
Desde hace algún tiempo, hablar de educación está de moda, constituye uno de los temas ordinarios de debate, y la pregunta sobre qué es y cómo debe ser la educación se ha instalado en nuestra sociedad.
Por otra parte, en los medios de comunicación aparecen constantemente opiniones sobre este asunto, que no han hecho más que crear una sensación de desorden que se mantiene hasta el momento.
Todo esto ha provocado una serie de cambios legislativos que, incluso a veces, son contradictorios. Tampoco las recetas que intentan dar soluciones a este problema coinciden, atribuyendo los malos resultados, unos a la calidad del profesorado, a la falta de dinero y de medios, y otros a la indolencia de los propios jóvenes, a la falta de responsabilidad de los padres e incluso a la familia, y por último, al fracaso de las leyes con las que se pretende enderezar el asunto.
Sin embargo, si profundizamos un poco en la utilización del término educación, nos damos cuenta de que se suele identificar con esa parte intelectual tan importante en el ser humano que es la mente, la razón; pero, evidentemente, sin restarle la importancia que esta tiene, no se puede olvidar que el hombre es mucho más que mente.
Aunque no hablemos de lo que pudiera ser su parte espiritual, y refiriéndonos solamente al hombre en su parte más material, hoy se reconoce que el hombre tiene también una psique, es decir, sentimientos, sensaciones, etc., y una vitalidad que, unida a la mente, conformaría al hombre tal y como lo vemos.
Por ello hoy se habla tanto de educación integral, que desarrolle valores personales de cada individuo, que le ayude a vivir mejor en una sociedad tan complicada como la actual; esa educación integral se refiere a educar cada una de las partes que hemos mencionado y que conforman el hombre.
Pero ¿qué es educar?
Es difícil definir lo que es educación, ya que en cada momento histórico hay distintas corrientes que destacan aspectos diferentes, pero vamos a ceñirnos a un concepto clásico: educación es la ciencia que trata de la capacidad que tiene el ser humano de educir una serie de elementos que le permiten ponerse en relación con la cultura y transmitirla.
Los hombres tenemos, pues, una cultura que nos une, independientemente de que cada uno de nosotros tengamos nuestra forma de sentir, nuestra forma de pensar, nuestra forma de vivir; y esa cultura que nos une es lo que nos permite hablar de ciencia, de arte, de literatura, etc., es decir, que los hombres, por la parte genética, solo heredan una serie de capacidades instintivas, pero hace falta el aprendizaje, o sea, la transmisión de la cultura, porque es esta la que nos permite escribir, leer, entendernos, crear obras de arte, ejecutar proyectos sociales, políticos, económicos, etc. De ahí que la cultura sea fundamental, pero ¿cómo podemos entender el proceso cultural sin entender previamente el proceso educacional?
No podemos entender la educación como una mera transmisión de nuestros propios puntos de vista, nuestras propias aceptaciones, nuestras propias limitaciones, pues siendo así la humanidad jamás podría progresar, porque generaciones anteriores no podrían transmitir más que lo que tienen a las generaciones nuevas.
Existe entonces un fenómeno esencial, y es que educación no es solamente la transmisión de los elementos de cultura de una generación a otra, sino un cierto ámbito psicológico y mental de tipo espiritual y físico, que permite a cada hombre recrear y recrear en sí todo el proceso de la humanidad, aportando su propio matiz y su propia fuerza. De ahí que los antiguos dijeran que educar es educir, o sea, enseñar a extraer lo que el hombre tiene dentro.
Enmarcado dentro de esta concepción, que la sociedad actual no tiene del todo claro, pero que intuye como la única vía de evolución tanto a nivel individual como social, debemos ubicar el tema tan actual de la educación en valores.
Los primeros párrafos de la LOGSE están dedicados a los principios que tienen que ver con la educación en valores: «El objetivo primero y fundamental de la educación es el de proporcionar a los niños y las niñas, a los jóvenes de uno y otro sexo, una formación plena que les permita conformar su propia y esencial identidad, así como construir una concepción de la realidad que integre a la vez el conocimiento y la valoración ética y moral de la misma… para ejercer, de manera crítica y en una sociedad axiológicamente plural, la libertad, la tolerancia y la solidaridad. En la educación se transmiten y ejercitan los valores que hacen posible la vida en sociedad. La educación permite, en fin, avanzar en la lucha contra la discriminación y la desigualdad, sea esta por razón de nacimiento, raza, sexo, religión u opinión, tenga un origen familiar o social, se arrastre tradicionalmente o aparezca continuamente con la dinámica de la sociedad».
