Historia — 31 de enero de 2021 at 23:00

Símbolo y realidad en Egipto

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«Hoy tenemos la oportunidad de entrar en diálogo con la experiencia egipcia y, por tanto, con nuestros cimientos espirituales. El reto verdadero, al reconocer estos cimientos, es construir el futuro» ( El templo del cosmos, Jeremy Naydler).

Hace unos días fui al médico y, mientras esperaba en la consulta, unos sollozos llamaron mi atención. Era un niño de apenas tres años intentado escabullirse de los brazos de su madre. El sollozo iba aumentando y se convirtió en un grito desconsolador. El niño, era obvio, se negaba a pasar a la consulta. Sin embargo, como era de esperar, fue arrastrado de la mano, resbalando sobre el brillante suelo, y acabó entrando. Vi su rostro en el instante de atravesar la puerta: una mezcla de sorpresa, resentimiento y aversión hacia ese ser terrible que lo empujaba. A los pocos minutos, se abría otra vez la puerta. El pequeño apareció suspirando y en brazos del mismo ser que antes se había transformado en un monstruo: su madre.

Nuestra visión de la realidad, como la del niño, transforma todo lo que nos rodea. Una persona puede ser un monstruo terrible o el máximo ejemplo de la protección. ¿Qué ha cambiado? La representación que el niño se formó de ella. De la misma manera, ¿cuántas veces nos sucederá lo mismo a nosotros? ¿Qué parecido hay entre la realidad que vemos cada uno de nosotros y la que ven los demás? Y, demos un paso más, ¿qué realidad vivió un ser humano hace 5000 años junto a las orillas del Nilo?

Ahora, al leer estas líneas, la representación que haces de este artículo no es la misma que la de otro lector. Sin embargo, todos tenemos muchos puntos de referencia comunes por vivir en el siglo XXI. Ahora bien, al hablar de una civilización lejana, en el tiempo y geográficamente, el cambio de mentalidad es enorme. Y es fácil obtener conclusiones erróneas cuando queremos interpretar lo que sentía y pensaba una persona en el transcurso de su vida.

Pero Egipto sigue atrayéndonos, aunque no comprendamos muchas cosas. Esclarecemos un enigma (o así lo creemos) y aparece otro nuevo misterio. ¿Cuántos reportajes y documentales se centran en tal o cual secreto «por fin resuelto»? Aunque no hayamos pisado Egipto, todos tenemos grabado en la imaginación el sol cayendo sobre la orilla del Nilo, las enormes pirámides con el fondo desértico, los maravillosos obeliscos erguidos sobre un cielo azul intenso… Casi podemos sentir el ambiente seco, el calor agobiante… y el Nilo (Hapi para los antiguos egipcios), la madre nutricia y, a la vez, el padre que engendra.

¿Qué hay de realidad en los símbolos egipcios?

egipto

Anubis, Osiris, Isis, Neftys, Seth, Nekbet, Horus, Selkit, Sobek, Toth, Bastet, Sekmet, Ptah… con sus mitos y símbolos, llenan gran cantidad de salas de museos por todo el mundo. ¿Son inventos del ser humano o son realidades? ¿Era real para ese niño ese terrible monstruo que quería llevarle contra su voluntad hacia el interior de la sala de torturas? En cierta manera, sí. Y, en todo caso, «¿realmente se puede inventar algo?, ¿podemos hacer algo que no es posible? ¿No estarán todas las cosas en la naturaleza como posibilidad? Y si solo podemos hacer lo que es posible, y si la posibilidad es anterior a la acción, los seres humanos vivimos en el mundo de la acción, y el mundo de la posibilidad ha sido trazado por los dioses. Por lo tanto, los dioses son entes naturales».

Un violín abarca una cantidad de sonidos, y no le podemos exigir que emita un determinado sonido muy grave. Ahora bien, ese sonido grave existe. Solo hace falta construir un violín grande (no es necesario, ya está inventado: un violonchelo). Y, ya construido, ¿hemos creado ese «do grave»? En absoluto, lo que hemos hecho es reflejar en el mundo material algo que ya era posible en la naturaleza. Esto nos lleva a otra pregunta: ¿cuántas realidades que ya existen y no captamos, ni siquiera con la tecnología actual, nos quedan por crear, o mejor, por descubrir?

