Filosofía — 1 de noviembre de 2012 at 00:00

El Loto de los grandes números

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     “No hay símbolo alguno antiguo que no tenga un significado profundo y filosófico, cuya importancia y significación aumenta con su antigüedad. Tal es el loto. Es la flor consagrada a la Naturaleza y a sus dioses, y representa al universo en lo abstracto y en lo concreto, siendo el emblema de los poderes productivos, tanto de la naturaleza espiritual como de la física”.

La Doctrina Secreta Vol II. H.P.Blavatsky Cap. VIII “El loto como símbolo universal”. Pag. 147 Ed. Cárcamo.

     Los indos conocían este profundo significado del loto y lo relacionaron con:

1. Todo aquello que surge del fuego y del agua. En el calor y la humedad se expanden los gérmenes de la naturaleza y con él aparecen los nuevos brotes de la primavera. Pero también se refiere a todo lo que nace de la Idea-Fuego y de la Forma-Agua. Del espíritu y la materia. Todo el universo aparecía ante su filosófica y poética mirada como un loto, que es asiento del dios creador, Brahma.

2. La semilla espiritual en el alma humana. Una semilla de un mundo celeste, fuego en una naturaleza de agua, la psique. Es, por lo tanto, símbolo del discípulo, aquel que hace crecer las semillas de verdad depositadas en él por su dios. El discípulo, como el loto, tiene las raíces en el barro de la existencia ilusoria y manifestada, crece silenciosamente a través de las corrientes astrales –de agua–, donde nunca abre el seno interno de su flor. El alma del discípulo se abre sólo a un mundo de ideas fuertes, bellas y elevadas. Y el don de su espíritu vuelve a la fuente de donde surgió, “como la chispa que se sume en la radiación universal”. Es también en el loto el aire quien percibe la tersura de sus pétalos y el fuego del sol quien besa su color.

Pero no hablaremos de estos distintos significados que tanto la filosofía hindú como la egipcia atribuyeron al loto. Tampoco de la pureza, la sobriedad y rectitud, emblemas del sabio con que los chinos lo relacionaron. Tal y como nos cuenta Tcheu Tuen-Yi, la idea de pureza de que es símbolo, por no mancillarse en las aguas pantanosas en que habita, se une a la de firmeza, por la rigidez de su tallo. También en la alquimia china es símbolo de la flor de oro, la perfección o resurrección de la llama espiritual. Para los chinos, tal y como para los íberos en sus cerámicas funerarias, dice del tiempo y sus ciclos en los que el alma abre y cierra alternativamente sus brazos. En China, el tiempo pasado, presente y futuro son en el loto el botón, la flor abierta y la semilla derramada.

En la India, también figuró los siete centros energéticos del ser humano, los chakras, ruedas que giran y entrelazan sus fibras de luz y que se abren como lotos para abrazar la luz y vida que les llega del sol.

Para estas culturas, pues, el loto fue símbolo de la presencia de Dios en la materia. El cielo en la tierra. “Soy como el loto, resplandezco en la Pureza”, dice el Iniciado egipcio. Y es que el loto también significa el corazón sin mancha. Plegadas sus hojas, la forma del loto nos recuerda a la del corazón, y a la pirámide, su imagen geométrica. Ambos representan al universo como morada de Dios. Y Plutarco, el sacerdote de Apolo, dice haber aprendido de los sabios egipcios que el loto de hojas redondeadas es el símbolo del cosmos, y el de hojas triangulares representa a la Naturaleza y su orden piramidal.

¿Y qué tiene esto que ver con los grandes números? ¿Y a qué grandes números nos referimos?
Es que la filosofía y matemática hindú representó los grandes números que nosotros dificultosamente pronunciamos por imágenes de la naturaleza, símbolos. Y entre ellos el loto tiene un valor excepcional.

