Filosofía — 1 de abril de 2021 at 09:00

Los arquetipos de Platón: la verdad

por
La Verdad
La calumnia de Apelles, de Sandro Botticelli.

La filosofía, entendida como «amor a la sabiduría», no puede dejar de preguntarse por aquellos arquetipos que inspiran todo cuanto existe (el mundo de las ideas), ni tampoco puede obviar el conocimiento de la realidad material (el mundo sensible), aunque las ciencias físicas y naturales hayan centrado en ello su búsqueda en detrimento de la filosofía.

La verdad

El filósofo quiere saber y, como enamorado del conocimiento, no tiene ningún campo vedado; por ello la filosofía, en su inicio, abarcaba todas las demás ciencias. Quiere comprender el mundo material en que vive, al ser humano y la sociedad, se busca a sí mismo y busca a Dios. Pero el filósofo pretende la verdad porque necesita certezas.

Y es obvio que la verdad ha de llevarnos hasta la sabiduría. Por ello, parecería que la verdad es el arquetipo que es propio al filósofo, su anhelo natural, aunque hemos dicho que todos los arquetipos guardan relación entre sí y son varios los caminos que llevan a la realización de nuestro ser.

* El filósofo quiere saber y aspira a la verdad de modo natural, pero ¿Qué es la verdad?

Para Platón, la tarea fundamental del hombre es la búsqueda de la verdad y esa debe ser su divisa, aquello que marque su rumbo personal.

Pero Platón considera que la verdad es un arquetipo elevado, porque es un ideal que aún no podemos alcanzar, un modelo. Es una luz lejana que traza un camino a seguir.

Por tal motivo, Platón nos advertía de que vivimos en un punto intermedio (y peligroso) entre la ignorancia y la sabiduría: no somos totalmente ignorantes ni tampoco sabios. Debemos seguir ese aprendizaje profundamente humano que nos lleve a la sabiduría, aunque ello no significa utilizar bien la razón para nuestro propio interés, ni ser astuto o listillo, ni preocuparse solo por satisfacer los propios instintos y egoísmos.

* Este mundo de la opinión es subjetivo y cambiante, no es un terreno apropiado para que crezca la verdad.

Subjetivo, porque no siempre sabemos estar por encima de nuestra visión personal, a veces interesada, irresponsable o mediocre.

Y cambiante, porque nuestro criterio personal, no siempre bien formado, sufre la influencia de las corrientes de opinión, los bulos lanzados por grupos de presión, los medios de comunicación y las modas.

Todo ello crea falsas verdades (mentiras disfrazadas de verdad) que manipulan y gobiernan dicha opinión. En esta época de la posverdad, nos hemos acostumbrado a vivir con medias verdades.

Por eso se afirma que «la verdad no es planta de esta tierra».

* En consecuencia, ¿el conocimiento que tenemos de la verdad es relativo?

Obviamente, nuestra verdad es relativa en la medida que nos conformamos con tener opiniones, porque depende del punto de vista subjetivo de aquel que observa o analiza cada tema o cuestión.

Aunque posea un exceso de información envidiable, vivimos en un mundo que no logra alcanzar la sabiduría. Quizá por ello, nadie se siente totalmente seguro ni feliz con su propia opinión, porque no tiene la certeza de que sea «verdad».

* Pero la filosofía no se conforma con verdades a medias, con valores descafeinados o mediocres. Como filósofos, nos seguimos haciendo preguntas porque necesitamos respuestas y pretendemos alejarnos de la ignorancia para llegar a la sabiduría.

* Mediante el aprendizaje filosófico recogemos las enseñanzas de los grandes sabios, llegando a comprender mejor el sentido de la vida y de nuestra existencia.

Así, cada pequeña verdad suplantará una duda, una inquietud, un temor, nos alejará de las conjeturas y opiniones para acercarnos a la verdad. Porque, como dijo A. Machado: «Caminante no hay camino. Se hace camino al andar».

Según Platón, para alejarnos de esas verdades relativas y cambiantes tendremos que fijar nuestro interés más allá del mundo sensible, subjetivo y cambiante, es decir, en el mundo inteligible, que es donde él sitúa el arquetipo de la verdad.

* Viviendo en un mundo de opinión, ¿podremos encontrar la verdad?

Sin duda, podemos alcanzarla. No obstante, si la verdad no se encuentra en el mundo sensible, es lícito preguntarse: ¿cómo podremos hallarla?

El filósofo no puede conformarse con un mero conocimiento racional basado en el mundo sensible, pues pretende llegar a ese mundo superior de las ideas en donde reside la verdad.

* Platón afirma que la verdad se halla en el interior del alma del hombre, porque el alma del hombre ha estado en contacto con el «Ser». Su alma es de naturaleza divina y el cuerpo es su vehículo. Cuando el alma residía en el mundo de las ideas, antes de abandonarlo para «encarnar» en un cuerpo material, tenía a la vista las ideas. Y alojada en el cuerpo, el alma se siente prisionera porque busca trascender las ataduras y limitaciones del mundo sensible.

