Sociedad — 1 de octubre de 2023 at 00:00

Un camino hacia la interioridad: moral, filosofía y espiritualidad

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moral filosofía y espiritualidad

La profesora Delia Steinberg Guzmán nos ha dejado una inmensa obra al servicio de la colectividad humana. Como su vida, sus enseñanzas eran accesibles y prácticas. Su preocupación permanente fue que el mayor número de individuos pudiera acceder a la comprensión del sentido de la vida para que cada cual pueda disponer libremente de su destino.

Hace unos años, en uno de nuestros congresos internacionales de filosofía, nos propuso un curso sobre cómo alcanzar la espiritualidad. Al escucharla, me pareció que, ante el total desconcierto y confusión actual, podría servir de bastón para todos los peregrinos del alma.

Ella propuso tres niveles progresivos a lograr para la práctica de la vida interior: el escalón de la vida moral, el escalón filosófico y el escalón espiritual.

«Muchas veces hay una confusión sobre cómo prepararnos a nosotros mismos, qué valores desarrollar en una vía ascendente para atrevernos a hablar de espiritualidad. A veces hablamos de la espiritualidad sin darnos cuenta de que hemos saltado pasos previos indispensables».

 

El escalón de la moral

La fuerza moral es el punto de apoyo de todo, que nos permite hacer frente a las diferentes pruebas o dificultades de la vida sin perder nuestra centralidad y caer en el psicologismo.

«Es evidente que hay que trabajar con la psique, pero si nos quedamos en el plano psicológico, nuestro trabajo se va a volver superficial y subjetivo. Lo psicológico no lo resuelve todo, trabaja con el ego personal que quiere deslumbrar hacia fuera y no tiene dimensión moral».

Para obtener la salud psicológica y mental debemos formar nuestro carácter y depender menos de nuestros defectos y más de nuestras cualidades morales o virtudes, como las llamaban los antiguos filósofos. A la virtud, los griegos la llamaron areté, aquello que nos conduce a la excelencia. Los romanos usaron la palabra vir, lo vigoroso, lo fuerte, que no se refiere a lo masculino sino a la fuerza de carácter.

Fortaleza de carácter es seguridad interior y estabilidad, nos decía Delia Steinberg Guzmán.

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Clase de filosofía moral, Rusia, 2006.

«Hacer filosofía sin sentirnos seguros en el plano moral es engañarnos y engañar». El verdadero filósofo practica lo que enseña sin tener temor al fracaso, porque aprende de él.

La vida moral es interior y no es una forma de juzgar o criticar al prójimo, dándole lecciones.

En el escalón moral buscamos reconocer el bien y el mal. Cuando se le preguntó «pero ¿qué es el bien?», nos respondió: «el acercamiento a las leyes de la naturaleza y también todo aquello que nos hace mejores».

El mal consiste en el alejamiento de las leyes de la naturaleza, tal cual lo estamos constatando con los desarreglos que están originando las actividades humanas en el mundo, empeorando la condición humana de millones de personas.

La fuerza moral no puede estar edificada sobre la fe ciega, sino sobre nuestras convicciones.

«No busquen la estabilidad antes de tener seguridad interior. Sin seguridad interior haremos estable la inseguridad y los defectos».

«El emperador estoico Marco Aurelio preguntaba a sus interlocutores: ¿serás recto o enderezado? El valor moral que reúne a la mayoría desde milenios es la rectitud. Consiguiendo esta actitud interior de rectitud, el valor moral se transforma en un imán para nuestro perfeccionamiento».

Estas enseñanzas proceden de una moral atemporal o moral del alma, como decía Jorge Ángel Livraga. Esta vía moral nos lleva al examen interior sobre el sentido de nuestras vidas.

 

El valor de la filosofía

«La filosofía busca mejorar nuestras vidas, acercarnos a la verdad de las cosas, ser más felices, ser mejores».

El escalón de la filosofía, apoyado sobre nuestra vida moral, nos lleva a aprender a diferenciar lo verdadero de lo falso, la verdad de la ilusión. «Nos permite descubrir qué poco valor tienen las opiniones sin fundamento, salir de las fantasías y desarrollar una virtud maravillosa que es la investigación».

Debemos preguntarnos: ¿en qué apoyo mi vida? La prueba a la que debemos todos someternos, nos decía, es si vivimos de acuerdo a la verdad de las cosas o de acuerdo a nuestros prejuicios, fantasías e ilusiones.

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Clase de cosmogénesis, 2016.

«La verdad tiene muchos niveles. Hay un núcleo que podríamos llamar lo Verdadero, y luego, muchísimas expresiones de la verdad. Pero para poder encontrar la verdad, primero hay que reconocer que en cualquier forma de vida hay verdad».

