Ciencia — 30 de abril de 2020 at 22:00

Los microbios y el ser humano

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Microbios y el hombre

Existen numerosos tipos de microorganismos, pero se pueden catalogar en cinco grupos principales:

1) Virus. Son tan pequeños que solo pueden observarse mediante el microscopio electrónico. Están formados por ácidos nucleicos y proteínas y necesitan una célula huésped para poder reproducirse. Existen unos seres aún más elementales que los virus; son los priones, constituidos solo por proteínas, y pueden provocar infecciones en el hombre.

2) Bacterias. Seres unicelulares que, tal vez, sean los más conocidos e importantes en relación con los hombres.

3) Arqueas. También seres unicelulares sin núcleo. Se relacionan con los humanos, pero son poco patógenos.

4) Protozoos. Unicelulares, pero con núcleo, como también lo son los hongos.

5) Hongos, entre los que se hallan los mohos, las levaduras y los productores de setas.

Los microbios se comunican con el medio ambiente en el que viven de diferentes formas, unas positivas y otras negativas para su entorno, pero aquí nos vamos a centrar en cómo lo hacen con los seres humanos.

Su relación con el hombre puede ser perniciosa, indiferente o benéfica. Vamos a dejar a un lado las dos últimas y vamos a centrarnos en la primera, es decir, cuando son capaces de provocarnos enfermedades, concretamente las que conocemos con el nombre de infecciones.

Durante mucho tiempo se creyó que las infecciones, las enfermedades en general, eran producidas por un castigo divino, o por la posesión de nuestro ser por un espíritu maligno. También, como afirmaba, entre otros, Hipócrates, por el influjo de «vapores y miasmas de las aguas y materiales en descomposición».

científico

En 1590 un fabricante de lentes holandés, Zacharias Janssen, inventó el primer microscopio, que solo tenía nueve aumentos. Fue otro holandés, Anton van Leeuwenhoek (1632-1723), el que perfeccionó el microscopio y lo utilizó para estudiar a los microbios y los tejidos humanos, motivo por el que se le tiene como el padre de la microbiología y de la histología.

Hubo que esperar hasta 1880 para que el científico francés Louis Pasteur formulara la teoría microbiana, según la cual eran las bacterias la causa de las enfermedades infecciosas. Poco después, un médico alemán, Robert Koch (1843-1910), expuso los postulados de Koch, que son los requisitos que ha de cumplir un microorganismo, un germen, para producir una infección.

A partir de entonces, el estudio y el conocimiento de las enfermedades infecciosas ha tenido un enorme desarrollo, descubriéndose que, además de las bacterias, había otros microbios que podían ser patógenos para los hombres, tales como los hongos, los protozoos, los virus o los priones.

Enfermedades infecciosas

Las enfermedades infecciosas han tenido una enorme influencia en la historia de la humanidad, condicionando la vida de los seres humanos desde sus inicios. Para no cansar, vamos a exponer solo tres ejemplos de infecciones que han producido una gran mortandad.

La peste es una enfermedad producida por la bacteria Yersinia Pestis y se considera que ha sido la causante de la muerte de más de 200 millones de personas a lo largo de la historia. Es una pandemia y ha habido varios brotes; concretamente, al que surgió en el siglo XIV en Asia Central y se propagó por el mundo entonces conocido se le denomina peste negra y acabó con la vida de más de un tercio de la población europea, y en todo el mundo con 100 millones de personas.

Cuando llegamos a América, los españoles, y después otros europeos, llevamos con nosotros infecciones que allí no eran conocidas, tales como la viruela y el sarampión. Los europeos tenían defensas contra estas enfermedades y no eran tan peligrosas para ellos, pero los indígenas no, y al contagiarse con ellas sufrieron tal mortandad que su población fue diezmada. Se considera que las infecciones acabaron con más indios que las guerras o los malos tratos que sufrieron.

Durante la Primera Guerra Mundial se produjo la llamada gripe española, que no surgió en España, sino que fue este país el que informó más libremente de ella al no ser participante en la guerra. Es considerada la peor pandemia que ha sufrido la humanidad, pues mató a gran cantidad de gente, entre 50 y 100 millones de personas, sobre todo en 1918, aunque duró hasta 1920.

