiduría y justicia y eligen a sus guardias, magistrados y jefes «como las abejas eligen a una reina o las bestias salvajes eligen un guía».

¿Por qué se nos aparecen? Para que los conozcamos y podamos comprenderlos. Los seres humanos pueden tener comercio e intercambio con ellos. Paracelso afirma que incluso algunos pueden dar hijos a los hombres. En su sabiduría, pueden prevenirnos de acontecimientos graves, pues conocen el presente, pasado y futuro y revelan cosas ocultas para nosotros.

 

Botánica oculta

«Quien experimenta y ausculta mucho la tierra, comprenderá la resurrección».

La palabra espagiria (analítico-sintética) describe el arte de la alquimia: se separan los elementos interesantes de un material, prescindiendo de los materiales que no curan y luego se combinan para potenciarlos. No se trata de una simple mezcla, sino de la recombinación potenciada de los principios activos.

«Puesto que nace una cosa nueva, ¿no debe tener nombres nuevos?».

Para acercarse a los poderes curativos de las plantas, habla de su lenguaje botánico (usado por la medicina china y las flores de Bach). Una planta curativa muestra en su apariencia para qué es aplicable. Ese mismo lenguaje de la signatura se empleará en la fisiognomía y la quiromancia (descifrando los signos en el hombre, en sus manos, sus pies, sus arrugas o su cuerpo).

Las plantas poseen un arcano, una sustancia fija, inmortal y de alguna manera incorpórea, que posee la propiedad de cambiar, restaurar y conservar los cuerpos. Ese espíritu del vegetal bien podría ser su aceite esencial, lo que Paracelso llamó «bálsamo», cuyo poder curativo o espiritual se halla refrenado por la materia. La extracción alcohólica, por cocción, utilizando álcalis para romper la celulosa… todos esos serían pasos que contribuyen a obtenerlo y liberarlo.

 

Archidoxia mágica (sellos y astros)

«Es necesario que sepas lo que puede lograrse mediante una fuerte imaginación. Es el principio de toda acción mágica».

Dado que es conocido el evidente poder de los metales sabiamente preparados por «artificio manual» (talismanes), lo mismo la eficacia de las palabras mágicas o la fuerza de los sonidos. Paracelso quita el miedo a utilizarlos con los siguientes argumentos: el poder curativo de las plantas, animales y minerales así como su condición de seres vivos proviene de Dios. Si tomando en cuenta el momento preciso y los símbolos adecuados estos elementos pueden tomar aún más fuerza, también debe de ser obra de Dios (¿acaso será el Diablo más ingenioso y fuerte que el Creador?).

Y con esa introducción nos entrega instrucciones para construir los talismanes capaces de curar la epilepsia, la ceguera, alargar la vida de un caballo (con un freno de piel de león curtida), devolver la virilidad; incluso regular los períodos menstruales (previa advertencia de cuidarse de no ir en contra de la naturaleza, lo cual tiene terribles consecuencias), la taquicardia; remedios para soldar los huesos rotos o la lepra.

Carl Gustav Jung, en su trabajo sobre los arquetipos, estudió cómo los sueños y visiones hacen aflorar relaciones gráficas como las que aparecen en la simbología alquímica. En sus textos, Paracelso es casi dogmático; con respecto a los grabados, no da ninguna explicación sobre ellos. Se han interpretado como runas, lenguaje egipcio o elementos de cábala en algunos casos.

La elaboración de sellos no solo requiere de un dominio total de astrología (en ocasiones, incluso, tomar en cuenta la precesión equinoccial, el momento de la concepción de una persona y no de su nacimiento para determinar la verdadera carta natal «según como se encuentra la bóveda estelar, así se inculca el “cielo interior” del hombre. ¡Un milagro sin igual!»), metalurgia, alquimia y orfebrería. Es necesario armarse de mucha paciencia; pues de la misma manera en que la enfermedad no nos invadió de un día para otro, la cura será un proceso y llevará tiempo. Los signos, grabados, los metales y las horas de confección y aplicación siguen la danza y el movimiento de los astros, sus conjunciones o entradas en determinadas horas. Algunos sellos se forman por la unión de varios (recordamos la etimología de symbolon, que remite a esa misma unión de dos elementos), se unen a determinadas zonas del cuerpo. La forma del sello o el material de confección tampoco es caprichosa. Los materiales ayudan a devolver el «bálsamo natural» que tiene cada persona y que puede haberlo perdido. La capacidad magnética y de polarización de los metales es aprovechada aquí.

