Filosofía — 1 de julio de 2023 at 00:00

El pensamiento estoico

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El pensamiento estoico

Texto adaptado de una conferencia dictada por el autor

Marco Aurelio es un gran filósofo de la historia de la humanidad. Sin embargo, lo admirable de este personaje es que, aunque hay grandes filósofos en todas las épocas y civilizaciones, este estoico era emperador de Roma. Es decir, que, ostentando el más alto rango político y social de su circunstancia y teniendo a su alcance el poder y la gloria, él dio prioridad a unos principios filosóficos por los que decidió guiarse en su vida.

Hasta en su aspecto quiso indicar cuáles eran sus prioridades, pues se dejó la barba larga, algo que no era habitual entre los romanos salvo para aquellos que profesaban la filosofía.

La escuela estoica había nacido en Grecia siglos antes de su época, pero fue en Roma, durante el Imperio, cuando adquirió mayor esplendor gracias a figuras como Epicteto, Séneca y el propio Marco Aurelio.

Este pensamiento traspasó todas las clases sociales, como reflejan los insignes representantes mencionados. Epicteto fue esclavo durante muchos años; el cordobés Séneca fue abogado y senador; y Marco Aurelio dirigía nada menos que los destinos de Roma.

Como en todas las antiguas escuelas filosóficas, el estoicismo entendía la filosofía como una manera de vivir, de llevar a la práctica sus principios inspiradores. Ninguna corriente de pensamiento de la Antigüedad, ya fuera pitagórica, platónica o aristotélica, pretendía ser solo especulativa, sino que se estudiaba la naturaleza, el cosmos y cualquier aspecto de la realidad con la pretensión de comprender mejor la vida para poder vivir mejor, entendiendo «mejor» como la forma más adecuada a la condición humana. Su objetivo era conseguir una vida plena, auténtica y lo que diferenciaba a las distintas escuelas eran matices en la consecución de este fin.

 

Una filosofía práctica

La filosofía estoica puede calificarse como la más práctica de todas en esa búsqueda del bien vivir. Para los estoicos un hombre sabio era el verdadero modelo de quien sabe vivir. No lo concebían como alguien intelectual, sino más cercano a personajes como Sócrates, tal vez no muy instruido en libros, tal vez no muy destacado socialmente, y, sin embargo, con una gran humildad y la honradez de reconocer que había muchas cosas que no conocía.

Los estoicos se plantean el ideal del sabio como aquel que se basta a sí mismo, ya que si sabe vivir, no va a buscar una felicidad que dependa de los demás, sino que elegirá el tipo de vida más independiente de personas y circunstancias. Es lo que ellos llamaban autarquía, que significa dominio sobre uno mismo.

También buscaban la ataraxia, es decir, la ausencia de perturbaciones y, como consecuencia, de dolores innecesarios. En este sentido, podríamos preguntarnos: ¿quién de nosotros no siente alguna contrariedad cotidianamente? Siempre hay algo que no nos gusta, o que no nos ha parecido bien, con diferentes intensidades. A veces nos trastorna nuestros planes olvidarnos de las llaves del coche o nos quejamos amargamente del frío que hace. Y si lo analizamos despacio, veremos que siempre depende de lo que está ocurriendo fuera de nosotros. Según la visión estoica, nos falta autarquía y ataraxia.

El sabio, el que sabe vivir, conoce la mejor manera de caminar por la vida, y eso le permite estar en paz, feliz y tranquilo pase lo que pase, porque su felicidad no depende de lo exterior. El ideal del hombre estoico no es ser insensible, sino amar y a la vez ser imperturbable. Y eso se consigue a base de practicar. Es un ideal que necesita un entrenamiento cotidiano, pero aunque este esfuerzo parezca pesado, vale la pena porque el resultado es la felicidad que da una vida bien vivida, una felicidad que no se encuentra en las posesiones o en el poder material.

Para el estoico, felicidad, sabiduría, bondad, belleza y justicia van de la mano. La felicidad sería la ausencia de dolores, de pathos, en griego. Por tanto, la apatía es la ausencia de sufrimiento, es vivir la vida dominando las pasiones, ya que conciben la posibilidad de aprender sin necesidad del dolor que conllevan estas pasiones.

