Culturas — 1 de octubre de 2025 at 00:00

El Hada Azul de Pinocho

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El Hada Azul de Pinocho

Una de las películas más tristes y que más debates despierta, ya desde el año 2001, sobre nuestro futuro es A. I. Artificial Intelligence, escrita y dirigida por Spielberg y basada en la obra de Collodi, Las aventuras de Pinocho. Pinocho era un muñeco, y en la película se plantea: ¿y si hubiera sido un robot? Es desgarrador cómo busca al Hada Azul para que lo convierta «en un niño de verdad». Una interpretación muy atenta de este filme la podemos encontrar aquí: 

El Hada Azul es uno de los misterios de esta obra y sentimos que apela a lo más noble, bueno y justo del ser humano. En la versión Disney, la llama «mi señora» y es la «estrella», «hada». Es, evidentemente, la estrella Venus, tal y como la describe el mago y filósofo Cornelio Agripa cuando la llama dama, bella, madre primera de los hombres, amable guía, misericordiosa y bondadosa, que hace bien continuamente a los seres humanos, con ternura maternal hacia sus pesares y salud del género humano.

La filosofía esotérica enseña que la transformación del alma de madera para convertirse en alma humana, y hasta en la de un sabio perfecto, está regida por la alquimia de Venus. Los rectos esfuerzos, «siguiendo los pasos» bajo su influjo, como Pinocho, en sus aventuras y pruebas superadas, realizan esta alquimia de amor. Es evidente que tanto Carlos Collodi como Walt Disney sabían esto y lo reflejaron en sus respectivos Pinochos. El primero, en su faz más cruda; y el segundo, con su magia de fuerza, ternura y bondad.

En la versión de Disney, el hada es la luz condensada de la estrella y no cambia, asume siempre el mismo aspecto, dando vida al muñeco de madera, que no la tenía, y al final, convirtiéndolo en un niño de verdad. Hace que acompañe siempre a Pinocho el Grillo Parlante, como voz de su conciencia, que aún no vive plena en el artífice Gepeto. Aparece en el silencio de todos los relojes, o sea, cuando el tiempo se para, tal y como decía Plotino que solo podemos acceder a lo divino dentro de nosotros paralizando el tiempo, o sea, paralizando el punto de conciencia. Libera a Pinocho de la cárcel del brutal Estrómboli. Esta es la famosa escena en que, por mentir, le crece más y más su nariz. Pinocho, asustado porque le vea en esa situación el hada, le pregunta al grillo: «¿qué le decimos?», y él dice: «la verdad». Lo que no hace, por lo que le crece la nariz, como la mentira, que se multiplica como una serie matemática exponencial. Este «decir la verdad al Hada Azul» evoca lo que, en una conferencia improvisada (como todas las que impartía, siempre sin notas de ningún tipo), decía el profesor Jorge Ángel Livraga:

«¿Por dónde comenzamos? Yo creo que podemos comenzar por nosotros mismos, es lo más cercano que tenemos, es el amigo secreto que llevamos dentro, el que sabe todo lo que nos pasa. A ningún amigo, a ningún psiquiatra ni a ningún filósofo le vais a contar vuestro verdadero secreto. No lo tenéis que contar. Esa es la parte de vuestro encanto personal, lo que diferencia a una persona de otra. Pero vuestro amigo secreto —ese que está dentro de vosotros, ese que está despierto cuando vosotros dormís, ese que tiene sueños, ese que no se cansa como vuestro cuerpo—, él sabe todos vuestros secretos y debéis sentiros conformes y fuertes de que sepa esos secretos, porque la verdadera alquimia espiritual, la verdadera psicología espiritual es transmutarnos nosotros mismos, poco a poco, en ese amigo secreto, ese que no duda, ese que no teme a nada, ese que no envejece con el tiempo, ese que se mantiene siempre igual.

» Los griegos llamaban a ese amigo secreto la Afrodita de oro. Afrodita es la hija de la espuma, la señora de las perlas y las conchas. Era la representación del alma interior, de la Gran Dama, de la Madre del Mundo, porque no solamente las mujeres son damas interiormente; los caballeros también deben soñar siempre con alguna dama, pues es la única forma en la que se puede seguir hacia delante. Es esa gran Madre del Mundo que la podéis ver en la curva de la espalda de la Venus de Milo; es el espacio curvo donde vivimos —se cree que eso lo descubrió Einstein, pero es mucho más viejo—, lo podéis encontrar en la primera parte de las Leyes de Manú, el Hiranya-garbha, bajo la forma del gran huevo dorado que puso el ave espiritual, el Kalahamsa, el equivalente hindú al fénix que acabamos de mencionar».

