Filosofía — 1 de septiembre de 2021 at 12:00

El banquete de Dante

por

Dante Platón

Los grandes cambios que se producen en el ámbito de las ideas requieren un tiempo para germinar y florecer. Esto choca mucho con la costumbre actual de fiar todo al corto plazo, el afán por encontrar efectos inmediatos a las acciones humanas. El estudio de una figura tan singular como Dante Alighieri (1265-1321) nos invita a pensar que los ritmos de la historia no son tan rápidos como parece y los grandes cambios proceden de las propuestas de los que son capaces de mirar desde arriba y atisbar el futuro. Dante, junto con Francesco Petrarca (1304-1374) y Giovanni Boccaccio (1313-1375) abrieron el camino para el espléndido Renacimiento italiano y las nuevas ideas, que dieron vida a todas las artes. Un nuevo mundo se estaba gestando en las mentes privilegiadas de unos personajes excepcionales. No podemos olvidar el papel fundamental que desempeñó la filosofía en este proceso, una vez más presente en un renacimiento de los muchos que se produjeron en la historia.

En este caso, el «descubrimiento» de las obras de Platón jugó un papel preponderante, junto con las de los llamados neoplatónicos de la Antigüedad tardía, que empezaban a llegar a las universidades medievales y que se encuentran relacionadas con el nuevo espíritu del tiempo que se estaba despertando. Por eso es pertinente que nos preguntemos la relación de Dante con la filosofía y con los filósofos.

El banquete

No deja de ser cuando menos sugerente que esta su obra más filosófica se titule Convivio (‘banquete’, en italiano), semejante al título del famoso diálogo platónico. Fue escrita durante el periodo de su exilio en Rávena, expulsado de Florencia, su ciudad, debido a sus compromisos políticos. Él mismo precisa que este trabajo viene a completar La vita nuova que elaboró en su juventud, en la cual narra su mágico encuentro con la misteriosa Beatriz, su amada.

En esta obra de madurez, su compromiso con la filosofía queda puesto de manifiesto desde el comienzo, con una alusión a Aristóteles al inicio de su primer tratado: «Como dice el filósofo al principio de la primera filosofía, todos los hombres, por naturaleza, desean saber». A partir de esta declaración, toda la obra viene a ser un encomio de la filosofía como amor a la sabiduría y también como sabiduría del amor.

El Convivio se estructura en cuatro tratados de una extensión desde trece capítulos el primero a treinta el cuarto. Contiene también comentarios en torno a tres «canciones» o poemas, el primero de los cuales sirve de introducción y explicación de los motivos y la finalidad del trabajo, y los demás sirven de comentario a los poemas. Todo se enmarca en la alegoría del banquete a partir de su voluntad de compartir «el pan de los ángeles», que está reservado a unos pocos, y deja hambrientos a los que no tienen acceso a ese manjar. Pero pide que no se sienten al convite los que están entregados a los vicios, sino solamente aquellos que no pudieron aprender por verse sujetos a otras obligaciones. También pone algunas condiciones para participar, como por ejemplo, huir tanto de la alabanza propia como del propio vituperio. Percibimos la intención del poeta de poner al alcance de sus conciudadanos los criterios de los filósofos clásicos, ofreciendo un compendio de sus ideas más destacadas, hasta tal punto que viene a representar una glosa de la filosofía y una propuesta sobre la conveniencia de que los gobernantes sean filósofos, que evoca su De Monarchia.

En el Convivio abundan alusiones a Boecio (siglo VI d. C.), autor de Consolación de la filosofía, al cual recurrió en los días difíciles de su destierro y en el que encontró el consuelo que necesitaba. San Agustín (Confesiones), Aristóteles (especialmente la Ética y la Metafísica), Cicerón, el filósofo musulmán Avicena, son también sus inspiradores. Hay que considerar que en su tiempo aún no estaba difundida la filosofía de Platón en Europa y solo se conocían los diálogos a través de otros autores, como el propio Cicerón. Son muy abundantes las reflexiones éticas, en relación con las virtudes y los defectos que están a la vista entre sus conciudadanos, y expresa su intención de llegar a más lectores utilizando la lengua itálica. También menciona a Pitágoras y a Platón en varias ocasiones, calificando a este último como «hombre excelentísimo», que llamaba «ideas» a las formas, que otros consideraban que eran dioses y diosas «aunque no las entendían filosóficamente como Platón». Muestra además su conocimiento del Time, del cual probablemente pudo conocer alguna traducción.

