Filosofía — 1 de julio de 2022 at 00:00

Los mil reflejos del agua

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Los mil reflejos del agua

Quizás la gota de agua sabe que está en el océano, pero ¿sabrá que el océano está dentro de ella?

Pensamiento zen

 

Madre de todas las madres, fuente inagotable del plasma universal, el agua es el lugar de nacimiento de la vida. En cada ser humano permanece una memoria oceánica, tan profunda y misteriosa como nuestra alma, siempre suspendida entre dos mundos, el consciente y el inconsciente, entre lo visible y lo invisible.

En las profundidades del océano permanecen los vestigios del pasado y los sueños del mañana.

Entre la tierra sólida que nos sustenta y el misterio del más allá, está el océano.

Espejo movedizo de todos los horizontes visibles del alma peregrina, el pasado y el futuro duermen en sus aguas aún no tocadas por la luz solar de la plena conciencia. Y en cada travesía por esas aguas insondables, anhelamos la tierra firme, donde vamos a poder construir futuras plataformas para nuevas experiencias.

De un modo semejante a nuestro planeta, estamos formados por dos terceras partes de agua, de naturaleza polar y circular.

El agua posee un poder penetrante y absorbente, apta para transportar los nutrientes necesarios para la vida, convirtiéndose en soporte de información para todos los macro y microorganismos.

El agua tiene el poder plástico de asumir todas las formas, sin apegarse ni identificarse con ninguna de las mismas.

Bien sólida, como el hielo, la nieve o el granizo, o líquida, como en la lluvia, los ríos o el mar, bien gaseosa, como en el vapor, o incluso ígnea o mercurial, en el lenguaje alquímico el agua es el disolvente universal que absorbe, envuelve, liga, recibe, une, ablanda, diluye, disuelve, reproduce y refleja.

Ella es el espejo narcísico de la belleza del mundo y el reflejo del espíritu de Dios que flota en su superficie.

Sabios de la Antigüedad griega, como Tales de Mileto, consideraban el agua como principio de todas las cosas.

Heráclito de Éfeso afirmaba que no podemos bañarnos dos veces en las aguas del mismo río, porque las aguas se renuevan en cada momento.

El ciclo del agua es circular, operando en un circuito cerrado, siempre inmutable. El agua de los mares se evapora en la atmósfera, bajo el efecto del calor del sol, formando las nubes que se moverán bajo el influjo de los vientos. Ayudadas por el efecto de la gravedad, las gotículas que componen las nubes se hacen, poco a poco, más pesadas, descendiendo de vuelta al suelo, en forma de precipitación (lluvia, granizo, nieve). Esta agua de lluvia alimentará los niveles freáticos subterráneos, renovando los ríos, que, a su vez, desembocarán en el mar. Y así, del mar al cielo, del cielo a la tierra y de la tierra al mar, el viaje del agua es Panta Rhei, un flujo continuo.

El agua y sus metamorfosis

Como el río Proteo de la mitología griega, que podía asumir mil formas, el agua sirve de soporte para unir los tres mundos: el físico, el psíquico y el espiritual.

En lo físico, el agua no es solo H2O, sino un universo en sí mismo. El agua es la matriz de todos los nacimientos, el océano primordial que vio nacer a los dioses y los mundos. Sangre de la tierra, los ríos son sus venas, que recogen en sí mismos el agua de los capilares de los glaciares, de los meandros de los montes, conduciéndola al gran corazón del océano que, a través de las arterias de las nubes, la devolverá a la tierra, nuevamente purificada. Los ríos, como largas y sinuosas cintas plateadas, son las carreteras por las cuales los hombres caminaron y donde, junto a sus orillas, construyeron sus casas y ciudades.

Grandes civilizaciones nacieron y se levantaron gracias al poder fecundante del agua: Mesopotamia y Babilonia, irrigadas por los ríos Tigris y Éufrates; Egipto, atravesado por el río Nilo; la India, bendecida por el río Ganges; China, bañada por el río Amarillo. Los mares, las fuentes, los lagos, las fuentes termales, las aguas subterráneas y las placas de hielo son otros tantos reservorios de su inagotable manantial.

El agua es, simultáneamente, un flujo y reflujo que se yergue y reposa siguiendo las mareas; es lanzado en chorro e impulsa; salta y fluye; rodea todos los obstáculos y desciende en ruidosos torrentes. Bajo la acción del calor, las aguas se evaporan, vaciando los lechos de los ríos.

Las aguas se visten de todos los colores, desde el azul celeste al verde esmeralda; ahora claras y transparentes, ahora opacas y turbias, frescas o cálidas, ruidosas o silenciosas, sagradas o profanas. Son las aguas amnióticas del comienzo de la vida humana, y el fin de un gran ciclo, con sus inundaciones purificadoras o sus diluvios destructores.

Las aguas sirven de puente entre los continentes, a través de los cuales los descubrimientos marítimos dieron «nuevos mundos al mundo».

