Sociedad — 30 de septiembre de 2015 at 22:00

La democracia del espectador

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La idea de la democracia que existía en el siglo V a. C. en la Grecia clásica ha sufrido algunas mutaciones en nuestro momento histórico. La democracia directa, en la que los ciudadanos participaban en las cuestiones públicas por sí mismos, se ha transformado en una fórmula indirecta, donde la mayoría delega la actividad pública en una minoría que la representa.

El término democracia procede del griego demos (el pueblo), y crata o cracia, es decir, gobierno, fuerza o poder. La democracia se configura así como el sistema de gobierno de una comunidad en el que todos sus miembros participan en las decisiones que se adoptan.

La idea de democracia que nació hacia el siglo V a. C. en la vieja Atenas, donde florecieron en la época clásica las ciencias, las artes y las corrientes filosóficas, y donde surgieron personajes políticos de la talla de Pericles, ha sufrido algunas mutaciones en nuestro momento histórico.

En el contexto de aquella época, Atenas, al igual que otras ciudades, tenía la configuración de una ciudad-estado. Las polis estaban dotadas de independencia y autonomía política y económica, y su centro administrativo era la acrópolis –la parte alta de la ciudad–, donde estaban los templos y los edificios civiles.

El índice de participación real de la población en el sistema antiguo era diferente del que puede haber actualmente, por una cuestión cuantitativa: es más sencilla la participación activa de los miembros de una sociedad si esta se compone de cien personas que si hay cien mil. Esto es lo que diferencia la democracia directa de la indirecta.

La directa es aquella en la que todos los miembros participan en la toma de decisiones colectivas. No sucede lo mismo con las democracias indirectas, en que la presencia de todos es un imposible numérico y geográfico, de modo que las decisiones competen a una serie de representantes elegidos por la colectividad.

La democracia en Atenas estaba dotada de un significado mucho más «familiar», pues eran solo algunos cientos o miles los que componían el grupo democrático. Casi todos se conocían entre sí, o estaban unidos por lazos de parentesco o amistad, y no se requería el uso de la propaganda por el hecho de que no se necesitaba «presentar» a nadie. Una suerte de guardias controlaban que todo el mundo ejerciera, no solo su derecho, sino su deber de votar.

No podemos olvidar que una de las figuras más destacadas de todos los tiempos por sus ideas filosóficas, éticas y políticas, tuvo su escuela en esta ciudad de Atenas. Nos referimos a Platón, uno de los más grandes filósofos de la historia.

Cómo nos venden la moto

LA DEMOCRACIA DEL ESPECTADOR 2 chomskyChomsky, lingüista y filósofo contemporáneo estadounidense, destacado por su activismo político, elabora en su best seller Cómo nos venden la moto, una teoría de la democracia a la que él denomina «del espectador», debido al papel pasivo de la mayor parte de la población mundial frente a un ínfimo sector predominante que ejerce el control de sus vidas a través de la propaganda.

Lippman, a quién Chomsky se remite, divide a los ciudadanos en dos clases. En primer lugar, está un grupo de ciudadanos de corte intelectual. Dirigen y controlan los procesos sociales, económicos y políticos. Son el sujeto activo en la toma de decisiones respecto del Estado, del gobierno y de la Administración. Este grupo es un porcentaje ínfimo de la población.

En segundo lugar, está el resto de los seres humanos, la inmensa mayoría que Chomsky, citando a Lippman, denomina el rebaño desconcertado o la masa. Este grupo social adopta un papel de observación pasiva de los acontecimientos dirigidos por la élite minoritaria. Chomsky los denomina espectadores, de ahí el nombre de la teoría: la democracia del espectador.

Decía Lippman que la élite debe cuidarse del rebaño desconcertado cuando brama y pisotea. No sería la primera vez en la historia en que se produce una revolución popular con el objetivo de destituir de sus cargos a los que ostentan el poder.