Sobre la base de la filosofía, Dante enseña en esta obra, entre otras cosas, a comprender cómo nace el amor en el alma, dedicando espacio a referirse a su inmortalidad y a su origen divino, ofreciendo ejemplos y pruebas, siempre apoyándose en la autoridad de Platón y Aristóteles.

En el Convivio encontramos las principales ideas que alumbrarían el Renacimiento, con sus alusiones a ciencias como la astronomía, con algunas referencias de tipo esotérico o pitagórico, como la que realiza sobre los «nueve cielos movibles», señalando una de las claves numéricas de sus escritos, que remiten al esotérico nueve.

Así explica Dante su descubrimiento de la filosofía como un enamoramiento mientras leía la obra de Boecio, y describe esa experiencia con su alegoría fundamental: «Me la imaginaba formada como una dama gentil; y no podía imaginármela en acto alguno que no fuese misericordioso; por lo cual, tan de grado la miraba el sentido de la verdad, que apenas podía apartarlo de ella».

En sus poemas y sus comentarios aparece una y otra vez la figura de la «dama nobilísima» que es la Filosofía, tal como asevera: «Y así, al fin de este segundo Tratado, digo y afirmo que la dama de quien me enamoré después del primer amor (que es el de Beatriz, según narra en La Vita Nuova) fue la bellísima y honestísima hija del Emperador del Universo, a la cual Pitágoras puso por nombre Filosofía».

En el tercer tratado desarrolla el rico simbolismo de este su segundo amor por una dama «de semblante misericordioso», y se propone explicar en qué consiste la filosofía a partir del significado de su nombre, «amor al saber», un amor que pueden experimentar todos los seres humanos, por lo cual todos pueden ser llamados filósofos. A continuación diferencia lo que es ser filósofo y lo que no lo es: «para ser filósofo hay que tener amor a la sabiduría, que hace benévola a una de las partes; hay que tener deseo y solicitud, que hace benévola también a la otra parte; de modo que nace entre ellas la familiaridad y la manifestación de benevolencia. Por lo cual sin amor o afición no se puede llamar filósofo». En contrapartida, no se debe considerar filósofo a quien busca la sabiduría para entretenerse o brillar, o deleitarse. Y tampoco por utilidad, como hacen los que buscan con ella adquirir riquezas y dignidades. De tal manera que «el verdadero filósofo ama cada parte de la sabiduría, y la sabiduría cada parte del filósofo, en cuanto lo reduce todo a él, y en manera ninguna deja que su pensamiento se extienda a otras cosas». De nuevo encontramos una reminiscencia platónica en Dante al hablar de la «verdadera» filosofía y el «verdadero» filósofo, frente al que solamente lo es «por accidente» o superficialmente. Y aclara: «hay filosofía cuando el alma y la sabiduría se han hecho amigas, de modo que la una sea amada por entero de la otra», pues es un amor que debe ser recíproco, como todos.

Es muy interesante la reflexión que aporta Dante a la relación de la filosofía con la idea de Dios, a través del siguiente razonamiento: «Filosofía es amoroso ejercicio de sabiduría, el cual está principalmente en Dios, porque en Él hay suma sabiduría, sumo amor y acto sumo, que no puede haber en parte alguna sino en cuanto de Él proceda. Es, por lo tanto, la divina filosofía esencia divina, puesto que en Él no puede haber cosa añadida a su esencia; y es la más noble, porque nobilísima es la esencia divina y existe en él por modo perfecto y verdadero, como por eterno matrimonio». Y subraya la importancia del amor, la verdadera alma, para que surja la verdadera filosofía.

