Filosofía — 1 de octubre de 2025 at 00:00

San Agustín, entre la filosofía y la fe

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San Agustín, entre la filosofía y la fe

«Dios mío, los hombres te consultan sobre lo que quieren oír,  pero no siempre quieren oír lo que tú les respondes»

 

¿Quién fue san Agustín?

Aurelius Augustinus Hipponensis nació el 13 de noviembre del año 354 en África. Su padre, Patricio era romano; y su madre, Mónica, cristiana.

Se convirtió al cristianismo ya adulto, inspirado por las palabras de san Pablo y las de Plotino y, probablemente, por la fuerte fe y voluntad de su madre, que a manera de conciencia externa le seguirá adonde vaya durante toda su vida hasta que logre devolverlo al cristianismo, la fe en la que ella le ha educado. Como dijo un sacerdote a Mónica una vez: es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas. Fue bautizado a los treinta y tres años y ordenado obispo a los cuarenta y uno. Antes de eso, llevó una vida de búsqueda total de sensaciones, vivencias y placeres sensuales en su vida personal. Y de sed de conocimiento y comprensión de la verdad en su vida intelectual e interior.

¿Su búsqueda?:

  • Retórica y filosofía (principalmente Cicerón).
  • Maniqueísmo.
  • Neoplatónicos (traducidos y explicados por cristianos: san Ambrosio, Mario Victorino).
  • Cristianismo (curiosamente le inspira san Pablo, convertido al cristianismo ante la llamada de Dios; una especie de reflejo de sí mismo. Y al igual que Pablo escucha una voz del cielo que le pregunta «¿Por qué me persigues?», Agustín escucha a un niño decirle: «Toma y lee»). «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste […]. Pero tú me llamaste y clamaste hasta romper finalmente mi sordera. Con tu fulgor espléndido pusiste en fuga mi ceguera. Tu fragancia penetró en mi respiración…».

Al inicio de su camino, el cristianismo le parece demasiado simple para explicar problemas morales y contestar preguntas profundas, pero luego lo descubrirá como algo mucho más complejo y posible para ser seguido por un hombre de su intelecto.

Se le reconoce como uno de los padres de la Iglesia. No sabría decir si por su prolífica obra literaria (más de noventa obras de distintos temas, más de trescientos sermones, más de doscientas cartas…) o por lo transparente de su testimonio de converso, que le hace un ejemplo de humildad y sinceridad. Su biografía viene a ser de primera mano, pues la primer fuente es Confesiones; además, en Retractaciones, enumera él mismo todos sus escritos.

 

Algunas de sus ideas: eternidad del alma

«Nuestra casa no se derrumba por nuestra ausencia, pues nuestra casa es tu eternidad».

En el ser humano reconoce dos naturalezas, la naturaleza o esencia humana —que es de la misma naturaleza que Dios, eterna e inmutable— y la carne mortal. Esta unión ocurre en el vientre de la «Gran Madre», la Virgen María, y sucede de alguna manera por amor, para que «la carne mortal no sea siempre mortal». Cuando invocamos a Dios, le llamamos para que venga desde adentro (in-vocare), ¿de dónde va a venir sino de dentro de nosotros?, del lugar donde procede el alma: «Y ¿qué es lo que quiero decirte, Señor, sino que no sé de dónde he venido aquí, me refiero a esta vida mortal o muerte vital? No lo sé». «¿De dónde podía venir, en efecto, tal ser viviente sino de ti, Señor? ¿Acaso hay algún artífice de sí mismo?».

Si invoco a Dios, ¿desde qué lugar le invoco? ¿No estoy yo mismo en Èl?… Confesiones está más lleno de preguntas que de respuestas (a veces parece contradecirse un poco él mismo), preguntas que, más tarde o más temprano, responderá Dios dentro de él.

Fe y razón

A los diecinueve años, rechaza la fe en nombre de la razón. Irá cambiando de parecer hasta llegar a la conclusión de que la razón y la fe no son opuestas sino complementarias. «Entiende para que puedas creer, cree para que puedas entender». Cuando se llega a una, esa alimenta a la otra y entonces es posible seguir avanzando, pues una hace superar los límites de la otra. Son dos los pies que necesita un caminante.

Su aporte a la teoría de la relatividad

Sobre el tema del tiempo, origina la teoría del «triple presente»: 1. presente de las cosas pasadas; 2. presente de las cosas presentes; 3. presente de las cosas futuras. Los tres existen en el mundo del espíritu (Todo está «existido», como me gusta decirlo a mí).

