Filosofía — 1 de noviembre de 2025 at 00:00

El Pinocho de Carlos Collodi, viaje del alma humana

por
Pinocho de Carlos Collodi
Fuente: Meister Drucke

«Realmente, el primer impulso que hiende el corazón de madera de Pinocho es el de la gratitud. Ahí comienza su viaje de transmutación, siempre a través de las pruebas».

Ya Platón usa la imagen de «almas de madera» cuando se refiere a los que no pueden comulgar con nada que les dé sentido a la vida fuera de su egoísmo, que es como un pozo oscuro que no permite que emerja ninguna luz. Las demás almas son metálicas y sensibles, por lo tanto, a las ondulaciones del mar del cielo, con más o menos pureza.

En el Popol Vuh se menciona la creación de los «hombres de madera», la de aquellos que podían hablar pero a nadie respetaban, no pudiendo honrar a los dioses, sus artífices. Fueron sustituidos por la humanidad del maíz, con una conciencia divina que los vinculaba al cielo. Un diluvio lavó la tierra de las impías palabras y obras de los hombres de madera, que fueron convertidos en simios.

Este viaje desde una humanidad orgullosa, ignorante y rebelde a una responsable, consciente y respetuosa con su naturaleza y con el entorno, que incluye, ante todo, a los otros, es la que refleja esta obra de Pinocho, escrita por Carlos Collodi desde 1881 a 1883 en una serie de artículos para una revista infantil. El título original era La historia de un títere y se convirtió en una de las obras más leídas de todos los tiempos, con abundantes películas, representaciones de teatro, musicales, ballets e incluso óperas sobre el tema. Todo el libro está sembrado de recomendaciones para la educación de los niños y los peligros que, como Pinocho, enfrentarán si, simplemente, se dejan llevar por sus gustos y no por la cariñosa obediencia al Hada Azul, que vive y quiere reinar en lo íntimo de nuestra conciencia, ese misterio salvador vivo que el profesor Jorge Ángel Livraga dice que aletea dentro del pecho como un pájaro azul.

Walt Disney, en 1940, aun cambiando algunas de las escenas, sublimó el mensaje y le otorgó tal belleza que ha conmovido a varias generaciones y suavizado las aristas del original, a veces rudo. Así como las animaciones de Disney nos abrieron a la dimensión del sueño y de la bella necesidad de transformarse del alma, otras películas demasiado fieles al texto de Collodi dejaron, con su violencia, traumatizados a muchísimos niños.

En el libro de Collodi, Pinocho comienza siendo una madera con sensibilidad y con habla; esta no le es otorgada por el Hada Azul (como en la versión Disney). Convertido en muñeco, con un insaciable deseo de hacer lo que quiere, maltrata a su «padre», Gepeto, figura que no podemos dejar de relacionar con Japeto, el titán, padre de Prometeo, y por lo tanto, con este último, que es, junto con Atenea, el creador de la humanidad consciente. En una versión, Prometeo modela al primer hombre en el torno del alfarero y Atenea le introduce el alma mental (simbolizada por lo que no sabríamos decir si es una abeja o una mariposa). Pinocho comienza a humanizarse desde que siente gratitud —y, por lo tanto, la deuda de amor—, primero hacia Gepeto, que vende su abrigo y pasa frío para que el muñeco tenga su primer abecedario; y luego, hacia el Hada Azul, a quien siente como una hermana (su doble luminoso), y después como una madre, pero siempre como una maestra y una salvadora en los momentos más críticos.