* Podemos acercarnos al mundo inteligible por medio de la reminiscencia y entendemos por reminiscencia esa capacidad de recordar aquello que nuestra alma ha vivido cuando estaba en contacto con el mundo de las ideas. Esos recuerdos nos permiten dar por ciertas algunas verdades o reconocer algunas circunstancias que la vida nos muestra, porque ya las hemos vivido antes. Para Platón, la reminiscencia demuestra que nuestra alma ha estado en contacto con ese mundo de las ideas y que tales ideas preexisten y tiene entidad por sí mismas, son autónomas e invariables: «Aprender no es sino recordar», dirá Platón.

El alma necesita alejarse de los objetos cotidianos, pues persigue lo divino, porque recuerda y añora ese mundo de las ideas, que es su patria natural. Por ello se dirá en el Fedro que «el alma tiende a mirar hacia lo alto, a la manera de los pájaros».

La Verdad
La verdad saliendo del pozo (algún día la verdad saldrá del pozo para fustigar a los mentirosos), de Jean-Léon Gerôme.

Es decir, el alma ha de recordar de dónde proviene mirando hacia lo alto.

Según expone Platón en Sofista, el alma puede retornar a ese mundo divino, mediante la reminiscencia y la dialéctica, dado que antaño estuvo en contacto con el mundo de las ideas. Estos son dos caminos que obligan a mirar hacia el mundo inteligible.

* La reminiscencia mediante el recuerdo y la dialéctica, esa ciencia que es propia de los filósofos, eleva la capacidad de nuestra mente mediante la inteligencia para encontrar las ideas puras.

* Entonces, ¿hay un método o un camino para llegar a la verdad?

Según expone Platón, aparte de esas dos vías citadas, hay grados del saber que el hombre puede ir escalando de un modo gradual, elevándose desde la comprensión del mundo material hacia el mundo de las ideas, desde la «apariencia de ser» al «Ser», la única realidad.

* En el nivel inferior nos encontramos con la opinión (o doxa).

Platón nos dice que el conocimiento del mundo material está regido por la opinión; por tanto, está sometido a conjeturas, es relativo, confuso y poco fiable, porque depende de los sentidos. Y bien sabemos hoy que aquello que transmiten los sentidos puede engañar al cerebro y darnos una ida deformada de la realidad, lo cual nos lleva a concluir que la realidad que percibimos no es única, absoluta e inamovible. De este mundo sensible tan solo podemos obtener opiniones, no conocimiento, siendo la ciencia que le es propia la retórica.

* Sin embargo, existe un conocimiento del mundo inteligible que nos lleva a la verdad. Este no se obtiene por los sentidos, sino mediante la inteligencia. A este conocimiento científico (o episteme) del mundo inteligible es al único que Platón le concede valor real y objetivo. Y la ciencia que le es propia es la dialéctica.

Este conocimiento real del mundo de las ideas se alcanza por medio de la inteligencia y su ciencia, la dialéctica. El objeto de esta ciencia son seres inmateriales, fijos, permanentes, que pertenecen al mundo del ser y no de las apariencias. Es el conocimiento de las esencias y lo trascendente.

* El hombre, nos dice Platón, también se eleva mediante el amor y la virtud. Al igual que el matemático, el músico o el amante, el filósofo aprende a ver más allá de las apariencias y comprende que la armonía y perfección que reverencia en las notas musicales, en los objetos, en un cuerpo bello y en los cálculos matemáticos se deben a proporciones, medidas y, en suma, a los números e ideas que se esconden detrás de la apariencia de las cosas.

En la conquista de este conocimiento científico o episteme también hay grados que se van desarrollando poco a poco, porque hay que ir elevándose gradualmente desde nuestra visión particular —basada en la experiencia— hacia lo universal, desde lo múltiple y cambiante del mundo hasta atrapar las leyes naturales e ideas que rigen nuestra existencia. A modo de ejemplo puede citarse:

* Hay verdades simples o axiomas de nuestro mundo material que podemos comprender de modo racional, casi de un modo intuitivo, como ocurre con los axiomas matemáticos. (Ejemplo: por un punto solo puedo trazar una recta paralela a otra; por un punto pasan infinitas rectas). Para comprender estas verdades matemáticas no necesitamos la experiencia, pues son verdades universales abstractas que podemos deducir mediante la lógica.

* Sin embargo, a partir de esas verdades simples demostradas a priori, las cuales tomaremos como hipótesis de base, necesitamos utilizar la inteligencia para demostrar otras verdades más complejas. (Ejemplo: el teorema de Pitágoras, la cuadratura del círculo, las órbitas elípticas del sistema solar, etcétera). A ello se dedican las ciencias teóricas: así operan, por ejemplo, los matemáticos y los físicos. Este es un conocimiento que, basado en axiomas, nos permite demostrar otras leyes más complejas y nos permiten tener «certezas»: son hechos necesarios que no admiten duda alguna.