Llamamos pasado a la memoria de lo que ha dejado de existir; futuro, a la expectación sobre lo que todavía no existe; y presente, a la atención sobre un punto, un instante solo. El paso del tiempo se percibe en el alma, que guarda la impresión de las cosas al pasar; es decir, la medición y percepción del tiempo sería algo psicológico, especialmente porque nos queremos mover «hacia adelante», hasta que todo lo que está en el futuro se haga pasado y entonces… se habrá terminado el tiempo. Pero con el espíritu sería posible moverse hacia direcciones opuestas del punto presente para, simplemente, ampliar ese momento presente de manera que el tiempo se viva, sin futuro ni pasado, sin espera ni recuerdo. Así es como define san Agustín la eternidad: siempre estable y totalmente presente. Y aunque Dios está fuera del tiempo, «deja abierta la posibilidad de la existencia de otros tiempos antes del mundo, reservando así a los seres angélicos una dimensión temporal» (Ferrer y Román).

Haciéndole el trabajo a Descartes…

«Si me engaño, existo».

Para llegar a la certeza de la autoconsciencia, utiliza la siguiente escalera:

    1. No saber a ciencia cierta sobre algo nos lleva a dudar. Es decir: yo dudo.
  • Si dudo, no importa la naturaleza de esa duda, quiere decir que yo pienso.
  • Aunque en todas las cosas me engañara, no podría engañarme si yo no existiera; así es que: yo existo.

Como la percepción del mundo exterior puede conducir al error, el camino hacia la certeza es la interioridad («No salgas de ti mismo, vuelve a ti, en el interior del hombre habita la verdad»), que, por un proceso de iluminación, se encuentra con las verdades eternas (incluye los arquetipos y leyes con los que Dios hizo el cosmos) y con el mismo Dios que está dentro de nosotros.

Dios, la Creación, el hombre

«Todo lo creas, lo sustentas y lo llevas a perfección.  Eres un Dios que busca, pero nada necesita».

Dios creó el mundo tomando como modelo sus propias Ideas (la mente divina sería el mundo inteligible platónico). No hay sino Dios y mundo, las cosas han sido creadas por Dios de la nada. En ese mundo conviven la perfección y el aprendizaje para lograr desarrollar virtudes y llegar a Dios (para Agustín las virtudes cristianas fe, esperanza y caridad son superiores a fortaleza, justicia, prudencia y templanza porque estas ordenan la vida moral del hombre, mientras que las primeras ordenan la vida hacia Dios). Las virtudes son el orden o jerarquía de aquello que se ama y solo gracias a esa base es como su definición de ética tiene sentido: «ama a Dios y haz lo que quieras».

San Agustín encontró la causa del mal en el uso incorrecto por parte del hombre de su albedrío («abandonamos a Dios porque somos libres»). Así que, aunque existe un destino, que para él es ser felices y lo liga a la vida eterna en Dios como máxima «bienaventuranza», el ser humano debe lograr hacer ese destino de manera consciente: «La Ley se dio, pues, para que la gracia pudiera ser buscada; la gracia se dio para que la Ley pudiera ser cumplida» (esto me sonó como lo del destino histórico que describe Cicerón para los hombres). Por ejemplo, esto, aplicado a las vidas de santos, dice que Dios sabe quién va a responder a su llamada, pero ese conocimiento no afecta a la libre voluntad de los hombres; por eso, a fin de cuentas, «se salvan los que se salvan».

A diferencia de Platón, que habla del amor como un movimiento de lo no perfecto a lo perfecto, para Agustín el amor parte de Dios: de lo superior a lo inferior, lo que ejemplifica cuánta humildad necesita el amor verdadero. Ese amor nos eleva y nos hace crecer. Para san Agustín, el amor es la fuerza de voluntad en el hombre.

 

La Ciudad de Dios

«Del mismo modo que un cuerpo humano minado por la vejez llama a las enfermedades, así el Imperio romano, a fines del siglo IV, llamaba a su seno a los bárbaros».

Francisco Montes de Oca, en la introducción a Ciudad de Dios, dice que que, en Ciudad de Dios, san Agustín da sus juicios acerca de los demás, pareciera que la fe y las afirmaciones de la fe le han nublado un poco la razón (clara diferencia literaria con Confesiones. A pesar de que termina pidiendo perdón a aquellos a los que esta obra no les aporte mucho). Denuncia el culto a los dioses romanos y dejar el cuidado de la ciudad en manos de los lares.

