Editorial — 1 de junio de 2022 at 00:00

Conocer lo que no se ve

por

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Aunque parece que sabemos todo sobre el mundo y la naturaleza, con esa osadía que nos susurra que es así, como si las ciencias ya hubiesen desvelado todo los enigmas que estaban tapados por el velo de Isis, por aquello que decía Heráclito de Éfeso: «A la naturaleza le gusta ocultarse».

Pensar que se sabe todo es un mito como el del progreso indefinido o la legitimidad para que los seres humanos se sirvan de todo lo viviente, convencidos de que tienen todo el derecho para hacerlo, simplemente por una superioridad evolutiva.

En efecto, la naturaleza oculta sus tesoros, que, sin embargo, están ahí, al alcance de quienes se toman en serio la búsqueda del conocimiento, o más bien, de la sabiduría. Tal es la gran paradoja que ha hecho avanzar las ciencias en muchos aspectos, desvelando afanosamente tantos «secretos» buscados con determinación por miles de investigadores, de todos los campos y especialidades. No todo está desvelado, ni muchísimo menos.

En Esfinge nos sentimos felices cada vez que encontramos nuevos hallazgos que confirman o contradicen lo que se sabía antes, aportando nuevos avances que permanecieron invisibles durante siglos y que la inteligencia humana ha logrado descubrir. A veces un simple un matiz, una nueva perspectiva desde donde se observa, son suficientes para que las ciencias corrijan sus rumbos y lleguen a encontrarse con la verdad.

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