Sociedad — 1 de octubre de 2022 at 00:00

El ángel negro de la melancolía

por

melancolia

«No esperes una crisis para descubrir lo que es importante en tu vida» (Platón)

Vivimos tiempos de incertidumbre y de vacío, tiempos difíciles que anuncian profundos cambios para los próximos siglos. Todos los días nos cruzamos con esta sensación de inseguridad y de malestar, más acentuada aún con el difícil confinamiento causado por la pandemia del coronavirus. 

La toma de conciencia de nuestra vulnerable existencia nos obliga a parar el ritmo frenético de nuestra huida hacia adelante, siempre esperando la tan deseada felicidad temporal, una ilusión reinventada por el materialismo secular responsable de la alienación global de tener, lo contrario de ser. 

Curiosamente, en estos periodos de crisis es cuando vuelve a aparecer la sombría melancolía, compañera del taciturno planeta, o sea, Saturno, que en la astrología tradicional caracteriza el tiempo, que todo lo desgasta. La visita cíclica a nuestras vidas que hace este gigante planetario, de movimiento lento, aureolado de neblinosos anillos, nos convoca para tiempos de reflexión y pausas para hacer los cambios necesarios en la renovación estructural del devenir humano. La trayectoria de la vida no es lineal; al contrario, tiene avances y retrocesos, momentos altos y bajos, en que la oscuridad y la luz auxilian en el movimiento pendular del reloj cósmico. En la lucha de los opuestos, en la fricción constante de los átomos que producen todos los fenómenos, se intercalan la vida y la muerte, el bien y el mal, el placer y el dolor, la alegría y la tristeza, estados transitorios que, progresivamente, conducen al último puente sin retorno del equilibrio, embrión eterno e indestructible donde converge.

En este océano de vibración sonora, existen intervalos de silencio capaces de interrumpir temporalmente la marcha de los acontecimientos, de forma semejante a los misteriosos agujeros negros, que son portales hacia lo desconocido. En el alma humana, también hay momentos donde el ángel negro de la melancolía viene a visitarnos para otorgarnos la oportunidad de realizar una auténtica catarsis y purificar nuestro corazón. Aristóteles habla de la catarsis como el reconocimiento y la aceptación de verdades dolorosas.

La transformación exige que tengamos coraje y fortaleza para identificar los dominios en que sentimos fragilidad y vulnerabilidad. Los alquimistas llamaban a esta etapa nigredo o mortificación, porque no puede haber renovación sin dejar atrás los viejos motivos de nuestras desilusiones y sufrimientos. Todos nosotros sabemos qué fácil es hablar de renovación y cambio cuando estos no nos tocan directamente, pero, cuando estamos atravesando nuestra propia crisis, nos resistimos con todas nuestras fuerzas para no tener que enfrentarnos a ella y se genera una lucha interior terrible.

Muchas de nuestras decepciones nacen de la pérdida del objeto deseado. Freud decía que debemos aprender a liberarnos del apego al objeto del deseo, en vez de culpabilizarnos y mortificarnos volviendo el dolor contra nosotros mismos. En la tradición filosófica, el Thymos representaba el sentimiento de dignidad y de respeto por uno mismo que, al ser contrariado, se manifiesta por medio de la cólera y del resentimiento.

Platón, en la República, hacía consistir la división tripartita del alma en lo siguiente: la cabeza corresponde a la razón, el corazón al coraje y el vientre a los deseos. El verdadero trabajo interior consiste en no huir del enfrentamiento, evadiéndonos de la realidad, sino en restablecer el alineamiento entre el cielo —nuestra dimensión espiritual—, la tierra —nuestra dimensión material— y nuestro corazón, lugar de reencuentro y de armonización entre el pensar, el sentir y el actuar. En la misma línea de pensamiento, Buda anuncia, en su Noble Óctuple Sendero, los siguientes ocho pasos para la conquista de la liberación del sufrimiento: recta comprensión, rectas intenciones, rectas palabras, rectas acciones, rectos medios de existencia, recta atención, recto esfuerzo y recta concentración.

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Actualmente, estamos atravesando un período crítico, caracterizado por la sustitución de la dignidad humana y el autodominio por la dinámica materialista de codicia y avidez, en que el individuo es arrastrado por la tiranía de sus mismos deseos, acentuados cada vez más por el consumismo desenfrenado. Como dice la frase de la canción: «Cuando la cabeza carece de juicio es el cuerpo el que paga». Estando el thymos asociado a la determinación y la acción de coraje, la melancolía se convierte en su reverso, el descontento, la inacción, la ausencia de compromiso y la pérdida de fortaleza interior.

