Sociedad — 1 de noviembre de 2022 at 00:00

El lenguaje simbólico en J. R. R. Tolkien

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El lenguaje simbólico en J. R. R. Tolkien

John Ronald Reuel Tolkien es mundialmente famoso por ser el autor de la obra El señor de los anillos, libro elegido por los lectores británicos como el mejor del siglo XX y que inspiró la trilogía de películas estrenadas a comienzos de los años dos mil dirigidas por Peter Jackson. También es autor directo de El hobbit, mal considerado un libro de literatura infantil, donde aparecen algunos personajes que serán claves en El señor de los anillos, de El Silmarillion, compilado por su tercer hijo, Christopher Tolkien, y del poema épico Los hijos de Húrin; además, de varios cuentos cortos y de un sinfín de escritos ordenados y publicados por Christopher Tolkien, que están relacionados con el mundo inventado por él mismo para crear personajes que hablasen los idiomas ideados por su fértil imaginación.

Y es que Tolkien, desde su más tierna infancia, mostró una enorme facilidad para el aprendizaje de lenguas y un gran interés por las literaturas del norte de Europa, particularmente la nórdica y la inglesa antigua. Todo ello le encaminó a estudiar en Oxford, obteniendo las más brillantes calificaciones, lo que le llevaría a ocupar las cátedras de anglosajón (forma del inglés arcaico) y de lengua y literatura inglesa.

Este contacto desde muy pequeño con la mitología en sus lenguas originales lo condujo a la invención de lenguajes creados por él mismo, y a desarrollar todo un mundo poblado de personajes y pueblos que hablarían esos lenguajes. En una entrevista para la BBC, comentó, a propósito de El señor de los anillos: «Historias semejantes no nacen de la observación de las hojas de los árboles ni de la botánica o la ciencia del suelo; crecen como semillas en la oscuridad, alimentándose del humus de la mente: todo lo que se ha visto, pensado o leído, y que fue olvidado hace tiempo… La materia de mi humus es, principal y evidentemente, materia lingüística».

Por todo lo anterior, no resulta extraño que en su obra aparezcan una serie de elementos simbólicos extraídos de la mitología cuyo significado se revela a la mente del lector tras una profunda meditación sobre su rol y lo que realmente está sucediendo en la obra, pues toda buena historia sucede también en el interior del lector, despertando pasiones y simpatías ante las circunstancias de la trama.

Por simbólico debemos entender aquello derivado de un símbolo, palabra prestada del latín, que a su vez la tomó del griego, y cuyo significado sería ‘contenedor’, dando prioridad a lo contenido en lugar de al envoltorio, usada principalmente cuando el contenido es de índole sagrada.

En las siguientes líneas se hará referencia a una serie de elementos que aparecen en El señor de los anillos y que, a la luz de la simbología tradicional, cobrarán nuevo sentido; veremos cómo los personajes sufren transformaciones interiores que les llevarán a sacar lo mejor de sí mismos. Si bien se puede pensar que la trama es inventada y que todo surgió de la cabeza de Tolkien, hay pasajes y situaciones heredados de los elementos míticos comunes a toda la humanidad. Analizaremos algunos de ellos, sin la intención de adelantar la historia al lector que todavía no la haya leído.

El camino

Tanto en El hobbit como en El señor de los anillos la historia comienza y se desarrolla a lo largo de un camino. Gandalf aparece misteriosamente y despierta, tanto en Frodo como en Bilbo, el deseo de viajar, conocer mundo y tener aventuras. Si bien Frodo es conminado por el deber de destruir el anillo, Bilbo tiene la necesidad de «ver montañas» y, aunque se muestra remiso, el contacto con los enanos despierta su impulso interior y se pone en marcha. A lo largo de este camino, se les aparecen diversas vicisitudes y personajes; amigos que se les unen, enigmáticas caravanas de elfos que se dirigen al oeste, y, en el caso de Frodo y sus camaradas, justo al comienzo se encontrarán con un extraño personaje que Peter Jackson no refleja en sus películas: Tom Bombadil.

Cuestionado por la naturaleza y finalidad de este personaje, Tolkien comentó que quiso reflejar en él el espíritu de la campiña inglesa, especialmente de los alrededores de Oxford; lo cierto es que en Bombadil, que habita en el Bosque Viejo, resto de los inmensos bosques que cubrían la Tierra Media cuando el mundo era joven, se recogen una serie de cualidades que la tradición atribuye a los grandes sabios y magos de la humanidad. Veamos las principales.

En primer lugar, el anillo no tiene poder sobre él; al ponérselo, no se vuelve invisible, que es una de las cualidades que el anillo da a quien lo lleva puesto; tampoco le da excesiva importancia ni el anillo le crea necesidad alguna.