Hemos hablado de dos clases sociales: la dominante y la dominada. Nada hay en esto que nos permita calificar este sistema como democrático. Y aquí es donde entra en juego esta ilusoria idea de democracia, según Chomsky: para contentar a las masas, se les ofrece la oportunidad de elegir a su líder. Al respecto dice:

«De vez en cuando gozan del favor de liberarse de ciertas cargas en la persona de algún miembro de la clase especializada. Se les permite decir: queremos que tú seas nuestro líder y todo ello porque estamos en una democracia y no en un Estado totalitario (…) Una vez se han liberado de su carga y traspasado esta a algún miembro de la clase especializada, se espera de ellos que se apoltronen y se conviertan en espectadores de la acción, no en participantes».

Tanto los métodos de educación como los medios de difusión están elaborados de forma que permitan un doble sistema:

Primero, una educación privada destinada a la clase especializada en que se la adoctrina sobre el valor del poder, su mantenimiento y las implicaciones y nexos que el ejercicio del mismo produce en el Estado.

Segundo, hay que distraer a la masa para que centre su atención en cosas vanas, de forma que las muchedumbres se mantengan en su papel de espectadores. Así conceden su voto y descargan psíquicamente con ello su responsabilidad en algún  miembro de la clase especializada designado por esta, pues el pueblo actúa cegado siempre por sus emociones e impulsos.

Hay un derecho que es objeto de veneración y defensa: el de la información. Este prima en la práctica sobre otros muchos moralmente primordiales, como el derecho al honor o a la intimidad.

Sus ejecutores, los medios informativos o de difusión de la información, deben ser, por lo tanto, veraces e imparciales. Pero ¿realmente es así como sucede?

En opinión de Chomsky existe una «falsa democracia». En esta no debe permitirse que la gente se haga cargo de sus propios asuntos, a la vez que los medios de información deben estar fuerte y rígidamente controlados.

Los que ejercen el control filtran la información que va dirigida a la masa; mientras la entretienen, obvian los conocimientos que no son de su «competencia».

¿Son los políticos quienes lideran esta democracia alternativa? La respuesta de Chomsky es contundente: no, es el mercado. En nuestra sociedad mediática la doctrina dominante (a la que Chomsky denomina el pensamiento único) hace primar lo económico sobre lo político.

Este control se apoya en la constante repetición de los mensajes que, a modo de catecismo, implantan en la clase dirigida los dueños de la economía y las finanzas, los auténticos amos de los Estados y las sociedades modernas. La sentencia de Chomsky es evidente: los medios de difusión y su propaganda son un instrumento de manipulación y represión. Son a la democracia lo que la cachiporra al gobierno totalitario.

Platón y la «cosa pública»

LA DEMOCRACIA DEL ESPECTADOR 3Platón recurre constantemente a los mitos como técnica de visualización de un concepto, como en La República, donde refiere el mito de la caverna.

Esta caverna, a la manera de un cine moderno, está compuesta por una pared que hace las veces de pantalla y frente a la cual se sientan los presos. Están desde la infancia encadenados de pies y manos, enfrentados a esa pared-pantalla. En ella se reflejan las sombras de diferentes objetos que unos seres (los amos de la caverna) portan y proyectan con la ayuda de un fuego en la parte superior trasera al lugar donde se encuentran los prisioneros.

Para estos, las sombras son la única realidad. Ajenos a todo, ignoran que tras ellos y tras los amos existe una salida, un camino ascendente y escarpado que exige esfuerzo al que lo transita.

Una vez alcanzada la salida, los ojos de un supuesto fugitivo se habrían de adaptar a la luz del exterior. Entonces vería otra realidad, más verdadera que las sombras, todo ello bañado por la luz del Sol, al que Platón compara simbólicamente con la Idea de Bien, que ocupa la jerarquía máxima en el mundo de las Ideas.

