Filosofía — 31 de mayo de 2017 at 22:00

Recordando a Ignacio Ellacuría, un portador de sueños

por
Ignacio Ellacuria

Era el año 1989. Corría el mes de noviembre; todavía estábamos celebrando con incredulidad la sorprendente Caída del Muro de Berlín cuando una terrible noticia se abría paso en los noticiarios: el 16 de noviembre morían asesinados brutalmente de un tiro en la cabeza en el patio de la Universidad Centroamericana de San Salvador (UCA) seis jesuitas y dos mujeres. Entre ellos, Ignacio Ellacuría, el rector de la Universidad y, sin duda, una de las personalidades más relevantes de la teología de la liberación latinoamericana.

« Hacer todo lo posible para que la libertad sea la victoria sobre la opresión, la justicia sobre la injusticia y el amor sobre el odio » (Ignacio Ellacuría).

La brutal muerte de Óscar Romero se repetía, casi diez años después, multiplicada por ocho, en la figura de sus colaboradores y continuadores en la defensa de los más desfavorecidos, los derechos humanos y la justicia social.

En esos momentos, El Salvador estaba inmerso en una infame guerra civil que desde 1980 se había cobrado más de 70.000 muertos y un millón de desplazados.

Ignacio Ellacuría, ante todo, era un hombre de paz que veía con urgencia la necesidad de poner fin a la guerra. Consideraba que la causa de esta era el control de las tierras y la riqueza del país en manos de unas pocas familias en una nación de campesinos hambrientos.

La oligarquía lo amenazó con insistencia, en vano, para acallar su voz. Le acusó de favorecer la guerrilla con su prestigio intelectual, de crear una fábrica de pensamiento para criticar el injusto orden social. Pero, precisamente, fue muy crítico con la guerrilla. Consideraba que la época de las revoluciones se había extinguido y que la única vía para llegar a la paz era a través de la negociación. Fue uno de los mediadores entre la guerrilla, el FMLN (Frente Farabundo Martí de la Liberación Nacional) y el Gobierno salvadoreño. Para muchos, «el Negociador», sin el cual la paz era imposible.
Ellacuría era muy consciente de la necesidad de empoderamiento y emancipación de los más desfavorecidos. Creía en la capacidad histórica de los pobres para liberarse de las cadenas de la opresión y construir la fraternidad desde abajo.

Según él, toda moral de un pueblo y toda fundamentación racional de las obligaciones hunde sus raíces en las necesidades elementales sin las cuales no es posible la praxis humana, y por ende la ética. Por eso la práctica de los derechos humanos es inseparable de la supervivencia de la humanidad.

Juan José Tamayo, en su libro Cincuenta intelectuales por una conciencia crítica, hace un análisis muy bueno que nos acerca a la figura de este portador de sueños que fue Ignacio Ellacuría.

Una muerte anunciada

Pocos días antes de su muerte, Ignacio Ellacuría recogía en Barcelona el Premio de la Fundación Comín, que había sido otorgado a la UCA. Pese a las recomendaciones de sus allegados de no volver, regresó a El Salvador. Todos intuían que si volvía las amenazas se harían realidad.

La situación en El Salvador se había agravado, la guerrilla había tomado algunos barrios de la capital y por cada conquista de la guerrilla las represalias del Ejército eran brutales.
« Con nocturnidad, alevosía y sin piedad. Así asesinó el sangriento Batallón Actlán, del Ejército salvadoreño, la noche del 16 de noviembre de 1989, a seis jesuitas y dos mujeres (…). Los militares entraron en la casa disparando. El primer tiro fue a dar en el centro del corazón de monseñor Romero, en una foto colgada de la pared. Sabían muy bien que casi diez años después de su muerte seguía vivo en la memoria del pueblo salvadoreño. Querían matarlo de nuevo. ¡Vano intento! » . Así describe Tamayo aquella fatídica madrugada.