Luego, conoce el verdadero nombre de las cosas, pues al renombrar a los ponis de los hobbits, responden por los nuevos desoyendo sus nombres antiguos; tiene poder sobre los espíritus, pues los rescata del poder del tumulario que habita las antiguas tumbas olvidadas…Y sobre todo, los árboles y los animales le obedecen, pues rescata a uno de los hobbits del poder del viejo sauce, que lo tenía atrapado dentro de su tronco.

Todo esto señala la presencia de un gran sabio, conocedor de la esencia de las cosas, que no es dueño de la naturaleza, sino señor de ella. Cuando le preguntan a su esposa, Baya de Oro, quién realmente es él, ella responde que es el señor. Aquí vemos la profunda y ecológica visión que del hombre tenía Tolkien, no la de un amo que utiliza la naturaleza a su antojo y para sus necesidades, sino la del señor, aquel que la conoce y trabaja para que dé sus frutos y nos ofrezca lo mejor de sí misma.

De alguna forma, Tolkien sabía que en la naturaleza todo es cíclico, y todo camino, en el fondo, es de ida y vuelta. Entonces los hobbits, que se encuentran al principio del camino, topan con un personaje que está finalizando el viaje que ellos apenas comienzan, pues todo viaje es interior, y el camino es una alegoría de la evolución humana.

Finalmente, durante el transcurso del camino, los personajes sufrirán cambios interiores por todo el cúmulo de aventuras que les ocurrirán y las diversas vivencias que les pasarán. Tanto es así que, hacia el final del libro, los hobbits medrosos y asustadizos del comienzo se habrán convertido en  verdaderos héroes que realizarán el saneamiento de la Comarca, otro de los capítulos que no se recoge en las películas. Entonces, el camino se nos revela como un sendero de peregrinación y transmutación interna.

 

El anillo

Quizás sea el elemento más enigmático de la obra. La tradición nórdica nos habla de Draupnir, el anillo de Odín, del cual surgen nueve anillos. En la tradición cristiana, el anillo es un símbolo de pacto, pues lo llevan los casados como recuerdo de su unión indisoluble. Su misma forma ya nos da las claves para interpretarlo; siendo circular y, por tanto, al no tener principio ni fin, es un símbolo de eternidad, de duración constante, de unión. Así podemos entender cómo Draupnir genera nueve anillos (el nueve es el número que simboliza plenitud y totalidad), porque los pactos, al respetarse y cumplirse, dan lugar a nuevos pactos. El pacto es también una forma de poder, de dominio sobre la libertad del otro; al realizar un pacto con algo o con alguien también nos entregamos a él. Vemos, entonces, cómo el anillo también tiene el poder de limitar.

Tolkien titula su obra El señor de los anillos recuperando estos elementos de la tradición. El anillo único, que debe ser destruido por Frodo, fue forjado por Sauron, que a su vez ayudó en la creación de tres anillos para los elfos, siete para los enanos y nueve para los hombres mortales, creando a su vez un anillo único para dominar a todos los demás, en el que vuelca gran parte de su poder. Siendo Sauron la encarnación del mal, el anillo debe ser destruido para erradicarlo de la Tierra Media. Los tres anillos élficos son «desactivados» en cuanto sus portadores, grandes reyes elfos y magos, se dan cuenta de dónde procede el poder de sus anillos. Sobre los enanos, los siete anillos no tienen poder alguno, pues los enanos son muy orgullosos para someterse a alguien a cambio de poder. Son los hombres mortales los que caerán con sus anillos ante el poder del Único.

Una señal del poder del anillo, es decir, del pacto que se crea con Sauron, lo vemos en los Jinetes Negros. Aunque estos personajes se merecen un punto y aparte, debe hacerse notar que se vuelven agentes de Sauron al recibir los nueve anillos creados por él para los hombres mortales. Reciben poder, pero son meros esclavos de la voluntad de su amo, pues los ha ligado por pactos. La destrucción del anillo, entonces, es la destrucción del pacto con el mal, con el egoísmo y el egocentrismo que nos hace creernos el centro del mundo.

 

Principales personajes: la sombra y el pasado

Según sea nuestro nivel de conciencia, empezamos a darnos cuenta de que determinados pensamientos que nos sobrevienen y ciertas emociones que surgen dentro de nosotros no nos pertenecen ni merecen nuestra atención; sin embargo, están ahí. ¿Quién no ha tenido alguna vez las ganas de asesinar, aunque luego no lo haga? ¿Quién no ha sentido envidia, celos, desánimos, emociones perniciosas, sentimientos nefastos? Todo ello, que no somos exactamente nosotros, conforma esa sombra que todos llevamos dentro. Esta sombra nos hace cometer ciertos fallos en nuestra vida cotidiana, y estos fallos forman parte de nuestro pasado.