No describe medidas, pero es evidente que ha curado personas. Además de los metales cita algunos interesantes ingredientes: espíritu de vitriolo; quintaesencia de antimonio o de perla; grasa de oso, de tejón, de ciervo o de humano; médula de toro; orégano, unicornio, almizcle, agua de brea; hueso de cabeza de cuadrúpedo, coral, y la misteriosa mumia —posiblemente la fuerza vital de cada ser, y que puede extraerse de cada uno de los reinos de la naturaleza—, la cual fue interpretada por «polvo de momia» y durante años producida industrialmente falsificando momias.

Confecciona sellos para cada signo del Zodíaco, un ratón encantado para matar roedores, remedios para curar enfermedades en animales de granja, o prevenir epidemias, o espantar las moscas.

Su descripción de los tres espejos, en el año 1537, suena escalofriantemente similar a la internet: «el hombre que mira en esta clase de espejos, verá aparecer en los mismos todas las cosas que se han hecho bajo el horizonte, tanto distantes como próximas, tanto de día como de noche, tanto a escondidas como en público», incluidos, por supuesto, los discursos, todo lo que se ha dicho o escrito. La visión del futuro no es posible. Además, el espejo debe fabricarse exclusivamente para cada persona. Tal vez para cortar por lo sano cualquier sospecha de brujería, el espejo se fragua mientras vertemos todos los metales «en el nombre del Señor».

Una tabla didáctica con las instrucciones para convertir cualquier metal en otro.

El metal artificial «electrum» (del que están hechos sus espejos) es producto de la fundición de los siete metales. Además de tener las propiedades de todos, la sinergia le permite tener propiedades únicas.

Al igual que cuando habla de elementos que hayan conocido la muerte para que tengan el secreto de la vida, la propiedad curativa de los metales no está en ellos mismos de manera natural, es necesario extraerla por medio de tinturas, quintaesencias, bálsamos o aceites; o de metales que «han sido cambiados» de su estado metálico (posiblemente, es lo que consigue la fundición-solidificación en el momento astrológico adecuado, algún tipo de magnetización).

El electrum es curativo por sí mismo, un poder que lo abarca todo, pues seguramente al poseer los siete elementos está en armonía con la naturaleza. Por simpatía con el ser humano, sus efectos le devuelven a sí mismo la armonía. Su misma preparación conlleva no solamente una sucesión de pasos progresivos en los momentos astrológicos adecuados, sino tratar a cada elemento de acuerdo con sus características para que participe adecuadamente de la unión.

«El que aún haya cosas sin explicación se debe solamente a que el trabajo intelectual necesario no ha sido aún proyectado con la profundidad debida».

«Yo os anuncio y garantizo que mis escritos perdurarán veraces hasta el fin del mundo. Yo os orientaré después de mi muerte».

 

Bibliografía

Alzina, Antonio. Medicina para el cuerpo y para el alma. Editorial NA Madrid, 2006.

Paracelso. Obras completas (Opera Omnia). Ed. Schapire. Buenos Aires, Argentina, 1945.

Paracelso. Tratado de las ninfas, los silfos, los pigmeos, las salamandras y otros seres. Extracto del volumen Escritos alquímicos. Traducido por Enrique Soto, Antonella Fagetti y Gertudris Payás. Stampa Alternativa Nuovi Equilibri SRL. Edición de 1990.

Paracelso Los siete libros de la Archidoxia Mágica. Libro I Archidoxia Mágica. Ed Humanitas.

Paracelso. Botánica oculta. Las plantas mágicas. Colección Orientalista. Editorial Kier, Buenos Aires, Argentina, 1984.

Revista Anales de la Facultad de Ciencias Médicas. Tomo XXIV n.º 2. Lima, segundo semestre. Artículo «Paracelso» por el Prof. Dr. Honorio Delgado.

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