Los cautivos creen estar organizados entre ellos y, mientras observan las imágenes reflejadas, opinan de unas y otras. Incluso son invitados por los que ejercen el aparente control a votar por una u otra, de modo que al hacerlo se sienten satisfechos de su «cómoda libertad», que no es sino oprobiosa esclavitud.

La democracia del espectador de Chomsky es similar a la caverna platónica. Los amos de la caverna son la clase consciente de su poder; los esclavos, la clase dirigida; las sombras y las cadenas, los confusos eslóganes publicitarios; la organización interpresidiaria, las aparentes democracias libres, y los presos que dicen «gobernar» a los demás, los títeres políticos del mercado.

El libro VIII de La República se refiere a los distintos tipos de gobierno que pueden regir un Estado. Platón los expone jerárquicamente, según se van degradando y transformando de uno en otro.

  1. La aristocracia. El aristócrata platónico no es aquel que posee determinados privilegios por haber nacido en cuna noble, sino un ser humano bueno, sabio y justo. Es un hombre generoso en sus acciones: no desea nada para sí, no posee riquezas y el Estado simplemente se encarga de darle alojamiento y sustento.
  2. La timocracia. El timócrata forma un gobierno donde la preferencia de los gobernantes son los honores, el triunfo, el ser honrados por sus congéneres.
  3. La oligarquía. Los ricos ejercen el control; toman las decisiones que afectan a la colectividad, apoyándose en el único poder que ostentan: el adquisitivo. La sociedad está dividida: los pudientes y los humildes. El oligarca es codicioso y sus movimientos los dicta el miedo a perder su fortuna.
  4. La democracia. Estallada la revolución de los pobres, pasan a ocupar el gobierno. No están instruidos en el arte de gobernar, de modo que no saben cómo hacerlo con justicia y rectitud. La opinión infundada y mayoritaria es sinónimo de verdad para el demócrata. La palabra predilecta es «libertad», que se convierte en libertinaje, y lo que fuera gobierno del pueblo para el pueblo se va conformando lentamente en anarquía, que llama a gritos a la tiranía.
  5. La tiranía. El nivel de confusión es tal, que el pueblo implora una autoridad que imponga el orden. Así surge el tirano, que con halagos y falsas promesas se muestra amigo y defensor del pueblo, cuando en realidad es un amante del poder. Crea enfrentamientos entre los gobernados a fin de que sigan necesitando un líder que los guíe. Su mascarada no puede durar siempre y todo ello desemboca en una nueva revuelta para destronarlo…

Los sistemas de Platón son conceptuales; cuando se plasman en una sociedad pueden darse entremezclados. Los gobiernos actuales rinden culto a la apariencia mientras aglutinan el dinero de la mayor parte de la población en sus arcas.

La aristocracia platónica es el gobierno del sacrificado gobernante que nada desea para sí y lleva al pueblo al esplendor, no a la decadencia. En el Estado aristócrata, decía Platón, no pueden entrar ni la riqueza ni la pobreza. No existen los privilegiados y los no privilegiados, sino que la justicia social impera por doquier.

Según Chomsky, la sociedad está dividida en la clase especializada dirigente y la clase dirigida. Los primeros se sirven de la propaganda y controlan el acceso a la información. Mantienen la ignorancia y distracción del rebaño. Pero deberán velar de modo que la masa no llegue a descubrir el teatro del que forma parte.

El único modo de que algunos seres humanos pudiesen ejercer el gobierno del pueblo sin someterse a los dictados de la economía y sus dueños (los amos de la sociedad-caverna) es que fueran aristócratas a la manera platónica, esto es, incorruptibles. Que se dedicaran al servicio del bien común. Hombres que, por otra parte, habrían de gobernarse a sí mismos antes de gobernar a los demás. Porque ¿cómo se puede dirigir justamente a otros si no se hace con uno mismo?

Para saber más

CHOMSKY, Noam; RAMONET, Ignacio. Cómo nos venden la moto: información, poder y concentración de medios. Icaria Editorial. Barcelona, 2008.

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