La matemática hindú trabaja, como la occidental, con las potencias de diez. Es herencia hindú el que para nombrar al 365 lo hagamos (3x 10 elevado a 2 más 6 por diez elevado a uno más 5 por diez elevado a cero 365= 3×10 + 6×10 + 5×10º. Esta estructura decimal fue vital para la filosofía pitagórica y para la Ciencia- Religión egipcia, que lo relacionó con la Enéada de Heliópolis que surge del Espacio puro o Nun- el cero matemático. Para los pitagóricos los primeros arquetipos fueron los números, de donde surgen la medida o las relaciones entre los seres, o los seres que son relaciones entre Números. Para los egipcios los primeros Dioses fueron estos 10 primeros Números, y todo aquello que no se ajustaba a ellos en sus medidas era progenie del caos. Estos diez Números se perpetúan en series sin fin. Contamos hasta 10 y hasta cien, diez veces diez y seguimos hasta mil, diez veces diez veces diez. Pero son estos mismos diez números que danzán y danzan. Y si bien es cierto que son los diez primeros números la clave del edificio matemático que es la Naturaleza- estos primeros números y sus sombras geométricas- también es cierto que cada orden numérico tiene un significado cualitativo distinto.

Esto lo sabían bien los filósofos hindúes cuando dieron un nombre, un significado y un símbolo distinto a cada potencia de diez. Muchas veces estos nombres son para nosotros intraducibles o de un significado ambiguo, como jaladhi- océano, que expresa el 10 elevado a 14; o kshobhya- Movimiento, que es el 10 elevado a 17, o parardha- literalmente “más allá- mitad”, 10 elevado a 12, y que se interpreta como la mitad del camino que lleva a la Eternidad; porque la misma serpiente sin fin de la eternidad, Ananta da nombre al 10 elevado a 13. Quizás las razones de llamar así a estos grandes números sean razones encriptadas, y el hecho de que los signos del silabario sánscrito se puedan leer también como números tenga mucho que ver con ello. Recordemos que una de las preguntas más difíciles que se le hace al Buda en el Lalita-Vishtara es que sepa nombrar los escalones que nos llevan a lo infinitamente grande y a lo infinitamente pequeño. Que ascienda hasta abarcar el universo y que descienda hasta nombrar, definir y sujetar a la razón las interioridades del átomo. Recordemos esta bella y antigua enseñanza en “Luz de Asia” del poeta ingés Edwind Arnold (Doctrina Secreta de H.P.Blavatsky pag. 721 Ed. Luis Cárcamo Vol III).

Cuánto enseña y cuánto encubre, tal es el poder del símbolo. En ella se habla de la serie de las potencias de diez- aunque como cuenta de cien en cien, se trata sólo de las potencias impares- hasta llegar hasta asankhya, literalmente “lo innumerable”, o “lo que está más allá de la razón”, que es “la cuenta de todas las gotas de lluvia que, en diez mil años, caerían a diario sobre el conjunto de los mundos”. Por estas gotas debe entenderse los rayos de luz que durante este tiempo irradian infinitos mundos sobre infinitos mundos, estrella a estrella. Se habla también –fácil, en comparación con lo anterior- del número que permita contar las estrellas de la noche, las gotas del océano y aquel mediante el cual los dioses calculan su porvenir y su pasado. Por el término asankhya también se entiende en el Bhagavad Gita- el manual de filosofía esotérica hindú- la duración total de la vida de Brahma, la friolera cantidad de 311. 040.000.000.000 años humanos, que dicen de la duración del universo manifestado, en el que nacen, viven y mueren los incontables mundos. Piénsese en la duración de vida de nuestro sistema solar, según enseñan los científicos y acéptese esta vida como un eslabón de una larga cadena de diez mil y este número no parecerá tan increíble. Y es que como afirman los comentarios a esta obra, aún esta cantidad es Nada en el océano sin orillas de la Eternidad.