En la versión de Disney, ya mencioné en otro artículo cómo el Hada Azul, que es la Señora, la Estrella, y por lo tanto, Venus y su emanación, despierta el alma de Pinocho con su varita mágica —que termina en una estrella de cinco puntas— al pulsar en su glándula pineal, y que luego hace vivir su corazón. En el texto de Collodi se destaca que el alma de madera no puede crecer, es lo que es, siempre igual. Pero el alma de fuego o de luz, que es la conciencia, sí. Como en la naturaleza, en la que a la madera, al ser cortada, no la vemos crecer, sino disminuir —o ser quemada—, pero sí vemos el fuego nacer, crecer, elevarse, liberarse de la materia, brillar, transformar y hermanarse con todo (pues todo, en definitiva es de fuego, es el estado original de la materia, así como «todo es mental», según los antiguos textos).

Y estos son precisamente el viaje y las pruebas de Pinocho, que no es una simple madera, pues es sensible, habla, respeta y considera, se esfuerza por ser mejor; aunque también necesita de su «conciencia» —el «grillo que habla»—, de Gepeto (que le da la forma, como los Pitris en la India) y del Hada Azul (los Manasaputras, en la religión hindú), que le guía, le salva y le convierte en un «niño de verdad», o sea, en un sabio perfecto.

Como dice un comentador, de entre todos los personajes literarios, nadie quiere ser un Pinocho, pero lo cierto es que todos lo somos, todos estamos en el camino, todos somos en gran parte insensibles al sentido de la vida, todos estamos sometidos a dificultades y pruebas (las de la vida, las del alma, y no es fácil a veces separarlas), bajo la mirada benévola del Hada Azul.

En el libro de Collodi hallamos muchas situaciones y animales que deben de estar cargados de simbolismo.

En la casa de Gepeto, el fuego y el puchero pintados deben de ser más que un signo de pobreza. Están anunciados, diseñados en su forma —el ser humano y su transformación—, pero falta la vida, el volumen, el espacio y el tiempo en que la llama espiritual opere. Una lectura de la acción de los Pitris en la obra de Antropogénesis de H. P. Blavatsky nos da la clave de esta identidad. De hecho, el viaje de Pinocho comienza porque esa pintura no basta para satisfacer su hambre. La habitación de Gepeto le pertenece —dice—, hasta que no tiene más remedio que salir de ahí, movido por el hambre, que significa «la necesidad de experiencia».

En el primer encuentro de Pinocho con el Grillo Parlante, le mata de un martillazo. El grillo actúa como su conciencia, y le hiere su orgullo al decir que su cabeza es de madera. Luego, se le encuentra fantasmal como una luciérnaga y le aconseja que lleve las monedas de oro a su padre, pero él está enfermo de codicia:

No te fíes, muchacho, de los que prometen hacerte rico de la mañana a la noche. ¡Habitualmente, o son unos locos, o unos embrollones! Hazme caso y da la vuelta.

Yo, por el contrario, quiero seguir adelante.

¡Es muy tarde!

¡Quiero seguir adelante!

La noche es oscura.

Quiero seguir adelante.

La carretera es peligrosa.

Quiero seguir adelante.

Ten presente que los chicos que actúan a su capricho y a su manera, antes o después se arrepienten.

Son los cuentos de siempre. Buenas noches, Grillo.

¡Buenas noches, Pinocho, y que el cielo te salve del rocío y de los asesinos!

Apenas hubo pronunciado estas palabras cuando el Grillo Parlante se extinguió como se apaga una llama de un soplido, y el camino quedó más oscuro que antes.

Luego, se encuentra de nuevo con él, reencarnado, junto al Hada Azul.