La larga historia de la melancolía y su constante reaparición en el palco del alma humana requiere que procuremos saber un poco más sobre ella. Durante siglos, médicos, filósofos y teólogos estudiaron las interdependencias de las influencias entre el macro y el microcosmos.

Hipócrates, filósofo griego del siglo V a. C., fue el primero en formular una teoría del temperamento, basándose en la teoría de los cuatro elementos de Empédocles. Según el sabio médico, existen cuatro tipos de temperamento, conforme domine en el cuerpo del individuo uno de los cuatro fluidos corporales (humores): sanguíneo (sangre), flemático (linfa o flema), colérico (bilis) y melancólico (Atra bilis o bilis negra). Cada uno de ellos posee una determinada característica y, por analogía, temperamento, sustancia, elemento, estación del año, periodo de la vida, planetas, etc.

En su etimología griega, la palabra melancolía significa ‘bilis negra’: melas (‘negro’) y kholé (‘bile’), que se corresponde con la traducción latina melaina-kole. Es una tristeza vaga, permanente y profunda, que hace que el sujeto se sienta triste y que no disfrute de los placeres de la vida. Este estado de alma, también llamado «mal sagrado», estaba asociado con los filósofos que, en su búsqueda del significado de la vida, sentían un vacío existencial. La proposición atribuida a Aristóteles hizo comprender que debía de existir un vínculo entre la postura melancólica y el pensamiento contemplativo necesario para la filosofía. El humor melancólico se convirtió, entonces, en una característica de los grandes pensadores, de aquellos filósofos que, en su eterna búsqueda de conocimiento y enfrentando las limitaciones de la mente humana, caerían en el estado de la melancolía. Este humor estaría regido por el planeta Saturno. Marsilio Ficino, filósofo neoplatónico del Renacimiento, asociaba la bilis negra al centro de la tierra, que inducía al alma a buscar y descender hacia el centro de las cosas singulares, elevando su comprensión humana a una realidad más alta. Platón llamaba a la melancolía «un furor divino», que hace que el alma salga de sí misma, buscando un camino espiritual.

El amor platónico de otrora se desnuda del pudor y asume su gusto por la ostentación de objetos lujosos; la vida palaciega y sus jardines exquisitos dan lugar a la dulce melancolía de los deleites amorosos; el amor, la pasión y la muerte son la trilogía del teatro trágico-cómico de una época profundamente perturbada y retratada de un modo sublime en las obras de Shakespeare y Cervantes, quien, bajo el velo irónico de una melancolía enloquecida, señala las fragilidades del alma humana, transfigurada en la figura del sabio loco que sirve como escudo de protección contra un mundo de valores invertidos.

Eros y Tánatos, amor y muerte, encarnan el pathos predilecto de los héroes del romanticismo. Para los artistas prerrafaelistas, la saga medieval de Tristán, el caballero del triste destino y de su amada Isolda, constituye el tema de inspiración del amor eterno que vence el dolor y la muerte.

Los principios masónicos de la Revolución francesa, libertad, igualdad y fraternidad, se convirtieron en las grandes utopías del siglo XX. La explotación del hombre por el hombre condujo a guerras, odios, genocidios, racismo y totalitarismo, de la izquierda a la derecha, utilizando todos los recursos de la ciencia tecnológica para sus fines maquiavélicos. Las masas, cada vez más alienadas con la promesa de un futuro mejor, se hicieron sumisas y víctimas de sus mismas reivindicaciones, pues, como afirmaba Platón, los tiranos solo pueden existir donde haya condescendencia, aprobación y asociación con los mutuos intereses de sus víctimas. Así, la libertad se convirtió en libertinaje o huida de la responsabilidad; la igualdad, en masificación y atrofiamiento de la capacidad reflexiva en pro de la opinión pública; la fraternidad, en globalización de los intereses economicistas en detrimento de las desigualdades humanitarias. La psicología que se proponía explorar los misterios del alma humana se conformó con la seducción del marketing de masas, y las artes de la vida se transformaron en el mercado de la diversión y del entretenimiento. El individualismo se convirtió en una prenda prisionera de las democracias, pues, con la ausencia de ejemplos y referencias morales, quedamos incapacitados para escoger lo mejor y, en general, la única opción que queda es la del mal menor.

Las soluciones que propone la sabia filosofía son antiquísimas y universales, no cuestan nada y solo exigen un poco de buena voluntad y sentido común para salir del engranaje de sobrevivir a cualquier precio. Aquí transcribo algunas sugerencias para el verdadero cambio que deseamos tanto que se dé en el mundo y que podemos ver cómo se da hoy en nosotros mismos.