Este pequeño resumen de psicología nos es necesario para comprender cómo el genio de Tolkien hace que los principales personajes de su obra tengan que enfrentarse a su sombra y a su pasado, librando una lucha interior si quieren verdaderamente purificarse y prepararse para la gran batalla final que inexorablemente tendrán que encarar. Veremos esta lucha interna brevemente en Gandalf, Frodo y Aragorn.

Gandalf, cuando entra en la montaña de Moria (abismo oscuro) guiando a la compañía, se encuentra con un demonio llamado el Balrog. Este, como Gandalf, es también un espíritu celeste de segundo orden, un maia, pero que ha decidido hacerse servidor del mal. Entonces Gandalf, sobre el puente, lo conmina a detenerse. Comienza la lucha, Gandalf rompe el puente, el Balrog cae… y se lleva consigo a Gandalf. La lucha entre los dos continúa, finalmente Gandalf lo derrota… y deja de ser Gandalf el Gris para transformarse en Gandalf el Blanco. Así, el Balrog es la sombra de Gandalf que este debe enfrentar para purificarse.

¿Cuál es el pasado de Gandalf? Tolkien lo encarna magistralmente en otro de los personajes que originalmente llevaba el epíteto de El Blanco: Sáruman. Gandalf es tomado prisionero por Sáruman, quien ha dejado de ser la cabeza del Concilio Blanco para hacerse igual a Sauron. En un diálogo entre Sáruman y Gandalf, el primero le hace notar que su túnica ya no es blanca, sino que se ha vuelto multicolor, pues ha descompuesto el original color blanco en múltiples reflejos. Gandalf, en una frase magistral, le responde: «Aquel que quiebra algo para averiguar qué es ha abandonado el camino de la sabiduría». Sáruman se «quiebra» por orgullo, ya que decide combatir al mal por sí mismo; para ello acaba copiando sus formas y maneras de actuar, transformándose en algo igual a lo que imita. Una vieja enseñanza nos dice que «el fin no justifica los medios». Entonces Gandalf, para vencer su pasado, debe ser humilde. Finalmente, será rescatado por el águila, símbolo en todas las civilizaciones de poder y espiritualidad.

En Frodo, su sombra se encarna en el personaje de Gollum. Siendo originalmente un hobbit, se encuentra «casualmente» con el Anillo Único, y este se apodera lentamente de su mente con pensamientos de poder, soberbia y avaricia. Finalmente es expulsado de su comunidad y acaba en la oscuridad de un lago en el interior de una montaña; cuando pierde el anillo sale a buscarlo y se topa con Frodo, siguiéndolo hasta enfrentarse con él y caer en el fuego del monte del Destino.

El pasado de Frodo lo podemos ver en su tío Bilbo. Bilbo se hace con el anillo tras toparse con Gollum, pero en lugar de destruirlo se dedica a jugar con él, usando sus poderes para gastar pequeñas bromas; aunque el anillo no logra poseerlo, le es difícil deshacerse de él para dárselo a Frodo, lo que consigue gracias a la ayuda de Gandalf. Luego, viaja a la casa de Elrond, donde se dedica a escribir poesía y la historia de sus aventuras. Si bien hay mucha nobleza, también hay cierto abandono y pereza para no hacer lo que él sabe que debe hacer: destruir el anillo. Digamos que «delega» la tarea en su sobrino. Posterga para el futuro…y el futuro es muy incierto.

Para terminar, en Aragorn la sombra se corporiza en Boromir. Es un gran guerrero venido del sur que colabora en la marcha de la compañía, pero secretamente desea apoderarse del anillo para usarlo en la guerra contra Sauron, sin darse cuenta de que si utiliza sus mismos métodos (el anillo), inevitablemente se volverá como él. Tiene un momento de debilidad, se da cuenta de su error y Tolkien le da una muerte gloriosa.

El pasado de Aragorn lo vemos en la Quebrada de los Muertos. Como el tiempo urge para la batalla final, Aragorn se ve obligado a tomar un atajo a través de una cueva de la que ningún hombre ha logrado salir vivo. Aragorn, acompañado por el enano Gimli y el elfo Légolas, afronta el pasaje llevando a su caballo de las riendas. A su paso, se van sumando detrás de él ejércitos de fantasmas que no cumplieron su juramento de luchar contra el mal en las guerras olvidadas de antaño y que son capaces de meter pavor al más templado guerrero. Simbólicamente, son los recuerdos de nuestras traiciones, fallos, omisiones y errores. Aragorn consigue continuar su camino y salir de la montaña, venciéndose a sí mismo al asumir su pasado.