Las corrientes marítimas caldean y refrescan la corteza terrestre, creando, gracias a su circulación, nuevos ecosistemas. El agua es denominada «oro azul», por ser fuente de riqueza para los hombres. Ella arrastra arena, lodo, sal, algas, oro y tesoros naufragados, al mismo tiempo que su fauna marina sustenta a la mayor parte de la población mundial.

Otrora, las aguas hacían girar la rueda de los molinos y proporcionaban vapor a las primeras locomotoras. Ingeniosos sistemas de irrigación trajeron vida a las tierras áridas y agua a nuestros grifos, concediéndonos, actualmente, energía limpia extraída de nuestras presas.

Poetas y escritores hicieron del agua su musa: Camões, en Los Lusiadas; Victor Hugo, en Los trabajadores del mar; Julio Verne, en Veinte mil leguas de viaje submarino; Jacques Cousteau, en su famoso Lobo de mar y El mundo silencioso, e incluso Fernando Pessoa en su Mensaje.

El mar toca todas las notas, tiene las voces de todos los instrumentos humanos, y en ella se inspiraron grandes compositores y músicos, como Claude Debussy en El mar, Frederic Chopin en sus Nocturnos, Vivaldi con La tempestad en el mar, Wagner en El buque fantasma o Ravel con Una barca sobre el océano.

Las conchas fueron los primeros instrumentos de viento; el arpa céltica, con sus vibraciones cristalinas, nos recuerda el canto de las sirenas, mientras que la guitarra portuguesa llora de nostalgia.

El agua fue también tema predilecto de grandes pintores, como el juego de reflejos del agua en Los nenúfares de Monet, los torbellinos asombrosos de Turner, La gran ola de Kanagawa del maestro japonés Hokusai, los estudios de los movimientos del agua de Leonardo da Vinci… En fin, toda una pléyade de artistas que la inmortalizaron en todos sus estados de esplendorosa belleza y poder.

 

El alma del agua

«Nada es más semejante a esta agua que el correr del gran torrente humano que, viniendo también sin saber de dónde y dirigiéndose sin saber hacia dónde, va descendiendo, descendiendo a través de las páginas de la historia, a lo largo de las orillas del odio y del amor, ahora teñida de sangre, ahora amarga de lágrimas, ahora sonriendo con los rayos de los triunfos y de las fiestas. Y en las pobres gotitas de esta agua, somos arrastrados con las gotitas hermanas que, unas veces nos acarician confiadas, otras nos sumergen con odio cruel. Y así, incesante, infatigable, fatal, desciende al mar, desciende la familia humana al océano de lo ignoto».

A Alma das Coisas (Paulo Mantegazza)

El agua es comparable a un espejo invertido, sirviendo de intermediaria entre el cielo y la tierra. Utilizada desde tiempos remotos en la hidromancia, permitía cuestionar y revelar las memorias del alma humana. El agua refleja nuestros estados de ánimo, ahora sereno e inmóvil como las aguas de un lago, ahora atormentado y ruidoso como una tempestad en el mar. En las experiencias de Masaru Emoto, que investigó la memoria del agua, se obtuvieron resultados sorprendentes, relacionados con la influencia de nuestros estados anímicos sobre el agua. Las moléculas del líquido se modifican a partir de estímulos externos, absorbiendo y reaccionando a las vibraciones de un ambiente musical o, simplemente, a palabras emitidas con una fuerte intención emocional, como amor, odio, paz, guerra. Para demostrarlo, Masaru Emoto congeló muestras, en las cuales fue posible identificar diferentes formas de cristales de agua. En resonancia con la vibración de carácter emocional, el agua registra y revela en las fotografías de sus cristales de hielo, estructuras de una gran belleza y armonía o, por el contrario, formas distorsionadas y opacas. Sabiendo que el ser humano está compuesto por dos tercios de agua, podemos imaginar las consecuencias e influencias de la resonancia de nuestros pensamientos y emociones sobre nuestro equilibrio psicosomático.

En numerosas tradiciones, el agua constituía también un motivo para un viaje iniciático. El héroe que embarcase en este viaje debería atravesar y superar los obstáculos de su mundo interior, donde reina, con su poderoso tridente, Poseidón, el dios griego de los océanos y de los temblores sísmicos, viviendo en sus abismos insondables, semejantes a la dimensión inferior de nuestro inconsciente, donde nacen los monstruos acuáticos de nuestros miedos e ilusiones. Con sus caballos marinos, Poseidón derriba nuestros falsos fundamentos con su cortejo de sirenas, tritones y nereidas, que seducen al alma prisionera de sus pasiones.

Ulises, Gilgamesh, Tristán, tuvieron que sumergirse en lo más profundo de su alma para rescatar la paz, la inmortalidad y el amor.

Los ríos de los mundos inferiores, como el negro Estigia, que atraviesa los infiernos, y el río Leteo del olvido, son otras tantas atribuciones de las aguas subterráneas. Allí reina el dios Hades, señor de la sombría morada de los muertos, divinidad del mundo subterráneo y de las potencialidades inmersas en la materia, sujetando una llave y una cornucopia, pues solo concede su riqueza más preciosa, la llave de la libertad, a aquellas almas virtuosas que abdicaron de las riquezas del mundo.