Pero nos señalaba que, para poder ver en el interior de las cosas, se necesita primero obtener un estado de tranquilidad y de serenidad, un estado de ataraxia donde no se está sometido a la pasión. Mientras que el hombre agitado está siempre dependiendo de los elementos exteriores que lo perturban, el aprendiz de sabio no se deja invadir por el mundo exterior. En ese aspecto, Delia Steinberg Guzmán converge con las grandes filosofías morales de la Antigüedad como el estoicismo y el epicureísmo, incitándonos con su ejemplo a ponerlas en práctica hoy.

Nos previene de que hay un defecto muy grave en la búsqueda de la verdad, que es la impaciencia. «El no hay urgencia no es lentitud, que sería pereza. No tener apuro es avanzar sin ansiedad, para avanzar tranquilos. Para vivir y buscar las leyes de la naturaleza hace falta respirar, sin ansiedad. Hace falta un gran cambio en nosotros mismos, aprender a buscar la verdad. De esta búsqueda nacen las convicciones que no se pueden imponer».

Las convicciones nacen cuando hemos captado algo de la verdad que podemos poner en práctica. Estar en lo verdadero no se limita a un compromiso intelectual, es también un acto práctico y moral. Porque esto implica ser verdadero no respecto de algo exterior, sino como un acto individual interior.

La verdad reside en un acto existencial de vivir por la verdad, haciendo de ella un modo de vida que nos acerca a su esencia. Se trata de poder concebir otra vida. Los griegos llamaron a esta apertura de la conciencia aletheia, es decir, descubrimiento, desvelamiento, revelación : ir más allá de las apariencias.

 

El escalón de la espiritualidad

Delia Steinberg Guzmán constató, por su experiencia, que estamos inmersos en un mundo que atenta continuamente contra la espiritualidad a través de su postura antimoral y antifilosófica. La falsa libertad del individualismo narcisista nos ha conducido a la crisis que estamos viviendo. «¿Estamos seguros de que nuestra elección parte de la conciencia y no de la mecanicidad de la mente?».

Ella nos incita, como los filósofos a la manera clásica, a volver a dar sentido a lo que es la espiritualidad con la búsqueda de lo duradero, de lo imperecedero, de la Realidad. «La espiritualidad es, en principio, un estado de conciencia».

La palabra espíritu proviene del latín spiritus, ‘aliento’. El ser humano posee una inteligencia que le permite comprender el mundo, pero también liberarse de él. Como dice el filósofo Bertrand Vergely, cuando la inteligencia se convierte en una facultad práctica de libertad y no solo en una facultad teórica de explicación de la realidad, podemos hablar del espíritu. El espíritu nos reenvía al sentido, a lo que está detrás de las cosas. Nos libera del peso de la letra muerta y nos conduce a su significación simbólica.

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Homenaje con representación teatral, 2015.

Delia Steinberg nos ha dejado algunas recomendaciones para facilitar nuestra práctica de la espiritualidad. Para comenzar, apoyarnos sobre nuestra vida moral y la práctica de la filosofía para comprender y discernir el sentido de las cosas internas y externas que vivimos.

«La espiritualidad no es creer, sino saber. Por eso hemos dejado atrás el psicologismo, porque la fe emocional es muchas veces irracional. Para hablar de espiritualidad debe haber saber. Espiritualidad es ver las cosas como son y no como queremos que sean o como nos gustaría que fueran. No podemos pretender transformaciones si no vemos primero las cosas como son».

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Clase de filosofía comparada, España.

Para lograr un cambio interior o exterior debemos constatar su verdadera naturaleza y partir de esas realidades para evitar que la energía que empleamos se diluya sin ningún resultado.

La espiritualidad es, para ella, amor por el prójimo. Nadie puede avanzar si no se interesa por el bien del otro. Aprender a olvidarse de uno mismo es, paradójicamente, una de las claves para nuestra propia mejora interior. «No me refiero al amor particularizado en una persona u otra. Es como si nuestro corazón se volviera irradiante y pudiera volcarse en todos, porque todos tienen algo de bueno y algo de malo. Lo importante es amar, porque, sin amar, la fraternidad no es posible. La fraternidad es parte de la espiritualidad, es un principio indispensable para alcanzar finalidades superiores». Insistió permanentemente en que, más allá de las mentalidades de cada país, debemos comprender que los corazones humanos son iguales en todo el mundo. Las diferencias las ha creado la mente.

Una de las explicaciones que más le gustaban sobre qué es Nueva Acropolis es la de una escuela de filosofía a la manera clásica, que se apoya en la moral y busca la regeneración espiritual del género humano. Para que nuestras escuelas en el mundo puedan promover la dimensión espiritual, debemos desarrollar la capacidad de descubrir la verdad y de descubrir el bien.

«Espiritualidad es un estado de conciencia en el que nos podemos sentir parte integrante de todo el mundo y podemos penetrar en todas las cosas, en todos los seres y en todas las verdades».

Querida profesora de vida, gracias por enseñarnos a compartir el bien, la verdad y la Realidad y sentirnos parte de la humanidad y del universo.

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