Merece señalarse también que el caballo, en simbología, se considera la encarnación de la nobleza, que acompaña a Aragorn en tan duro trance como es enfrentarse al pasado que todos llevamos dentro.

 

Personajes femeninos: la gran maga y la doncella guerrera

Cuando se publicó El señor de los anillos, algunos críticos acusaron a Tolkien de que en su obra no aparecían «mujeres». Ello no deja de ser verdad, pero me gustaría llamar la atención de que en su obra tampoco hay, digamos, «hombres». Nos encontramos con arquetipos o modelos de comportamiento, no con seres humanos tal como nos lo muestra la literatura moderna, con sus estigmas morales y problemas «psicológicos». Son personajes que despiertan «algo» dentro de nosotros y que, de alguna forma misteriosa, consiguen que nos identifiquemos con ellos viviendo sus aventuras y sus pruebas.

Si bien es cierto que los principales personajes de la obra son masculinos, de manera tangencial pero decisiva aparecerán dos personajes femeninos, Galadriel y Éowyn.

Galadriel es la reina consorte de Lothlórien, lugar donde arriba la compañía del anillo después de salir de Moria y perder a Gandalf. Tolkien, en diversas obras, nos enseña que es una elfo Noldorin que abandonó el reino bendecido de los Valar (primeros espíritus bienaventurados) porque quería tener un reino propio. Así, regresa a la Tierra Media y, con el tiempo, recrea lo que sería la Tierra si el mal no hubiera entrado en ella: el Bosque Dorado, Lothlórien. Todos los integrantes de la compañía reconocen la magia presente en ese bosque. Debemos entender por magia no la hechicería egoísta, sino la capacidad de recrear y plasmar en la tierra elementos propios del cielo. Para la tradición clásica, la verdadera magia es la teúrgia o la relación con los dioses, y en ese sentido se habla de magia en este trabajo.

Como maga que es, Galadriel tienta a todos los integrantes de la compañía; pero a Frodo y Sam les da un trato especial, conduciéndolos a ver su espejo, el espejo de Galadriel, que puede mostrar las cosas que queremos ver, pero a veces enseña cosas que no queremos ver y que nos son más provechosas. Ambos se reflejan en él y superan la prueba. Frodo la tienta, a su vez, ofreciéndole el presente del anillo. Ella supera la tentación negándose a aceptarlo. Finalmente, la compañía continua su camino.

Éowyn es sobrina del rey Theoden, señor de la Marca de los Jinetes. Al marchar a la guerra, el rey aparta a Éowyn, ordenándola que se quede como regente del reino mientras él no esté. Ella le desobedece y se disfraza de hombre para unirse a los jinetes, llevándose consigo al hobbit Merry, que también había sido apartado por el rey por su aparente ineficacia en el combate. Sin embargo, ambos desempeñarán un papel decisivo en la batalla para liberar la sitiada ciudad de Gondor, pues acabarán enfrentándose con el Rey Brujo. Tolkien hace encarnar en este personaje femenino el poder del amor, pues es el amor el que finalmente vencerá al mal.

La vacuidad del mal: los Jinetes Negros

Al retomar el camino, siguiendo los consejos de Tom Bombadil, los hobbits se encontrarán con unos misteriosos personajes, los Jinetes Negros, también llamados los espectros del anillo. Recuérdese que estos jinetes son los que recibieron los nueve anillos para los hombres forjados por Sauron. El origen de estos espectros lo cuenta Tolkien en El Silmarillion de la siguiente forma:

«[…] Los que llevaron los Nueve Anillos alcanzaron gran poder en su época: reyes, hechiceros y guerreros de antaño. Ganaron riqueza y gloria, aunque solo daño resultó. Parecía que para ellos la vida no tenía término, pero se les hacía insoportable. Podían andar, si así lo querían, sin que nadie de este mundo bajo el sol llegara a descubrirlos, y podían ver cosas en mundos invisibles para los hombres mortales; pero con no poca frecuencia veían solo los fantasmas y las ilusiones que Sauron les imponía. Y, tarde o temprano, de acuerdo con la fortaleza original de cada uno y con la buena o mala voluntad que habían tenido desde un principio, iban cayendo bajo el dominio del anillo que llevaban, y bajo la servidumbre del Único, que era propiedad de Sauron. Y se volvieron para siempre invisibles, salvo para el que llevaba el Anillo Regente, y entraron en el reino de las sombras. Eran ellos los Nâzgül, los Espectros del Anillo, los más terribles servidores del Enemigo; la oscuridad andaba con ellos y clamaban con las sombras de la muerte[i]».

