Ciencia — 1 de marzo de 2009 at 13:08

Mujeres en la ciencia

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Galileo, Newton, Einstein, Dirac, Bohr, Lavoisier, Darwin y un largo etcétera de nombres están presentes con letras de oro en cada una de las ramas del saber científico. Pero todos ellos tienen algo en común: son hombres. De bello sexo no se cita nada, y lo poco que se cita se pierde en las notas a pie de página de los libros de texto y de los ensayos de divulgación.

Si bien es cierto el viejo adagio de que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, no deja de ser verdad la posición secundaria de la mujer a lo largo de la historia, siendo numerosas veces discriminada y relegada a un segundo plano a pesar de que sus trabajos estaba a la misma altura, si no superior, a la de sus compañeros masculinos. Víctimas de su época, fueron ninguneadas o despreciadas sin motivo alguno.

Gracias a los avances sociales y a la ruptura de prejuicios, hoy en día la mujer colabora en el avance científico y tecnológico con las mismas oportunidades que el varón. Únicamente se toma en cuenta la valía científica de la obra, no prestando atención a quien la produjo. Pero como ello no siempre fue así, en las siguientes líneas rescataremos del olvido algunas de las historias de mujeres cuya contribución a la ciencia no puede despreciarse en absoluto.

Emilie Du Chatelet y la energía cinética

Nuestra protagonista había nacido a comienzos del siglo XVIII en una rica familia francesa afincada en París. El destino de toda jovencita adinerada de la época era encontrar un buen marido, pero en palabras de su padre: “Mi hija mayor alardea de su inteligencia, con lo que espanta a sus pretendientes […] No sabemos qué hacer con ella”. Pasado el tiempo, su relación con el escritor y filósofo Voltaire sería el verdadero amor de su vida, por encima de los matrimonios de conveniencia y los ocasionales amantes que pudo tener. En un castillo de la familia del marido construyeron una biblioteca y un laboratorio de los más avanzados de su época, donde recibieron a lo más florido y granado de la ciencia del momento.

Gracias a sus investigaciones se pudo resolver la controversia entre Newton y Leibniz sobre la energía que poseen los cuerpos en movimiento, que hoy llamamos energía cinética. Para Newton, dicha energía era proporcional a la velocidad del objeto. Leibniz, por el contrario, pensaba que la energía era proporcional al cuadrado de la velocidad del objeto. Cada uno aportaba sus argumentos, teológicos en el caso de Newton, hombre muy piadoso que suponía la aportación continua de energía por parte de Dios, matemáticos en el caso de Leibniz, para el que la energía no se creaba ni desaparecía sino que era una constante aportada por Dios en el inicio del Universo. ¿Quién tenía razón?

Du Chatelet abordó el problema desde el punto de vista científico. Realizó una serie de experimentos para comprobar lo que sucedía cuando dos cuerpos chocaban entre sí o cuando un cuerpo en caída libre impactaba contra el suelo. Gracias a sus investigaciones se resolvió uno de los problemas de la física de la época. En su momento el hecho tuvo una gran publicidad y la habilidad de Du Chatelet, que era una gran escritora, junto con la divulgación aportada por Voltaire en sus obras, ayudó a consolidar una de las fórmulas que ningún físico pone en discusión: Ec=1/2 ·mv2.

Se quedó embarazada de su amante a la longeva edad (para la época) de cuarenta años. Murió debido a las complicaciones del parto. Su última carta la dirigió al director de la Biblioteca Real, indicándole donde podría encontrar su último borrador de un comentario a las obras de Newton.

Emmy Noether, la física y la simetría

Nacida en 1882, en el seno de una familia judía acomodada (su padre era catedrático de matemáticas en la ciudad de Erlangen), asistió a la escuela durante los años 90 del siglo XIX. Su propósito inicial era convertirse en profesora, para lo cual estudió idiomas, matemáticas y piano. Sin embargo, decidió cambiar de opinión y seguir la carrera de su padre. Para la época era algo inaudito, pues las mujeres tenían prohibido el acceso a la universidad. Tan sólo podían estudiar de manera extraoficial y con el permiso expreso de cada profesor para asistir a las clases. A pesar de tan grandes trabas, logró superar los exámenes oficiales en 1903, en lo que sería el equivalente a una licenciatura. Completó sus estudios de posgrado en la universidad de Gotinga, con los más grandes matemáticos de su época, David Hilbert, Felix Klein y Hermann Minkowski.