Los lotos surgen en este Océano de Luz de la eternidad como crecidas semillas de perfección divina. La Belleza, Armonía, Perfección de lo Divino brota como un loto con raíces en el mundo manifestado. Para la filosofía esotérica es el átomo un loto, perfecto en su simplicidad, es un loto la estrella y es un loto un sistema solar como el nuestro. Es un loto la galaxia y es un loto la inmaculada luz del Universo. Lotos que abren y cierran sus pétalos en la eternidad. Quizás sea esta la causa de por qué los filósofos hindúes utilizan al loto para simbolizar varios de sus “grandes números”, en cantidades para nosotros imposibles de imaginar. Si el loto resume en sí lo divino de una vida, distinto será si quiere expresar el latido y movimiento del átomo, de la galaxia o del Universo en su totalidad, Uno-solo- uno de una serie infinita sin principio ni fin. Recordemos que la iconografía hindú diferencia el simbolismo del loto según su color, número de pétalos y según tenga sus hojas plegadas en capullo, semiabiertas o totalmente abiertas a la luz. Como la semilla del loto dibuja en sus pliegues la forma futura de sus pétalos, representa el loto al número diez y a sus desarrollos, presentes en geometría en el círculo y su diámetro vertical, su símbolo. Pues para la filosofía esotérica, la vida surge como surge la serie numérica del diez, y esta sigue el esquema geométrico de un diámetro vertical que corta y polariza el movimiento ininterrumpido de su circunferencia. Así el misterio del 10 es el misterio de la unidad en el seno de su circunstancia, imagen que evoca a la del loto. Esto lo sabían los sabios hindúes cuando llamaron a la Unidad, Mahi, “leche coagulada”, la infinita luz estelar que alimenta la vida. Nacen las “unidades” de vida como coagulaciones de esta Luz o Vida-Una, como lotos de inmaculada belleza.

     De los lotos, el más primitivo y de capital importancia es PADMA, el loto rosa, símbolo de la pureza, de la más alta divinidad y de la razón innata. Nombró al número mil por ser el loto de mil pétalos –Sahasrara– ,el trono de la sabiduría, el dios Vishnu. Pero también se convirtió en el nombre de “mil millones” (10 elevado a 9), y más adelante en el de 10 elevado a 14, incluso de 10 elevado a 29; y hasta del absolutamente incomprensible 10 elevado a 119.

KUMUDA es el loto blanco rosado, que nombra al número 10 elevado a 31 (mil trillones) y al 10 elevado a 105.

UTPALA es el loto azul entreabierto. En la filosofía hindú y budista representa el triunfo del espíritu sobre los sentidos. Es la verdadera victoria, y por lo tanto la flor del poder, la que representa a los grandes reyes y a los Iniciados. Esta flor en capullo es, en Egipto, el cetro Sejem, cetro de fuerza, poder y autoridad, asociada a Anubis, a Osiris y a Sekhmet, la diosa leona, cuyo nombre, “la poderosa”, es la forma femenina de este cetro, que aparece portando como Señora que es del Loto. En el Libro de los muertos (Himno 179) está escrito: “Soy el desmelenado que surge de su propio Sejem”, es la imagen del que despierta y abre todos sus poderes interiores como el loto azul entreabre sus pétalos. Es el mismo loto azul a que se refieren los antiquísimos textos tibetanos que recopiló H. P. Blavatsky en su inmortal “Doctrina Secreta”: “Los Reyes de la Luz han partido indignados. Los pecados de los hombres se han hecho tan negros que la Tierra se estremece en su agonía… Las azuladas sedes permanecen vacías. ¿Quiénes entre las morenas, quiénes entre las rojas ni aun entre las negras, pueden ocupar las Sedes de los Benditos, las Sedes de la Sabiduría y de la Piedad? ¿Quién puede asumir la Flor del Poder, la Planta del dorado Tallo y de la Flor Azul?”. En la matemática hindú nombra al 10 elevado a 25

PUNDARIKA es el loto blanco de ocho pétalos, símbolo de la perfección mental y espiritual. Este loto tiene tantos pétalos como las ocho direcciones del espacio, los ocho puntos cardinales o los ocho elefantes de la cosmogonía hindú. Nombra al elefante que vigila el horizonte sudeste del universo para el dios del fuego Agni. Matemáticamente es el 10 elevado a 27 e incluso a 112.

Lotos, tales son los lotos de los grandes números, el espíritu encarnado agitándose en el átomo, en el Sol y en el Mundo, invocando como potencias de diez que son, la luz divina en senos cada vez más y más grandes. Si nuestra mente se abriera como un loto a la luz, quizás pudiera entender el enigma de los lotos de los grandes números.

José Carlos Fernández

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