A veces, con frecuencia, el poeta se cuenta cuando cuenta.
Al desgranar sus pensamientos con el ropaje hermoso de sus versos, se desgrana a sí mismo como en un desinhibido acto de desnudez anímica, pero inconsciente.
Dante lo hace…
En mi primera lectura de su Comedia «divina», hace muchísimos años, ya le sorprendió a mi edad adolescente (¿quién es él para juzgar?, pensaba yo) la fiscalidad con la que el joven poeta, puede que por esa imberbe experiencia, impartía ubicaciones infernales a diferentes personajes de la historia y la mitología.
Dos décadas después la volvía a leer y, gracias a los estudios de filosofía esotérica, logré comprender mejor el fondo alegórico escondido de la obra. ¿Cuál? Es arduo, arriesgado y peligroso.
Arduo para el somero espacio de un artículo. Arriesgado por lo que de iconoclasta puedan parecer mis reflexiones. Peligroso por el peso que supone fiscalizar al fiscalizador.
En el canto primero, Dante confiesa que «a la mitad de mi vida, me encontré en una selva oscura por haberme apartado del camino recto». O sea, según su biografía, el poeta contaba en ese momento treinta y tres años (¿alegoría de la edad de Cristo?). Narra entonces el encuentro con tres animales que le aterrorizan: la pantera, alegoría de la lujuria, «que interceptaba mi camino obligado a retroceder»; el león, alegoría del orgullo y la ambición «que venía contra mí…»; la loba, alegoría de la avaricia de Roma «que ha obligado al vivir miserable de mucha gente…». Y después tiene el encuentro con el gran poeta latino Virgilio, que le anuncia que va a ser su guía por encargo de su amada Beatriz. Necesaria compañía para el poeta cristiano que es Dante: la Poesía y la Teología.
En el canto II, el poeta invoca a las musas ante el terror de entrar al Infierno: «¡Venid en mi ayuda!… ¿Por qué he de ir? No soy Eneas ni san Pablo, no me creo digno de ese honor…». Lo dice como alegoría porque Eneas bajó a los Infiernos en la Eneida de Virgilio y Pablo de Tarso fue arrebatado al Paraíso al caer del caballo.
Canto III. Los dos poetas llegan a la puerta del Infierno, en donde hay un letrero: «Por mí se va a la ciudad del llanto… ¡Oh vosotros que entráis, abandonad toda esperanza!». Y así, cruzan en la barca de Caronte el río Aqueronte (alegoría: en griego ‘Río del Dolor’).
Canto IV, LIMBO. Según dice Virgilio, es un lugar de piedad por los que habitan, pues no siendo pecadores no merecen otro lugar mejor por no estar bautizados (teoría tridentina), aunque Dante hace excepción en su narrativa liberando a los patriarcas del Antiguo Testamento, desde Moisés y Abraham hasta Abel y Noé entre otros… Pero sí deja la duda sobre por qué no salieron todos tras la bajada de Cristo a los Infiernos para librar a los nacidos antes de su llegada al mundo… aunque el poeta no se atreve a aclararlo ni a liberarlos. Allí descubre a unos poetas, Homero, Horacio, Ovidio y Lucano, los cuales saludan con honra a Virgilio, y el aludido añade que, «más que a él honran a la Poesía». Después, al llegar a un castillo con siete murallas (alegoría de las siete virtudes: justicia, fortaleza, templanza, prudencia, inteligencia, sabiduría y ciencia). Allí, Dante describe una larga serie de personajes históricos, griegos y romanos y de otras culturas «que hablaban poco y con voz suave y mirada tranquila y grave». Y cita entre otros a Héctor, Sócrates, Platón, Aristóteles, César, Séneca, Electra, Lucrecia, Julia, Cornelia, Zenón, Heráclito, Orfeo, Euclides, Hipócrates, Avicena, Galeno y Averroes.
La actitud de Dante, su tibia renuncia al encanto de los personajes del mundo pagano, tan enraizado en su anterior vida, así como su negación a relegarlos del Limbo en su obra, es similar a la de san Agustín y Thanhauser. Ambos, vuelven sus anhelos de conversos hacia el cristianismo y repudian su anterior creencia. Y en el caso de Agustín, denigrando con dureza al maniqueísmo, tan afecto a él anteriormente… O, al menos, eso es lo que nos ha llegado de la mano de copistas y traductores antiguos. Estas actitudes, de cierto infantil temor a ser rechazado por el «nuevo orden poderoso», denotan una inseguridad que raya en el temeroso servilismo censor, aunque en el caso de Dante esté templado por la mística poética, serena y balsámica, pues sabe muy bien que «la mitología es la patria de las musas» (Capell).
Siempre alegórico, el poeta enumera los cantos en 34 (7) el Infierno, 33 (6) el Purgatorio y 32 (5) el Paraíso. En total son 99 cantos que, remitiendo estos a la suma teosófica, resulta 9, que simboliza lo eterno. A ningún entendido se le escapa, ni tampoco a quienes saben intuir, que la Divina comedia está tejida en la urdimbre de las alegorías y símbolos continuados, muchos de ellos inextricables para los profanos y un reto para los esoteristas.
«En los escritos homéricos este número tiene un valor ritual. Deméter recorre nueve días en busca de su hija Perséfone. Las nueve musas han nacido de Zeus en nueve noches de amor con Mnemosine. En la Teogonía de Hesíodo son nueve días y nueve noches la medida del tiempo que separan cielo y tierra y esta del infierno».
También tiene su simbolismo el número 7 como sendero de perfeccionamiento ente lo sagrado (tríada) y lo humano (lo terrestre). El 6 en cuanto a la ambivalencia del alma humana y en los dos triángulos que se unen en la estrella de seis puntas. Y el 5 se podría asociar al ser humano evolucionado que ha logrado sumar a su materia cuaternaria un punto superior.