Pero ¿qué entiende la sociedad actual por valores?, ¿cómo se aprenden?, ¿quién los transmite?
Según Guy Rocher, en su introducción a la Sociología general, «un valor es una manera de ser o de obrar que una persona o una colectividad juzgan ideales y que se hacen deseables o estimables a los seres, o las conductas a las que se atribuye dicho valor».
El valor es, por lo tanto, un ideal, es una cualidad que se expresa a través de la conducta de alguien, y que es deseable para la mayoría porque se aproxima al tipo humano ideal.
Según las últimas publicaciones y trabajos, se considera imprescindible educar en valores porque estos son los que inspiran las conductas de las personas y se transmiten de manera dinámica a través de los modelos.
La sociología actual defiende que los valores no nacen de forma espontánea ni como consecuencia de la lógica o del pensamiento racional. Son más o menos estables, en función de que estén más o menos arraigados en una sociedad y de que sean más o menos predominantes, creándose una jerarquía a la que se llama jerarquía de valores.
Con respecto a la pregunta de si se aprenden los valores, los sociólogos afirman que es evidente que no se nace con ellos y que no son hereditarios, sino que son el producto de las relaciones humanas, es decir, los valores se aprenden. Pero el aprendizaje de los valores no es el fruto de un proceso didáctico, sino un proceso de evolución y transformación continuo.
Por lo tanto, los valores no son estáticos; por el contrario, son dinámicos y constantemente se van modificando dependiendo de la manera de ser y de actuar.
Los valores se pueden enseñar, y la estrategia para la enseñanza está en el proceso de socialización. Cada generación debe enseñar a la generación siguiente, y esta aprender las normas de conducta de la sociedad en la que va a vivir. Según Piaget, los roles o papeles sociales que el ser recién nacido empieza a percibir en sus padres son el primer instrumento en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Los valores, en fin, están en la mente y en el corazón, en la manera de pensar, de sentir y de actuar de todos los seres humanos, solo hay que buscarlos y transmitirlos.
Desde el punto de vista de la filosofía, el término valor posee el mismo significado profundo que ética y moral.
Para poder entender bien estos conceptos, acudiremos a su origen etimológico y veremos que ética viene del griego ethos, y moral viene del latín mores, significando tanto uno como otro ‘costumbres’, en el sentido de normas internas, valores internos y su aplicación práctica. Ética y moral son aquellos valores que el hombre debe desarrollar para poder ascender en su camino de evolución.
Hoy, a pesar del tiempo transcurrido, podemos apreciar que las virtudes de las que hablaban los griegos y los romanos tienen aún vigencia y que los valores de los que hoy se habla tanto, tales como la tolerancia, la solidaridad, la multiculturalidad o los derechos humanos, no son diferentes de aquellas virtudes de generosidad, fraternidad, justicia, etc., que ellos nos transmitieron, porque el hombre se aferra precisamente a lo que no perece, a lo eterno, a lo duradero, y esa es la principal característica de los valores atemporales: que son capaces de vivir en todas las épocas de la historia. Así que, cuando hablamos de educar en valores, de lo que estamos hablando es de dotar al mundo de una nueva moral, nueva por lo eterna, no nueva por lo cambiante.
Según la filosofía, la historia es, por definición, devenir, movimiento, es decir, cambio. Según el sociólogo Jacques Delors, la educación está estrechamente ligada al devenir histórico, hasta tal punto que es promotora y, a la vez, receptiva de los cambios históricos.
La aceleración de la historia es, probablemente, el fenómeno más significativo del mundo contemporáneo, porque exige una adecuación permanente a las nuevas situaciones que se van presentando en el desarrollo de la humanidad, con una velocidad a veces difícil de alcanzar. Esto ha provocado un cambio en los patrones educativos que ha desembocado en lo que se ha llamado sociedad del conocimiento, una sociedad del saber en la que primará la «persona instruida», es decir, aquella que esté preparada para afrontar los cambios y reciclarse de forma continua.
Desde esta perspectiva y en una sociedad capitalista como la actual, donde todo tiene un valor económico, se considera la educación como una forma de capital; eso sí, el capital de mayor rentabilidad en el mundo del futuro, toda vez que se identifica educación solo con la adquisición de conocimientos para ser eficaces, que es lo mismo que productivos; y esto es así hasta tal punto que hoy se habla de capital humano y capital social en relación con la educación.
El capital humano está integrado por el conjunto de los trabajadores, que requieren básicamente salud y educación para ser eficaces en su actividad profesional; y el capital social es el resultante del desarrollo cultural de la sociedad. Y ya sabemos que no hay cultura sin educación previa; por lo tanto, se considera la educación como la infraestructura de la cultura.