O sea, el inicio de la alquimia espiritual es el encuentro del Hada Azul, esa llama azul de perseverancia en el corazón, que se convierte en «hilo de Ariadna» en el laberinto. Quizás por eso los masones, al comentar este libro y este personaje, lo identifican con el mandil azul del maestro, donde el azul es el cielo y el ideal. Es el Dana de las siete paramitas o perfecciones del budismo mahayana, el estado de la danza perpetua, del gran amor que conduce desde el primer peldaño hasta la sabiduría perfecta. En la versión Disney, azules son los ojos de Pinocho y también los del hada.

Pero en la versión original, en el libro de Collodi, el Hada Azul es más enigmática. Se transforma, ¿muere?, es amiga, luego hermana, madre. Salva de la muerte a Pinocho, y le despoja de su forma de burro. Asume incluso forma de cabra azul en una isla cuando el tiburón se lo come.

Se encuentra con ella ya bien avanzada la obra, en el capítulo 15 y es «la niña de los cabellos de turquesa», al ser perseguido por los asesinos que quieren robarle su oro (monedas recibidas en su primer acto de sacrificio en que se ofrece a morir por otro). Así la describe:

«Entonces se asomó a la ventana una hermosa niña, con los cabellos de color turquesa y el rostro blanco, como una imagen de cera, con los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho, la cual, sin mover lo más mínimo los labios, dijo con una vocecita que parecía venir del otro mundo:

—No hay nadie en esta casa. Todos han muerto.

—¡Ábreme al menos tú! —gritó Pinocho llorando implorante.

—También yo estoy muerta.

—¿Muerta? ¿Entonces qué es lo que haces en la ventana?

—Estoy esperando el féretro que me ha de llevar.

Apenas dijo esto, la niña desapareció y la ventana se cerró sin hacer ruido».

¿Es que está comenzando a vivir en la medida en que Pinocho va muriendo a su egoísmo e insensibilidad de madera?

Cuando los asesinos lo cuelgan de un árbol dejándolo por muerto, es cuando ella llama como «señora de los animales» a un halcón (como Horus) y a un perro que se yergue vertical (como Anubis) y que hace como de Caronte, guía de los muertos, pues entra en el bosque donde está Pinocho, «muerto», para traerlo a la Niña de Cabellos de Turquesa y que pueda curarlo y revivir. Los médicos que le curan son un cuervo, una lechuza y el grillo parlante. Y los conejos negros, asociados a la luz de la luna, se lo habrían llevado muerto, en el sarcófago, si no bebe la amarga medicina. O sea, que habría encarnado de nuevo, otra vez un pedazo de madera. Pero la medicina, dice Pinocho, «¡me ha vuelto a traer al mundo!» (o sea, a la conciencia de sí). Ahí es donde se convierte en hermanita de él, o sea, que es el despertar de su doble luminoso.

Cuando vuelve a la casita blanca (que simboliza otra vez Venus), ya no está ahí. Y una lápida anuncia:

«Aquí yace la niña de los cabellos turquesa, muerta de dolor por haber sido abandonada por su hermanito Pinocho».

Es el llanto de Pinocho el que llama de nuevo al ave mensajera de Venus, que es la paloma, y que le permite volar con ella y buscar de nuevo a su padre.

«Cayó de bruces al suelo y, cubriendo con mil besos aquella losa mortuoria, estalló en llanto. Lloró toda la noche y, a la mañana siguiente, al llegar el día, continuaba llorando, aunque en sus ojos ya no quedaban lágrimas. (…) Y llorando decía: Oh, mi pequeña hada, ¿por qué has muerto? ¿Por qué, en tu lugar, no he muerto yo, que soy tan malo, mientras que tú eras tan buena?».