El hombre puede elegir si vivir en la ciudad de Dios (comunidad de los justos), donde está la felicidad propia y de cuyo gobierno depende incluso la felicidad de los que viven a su sombra, o vivir en la ciudad terrenal (de la carne), donde está la vanidad —aun cuando tenga una aparente utilidad material o riqueza—; «el bueno, aunque sirva, es libre; el malo, aunque reine, es esclavo», esclavo de tantos señores como vicios le dominan (algo así había planteado Epicteto) Cada una de esas ciudades pertenece a un tipo diferente de hombre, aun cuando se trate de un reino imponente como el romano. Recuerda a un pirata que contestó a Alejandro Magno cuando este le increpó de cómo tenía conmocionados a todos: «¿Y qué te parece a ti cómo tienes turbado atodo el mundo? Yo, como lo hago con un pequeño bajel, me llaman corsario; en cambio a ti, como lo haces con grandes ejércitos, te llaman rey».

Interpreta a los dioses romanos en lenguaje simbólico —Júpiter, el cielo y Juno, el aire— y les otorga carácter de fábula. Habla de la resurrección y entra en detalle (si resucitamos con el propio sexo y no todos como varón; de los abortos no puede opinar demasiado…).

Para lo que aún no puede contestar —igual que en las Confesiones— recurre nuevamente a la pregunta, como si además de buen cristiano, en el fondo, no deja de ser nunca filósofo. Hay cosas para las que nunca tendrá respuesta; ese es el misterio, o en su otro nombre, «los milagros de Cristo».

«Que me conozca a mí y que te conozca a ti, que todo lo haga siempre pensando en ti. Que me humille yo y te exalte a ti. Que todo lo que me suceda lo reciba como tuyo, que renuncie a lo mío y elija ir detrás de ti…» (San Agustín).

 

Biografía

 

Año 354 13 de noviembre. Nace en Tagaste, provincia romana de Numidia (hoy Argelia).
361 Primeros estudios (gramática, latín, retórica).
372 Lee el Hortensius de Cicerón, lo que direcciona su búsqueda y su amor a la filosofía. Vivirá catorce años con una compañera de la que no revela su nombre. Tendrá con ella a su hijo Adeodato («Dado a Dios»), que heredará la aguda inteligencia de su padre. «La grandeza de su mente me llenó de una clase de terror».
374 Profesor en Tagaste.
376 Profesor de retórica en Cartago. Es maniqueísta y, como ellos, cree que el bien y el mal provienen de dos fuerzas externas ajenas a nosotros que luchan entre sí.
383 Viaja a Roma con ambiciones de buscar un ambiente académico distinto.
384 Se le nombra profesor de retórica en Milán.
385 Su madre le sigue hasta Milán. Será ella, el contacto con el obispo san Ambrosio y posteriormente las cartas de san Pablo y los escritos de Plotino lo que terminará de convertirlo al cristianismo. 

Se retira a la quinta de Casiciaco, y lleva una vida monástica junto a sus allegados. Los «Diálogos de Casiciaco» son de este período.

387 Recibe el bautismo junto a algunos amigos y su hijo Adeodato. Ese otoño muere su madre (será canonizada como santa Mónica, patrona de las mujeres casadas).
388 Agustín regresa a África y funda una comunidad cristiana inspirada en la fraternidad y el desprendimiento, «donde todo es de todos» y se dedican a estudiar, reflexionar y orar.
389 Muere Adeodato. En el libro De Magistro reproduce una conversación con él. 
391 Le ordenan sacerdote.
396 El obispo Valerio le nombra obispo auxiliar.
397 Sucede a Valerio en la sede episcopal de Hipona (hoy Annaba, costa nororiental de Argelia). Escribe Confesiones.
410 Los godos saquean Roma.
413 Empieza a escribir Ciudad de Dios  (el nombre original es «La ciudad de Dios contra los paganos»).
429 Los vándalos invaden Numidia.
430 Los vándalos asedian Hipona. San Agustín cae enfermo y muere el 28 de agosto. Sus restos fueron rescatados luego por los lombardos y hoy está enterrado en la basílica de San Pedro en el Cielo de Oro, en Pavía, Italia. A pesar del incendio de la ciudad, su basílica y sus obras permanecieron intactas.

En el año 476 el Imperio romano de Occidente terminará de caer.

 

Bibliografía

  • San Agustín. Ciudad de Dios. Ed. Sepan Cuántos. México, 1970. 2da Edición
  • San Agustín. Confesiones. Alianza Editorial, España, 1999. 
  • San Agustín. Confesiones de San Agustín. Ed. Akal, edición de Olegario García de la Fuente S. A, 2000. Madrid.
  • http://es.wikipedia.org/wiki/Agust%C3%ADn_de_Hipona
  • http://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/agustin.htm 
  • www.um.es_urbanoferrer_documentos_Agustín.pdf

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