Así pues, la educación debe ser permanente y debe ajustarse a todas las etapas del desarrollo de la vida del hombre. Se considera así que en los primeros estadios de la enseñanza debe darse menor importancia a la acumulación de conocimientos que a la aptitud del alumno para instruirse y desarrollar su personalidad y facultades.
La educación permanente ya no se circunscribe solo al ámbito de la escuela, sino que abarca a la sociedad en su conjunto: se educa en la familia, en la escuela, en el templo, en la empresa, en los medios de comunicación etc. Esta educación que se mantiene alerta a las nuevas exigencias que la sociedad va a demandar es lo que se conoce como educación para el cambio.
Para que esta educación para el cambio sea posible, Ricardo Díez Hochleiter, en su trabajo «Aprender para el futuro: desafíos y oportunidades», propone el cumplimiento de los cinco preceptos siguientes:
-
Aprender a aprender y a desarrollar una curiosidad y un deseo de aprender insaciables, para enriquecer la vida en todos sus aspectos y no solo en relación con el trabajo.
-
Aprender a anticipar y resolver problemas nuevos, analizarlos de forma sistemática e idear soluciones alternativas.
-
Aprender a localizar información pertinente y transformarla en conocimiento, gracias a experiencias y criterios apropiados.
-
Aprender a relacionar las enseñanzas del sistema educativo con el mundo exterior, incluido el mundo laboral, el de las relaciones humanas, el de la familia y el de la comunidad nacional y del entorno más inmediato.
-
Aprender a pensar de forma interdisciplinaria o integradora, para poder percibir todas las dimensiones de los problemas o situaciones.
Reconocida la importancia y el papel fundamental de la educación, y aceptando que el futuro previsible será de los más capacitados, los planes y las medidas que se adoptan dejan mucho que desear y es que todo lo anterior no es sino una visión sociológica del problema actual, que nos hace olvidar que los hombres no somos «materia prima» que se puede procesar para garantizar su productividad y eficacia.
Olvidamos que el hombre es un individuo con inquietudes muchos más profundas y trascendentes, y que en lo profundo —se manifieste más o menos claramente—, tiene necesidad de descubrir y encontrar su verdadera identidad y su papel en la vida, más allá de dogmatismos políticos, sociales o religiosos.
No podemos seguir alimentando el mito de que el hombre es apenas una realidad biológica, y que la cultura es tan solo la última etapa de un proceso genético, producida al azar, que ha de prepararlo para satisfacer su necesidad de supervivencia física. Ni la técnica ni la tecnología, como veremos más adelante, serán capaces de ayudarle a enfrentar los verdaderos retos del futuro.
Como decíamos al principio, la historia es un devenir y ha demostrado que es a través de la educación como el hombre puede encarar los retos, los cambios que le depara el futuro, tal y como la ha hecho siempre. Por ello no debemos confundir educación con capacitación y tenemos que volver de nuevo a la raíz etimológica del término educación, que viene del latín educire, ‘sacar de dentro’. Así es como la filosofía lo ha entendido siempre, ya que parte de que el hombre no es un animal racional, sino un Nous, espíritu, razón o conciencia, con una psique o alma emocional y un soma o cuerpo biológico; la verdadera educación es un descubrirse a sí mismo, su Nous o Ser, es hacer florecer en el hombre sus virtudes: el honor, el valor, la capacidad de investigación, la generosidad, la templanza, la justicia, la bondad y tantas otras que hagan de él un verdadero ciudadano consciente y responsable con su momento histórico.
Por ello, debemos trabajar por una educación humanista y filosófica, porque solo así estaremos capacitados para enfrentar los retos del futuro, solo una educación humanista y filosófica se podría llamar educación para el cambio.
¿Escuelas humanistas o escuelas de filosofía?
Este apartado trata de establecer un paralelismo entre lo que, en este momento histórico, se ha dado en llamar escuelas humanistas y lo que a lo largo de la historia de la humanidad fueron y son las escuelas de filosofía, tanto en la estructura y en el papel que cada uno de sus componentes juega dentro de ella como en los principios por los que se deben regir, e incluso en sus relaciones con el mundo exterior, a fin de cumplir su destino; si bien, al ser un trabajo sobre la educación, hablaremos siempre con el lenguaje propio.
Cuando los sociólogos hablan de las escuelas del futuro, se apoyan en una concepción humanista de las relaciones tanto internas como externas de la institución escolar. Los centros educativos son unos entornos en los que las relaciones entre personas son un factor decisivo para el logro de sus objetivos.