Los fieles de Amor

Algunos autores se han referido a la relación de Dante con los llamados Fedeli d’Amore («Fieles de Amor»), denominación de uno de los grupos en Florencia que aglutinaba a poetas, artistas, seguidores de Eros, como numen que sostiene el mundo y reúne las cosas y las mantiene unidas. No se trataba del sentimiento amoroso al estilo romántico, sino que había una intención de ascender hacia el Eros primordial y metafísico de la Teogonía de Hesíodo, o el Fanes de los órficos. Una aproximación a una mística filosófica, que sirve de base a toda una visión del mundo que incluye lo político y lo cultural, como un ideal general para un nuevo tiempo. De ahí la repetición de la palabra novo (‘nuevo’) en las propuestas de Dante: el dulce estilo nuevo, la vida nueva…

Se atribuye a los Fedeli también una conexión con la Orden del Temple, como una rama laica de la orden. Como han señalado estudiosos como Valli, no es casual que Dante sitúe a san Bernardo de Claraval, que tanto apoyó a los templarios, como su acompañante en el último tramo de su visita al Paraíso. Hay que tener en cuenta además que la vida de Dante coincide en el tiempo con la dura persecución que sufrió la orden templaria, su definitiva extinción y el exterminio de los principales maestros en la hoguera y no se privó de criticar en público esta funesta acción, culpando a la corrupción del papado y del rey de Francia.

Estos indicios inducen a pensar que la poesía de Dante responde a un interés de transmitir un mensaje revestido de imágenes, como acabamos de ver en el Convivio y una voluntad de explicar el elaborado simbolismo que tanto inspiraría a los artistas renacentistas. La elección de la poesía por parte de Dante para dirigirse a sus contemporáneos está apoyada en una profunda reflexión filosófica, pues en sus escritos encontramos una intención clara de reivindicar una filosofía que ayudase a despertar la parte más elevada del alma, que es la que puede alcanzar la sabiduría.

Aunque sabemos poco de esta asociación de fieles de Amor, por su carácter secreto, sí constatamos el recurso a determinados símbolos, como la dama misericordiosa, que es la Sabiduría, o la mujer de «mente angelical», que es la mente superior del ser humano, o a la rosa, que significa la entrega al amor, temas recurrentes entre los místicos medievales. Concretamente, se ha estudiado la correspondencia de los símbolos de Dante con los que utiliza el fiósofo y místico musulmán Ibn Arabi (Murcia, 1165-Damasco, 1240), en su obra El intérprete de los deseos, con grandes semejanzas con La vida nueva, de Dante, que inaugura el llamado «Dolce Stil Novo». Según ha analizado Ricardo Paredi[1], siguiendo a Asín Palacios, el sabio andalusí pudo influir en el florentino, lo que nos da idea de sus lecturas.

Estas son las coincidencias que ambos estudiosos han encontrado entre los dos filósofos místicos: «el lenguaje poético utilizado para “abordar” a la amada, el esfuerzo lingüístico para llegar a decir lo inefable, la estratificación semántica que permite una poderosa mezcla entre misticismo y erotismo, (…) la elevación espiritual, las visiones, el estrecho enlace entre los elementos ojos-corazón, la presencia de un comentario para explicar los versos y evitar cualquier malentendido, y muchos otros temas», enumera Paredi.

Tanto Beatriz para Dante como Nizam para Ibn Arabi, las dos amadas, marcan la vida de ambos poetas, revelándoles un ideal superior, gracias a sus fugaces apariciones, que responden a su anhelo de alcanzar el amor divino. «La amada no es solamente la causa primera, no es solamente el objetivo final, sino que es ella misma la fuerza motriz que infunde en ellos una sed de ella, un deseo del alma de Amor Divino», explica el autor citado.

Es interesante aprovechar las conmemoraciones del centenario de la muerte de Dante Alhigheri para reencontrarnos con la obra filosófica y poética que eleva el alma y la hace mejor.

[1] «El intérprete de los deseos de Ibn ʿArabī y la Vita Nova de Dante Alighieri. Los conceptos compartidos de ausencia, memoria e indefinido». Publicado en  El Azufre Rojo V (2018), 163-174.

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