Historia — 1 de junio de 2025 at 00:00

Las cruces de mayo en Córdoba

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cruces de mayo

Pasear por las calles de la antigua Córdoba, cerca de la mezquita, o por la judería, o en las que rondan las iglesias fernandinas, es siempre como entrar, no ya en otro tiempo, sino en una nueva dimensión. Y es como si la vida de la capital de los omeyas palpitase de nuevo, y más especialmente en sus fiestas más importantes, en sus procesiones de Semana Santa, o en el peregrinaje por sus patios floridos en la intimidad de sus hogares, o en sus Cruces de Mayo, en los patios abiertos.

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En la Semana Santa se celebran los padecimientos y muerte del Salvador, o sea, en una clave, la sangre del Sol que da vida a la naturaleza entera y la del Logos —en el sentido platónico— que abre las puertas a las almas humanas, de la vida eterna. Todo el ambiente se impregna de la lentitud y solemnidad de sus pasos, de la gravedad de un hecho de tal trascendencia, y las muchedumbres de la ciudad acompañan este desfile de sus imágenes sagradas, como quizás tres mil años antes lo hacían con la efigie divina de la Gran Madre, Hathor reuniéndose con su hijo-esposo divino Horus en el templo de Edfú.

Pero en estos días todo es alegría, danza, animadas charlas entre amigos, fiesta en que todos se cubren con las mejores galas, un canto a la resurrección de la naturaleza. La ciudad entera de Córdoba se convierte en palco y altar de varias decenas de cruces de gran tamaño cubiertas de flores de todos los tipos y colores. La muerte se ha convertido en vida, el dolor se ha convertido en alma, en luz y en libertad, irradiada, con su belleza y perfume, al infinito. Y en las plazas en torno a dichas cruces todo es animación y fiesta. Y es costumbre ir de una a otra, para celebrarlas y compararlas, y vivificar la ciudad entera con esta alegría de una vieja ceremonia que no sabemos si es cristiana o pagana, y a pocos importa ya, pues el símbolo trasciende los escenarios en que se muestra.

Algunos eruditos dicen que esta Fiesta de la Cruz se debe al descubrimiento de la misma en Jerusalén por santa Helena (la madre de Constantino). Otros dicen que deriva de las Floralia, las fiestas romanas en honor a la diosa Flora, que duraban desde el 28 de abril al 3 de mayo. Otros lo relacionan con el culto a la diosa Ops y a Maia (el nombre de sus fiestas es, precisamente, las Maias), dedicado a la diosa del amor, la Bona Dea.

cruces de mayo
Cruz de Mayo en la Diputación de Córdoba

Cruz de Mayo en la Plaza de las Tendillas junto a mi amigo Juan Vazquez, guía en este recorrido por la ciudad.

Las plazas, adornadas para la fiesta, se convierten en templos, la cruz florecida en estatua de culto, y con ella reina la alegría.

Cruces de mayo de blanco inmaculado que nos recuerdan la pureza de las almas sin pecado, como la nieve blanda aún no hollada por pies impíos.

Cruces de rosas rosas o de otro color, bandera misma de la diosa de la gracia y la belleza.

Cruces de rojos claveles, o de rosas rojas, ebrias del amor que es la sangre de la vida.

Cruces irisadas por las diferentes flores que las visten, como si la luz misma se quebrase en mil destellos, y que puede así llegar a cada amado, un canto a la infinidad de formas y caminos que asume la vida.

Cruces más pequeñas en los recintos de las casas, o en cualquier rincón, que se convierte así en capilla de adoración; o que simplemente atrae las miradas y el corazón. ¿Y no es este el primer gesto del que adora? Cruces gigantes, con escalinatas que a su base llegan, presidiendo las grandes plazas. Y en torno a ellas, danzas, concursos, música, bebidas espirituosas y alegría; y el río de las voces humanas ante el que nadie se siente solo.

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Cruz de Mayo en la Plaza de las Tendillas junto a mi amigo Juan Vazquez, guía en este recorrido por la ciudad.

Antonio Machado cantó en sus versos de «La saeta»:

¡Cantar de la tierra mía,

que echa flores

al Jesús de la agonía,

y es la fe de mis mayores!

¡Oh, no eres tú mi cantar!

¡No puedo cantar, ni quiero

a ese Jesús del madero,

sino al que anduvo en el mar!

Y nosotros nos podemos reconciliar porque amamos esa Fiesta de la Cruz convertida en rosa mística.

Y tanta algarabía no parece mística, pero lo es, si es el reencuentro de las almas, y la sonrisa abierta ante la vida. Como dijeron los filósofos griegos, la mejor ofrenda a Apolo, el dios de la luz y la armonía, es un corazón alegre.

Las cruces florecidas de mayo, embriagadas de belleza, ya no recuerdan que fueron cruces, matriz de dolor y redención. Son como el fuego y la luz que no recuerda el dolor de la madera que arde. Son como la blanca y susurrante espuma que boga entre simas de silencio. Son como la Tierra misma, después de convulsiones titánicas, hecha jardín florecido.

Y así, en el florecido mes de mayo, celebran en la ciudad de Córdoba la vida renovada, tras las pruebas del frío invierno.

Las fotografías han sido realizadas por Carmen Morales

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