Los hombres siempre han intentado defenderse contra las enfermedades, incluyendo las infecciosas. En un principio, utilizaron medios mágico-religiosos para expulsar a los espíritus productores de la enfermedad. Pero, también desde tiempos muy tempranos, recurriendo a la observación y a la experimentación, se percataron de que utilizando determinadas plantas podían, si no curar la enfermedad, al menos mejorarla. También los humanos hemos recurrido, y seguimos haciéndolo, a medidas dietéticas e higiénicas para enfrentarnos a las enfermedades. Concretamente la asepsia, es decir, la limpieza de los cirujanos y sus ayudantes, así como del material quirúrgico y del quirófano, han salvado muchas vidas durante las intervenciones quirúrgicas.

Pero han sido dos grandes descubrimientos los que más nos han ayudado a luchar contra los microbios y las infecciones que nos provocan. Se trata de las vacunas y de los antibióticos.

Las vacunas son preparados que pretenden crear defensas contra determinadas infecciones, provocando una inmunidad adquirida al introducir gérmenes atenuados o parte de ellos en el organismo y hacer que este produzca unas sustancias, llamadas anticuerpos, que nos defiendan contra esa infección. Aunque esta práctica ya era conocida en China en el siglo X, pero de un modo rudimentario y peligroso, sus inicios se sitúan en el año 1796 en Inglaterra. Edward Jenner, un médico rural, observó que aquellos que contraían la viruela bovina al ordeñar las vacas (un tipo poco patógeno de viruela), posteriormente no enfermaban ni morían al contagiarse con el virus de la viruela humana. Él, y luego otros médicos, inocularon el virus de la viruela bovina a los hombres consiguiendo protegerlos de la viruela humana. Así nació la vacunación, método que luego fue desarrollado por otros médicos al utilizarlo para vacunar contra otros microbios patógenos.

mascarilla

En estos últimos años ha surgido una gran controversia en relación con el uso de las vacunas, apoyada en las supuestas lesiones que pueden provocar a los que se vacunan, sobre todo a los niños. Los argumentos que se utilizan tienen una muy escasa base científica, pero han obtenido cierta repercusión mediática, debido a su difusión por los medios de comunicación, incluyendo Internet. Es cierto que, como toda sustancia que se introduce en el organismo, puede tener efectos secundarios más o menos nocivos, pero la vacunación es uno de los métodos terapéuticos más seguros y beneficiosos utilizados en la medicina actual; además, las vacunas siguen siendo necesarias, ya que las enfermedades que previenen, sobre todo las causadas por virus, siguen ahí y si no fuera por las vacunas, resurgirían de nuevo pudiendo causar pandemias tan graves como la de la gripe española que antes he mencionado. No es cierto que la vacunación pueda ser mortal, más bien lo son las enfermedades que evita, ni que produzca el síndrome de muerte súbita del lactante (SIDS), ni tampoco autismo, y también es falso que los aditivos que llevan, por ejemplo el mercurio, produzcan intoxicaciones graves. La campaña contra la vacunación en muchas ocasiones entra dentro del terreno de las Fake news que tanto daño están haciendo en el mundo actual. No obstante, la situación ha llegado a tal extremo que ha obligado a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a emitir un comunicado al cual remito a aquellos que quieran obtener una buena información sobre este tema.

Antibióticos contra infecciones

Los antibióticos son sustancias, en un principio procedentes de la naturaleza y posteriormente sintetizados en el laboratorio, que se utilizan para eliminar los microbios patógenos para el hombre. Ya los chinos, así como los antiguos egipcios y los griegos usaban moho, un tipo de hongo que produce una sustancia antibiótica natural, para tratar las infecciones. El primer antibiótico que se usó fue una sulfamida llamada Salvarsan, que fue descubierta por Paul Ehrlich en Alemania en 1909. Se usó, y con gran éxito, contra la sífilis, sobre todo durante la Primera Guerra Mundial. Posteriormente se descubrieron antibióticos más eficaces. Solo citar al primero de ellos, descubierto accidentalmente por Alexander Fleming (1881-1945) procedente de un hongo, el Penicillium Notatum, motivo por el que se conoce con el nombre de penicilina. Desde entonces se han descubierto y utilizado muchas sustancias que atacan no solo a las bacterias, sino a otros gérmenes, como los virus, los protozoos y los hongos. Gracias a ello, el hombre ha conseguido ganar batallas contra las infecciones, pero no acabar con ellas, y no solo por incapacidad, sino también por el mal uso y abuso de los antibióticos, que ha provocado que los microbios hayan aprendido a luchar contra ellos y conseguido desarrollar resistencias que disminuyen o eliminan su efecto terapéutico. La guerra continua.