Lo que está completo no busca nada porque lo tiene todo. Se cuenta que algo así pasó en Egipto: durante milenios se mantuvieron costumbres, tradiciones, cánones estéticos… Esto no es comprensible para nuestra mentalidad moderna, acostumbrada a cambios acelerados. Parece que no buscaban nada fuera porque ya lo tenían todo dentro. Pero Egipto también cayó. Explicar esto es complejo y sencillo a la vez. Todo está sujeto al tiempo y el espacio, también los Imperios.

Por otro lado, alguien puede pensar: «Tenemos museos llenos de obras de arte egipcias y muchos símbolos descifrados; es cuestión de tiempo resolver los enigmas que nos plantea esta civilización». Es cierto. Pero, todo lo que se descifra, ¿se comprende? Es decir, para entender las cosas profundas hace falta tener una mente profunda [1] y más cercana a la naturaleza. No basta con acercarse a una montaña los fines de semana para estar cerca de lo natural. Cuando salimos un domingo por la mañana a practicar senderismo, medimos los pasos, las pulsaciones y el ritmo cardiaco; programamos con exactitud la ruta gracias a una aplicación del móvil, mientras estamos informados de las calorías que gastamos…; paseamos por el campo, pero nuestros ojos siguen atentos a la pantalla… y a las «necesidades de los tiempos actuales».

Hacia una visión profunda: los símbolos

Como en el ejemplo del violín, vivimos en un espectro de la realidad corto. Nos movemos mucho, pero horizontalmente, y poco verticalmente. Nuestra mente no suele admitir otras realidades porque no aparecen como posibles en nuestra conciencia. Al juzgar si algo es «real» o «no es real», estamos bajo la influencia de una lógica que separa lo que está «dentro» y lo que está «fuera», lo interior de lo exterior.

«En la época egipcia antigua, este modo de conciencia no existía. El mundo interior y el mundo exterior no estaban tan separados y, en consecuencia, la experiencia de lo físico era mucho más rica; estaba infundida de cualidades espirituales que hoy preferimos considerar como proyecciones subjetivas. Al mismo tiempo, la experiencia de lo espiritual era mucho más concreta, mucho más “objetiva”, entendiendo en este caso “compartida”».

No es fácil moverse en estos temas; veamos unos ejemplos para acercarnos a esa visión profunda.

El escarabajo, Kepher, es símbolo de la resurrección. Con alas plegadas representa al ser humano que tiene la potencialidad pero le falta el acto; mientras que con las alas desplegadas simboliza al que ha llegado al acto profundo y espiritual. De ahí que los egipcios colocaran un escarabajo en el lugar del corazón para representar al corazón metafísico que surgiría aleteando más allá de los portales de la muerte. No era solo un gesto de amor colocar una joya para el difunto; existía un convencimiento de que «algo» ocurriría…

Todos atravesamos puertas cada día. Una puerta es una apertura que nos permite pasar de un espacio a otro. Pero la idea de la puerta existe antes de que nosotros la construyamos en madera, aluminio o cualquier otro material. Pues bien, uno de los dioses más importantes del panteón egipcio es Amón, y una de sus representaciones más características es la de un disco alado que aparece sobre las puertas de los templos. Para el ceremonial egipcio toda puerta está dividida en cuatro elementos: uno es el umbral que pisamos para avanzar, lo terrestre. Luego, hay dos elementos constituidos por los laterales, que representan el Agua y el Aire, aspectos invisibles que rodean nuestra vida. Por último, está el aspecto ígneo, que cierra la puerta por su parte superior. Amón representa entonces un intercesor entre nuestros deseos más íntimos, más intensos, y otra dimensión que forma parte del universo, aunque insistamos en negarla.

jeroglíficos

Esta visión simbólica de la realidad está relacionada con un aspecto de esta civilización: la magia (que nada tiene que ver con hacer desaparecer un avión de un hangar). Hubo un tiempo en que magia y filosofía abarcaban todas las facetas humanas: ciencias, religiones, artes… Nosotros, debido a esta otra visión concreta y objetiva, hemos roto el conocimiento: el arte es enemigo de la ciencia; la ciencia es enemiga de la religión; la religión es enemiga de la política… Como un nuevo Seth, hemos logrado partir el cadáver de Osiris, y una vez más hemos hecho pedazos la Realidad. Pero, aún está en nuestras manos reunir esos trozos, tal como hizo su esposa Isis, e intentar que los dioses retornen, esos dioses que representan nuestros mejores sueños, y también la posibilidad de realizar lo que es imposible para la mente pequeña y horizontal…, nacida sobre «las necesidades de los tiempos actuales».