Desde el Canto V al XXXIV, Dante nos introduce en diferentes círculos infernales. Eso sí, reconociendo que ha sido en su juventud esclavo de tres bajas pasiones, para él pecados: lujuria, soberbia y avaricia, aunque reconocerlo no le exime de buscar su redención en esta gigantesca obra poética.
- Lujuria. Compartiendo con su guía su conmiserado sentimiento hacia los que allí se encuentran, cita a varios personajes desde su óptica fiscalizadora. Cleopatra, Helena, Paris, Tristán son elegidos entre otros varios.
- Gula. Allí encuentra a Ciacco, de Florencia, bufón jocoso propenso a la glotonería, y le habla de personajes conocidos por el poeta los cuales, pese a sus virtudes y a causa de vicios más graves, están en las profundas simas del Infierno. Ante una pregunta de Dante a Virgilio, este le recuerda una cita de Aristóteles: «Cuanto más perfecto se es, mayor bien o dolor se experimenta».
VII. Avaricia. «¿Por qué nos destruyen así nuestras propias faltas?», se lamenta el joven vate a su maestro y guía. Aquí el poeta trae a los clérigos, papas y cardenales a quienes subyugó la avaricia. Aunque no se atreve a poner nombre a ninguno…
VIII. Ira. Es un círculo envuelto en llamas. Dante pone a Flegias como muestra de la ira y el orgullo. Fue rey de los lapitas e hijo de Marte. Llegan a Dite, ciudad de Plutón y patria infernal de los criminales. Y en el noveno, los dos poetas reciben la ayuda de un esperado ángel, no sin antes citar a Ericton, famosa maga de Tesalia, y a las erinias, Megara, Alecton y Tisífone, furias infernales de aquel profundo lugar, el más alejado del Cielo. Antes de salir de allí visitan la ciudad donde penan los heresiarcas de todas las sectas conocidas por Dante.
Así continúa Dante citando a quienes él considera merecedores de infernales suplicios bajo los vicios capitales: IX. Las Furias. X. Los herejes. Allí pone a Epicuro, al gibelino Farinata, Guido Cavalcanti, Fotino, emperador Anastasio, los centauros Quirón y Neso, Alejandro de Feres, Dionisio de Siracusa, Atila, Pirro. XII. Los suicidas. Aquí, nos insinúa Dante que «este pecado puede llevar a la involución humana hasta la vegetal». En el siguiente canto se trata de los violentos contra Dios, la naturaleza y la sociedad y cita a Capaneo, rey soberbio y enemigo de los dioses. XVII. Los usureros. Cita varios nombres de Florencia y Padua entre otros. XVIII. Los fraudulentos. Aquí destaca sobremanera a Jasón por sus engaños a varias mujeres enamoradas. XIX. Simonía. El joven poeta se exalta y arremete contra varios papas; pero sin nominativos, solamente con datos alegóricos: «os habéis construido dioses de oro y plata». Canto XX. Los adivinos. Para Dante, todos falsos, como Tiresias, Eurípilo, M. Scott, Aronte, G. Bonatti y Asdente. Cantos XXI-XXII. Los traficantes con la Justicia. Él llama Malebranche a los demonios de ese círculo. O sea, malasgarras, nombre muy alegórico para los condenados allí. XXIII. Los hipócritas. Los condenados caminan bajo una capa de plomo y dorada por fuera. Cantos XXIV-XXV. Los ladrones. Estos condenados son mordidos por horribles serpientes. XXVI-XXVII. Los malos consejeros. Con sorpresa para él, allí encuentra a Ulises y Diomedes, que le narran sus avatares, y también al conde de Montefeltro, que le pregunta si hay guerra en su tierra y Dante explica su opinión moral: «pues nunca estuvo sin guerra en el corazón de sus tiranos». XXVIII, aquí dedica este canto a los cismas, escándalos y herejías, habitado según él por Mahoma, Alí, Pedro de Médicis. Mosca y de Born. XXIX–XXX. Falsarios, son los que sufren en este círculo infernal. XXXI, XXXII y XXXIII. Los traidores. En cuatro lugares, en el círculo más profundo del Infierno, se castiga a cuatro tipos de traidores. Uno la Caína, de Caín, el fraticida. Dos Antenora (castigo eterno), los traidores a su patria. Tres Ptolomea, de Ptolomeo, están los traidores a los amigos, y el último canto, el XXXIV, Judesca, de Judas y también Lucifer por traición a sus bienhechores.
Todo esto me hace concebir que al autor le impele, racional o emocionalmente, el destacar los vicios de personajes históricos relevantes del mundo antiguo, para él paganos y otros no cristianos, así como muchos de la revuelta política italiana. Aunque esto no es óbice para reconocerle la grandísima información histórica, a veces subjetiva, que el poeta desgrana durante todos sus cantos. Acaso se puede comprender esta actitud de quien vive en el siglo XIII con sus convulsas experiencias existenciales y ha retornado al amparo de la Iglesia católica en una Italia llena de inseguridades políticas, que de hecho le perjudicaron de modo superlativo.
Acaso también, pudo ser que su Comedia fuese una catarsis necesaria para su alma, atormentada por tanto infortunio, en donde poder volar, alegóricamente, a una Arcadia poética y olvidar tantas amarguras morales y sociales que le fustigaron y que, gracias a la poesía, pudo trasmutar en arte.
O acaso también, quién sabe…, se trate de una gran obra, y lo es, que aglutina en su pequeño universo literario una galaxia de personajes con sus historia de luces y sombras en órbita constantes en torno a la vida soleada por el Logos.