 

El agua y el espíritu

«Él vendrá a nosotros como un aguacero, como la lluvia de la primavera que riega la tierra» (Oseas, 6.3).

El agua es como el espíritu, límpida y clara cuando está serena. Se la considera sagrada cuando permite la consagración de una nueva vida.

El agua participa de los ritos de purificación y de bautismo. Símbolo de renovación y renacimiento, es considerada agua lustral gracias a su poder de dejar pasar la luz. La fuente de conocimiento es una imagen universal de las aguas puras, que restauran las heridas del alma sedienta de sabiduría.

Según la mitología de la India, el río Ganges bajó de los cielos trayendo consigo parte del cielo a la tierra, uniendo así el mundo de los humanos con el de los dioses. Decenas de millares de peregrinos hacen el viaje para purificarse en sus aguas, garantizando así una nueva oportunidad de eliminar su viejo karma y de preparar un renacimiento más auspicioso. El río Ganges es adorado, en su elemento natural, como una madre nutricia, o personificado en una imagen antropomórfica de Ganga devi (diosa), representada sentada en su vehículo, el makara (animal mítico del océano), sujetando un loto en una mano y una vasija de agua en la otra. Ganga es adorada por los hindúes como diosa de la purificación y del perdón. Encontramos algunas de las primeras menciones de Ganga en el Rig Veda, en que es mencionada como el más sagrado de los ríos.

Para los antiguos egipcios, el río Nilo, o Hapi, era considerado una fuente de fertilidad y de alegría, gracias a sus inundaciones periódicas, que volvían la tierra fecunda. Puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos, el Nilo es también el espejo del Nilo celeste. Sobre sus aguas plateadas, avanza la barca sagrada de los ritos funerarios, que lleva el alma del difunto hasta la Tierra de la Luz Pura.

Los ritos de purificación por medio de las aguas permitían preparar la elevación del alma a la morada de los dioses. El lavado de los pies es un ritual tomado de los egipcios, y que está en el cuadro de la purificación del corazón, equivalente al bautismo. Desatar las sandalias era, de este modo, considerado como la liberación del alma, de sus pecados. El agua indica el camino a través de los infortunios del mundo hacia la tierra prometida.

Es el camino del silencio interior, del Espíritu Santo que derrama sabiduría en el corazón sediento. En el Génesis, el agua es el reflejo del espíritu que flota en su superficie; en cuanto al islamismo, en el Corán, es donde reside el trono divino.

«Todo aquel que beba de esta agua tendrá sed de nuevo. Pero quien beba el agua que yo le daré, ese nunca más tendrá sed. Y el agua que yo le dé se convertirá en él en una fuente de agua que mana hacia la vida eterna» (Juan 4, 12-14).

La punta más occidental de la costa atlántica, Santiago de Compostela, marca la frontera entre dos mundos: el camino de la tierra y el camino del cielo estrellado, siendo Finisterre el lugar donde se cruza el «océano de abajo» con el «océano de arriba». En este lugar, el peregrino realiza tres votos que consagra a la finalización de su viaje: quemar sus viejas botas, tomar un baño de purificación en las aguas del océano y asistir a la puesta de sol, porque, a semejanza del sol, el agua nunca se olvida del camino.

«La vida, como el agua del mar, solo se purifica subiendo hacia el cielo» (Alfred de Musset).

Además de todos los benefícios que el agua trajo a la tierra y a sus innumerables habitantes, quiero realzar un mensaje que nunca debemos olvidar: la fidelidad a su memoria.

Independientemente de arrastrar y purificar millones de residuos contaminados, el agua permanece igual a sí misma, una, fiel a sus orígenes, límpida y cristalina, siempre lista para renovar el mundo.

Nuestra humanidad debe aprender, por medio del ejemplo del agua, a revertir su sangre en beneficio de una vida profunda, lavando sus heridas y odios ancestrales. Por más insignificante que pueda parecer cada gesto nuestro para mejorar la vida, será de él de donde brotará el germen de nuestro futuro. Todos somos como gotas en el océano, todos juntos somos el océano.

 

El río y el mar

Dicen que antes de entrar en el mar

el río tiembla de miedo.

Mira hacia atrás, toda la jornada,

las cumbres, las montañas,

el camino largo y sinuoso

que abrió a través de los bosques y aldeas.

Y ve ante sí un océano tan grande

que entrar en él

será desaparecer para siempre.

Mas no hay otro camino.

El río no puede volver.

Nadie puede volver.

Volver es imposible en la existencia.

El río debe aceptar su naturaleza

y entrar en el océano.

Solo entrando en el océano,

el miedo va a disminuir.

Porque solo entonces el río sabrá

que no se trata de desaparecer en el océano,

sino de convertirse en océano.

Khalil Gibran

One Comment

  1. ¡Qué bonito! Gracias

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