La reencuentra convertida en mujer, y se convierte en su madre. Esto sucede en la Ciudad de las Industriosas Abejas. No es necesario recordar la relación de la estrella Venus con las abejas, pues fue llamada, incluso «la estrella abeja». Una ciudad en la que nadie había ocioso, pues la quintaesencia de la actividad, en todos los planos de conciencia, es la mente, ya que todo nace y es impulsado por ella. Un detalle curioso es que debe llevar un cántaro de agua para ella, símbolo de un corazón lleno, y que debe reconocerla a pesar de que ha cambiado, o sea, que, en cierto modo, ha ido más allá del velo. Cuando le pregunta cómo ha crecido tanto en tan poco tiempo, le dice que es un secreto. El secreto del fuego. Él quiere poder crecer como ella y le dice que no, que no en tanto sea un muñeco de madera, pero que ella le promete que le convertirá, si le obedece siempre, en un niño de verdad.

«Por esta razón he venido a buscarte hasta aquí. Yo seré tu mamá…

—¡Oh, qué hermoso! —gritó Pinocho, dando gritos de alegría.

—Me obedecerás y harás siempre lo que yo te diga.

—De buena gana, de buena gana, ¡de buena gana! (…). Estudiaré, trabajaré, haré todo lo que digas, porque, en suma, la vida de muñeco me aburre y quiero convertirme en un muchacho al precio que sea. Me lo has prometido, ¿no es cierto?

—Te lo he prometido y ahora depende de ti».

En otra escena, quien debe hacer de mensajero entre el hada y Pinocho es un caracol lentísimo, símbolo del tiempo y también de la intuición, como la llama que él mismo porta, su promesa de lo eterno y real más allá de sus ciclos.

De nuevo sucumbe en la prueba que le lleva a la Ciudad de los Juguetes, y que le convierte en un burro. Y es fácil encontrar semejanzas entre el Asno de oro de Apuleyo y Las aventuras de Pinocho, donde claramente el Hada Azul es la diosa Isis del libro.

Burro, con su dueño a latigazos, debe entretener al público con cabriolas, y la ve de nuevo en el circo, en uno de los palcos, como una hermosa señora con un grueso collar de oro del cual pendía un medallón y, en él, la imagen de un muñeco, que es él. Y así la identifica y suspira por ella, pero en un instante ella desaparece.

Cuando es lanzado al mar para ahogarle y vender su piel para hacer un tambor, ante la llamada del hada, los peces le comen toda la carne de burro de su adherencia a la materia, para que vuelva a ser Pinocho de nuevo. Poderosa escena que parece evocar el periodo de purificación que los hindúes llaman Kamaloka, en que al alma le son arrancadas todas las impurezas para poder seguir ascendiendo a la Luz, hasta donde su naturaleza lo permita.

Ya nadando en el mar y buscando a su padre, la encuentra de nuevo sobre una pequeña isla de mármol blanco (una imagen muy semejante a la de una blanca estrella en el mar de cielo), convertida en una cabra de color turquesa y que intenta salvarle del tiburón gigante. Esta relación cabra-pez, y entre los cuales se halla Pinocho como conciencia intermedia, nos recuerda, evidentemente, el signo de Capricornio, o al Makara hindú (el pentágono invertido de las aguas celestes), gobernado por los Kumaras, que aluden al misterio del 9, del tiempo y de Sirio, raíz espiritual de la conciencia mental. H. P. Blavatsky ha dedicado varias bellas y difíciles líneas explicando esta relación. Este significado astrológico podría ser una llamada para intentar ver, si es que las tiene, las asociaciones de los diferentes trabajos o pruebas con los signos del Zodiaco, pues, en definitiva, Pinocho es como un «Hércules de madera» que, a través de los esfuerzos, quiere reconquistar su condición divina, como hijo verdadero de Zeus. Si es así, Acuario, como un viento domando las aguas, sería el rápido retorno por mar de Pinocho y su padre, movido por el atún salvador; y el hada enferma por el que debe hacer el último sacrificio, y el dar vueltas y vueltas al pozo para extraer agua para alimentar y salvar al padre sería Piscis, el signo del sacrificio y de la disolución final de un ciclo.

Al final de los trabajos, deja como un despojo su cuerpo de madera y el hada le convierte, por sus méritos, en un niño de verdad de ojos celestes (como los del hada). El viaje alquímico ha finalizado y las cuarenta monedas de cobre se han convertido en cuarenta monedas de oro.

Desde el principio al final, desde el despertar hasta la conquista interior, la luz y presencia del Hada Azul, la bella Venus, ha sido la eterna amiga y compañera, la madre. Un camino así, siempre de la mano del amor, es el que abrió a la VIDA el corazón de madera de Pinocho.



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