El narcisismo que excluye: debe ser tratado con el deseo sincero de cultivar los valores humanos, comenzando por el cultivo de uno mismo, porque el deseo de mejorar internamente rasga las fronteras del yo egoísta y exclusivo y permite el reencuentro armonioso con el otro.

El miedo que paraliza: debe ser tratado con acciones generosas que nos fortalecen y nos obligan a salir de nuestra zona de confort, enfrentando lo desconocido. Así, las dificultades encontradas en las vivencias reales ayudarán a superar nuestros límites y a expandir nuestra conciencia.

La ausencia de compromiso, que huye y relativiza: el compromiso es un sentimiento de restitución y fidelidad con aquello que está en concordancia con nuestra conciencia. El verdadero compromiso es pensar y vivir de acuerdo con los valores que nuestra alma reivindica como modelo de dignidad y de justicia para todos. Hacer el bien es un deber que la vida nos reclama, porque el propósito de nuestra evolución es recuperar el estado de pureza que fuimos perdiendo cuando hicimos de nuestra tierra un infierno en vez de un paraíso.

La desconfianza que nos aísla: el enemigo no está fuera, está siempre dentro de nosotros. Debemos reaprender a cuidar de nuestra mente, de nuestros pensamientos y emociones con tanto celo como cuidamos de nuestro cuerpo; la fragilidad interior, las dudas, traen inseguridad y miedo al otro. Sin embargo, nada ni nadie puede perjudicar a aquel que vive virtuosamente, pues, como enseñaba el Buda, «ningún veneno puede penetrar en una mano sin heridas».

El vacío que nos deprime: «Nos convertimos en aquello que contemplamos», dijo el sabio Plotino. La imaginación puede recrear la belleza y restaurar nuestro equilibrio interior; las artes conmueven al alma y hacen vibrar las cuerdas de nuestro corazón. Tenemos que reaprender a mirar al mundo con la luz de nuestra inteligencia, para que nunca se nos escapen las respuestas que la vida sembró bajo nuestros pies, y amar y vivir cada día con la inocencia de aquel que está siempre listo para reaprender y descubrir que lo importante es siempre invisible para los ojos y que, al final, no sabremos nada de nada en cuanto no abramos nuestro corazón.

La indiferencia que desvaloriza: tenemos que volver a ver el mundo con los ojos de nuestro niño interior, que se asombra y alegra con lo que descubre, dando valor a las pequeñas cosas, y hacer que estas brillen como estrellas en la tierra, porque su verdadero valor está en la grandeza de alma que le atribuimos.

La desesperación que cierra la puerta al futuro: nos hace falta aún recuperar e interiorizar las enseñanzas de aquellos que se convirtieron en estrellas en la tierra e iluminaron, con su ejemplo, nuestras vidas. Las virtudes son escaleras hacia el cielo, lugar de paz que tendremos que cultivar, primero en nuestro corazón, inspirándonos en las tres grandes virtudes cristianas: la fe que nunca nos abandona, porque ella es la fuerza de voluntad que cree que todo el mal que pueda afligir a nuestra personalidad trae siempre algún bien a nuestra alma inmortal. La esperanza, que Pandora, la Eva o madre naturaleza, consiguió salvar del cofre de oro que los dioses le entregaron; es la prueba del amor que sabe tener paciencia porque nunca duda de que vendrán tiempos mejores si somos capaces hoy de poner la primera piedra de este puente que une el pasado con el futuro. Y, así, podremos, con caridad, servir con inteligencia, dando lo mejor que somos, agradeciendo a la vida la oportunidad de tener ejemplos que seguir, y motivos para restituir con el bien el mal practicado.

Termina aquí esta reflexión sobre la melancolía que, ciertamente, continuará visitándonos en esta aventura nuestra, maravillosa y grandiosa. En esta travesía marítima por los mundos interiores, más allá de las fronteras del reino del sombrío Saturno, y de sus anillos que aprisionan las reminiscencias de nuestras almas, se abre otra dimensión para la conciencia, un nuevo cielo donde Urano, el señor del cambio y de la renovación, espera al hombre nuevo que verá nacer la tan esperada edad de la reconciliación entre lo espiritual y lo material, porque, como decía Oscar Wilde, «el alma nace vieja en el cuerpo para rejuvenecer el cuerpo que envejece».

One Comment

  1. ¡Bellísima reflexión, gracias!

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