La escuela estoica enseña que los sufrimientos provienen de errores de juicio. Hay dolores naturales, como cuando tenemos un esguince en un pie, pero hay otros dolores que no son naturales y son producto de nuestra mente. Un dolor natural puede venir dado por una enfermedad, pero hay un dolor añadido, que es el que atraemos nosotros mismos al pensar sobre esa enfermedad y sus consecuencias. Juzgamos inconscientemente muchas situaciones de esta manera, nuestra mente está pensando sola, sin nuestra participación.

El dolor tiene un límite que pone la naturaleza, pero el problema es el sufrimiento, porque lo genera el propio ser humano. El dolor no se puede evitar, el sufrimiento sí. Por tanto, las pasiones, para el estoico, son errores de juicio.

También hablan de un principio rector, que es una idea cercana a muchas filosofías antiguas, como el budismo. Dicen que la mente humana, en su silencio natural, en su espacio interior, tiene la posibilidad de juzgar rectamente. Y lo hace cuando frena conscientemente ese juicio automático que surge sin pensar y que causa sufrimiento.

Marco Aurelio nos transmite que ese principio rector está disponible para todos nosotros en nuestra mente, pero no lo usamos. Se trataría de ponerlo en funcionamiento y aprovecharlo. Según este principio rector, hay cosas que dependen de nosotros, que podemos hacerlas o cambiarlas, y hay otras que no.

 

De qué debemos ocuparnos

No depende de nosotros el clima que hace o la actitud de otra persona hacia nosotros, por ejemplo. El depender de estos factores solo nos demuestra que sufrimos por ignorancia, actuamos en esto como ignorantes, como si fuéramos dormidos por la vida. Hay que aprender a aceptar todo aquello que no depende de nosotros: la muerte, si es de día o de noche, etc.

Para los estoicos el universo es algo ordenado, se comporta según unas leyes, y como reflejo de ese orden también contiene belleza. Por tanto, el estoico dirá que si queremos estar en armonía y en paz, hay que aceptar lo que sucede de forma natural, lo que hará que suframos menos innecesariamente.

Lo que ocurre es que el ser humano tiende a construir una realidad mediante las percepciones que le llegan a través de los sentidos. Dice Marco Aurelio que el sabio también puede ser objeto de alguna situación ruidosa o agresiva; él siente el impacto como cualquier otro, y tiene impulsos como los demás. Pero, inmediatamente al suceso, el sabio hace un trabajo de conciencia y concluye que ahí no hay ningún mal. Tal vez le están insultando, pero él analiza la situación objetivamente para aprender de ella. Es una victoria contra las pasiones.

Por ello recomiendan aprender a soportar cierto grado de soledad, cierta independencia, pues cuanto mayor es el número de creencias u opiniones a las que estamos ligados, más quedamos atrapados en esa especie de caverna de la que hablaba Platón, que es una suerte de sometimiento, de esclavitud.

La tarea de la filosofía, philo, ‘amor’, sophia, ‘sabiduría’, sería sanar la mente enferma, que es la que produce sufrimiento, tal como decía Séneca. Hay que limpiarla de juicios, creencias, opiniones, pensamientos descontrolados que no han sido examinados, los cuales provocan determinadas emociones.

Por eso, podríamos preguntarnos: en realidad, ¿mi conducta es libre? Lo cierto es que mi conducta está condicionada por mis emociones, las cuales están condicionadas a su vez por pensamientos muchas veces falsos, lo que nos permitiría concluir que, en cierta manera, estamos encadenados a un mundo de acción sin mucho control sobre él. Son los pensamientos erróneos los que controlan nuestra conducta en muchas ocasiones.

Los estoicos concluyen, entonces, que la única manera de tener una conducta recta es teniendo unas emociones rectas, las cuales solo serán posibles si tenemos unos pensamientos rectos, es decir, rectificados, corregidos por la atención y la voluntad. Y esta es una labor que solo se puede hacer en el presente. No podemos cambiar los pensamientos del futuro ni los del pasado, solo podemos cambiar los pensamientos de cada momento, los de ahora.

Dice Marco Aurelio que hay en nosotros algo superior y más divino que eso otro que provoca pasiones y nos zarandea como si fuéramos marionetas. Ese es el verdadero ser que hay que conquistar.

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