En estas escuelas a las que se ha dado en llamar escuelas de calidad, las relaciones entre las personas se fundamentan en los principios de respeto a la dignidad del individuo, de lealtad, de corrección ética y de confianza recíproca.
Está fuera de toda duda que ninguna organización humana es un paraíso, y la escuela, desde luego, no es una excepción. No obstante, las escuelas de calidad se proponen estimular la faceta de compromiso, y lo consiguen depositando confianza en las personas y creando un clima de motivación y de esfuerzo.
Pero la concepción humanista de la escuela no concierne solo a las relaciones entre las personas implicadas, sino también al conocimiento. Nos encontramos, de nuevo, ante la revalorización de los enfoques humanísticos de las enseñanzas.
Además, las escuelas de calidad asumen el desafío que es característico de las organizaciones inteligentes, que son capaces de adaptarse a un entorno cambiante y desarrollar y consolidar esquemas de comprensión y de acción orientados siempre hacia el logro de sus fines.
El comportamiento inteligente de los centros educativos requiere, además, una visión estratégica que mire y oriente sus acciones hacia el futuro. Esta visión inteligente aportará a la escuela una cierta seguridad, un cierto grado de estabilidad como organización, perfectamente compatible con los procesos de cambio.
Para ello, las personas implicadas en estos centros deberán poner en marcha ciertas actitudes:
-
Flexibilidad, lo que conlleva apertura hacia ideas nuevas y una disposición favorable a los cambios.
-
Creatividad, lo que supone la exploración de nuevos caminos, de nuevas iniciativas y de nuevas soluciones.
-
Oportunidad, lo que permite incorporar la visión estratégica al funcionamiento de la institución escolar y contribuye de forma efectiva a su adaptación.
La visión estratégica no puede ser puramente intelectual y estática, sino que es, esencialmente, proactiva y dinámica; alimenta el espíritu emprendedor y estimula el desarrollo de actuaciones para mejorar el presente y preparar el futuro.
La estructura de este tipo de escuelas estaría integrada por tres núcleos relacionados entre sí, pero cuyos niveles de implicación y de compromiso serían diferentes. Podríamos representarlos por medio de tres círculos concéntricos:
-
Primer círculo: estaría formado por los dirigentes, llámese equipo directivo, que, encabezado por el director, serían los responsables de educar.
Si educar es conducir, uno de los factores más importantes a la hora de educar es la formación de los alumnos en el plano personal. Pero difícilmente el centro educativo podrá transferir a aquellos una impronta ética si no existe un esfuerzo consciente por asumir colectivamente un código de conducta, un patrón de comportamiento coherente, que termine impregnando las actuaciones de los alumnos y favoreciendo su crecimiento. Dentro de este primer círculo, es imprescindible una estrecha cohesión del equipo humano que lo conforma, pues esta es una manifestación de la creencia en su proyecto educativo, y este, a su vez, es el que sirve de nexo de unión entre el primer y el tercer círculo y los orienta con mayor facilidad hacia los fines de la organización.
-
Segundo círculo: estaría formado por los contenidos o enseñanzas del proyecto educativo, un proyecto educativo sólido, capaz de articular una oferta educativa interesante y coherente, que se muestre al exterior como atractiva, tanto en su concepción como en su desarrollo; pero además, ha de trasladar con fuerza al exterior cuál es el compromiso de formación con los alumnos y con las familias.
Finalmente, ha de servir para explicitar cuáles son los valores y los objetivos que caracterizan el centro educativo, de modo que sirva de orientación para los comportamientos individuales y permita percibir con claridad lo que se espera y lo que no se espera de sus miembros.
-
Tercer círculo: conformado por los alumnos, que son los verdaderos protagonistas, además de receptores de las enseñanzas de estas escuelas humanistas, y sus familias, que son la realidad cotidiana en las que se desenvuelven y en donde han de poner en práctica lo aprendido.
Resumiendo, las escuelas de calidad del siglo XXI han de ser voluntaria y deliberadamente abiertas; abiertas a la innovación, abiertas al entorno social, abiertas a otros centros educativos y abiertas a otros países, y estar siempre en marcha buscando respuestas inteligentes ante la aparición de nuevas circunstancias.
La educacion en un mundo global
Que la educación tiene una incidencia directa en la construcción del futuro resulta indiscutible. Precisamente por esta razón, la globalización plantea hoy a la educación y a la formación nuevos desafíos.