Según Tamayo, que tuvo la suerte de conocerlo, era un una persona de una sola pieza; un cristiano íntegro que armonizaba de manera espontánea y sin fisuras la ética, la mística y la política.
En su personalidad convivían plurales diversos: el teólogo y el filósofo, el profesor universitario y el hombre público, el intelectual comprometido y el creyente sincero, el lúcido polemista y el hombre religioso, el pensador y el testigo, el mediador de conflictos y el buen comunicador, el crítico y el hombre de concordia. La ética era su punto de conexión entre la doble dimensión de la fe: mística y política.

De Ignacio Ellacuría siempre se ha dicho que fue un ejemplo de coherencia entre su pensar y su vivir.

ignacio ellacuria

Fue un colaborador muy próximo de monseñor Óscar Romero; y cuando este fue asesinado, su voz de denuncia, la radicalización de su compromiso con los más pobres, la crítica a la oligarquía, al poder político y militar, crecieron hasta tornarse tan incómodos con el Estado y la clase dominante que lo asesinaron con sus compañeros de lucha.

Su muerte, lejos de ahogar su pensamiento, se convirtió en un eco que resonó, no solo en el pueblo salvadoreño, que nunca lo olvidará, sino en todo el mundo, difundiendo y estudiando su obra, adquiriendo nuevas dimensiones en relevancia social, significación intelectual e influencia religiosa.

Fiel a la realidad

La honestidad intelectual de Ellacuría lo llevó a ser fiel a la realidad. La analizó en toda su complejidad, a través de las ciencias sociales, políticas y económicas, desde unos presupuestos éticos de justicia y solidaridad.

Siguiendo el pensamiento realista de su maestro Xabier Zubiri, consideraba que la inteligencia debe aprehender la realidad y enfrentarse a ella, para llevar a cabo el proceso de humanización, siguiendo tres pasos:

Hacerse cargo de las cosas: vivir en la realidad mediante la materia y la acción.

Cargar con la realidad: tener en cuenta el carácter ético de las inteligencias.

Encargarse de la realidad: para que sea como debe ser. Asumir hasta sus últimas consecuencias la dimensión de empoderamiento de la inteligencia.
Según Tamayo, Ellacuría fue la caracterización de esta inteligencia comprometida con la realidad, « fue capaz de encarnarla vitalmente y de convertirla en praxis histórica martirial, acompañando al pueblo salvadoreño con la luz de la inteligencia y la radicalidad del evangelio » .

« Sorprendía gratamente comprobar cómo armonizaba la seriedad metodológica con la sensibilidad hacia las mayorías empobrecidas, la precisión científica con la sintonía crítica hacia los proyectos integrales de las organizaciones populares de El Salvador » .

Su vida y su pensamiento, que siempre fueron al unísono, plantean a la sociedad y a las Iglesias, al pensamiento filosófico y teológico del Primer Mundo, un gran cambio de dirección en las siguientes líneas: del individualismo a la comunidad, de la civilización de la riqueza a la cultura de la austeridad, de la retórica de los derechos humanos a la defensa de los derechos de los marginados, de la moral privada a la ética pública.

Historización de los conceptos

La originalidad de su planteamiento teórico es la propuesta de una filosofía y teología posidealistas, cuyo método era la historización de los conceptos y cuyo principio inspirador es la praxis histórica.
La historización de los conceptos pretende desenmascarar la trampa idealista, presente en la teología y filosofía tradicionales y en el lenguaje político, que adormece las conciencias e impide enfrentarse a la realidad con toda su crudeza.

La historia es donde se realiza y verifica la ética, cuando no es pensada de forma idílica, sino vivida con toda su conflictividad. Porque la historicidad forma parte de la estructura del conocimiento filosófico y teológico.

Los derechos humanos

Vital e intelectualmente, Ellacuría es inseparable de la defensa de los derechos humanos.