La imaginación frente a la intolerancia

Existen suficientes estudios en la actualidad que afirman que los dioses egipcios no son los pedazos de una religión politeísta, inventada por unas personas para explotar a otros. Si bien es un tema complejo, podemos empezar por considerarlos, sencillamente, como fuerzas de la Naturaleza. Nosotros representamos las fuerzas que conocemos con signos y ecuaciones; los antiguos hacían lo mismo, pero con imágenes. La cuestión radica en que a nosotros se nos olvidó algo: tras una serie de fuerzas de la naturaleza (calor, gravedad, magnetismo, electricidad, energía oscura…) hay unas leyes y, por tanto, una inteligencia.

El padre de la teoría cuántica, Max Planck, decía en el siglo pasado: «Toda la materia se origina y existe solamente en virtud de una fuerza… Debemos asumir, tras esa fuerza, la existencia de una Mente consciente e inteligente. Esta Mente es la Matriz de toda la materia». A partir de estas palabras, podemos afirmar también que los dioses no mueren, se transforman. Son adaptaciones que hacemos de diferentes realidades. Brahma, Osiris, Alah, o cualquier otra divinidad, más que un invento del ser humano, constituyen una forma de nombrar el misterio que no alcanzamos a entender: símbolos.

La egiptología tiene a su alcance una enorme cantidad de fuentes de diversa índole: papiros, monumentos, jeroglíficos, esculturas… Sin embargo, nos resistimos a entrar en el significado de sus símbolos. Una renovación de nuestra visión superficial de las cosas consistiría en cambiar nuestro concepto de imaginación, y hacer de ella una herramienta de perfección. Mediante la imaginación se puede ver en ese «espacio interior» del que hablamos, con el que los egipcios antiguos estaban familiarizados y en el que se mueven los poderes que los antiguos conocían como dioses. Desgraciadamente, hay cierta intolerancia en nuestra interpretación del mundo antiguo, y aún hay que escuchar argumentos absurdos sobre la sociedad, el arte y la religión del antiguo Egipto. Es bueno recordar, en estos casos, a un gran filósofo español, Unamuno:

«El intolerante lo es, no porque se imagine con gran vigor sus propias creencias, no porque se las imagine con tanto relieve que excluya las demás, sino por ser incapaz de ponerse en la situación de los otros y ver las cosas como ellos las verían».

Intentemos no tomar los símbolos de Egipto como metas de una investigación intelectual, sino como entes reales que, una vez alcanzados, nos lancen hacia el origen de todas esas formas transitorias. ¿Dónde está el niño o el joven que fuimos? Ya no existe, pero nosotros estamos aquí gracias a él. Lo importante es no enterrar los sueños de ese joven que fuimos en algún momento, y mantenerlos vivos por encima de las formas que envejecen o se transforman.

Los antiguos dioses de Egipto representaban aspectos de la naturaleza física, psicológica y espiritual. Existe la posibilidad de renacer como un joven sol de la mañana, Kepher, con todo el día por delante para conquistar nuestros sueños más preciados. Tenemos la posibilidad también de atravesar muchas puertas en nuestra vida cotidiana, pensando que las guarda Amón, manteniendo los pies en el suelo, pero elevando siempre nuestra mirada interior.

 


[1] «“Los sentidos nos engañan” es una frase usual de la gente que vivimos en el siglo XXI. Los antiguos, más prudentes, dijeron que la mente es la que nos engaña; que, en todo caso, nuestros sentidos son limitados, pero no mienten ( El libro secreto de los médicos, Juan Martín Carpio).

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