La globalización incide sobre el conjunto de bienes morales o culturales acumulados en las sociedades maduras, que constituye su acervo común; pero, a diferencia del acervo que resulta de un proceso histórico pausado, este nuevo patrimonio cultural globalizado pierde en profundidad lo que gana en extensión, y al basarse en la ley del máximo beneficio material, resulta incapaz de procurar ninguna orientación moral. No contribuye a la reflexión, ni forma al hombre como individuo libre con capacidad de elección; por el contrario, lo entremezcla todo y, bajo la bandera de la solidaridad y la igualdad, desvincula al individuo con lo mejor de su herencia cultural y moral.
Así mismo, la globalización conlleva la revalorización de lo tecnológico. Bajo el señuelo de lo útil, de lo que funciona, de lo que genera resultados inmediatos, las nuevas generaciones corren el riesgo de no reflexionar sobre las causas y obviar las grandes preguntas que son naturales al ser humano y, por tanto, desinteresarse de encontrar respuestas, y eso conlleva perder la capacidad de pensar y de buscar, que son la base misma de la libertad.
La exaltación de lo superficial está propiciando una pérdida de los antecedentes culturales; las características del contexto actual hacen que los jóvenes se autoperciban como producto de lo inmediato, de la influencia de lo coetáneo, que se identifiquen solo con las vivencias propias de su generación, sin el reconocimiento de la deuda cultural con el pasado e inconscientes de sus responsabilidades para con el futuro
Es por ello por lo que la responsabilidad de la educación de transmitir y concienciar a los jóvenes de la importancia del acervo cultural común es ineludible.
La orientación humanística de los conocimientos básicos debe sobrepasar el carácter interno de las propias disciplinas para adentrarse en el terreno más profundo de los valores éticos de conducta.
Precisamente en este tiempo, en el que lo tecnológico lo abarca casi todo, la revalorización de lo humanístico puede ayudar a conciliar la tradición y la modernidad y a crear una sociedad donde hombres y mujeres de todas las creencias, razas y condiciones sociales puedan vivir en un mundo más justo.
Aunque dentro de las finalidades de la educación sean prioritarias las que conciernen al desarrollo personal y moral del individuo, las que lo preparen para el ejercicio de la ciudadanía y para asumir un acervo común de valores y de una tradición cultural que le proporcione la estabilidad necesaria para vivir en un mundo en permanente cambio, no podemos ignorar su indiscutible impacto en el ámbito de lo económico.
La globalización, en su vertiente económica, ha situado el conocimiento y la información entre sus motores y, por ende, el ser humano ha pasado a ocupar el núcleo mismo del fenómeno.
Alan Weber dice textualmente: «Los fundamentos de la nueva economía no residen en la tecnología, en el microchip o en las telecomunicaciones, sino en la mente humana».
La revalorización del papel de la mente humana en el desarrollo económico, su capacidad de generar conocimiento nuevo y de aplicarlo, hacen de la educación y de la formación herramientas incuestionables para adaptarse con éxito a este tiempo histórico lleno de cambios.
En este nuevo orden global que rebasa los límites nacionales, la vieja utopía sobre el poder del conocimiento, que ha acompañado desde sus orígenes a la tradición occidental, sigue conservando su vigencia; la educación mantiene su potencia como instrumento principal para caminar en pos de ese ideal que constituye un mundo mejor, más bello y más justo.
Para finalizar, cito unas palabras del filósofo Sri Ram, sacadas del artículo cuyo título es «Educación teosófica» y con las que sencillamente define, en esencia, lo que debe ser la educación: «Educar a un joven no es dejarlo solo para que aprenda todo como un moderno Robinson Crusoe. La educación ha de ser un proceso para ayudarle a cubrir rápidamente todas las etapas que ya están superadas en el campo del conocimiento, y capacitarle para avanzar. Cierta medida de tutela y de guía, mientras está creciendo, provee obviamente de un mejor fundamento para que uno prosiga sus propios descubrimientos».
-
LIVRAGA, J. Á.: Magia, religión y ciencia para el tercer milenio, Tomo II. Ed. Nueva Acrópolis.
-
NAYA GARMENDIA, L. M.: El valor de la educación en cultura. Ed. Xabide.
-
LÓPEZ RUPÉREZ, F.: Preparar el futuro: la educación ante los desafíos de la globalización.
-
RAMALLO, J. M.: «Educación y cambio, educar en el siglo XXI». Ideasapiens.com
-
DE LA CRUZ MORENO, N.: «Carta abierta a las familias y profesores», Revista Ciudad Escolar y Universitaria.
-
CALDERÓN ALMENDROS, I. “La atención a la diversidad en los nuevos sistemas educativos”. Revista digital de educación.




