Su objetivo fue humanizar los procesos históricos liberándolos del carácter inhumano que imponen la injusticia y la violencia estructural, causantes de la violación de los derechos humanos. Lo que algunos intelectuales llaman hoy «el otro terrorismo», el terrorismo consentido.

Él parte de una constatación palmaria: « La mayoría de seres humanos no son sujetos de derechos humanos; es más, ven negados sus derechos » . Esto, desgraciadamente, hoy sigue siendo una realidad innegable.

Tenemos que tener en cuenta que la supervivencia del ser humano depende de la práctica de los derechos humanos, y estos tienen que ser los mismos para todos y en todos los lugares. Esta dependencia con la supervivencia es lo que da la universalidad a los derechos humanos. Y estos, en muchas partes del planeta, están muy amenazados.
Para que la universalidad pueda ser una realidad y no una mera declaración de principios, es necesario contextualizar la teoría de los derechos humanos en tres niveles complementarios:

Desde dónde: los pueblos oprimidos.
Para quién: para las mayorías populares.
Para qué: su liberación.

El horizonte de los derechos humanos debe situarse en la defensa del indefenso, del débil y del desprotegido.

Ignacio Ellacuria1

Paz

Como dice Tamayo, las reflexiones sobre la paz y la violencia de Ellacuría resultan iluminadoras por su coherencia argumental y su riguroso análisis.
Distingue tres clases de violencia:

Estructural: instaurada en el mismo corazón del sistema injusto y ejercida por él. Es la más grave porque mantiene a las mayorías en condiciones inhumanas, es la que les priva de derechos, atentando contra la dignidad y destruyendo el tejido vital de los más desfavorecidos.
Desgraciadamente, al ser intrínseca al sistema, es tolerada y no reconocida como tal por el statu quo , pero muy presente en todos aquellos que trabajan en pro de los derechos humanos.
Revolucionaria: de carácter liberador. Es la respuesta a la primera en pro de construir una sociedad más justa y equitativa. A pesar de reconocer la moralidad y la coherencia de esta en situaciones muy concretas, la consideraba un mal y no se cansó nunca de advertir sobre sus peligros.
Represiva: es la respuesta del Estado y las clases dominantes a las protestas. Esta violencia, precisamente, es la que terminó con su vida.

Como mediador en el conflicto de El Salvador, estaba convencido de que la paz era posible pero no a cualquier precio, sino siempre cimentada en la justicia social. Y tenía toda la razón del mundo porque sin justicia social la paz no es duradera, es un simple cambio de sillas en el poder.

Como dice Tamayo, Ellacuría encarnó la máxima de Epicuro, «Vana es la palabra del filósofo que no sirve para curar algún sufrimiento de los seres humanos».
Ignacio Ellacuría fue un hombre de paz que vivió, medió y murió por los desfavorecidos en medio de la violencia. Su compromiso ético con los pobres de la tierra y el horizonte emancipador de su filosofía no tuvo fisura. Su vida fue un compromiso vital con la libertad.

Según Juan José Tamayo, « paradójicamente, la muerte violenta de Ellacuría aclara el sentido de su vida y constituye una denuncia del plus de negatividad ínsito en la historia » .
Su recuerdo, como el de tantos otros como él, que murieron por un mundo mejor, más justo y bondadoso, sigue muy presente. Porque, en palabras de la nicaragüense Gioconda Belli, eran portadores de sueños y dejaron sus semillas:

( …)Pero los siglos y la vida
que siempre se renueva
engendraron también una generación
de amadores y soñadores;
hombres y mujeres que no soñaron
con la destrucción del mundo,
sino con la construcción del mundo
de las mariposas y los ruiseñores(…)

Referencias:
Cincuenta intelectuales por una conciencia crítica . Juan José Tamayo. Fragmenta Editorial. ISBN 978-84-92416-77-6
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/11/12/babelia/1415808080_942077.html
http://elpais.com/tag/ignacio_ellacuria/a/

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