Debe notarse cómo bajo la influencia del poder de Sauron, los antaño hombres se transforman en espectros, meros reflejos de la voluntad de su amo, que los ha sometido por los anillos regalados que, a cambio de un poder inimaginable, los transforma en esclavos. Vemos aquí cómo Tolkien nos habla de la naturaleza del mal como vacío, como mera sombra o ausencia de bien. Así, el mal, el egoísmo a ultranza, nos va royendo por dentro engañándonos con la promesa de dinero y honores, dejándonos vacíos para dominarnos totalmente.

Esto lo vemos con mayor claridad cuando el más poderoso de los nueve, el Rey Brujo, se encara con Gandalf en las puertas de Gondor durante la batalla. En palabras de Tolkien, «el Jinete Negro se echó hacia atrás la capucha, y todos vieron con asombro una corona real; pero ninguna cabeza visible la sostenía. Las llamas brillaban, rojas, entre la corona y los hombros anchos y sombríos envueltos en la capa. Una boca invisible estalló en una risa sepulcral[ii].

 

Conclusiones

Los personajes y elementos a tratar podrían hacerse interminables. Se quedan en el tintero digital el rey Theoden, la casa de Elrond y el valle de Rivendel, los hobbits que acompañan a Frodo… Pero todo comienzo debe tener un final; así pues, este breve trabajo está llegando a su término; para concluirlo, rendiré un pequeño homenaje a Tolkien escribiendo sobre su visión de la vida.

A la hora de hablar de religión, Tolkien se definía a sí mismo como cristiano, y católico apostólico romano por añadidura. Esta educación católica le fue inculcada por su madre, y se vio reforzada por su tutor, el padre Francis Xavier Morgan, sacerdote jesuita. Todo ello le marcó profundamente hasta el fin de sus días, pero surge la pregunta: ¿cómo es posible que de un cristiano haya nacido una mitología maravillosa como la de El señor de los anillos?

La respuesta la podemos encontrar en su conferencia Sobre los cuentos de hadas; considera que los modernos lenguajes europeos son una enfermedad de la mitología, y continúa hablando del Lenguaje así, en mayúsculas, pues en nuestro mundo, el pensamiento, el lenguaje y el cuento son coetáneos. Y sobre todo, concibe al hombre como subcreador, pues tiene la capacidad, a través de su fantasía, de recrear nuevas formas de los elementos de la creación plasmados en el Lenguaje. Si bien no habla de arquetipos platónicos, sus ideas están muy cercanas al sabio ateniense.

En una ocasión, Tolkien recibió una carta de una niña de diez años de edad, hija de su editor, haciéndole la pregunta: ¿cuál es el sentido de la vida? Nuestro autor le respondió que había que diferenciar la pregunta cómo (¿de qué modo llegó a ser esto?) de la pregunta por qué. Y continúa hablando de una mente. Pues solo una mente puede tener propósitos de algún modo cercanos a los propósitos humanos. A través de la intuición de esa mente, llega a la religión y a las ideas morales, deduciéndose entonces que la moral debería ser una guía para nuestros humanos propósitos si queremos poder captar algo de esa mente. De ahí continúa hasta llegar a la existencia de Dios, y el sentido de la vida sería glorificar al Creador. Recordemos que está escribiendo para una niña de diez años.

Espero que este trabajo haya sido útil tanto al lector asiduo de Tolkien como a aquel que nunca se haya adentrado en sus páginas y quiera leerlas por primera vez; y que los mitos y símbolos aquí tratados sirvan como referencia para comenzar el viaje interior que nos propone el viejo profesor, además de para un mejor aprovechamiento de las lecturas y del visionado de sus películas. Con esa esperanza me despido de ti, paciente lector. Y si te internas en el Camino de Tolkien, que encuentres tan buenos compañeros de viaje como los tuvo Frodo.

 

Bibliografía

Diccionario de símbolos, de Juan Eduardo Cirlot.

El señor de los anillos y la filosofía, de Gregory Bassham y Eric Bronson.

El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien.

El Silmarillion, de J. R. R. Tolkien.

 

[i] El Silmarillion, capítulo De los anillos de poder y la Tercera Edad, páginas 392 y 393 de la edición de 1984 publicada por edit. Minotauro.

 

[ii] El señor de los anillos III, El retorno del rey, cap. El sitio de Gondor, página 128 de la edición publicada en 1982 por edit. Minotauro.

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