* Pero hay otras verdades más esenciales ante las que nos sentimos impotentes para dar una respuesta profunda que consideremos como una certeza. Estas son, por ejemplo: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿adónde voy?, ¿para qué nacemos?, ¿por qué morimos?, ¿qué hay más allá de la muerte? O incluso: ¿hay un destino inamovible que lo marca todo?, ¿todo es casualidad? En suma: ¿estamos regidos por leyes físicas o por algo más que desconocemos?, ¿existe Dios?

Estas verdades requieren reflexión, inteligencia y evolución interior para darles una respuesta; por ello debemos aprender de los grandes sabios de todo tiempo, para remontarnos desde nuestras opiniones actuales —sometidas a las modas y criterios temporales— hasta las verdades atemporales que rigen todo cuanto existe.

* Dado que el alma humana, en su periodo celeste, tuvo a la vista las grandes ideas y principios, esas verdades esenciales e inmutables que inspiran todo cuanto existe, aun desde el mundo material o sensible podemos comprender esas verdades del mundo de las ideas. Lo cual se logra mediante la dialéctica.

En conclusión:

La comprensión de la verdad no siempre requiere de arduos razonamientos, sino de alimentar nuestra capacidad de observación. Hay verdades simples que concebimos intuitivamente y que todos admiten: ocurre cuando se afirma que todo ser humano aspira a ser feliz, o que nuestra libertad termina cuando su ejercicio daña a otros. Y debemos recurrir a esas «verdades de peso, aunque sencillas» que todos podemos comprender y hacer nuestras, como ocurre con los derechos humanos.

Necesitamos la verdad para comprender las leyes de la naturaleza; para entender los movimientos de los astros o los fenómenos atmosféricos, los ecosistemas y especies que pueblan la vida, las combinaciones de los gases, virus, bacterias y átomos.

Perseguimos la verdad cuando nos preguntamos también por el sentido de nuestra existencia. Sabemos que es difícil ponerse de acuerdo en aquellas verdades esenciales que definen nuestra existencia, porque exigen de nosotros desentrañar las leyes que las explican a partir de nuestra propia experiencia, inteligencia y comprensión.

Tal vez nunca podamos descubrir la gran Verdad que se esconde tras ese enigma que llamamos Dios, o el misterio de la vida o de la muerte. Sin embargo, a menudo, bastará con encontrar algún indicio de verdad que dé sentido a nuestra vida, una verdad relativa y suficiente para nuestra imperfecta condición, aunque ella tan solo sea la sombra de la sombra de esa gran Verdad platónica.

Con nuestro aprendizaje filosófico, podemos ir dando sentido a nuestra vida. Cada pequeña verdad atesorada suplanta una duda, una inquietud, aleja un temor, nos centra y equilibra, aportándonos una fuerza interior que no conocíamos. Descubrir certezas nos aleja de las conjeturas y refuerzan el criterio propio, nos afianzan y dan solidez de pensamiento.

Desgraciadamente, hoy en día vivimos en el mundo de la opinión. Hemos suplantado la verdad con opiniones vagas, cambiantes, poco acertadas, aunque nosotros queremos creerlas como si fueran verdades elevadas.

En consecuencia, la filosofía es más necesaria que nunca, porque nos aleja del subjetivismo actual, y nos acerca, paso a paso, a una verdad que no sea cambiante, conformista, mediocre. Porque hoy en día, en nuestra cultura de la posverdad, hay demasiadas verdades a medias, palabras interesadas que esconden parte de la verdad, como ocurre cuando queremos justificar nuestros errores y mentiras.

Vivimos en un mundo que disfraza las mentiras con ropaje de verdad. No faltan las noticias manipuladas, los bulos (o fake news), los odios mutuos constantemente alimentados entre visiones y posturas contrarias, el pensamiento único que siempre se cree poseedor de la verdad y acaba odiando a los demás.

Por ello, la filosofía no se conforma con esa verdad descafeinada y llena de remiendos, con esa verdad mediocre que no contenta a quienes buscan lo ético, lo elevado.

Sí, hay verdades ciertas que todos entendemos, simples y profundas como la luz del sol. Todos podemos comprender, por ejemplo, que el sol nace por igual en todos los lugares del planeta y que, igualmente, todos tenemos derecho al respeto, a la dignidad y a la vida, a un poco de pan y un techo en que guarecernos, a creer en lo que nos plazca mientras nuestra libertad no atente a los derechos de los demás.

Y como filósofos aspirantes a la verdad, porque no somos sabios, seguir formulando preguntas nos mantiene vivos por dentro, aunque no tengamos todas las respuestas. No podemos olvidar la verdad que encierra el célebre poema de A. Machado cuando dice: «Caminante, no hay camino: se hace camino al andar». Mantenerse en esa búsqueda, tarde o temprano nos entregará sus frutos.

 

Imágenes:

La verdad saliendo del pozo (algún día la verdad saldrá del pozo para fustigar a los mentirosos), de Jean-Léon Gerôme.

La calumnia de Apelles, de Sandro Botticelli.

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