En 1915, Hilbert y Klein pidieron a Emmy Noether que regresara a Gotinga para dar clases y continuar sus investigaciones. Volvió para ocupar un puesto subordinado, indefinido y mal pagado (recordemos que en la universidad de la época no se admitían mujeres). Mientras tanto, Hilbert mantenía largas discusiones con las autoridades universitarias para que permitieran a Noether formar parte del claustro de profesores. Sus palabras literales para rebatir los argumentos eran: Señores, no veo que el sexo del candidato sea un obstáculo para su admisión como Privatdozent. Al fin y al cabo, esto no es una casa de baños”.

El primer trabajo de Emmy Noether en Gotinga fue la demostración del teorema que hoy lleva su nombre. En breves palabras, dice que por cada simetría de las leyes físicas aparece la correspondiente ley de conservación. Como ejemplo, la simetría de las leyes físicas a lo largo del tiempo conduce a la ley de conservación de la energía. Esto indica que la simetría es el principio subyacente fundamental de la naturaleza. Todas las leyes de conservación reflejan simetrías fundamentales de la naturaleza. Así, la ley de conservación de la cantidad de movimiento se deriva de la simetría del espacio (cualquier punto es equivalente a cualquier otro). Y la ley de conservación del momento angular se deriva de la simetría correspondiente a la rotación.

El teorema de Noether es un bellísimo ejemplo de cómo se pueden conectar las leyes físicas y las matemáticas. Las leyes de la naturaleza ya no están “simplemente ahí”, sino que pueden justificarse mediante principios matemáticos. Es de los descubrimientos más importantes que jamás se han hecho en física teórica.

Víctima de la persecución racial en la Alemania nazi, terminó sus días en los Estados Unidos de América, donde recibió el reconocimiento y la fama que jamás tuvo en su país. Murió en 1935, y en su última carta decía que el último año y medio había sido el más feliz de su vida.
Cecilia Payne, El Sol como motor de hidrógeno

Cecilia Payne era una joven inglesa que trataba de estudiar Astronomía en el misógino ambiente de la universidad de Cambridge. Para completar su doctorado tuvo que trasladarse a Harvard, en los EE.UU. Gracias a su trabajo sobre las líneas espectroscopicas solares (las huellas que deja el Sol en la luz que emite) estableció el hecho experimental de que era el hidrógeno, y no el hierro como se creía entonces, el principal combustible de la energía solar. Era el hidrógeno el que mediante la ecuación E=mc2 se transformaba para emitir toda la energía solar que podemos medir.

Para no variar, esto contradecía todas las hipótesis ya establecidas sobre los espectros solares. A pesar de enfrentarse a toda la comunidad masculina de su tiempo, se mantuvo en las conclusiones de su trabajo. El hierro ya no pintaba nada, a pesar de lo que dijera el director de su tesis, que inicialmente dijo que los resultados estaban equivocados y que Payne había sacado conclusiones precipitadamente. Para que su trabajo fuera aceptado, tuvo que añadir esta línea humillante: la enorme abundancia (de hidrógeno) en el Sol es casi con seguridad incierta.

Sin embargo, con los resultados independientes de otros observatorios la tesis de Payne finalmente se impuso y sus profesores tuvieron que reconocer que se habían equivocado. Aunque jamás le pidieron perdon y obstaculizaron cuanto pudieron su carrera científica.

Los ejemplos femeninos podrían multiplicarse. Se quedan por comentar Marie Curie y su hija Irene Joliot-Curie, Lynn Margulis, Lise Meitner y un largo etcétera que sería tedioso mencionar. Sirvan estas breves líneas como homenaje a todas las mujeres que han sido discriminadas o que todavía lo son. Pues la belleza jamás ha estado reñida con la inteligencia y la intuición.

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