Hasta aquí hemos hablado del perjuicio que nos provocan los microbios; ocupémonos ahora de los beneficios que podemos obtener de ellos. La relación del hombre con los microorganismos se remonta a los inicios de la aparición de la humanidad en la tierra, e incluso antes. No podemos hablar de la interacción con todo tipo de gérmenes, pues excede con mucho la extensión de este trabajo. Vamos a centrarnos en nuestra convivencia con las bacterias, concretamente con las que viven en nuestro cuerpo físico.

Las bacterias son microorganismos omnipresentes en nuestro cuerpo, tanto en la piel como en las mucosas del aparato digestivo, urinario, respiratorio, genital, etc. Tanto es así que se calcula que, aproximadamente, un kilo y medio de nuestro peso corporal corresponde a las bacterias que habitan en nosotros. De ellas, no llegan ni al uno por ciento las que nos pueden producir alguna enfermedad, y para ello tienen que romper el equilibrio en que se hallan en el organismo por predominio de alguna de las que son patógenas, lo cual podemos provocar nosotros, por ejemplo cuando utilizamos los antibióticos en exceso o equivocadamente, o también, cuando seguimos una dieta desequilibrada, tal como lo es, en muchos casos, la que seguimos en los países más desarrollados.

Vamos a centrarnos en las bacterias que viven en el aparato digestivo. Se las conoce en su conjunto como flora intestinal o microbiota y viven principalmente en el colon. La componen unos cien billones de bacterias y pertenecen a entre 500 y 1000 especies distintas, si bien su proporción varía en los diferentes grupos humanos, dependiendo sustancialmente de los alimentos que compongan su dieta. Es tal su importancia que actualmente se considera que constituyen un órgano más de los que conforman nuestro cuerpo. Desarrollan funciones esenciales para nuestro organismo; de hecho, sin ellas viviríamos menos tiempo y mucho peor. Estas funciones son de tres tipos:

— Nutricional: sintetiza y produce sustancias necesarias para nuestro organismo, como vitaminas y minerales.

— Defensiva: nos protegen contra gérmenes patógenos, tal como otras bacterias o virus, procedentes del exterior.

— Inmunológica: activan y potencian nuestro sistema inmunológico, que nos defiende de las agresiones del medio ambiente e, incluso, de las enfermedades autoinmunes, como la colitis ulcerosa, la enfermedad de Crohn o las dermatitis. Además, nos protegen de enfermedades metabólicas como la obesidad, la diabetes o las enfermedades cardiovasculares: es más, pueden impedir la aparición de intolerancias alimentarias, como a la fructosa, a la lactosa o al gluten.

La alteración de la microbiota se produce por muchos causas. Podemos nombrar entre las más importantes las dietas pobres en fibra y ricas en carne, grasas y azúcares; los malos hábitos de vida como el sedentarismo, el estrés y el abuso del tabaco y del alcohol; el abuso de medicamentos, los antibióticos principalmente, y tratamientos como la quimio y la radioterapia. Por esto es tan importante que cambiemos nuestros hábitos de vida y que usemos sustancias que restauran la flora intestinal, como los pre y probióticos y también esa técnica nueva que se conoce como trasplante de materia fecal.

Terminaremos diciendo que la relación del hombre con los microorganismos es básicamente dual, como todo en la vida manifestada, pudiendo producirnos enfermedades, de las que cada vez aprendemos más a defendernos, y beneficios, hasta tal punto que los hemos incorporado a nuestro organismo como un órgano más.

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