Los asesinos que lo persiguen mientras él oculta valientemente su tesoro; la serpiente tendida en el camino y que se muere de risa cuando quería devorarlo y él patas arriba clavado en la senda; el permanecer colgado de un árbol, casi muerto y el féretro que tenía preparado si no tomaba la amarga medicina; la ciudad Atrapabobos, símbolo del mundo en que todos pierden lo que más estimaban y los distinguía; el gorila que hace justicia a la inversa; el ser atado y actuar como perro guardián; la paloma que lo lleva hasta el mar; los siete niños salvajes, como los siete pecados capitales, que le atacan y de los que se defiende; la gruta junto al mar de donde sale un personaje semejante a Nereo, que lo quiere devorar, y el perro que lo salva; la Ciudad de los Juguetes, donde la conciencia, desbocada y arrastrada por los deseos, experimenta una alquimia inversa que le convierte en un burro, y cómo es así humillado y esclavizado; cómo en el fondo del mar recupera su verdadera figura, al comerle los peces enviados por el Hada Azul todo lo que él no es, su carne y su piel de burro; el tiburón gigante y cómo encuentra en su estómago a su padre y le libera; el gran atún que los conduce de nuevo a tierra; su trabajo, como un burro —pero ahora con plena libertad y para servir a su padre— y con las otras artes, como las de la cestería, en que su inteligencia se va desarrollando, junto con sus largas veladas de estudio; y su última gran prueba, el sacrificio por el Hada Azul, a quien entrega lo que tiene en vez de comprarse un buen vestido… Todas son imágenes que sugieren significados profundos. Y todas las que no he dicho ahora y que se refieren al Hada Azul, que merecen un estudio aparte, en un artículo siguiente.

De todos los personajes de esta obra, y más aún en la versión de Disney, el más siniestro es «el Hombrecillo», que engaña a los niños para que se conviertan en burros en la Ciudad de los Juguetes, y que es la verdadera antítesis sombría del Hada Azul. Es la maldad pura, sin atisbo de un átomo de nada humano, el egoísmo que arrastra a la ignorancia y a la degradación y que ríe salvaje, como el minotauro en el corazón del laberinto. Y que canturrea, en el texto de Collodi: «Todos duermen de noche y yo no duermo nunca». Con el placer sin freno va destruyendo la esencia humana, y con el terror después, hace que las almas se queden sin habla.

Pinocho, que no sabe esto y ve que los burros lloran y esbozan algunas palabras, le pregunta:

Este borriquillo está llorando.

Déjalo que llore. Ya reirá cuando se canse [¡qué reír pavoroso!].

¿Acaso también le habéis enseñado a hablar?

No, ha aprendido a balbucear algunas palabras, ya que ha vivido tres años en compañía de perros amaestrados.

El final, incluso, de la obra de Collodi es muy diferente de la versión de Disney. La cabaña se convierte en un palacio, su padre rejuvenece y sigue trabajando como carpintero, feliz y creativo, él se convierte en un «niño de verdad». Pero aquí no es el Pinocho de madera quien se convierte, sino que el muñeco, simplemente es abandonado, como si el verdadero Pinocho fuera una sensibilidad naciente enterrada en ese trozo de madera luego convertido en muñeco, y que servirá para que este aprenda las lecciones de la vida. Es como si todo estuviera ya muerto, o sea, verdaderamente vivo, abandonando la dimensión de la materia, y siendo todo ya real, sin las sombras ni las limitaciones que esta proyecta. Como el Devakán de las tradiciones teosóficas, donde se vive intensamente la cosecha espiritual y de felicidad de la vida antes de la nueva siembra, o sea, de reencarnar de nuevo.

Aclárame una duda, papaíto: ¿cómo se explica este cambio repentino?

Este inesperado cambio en nuestra casa se debe a tu mérito.

Y el final es ciertamente sugerente:

Pinocho se volvió a mirarlo. Y, después de contemplarle durante un rato, dijo para sí con grandísima complacencia: «¡Qué cómico resultaba yo cuando era un muñeco! ¡Y qué contento estoy ahora de haberme convertido en un muchacho de bien!».

Todos, al final, reiremos de lo cómico de nuestra ignorancia, pero solo después de haber llorado en nuestros esfuerzos de salir de sus tinieblas y de hacer el bien. Como en una escena de este libro en que Pinocho está como muerto, pero llora, y el médico, un cuervo enviado por el Hada Azul, le dice:

Cuando el muerto llora, es que está en vías de curarse.

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