Es una iniciativa que se está planteando en muchos lugares, en relación con la muerte y cómo abordar ese trance que nos espera a todos los seres humanos, sin posibilidad de escapatoria. Por poner un ejemplo, podemos señalar la organización que se denomina Derecho a Morir con Dignidad, que trabaja en numerosas ciudades españolas. La idea que preside los trabajos de estos voluntarios es lograr que la muerte digna sea reconocida como un derecho que todos los seres humanos podamos ejercer al final de la vida. En cualquier caso, es interesante que exista un diálogo serio y profundo sobre los aspectos que rodean a la única certeza que tenemos con respecto a nuestras vidas: que más pronto o más tarde, tendrán que terminar.
A pesar de que es inevitable, nos cuesta aceptar una realidad verdadera, y hacemos como si no fuera con nosotros. Hablar de la muerte o pensar cómo quisiéramos pasar ese trance es una buena idea en estos tiempos superficiales, de posverdades y bulos por doquier. En medio de esos ruidos, encontrar personas que hablan de la dignidad es interesante, pues es algo que nos debería acompañar durante toda la vida y no solo a esa hora decisiva. Saber y recordar que vamos a morir nos ayuda a dar a las cosas y a la vida otra perspectiva de lo que somos: seres para la muerte, como decía Heidegger, y que la actitud debería ser asumir la seguridad de la muerte, lo cual nos llevaría a una vida mucho más libre y serena.
La eutanasia y el suicidio asistido: ¿libertad o abandono?
Desde una perspectiva provida, afirmar que quitarse la vida o solicitar que otro lo haga en nuestro lugar es un “acto de libertad” no es más que un profundo error ético. Se habla de autodeterminación, pero ¿cuántas veces esta voluntad de morir está condicionada por la soledad, la depresión, la falta de cuidados paliativos, la presión económica o el miedo a ser una carga?
¿Dónde queda la compasión real, aquella que no se reduce a facilitar la muerte, sino que se encarna en el acompañamiento, el consuelo, el alivio del dolor físico y emocional? Es precisamente en los momentos de mayor vulnerabilidad donde deberíamos redoblar nuestra humanidad, no retirarla bajo el pretexto de un “derecho” que termina por legitimar el abandono.
La trampa semántica: dignidad, libertad, compasión
La narrativa del “derecho a morir” secuestra conceptos nobles como la dignidad, la autonomía y la compasión. En realidad, se trata de un nuevo tipo de ingeniería social que deshumaniza la muerte y deslegitima la lucha por la vida. Esta tergiversación está ya tan difundida que incluso editoriales como el de Esfinge, que se presentan como reflexivos y filosóficos, terminan aceptando sin crítica el relato dominante.
Lo digno no es morir por intervención médica, sino ser acompañado hasta el último aliento. Lo libre no es elegir la muerte, sino recibir los medios para afrontar con entereza y sin dolor el ocaso natural. Y la compasión no es provocar la muerte, sino sostener con amor al que sufre.
Conclusión: entre el humanismo verdadero y el nihilismo asistido
Pensar en la muerte, sí. Pero no para convertirla en herramienta de descarte. No para legitimar la desesperación disfrazada de libertad. No para allanar el camino a políticas que reducen el valor de la vida a criterios utilitaristas. Pensar en la muerte debe servirnos para reafirmar el valor de la vida, incluso cuando es frágil, dependiente o dolorosa. Porque toda vida humana, desde su inicio hasta su fin natural, tiene una dignidad intrínseca que ninguna ley ni consenso social puede arrebatar.
Por eso, desde una posición auténticamente humana y provida, decimos: ni eutanasia, ni suicidio asistido, ni muerte “digna” como eufemismo de eliminación. La única respuesta verdaderamente digna ante la muerte es el cuidado, la presencia y la compasión real.