Naturaleza — 1 de octubre de 2022 at 00:00

Un modelo en el reino animal: hormigas y termitas

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Solo nos queda hablar del último animal ingeniero y arquitecto que vamos a mencionar en este artículo. Para el autor del mismo, constituye, por proporción y capacidades naturales, el mejor ejemplo de cómo la naturaleza elige misteriosos caminos, aún no descubiertos, para que criaturas muy simples nos deleiten y asombren con su talento.

Debemos volver casi al inicio, porque nuestro último protagonista no es un animal «superior», ni mucho menos. Pertenece al humilde y ubicuo mundo de los artrópodos, en concreto al filum Insecta. Con tan solo unos 3 mm de longitud de media, estamos hablando de las termitas.

Hormigas y termitas

Hormigas y termitas, animales muy emparentados evolutivamente, constituyen el grupo de insectos más diverso y ecológicamente dominante en las zonas tropicales. Se calcula que en la selva amazónica, más de un tercio de la biomasa a nivel del suelo está constituido por estos dos órdenes de insectos. En una amplia franja de África ecuatorial es imposible excavar sin hallar termes y hormigas en una única perforación.

De hábitats tan similares, estos dos grupos han desarrollado a lo largo de millones de años de vida relaciones de competencia no por el alimento, sino sobre todo por lugares de nidificación. Es tradición pensar en la «hostilidad eterna» que se han declarado hormigas y termes, a la manera de romanos y cartagineses en unas diminutas Guerras Púnicas, pero la realidad dice que solo un 5% de las hormigas son depredadoras específicas de termitas (o comejenes, nombre con el que también se conocen), y algunas de ellas solo depredan termes de manera ocasional. De hecho, y aunque parezca increíble, muchas hormigas y termitas han encontrado la forma de vivir simbióticamente. Las ventajas que ambas encuentran en esta sociedad son muchas más que las que podría deparar un incierto futuro bélico.

Ambas son capaces de defender mucho más eficazmente el nido en cooperación de ataques externos. Las hormigas pueden depredar esporádicamente termitas vivas o muertas y, a su vez, las comejenes pueden alimentarse de los cadáveres de sus vecinas, ricos en compuestos nitrogenados indispensables en su dieta celulósica, de la que hablaremos más adelante.

Existen estudios que llegan a clasificar las relaciones hormigas-termitas en cinco categorías:

— Hormigas depredadoras y francamente hostiles hacia las termes y otros insectos.

— Hormigas «cleptobióticas», o que roban las termitas presas del grupo anterior.

— Hormigas «termitolésticas», capaces de depredar sobre crías o individuos débiles de las colonias de termitas.

— Hormigas inquilinas, que pueblan las galerías de las colonias de comejenes, sin molestarse unas a otras.

— Hormigas «termitoxénicas», que viven en colonias mixtas con relaciones simbióticas, aún no bien estudiadas, mucho más íntimamente que las hormigas inquilinas.

Una vez deshecho el mito del «odio eterno a los romanos» entre hormigas y termitas, convendría describir a las termitas y explicar las diferencias fundamentales entre las colonias de comejenes y el resto de colonias de los llamados insectos sociales.

Cómo es una termita

En el mundo existen más de 2500 especies descritas de termes, todas situadas en zonas cálidas del planeta, alcanzando su mayor número y desarrollo en los trópicos. Los paralelos 50 de latitud norte o sur, y las isotermas de temperatura media anual de 10ºC señalan perfectamente su área de distribución por Europa, América, Australia y África, de la que se dice que toda ella es un gigantesco termitero. El modo de vida subterráneo y recatado de estos insectos es lo que lleva a disimular su presencia. En Europa se han descrito tres especies de termitas, dos de ellas autóctonas, aunque los fósiles hablan de la presencia de hasta cincuenta especies distintas, dado que la distribución de estos insectos era mucho más amplia en épocas geológicas pasadas.

Si bien entre los otros insectos sociales (hormigas, abejas y avispas) existe una cierta diferencia morfológica, esta se basa principalmente en el tamaño. Entre las termitas, el polimorfismo se encuentra muy especializado, y dentro de un termitero podemos encontrar siempre machos y hembras, y una cierta variedad de individuos que a simple vista se pueden clasificar en las denominadas «castas». Para empezar, existen tres tipos de formas reproductoras: la monógama alada, de vida efímera, la polígama y las castas ápteras, así como una serie de formas intermedias que incluyen los llamados «soldados fértiles». A esta diversidad se suman tres tipos de soldados estériles, machos o hembras, y dos tipos de obreros también estériles y de uno u otro sexo. Las sociedades de hormigas, abejas y avispas solo cuentan con individuos machos en la época de reproducción. Son, básicamente, femeninas.

Las distintas formas surgen de las distintas mudas (metamorfosis) que atraviesan en su desarrollo las termitas. A la segunda metamorfosis, son ya funcionales y se ocupan en tareas de ayuda y cuidado de los más jóvenes. Después de la tercera, pueden convertirse en soldados, o sufrir otras cinco y llegar a ser individuos reproductores alados.

Estos isópteros vienen describiéndose de acuerdo al siguiente esquema:

  1. Termitas obreras: se encargan de todo el trabajo físico. Construyen el termitero, cuidan de larvas, huevos y la pareja real, se preocupan de la búsqueda de la comida y de una importantísima misión: alimentar a todos los otros tipos de termitas, incapaces de comer por sí solas.

De 1 a 6 mm de longitud, son de un color blanco cremoso, con una línea central en el abdomen más oscura, que corresponde al tracto digestivo. Mantienen durante toda su vida el aspecto de las primeras etapas de desarrollo juvenil. Solo están pigmentadas sus mandíbulas, como consecuencia del depósito de esclerotina, necesaria para conseguir endurecer un aparato bucal destinado a triturar la madera. Son ciegos, ápteros (sin alas) y sin diferenciación sexual.

Cubiertas en su exoesqueleto por innumerables glándulas secretoras, mantienen mediante la comunicación química la estructura de la colonia, y establecen los mecanismos de cooperación y funcionalidad necesarios entre estas sociedades de insectos. En otro apartado hablaremos de cómo este comportamiento está influyendo en los más modernos diseños de aparatos y programas informáticos (biomimética).

  1. Termitas soldado: un poco más grandes, alcanzan hasta los 8 mm. Ciegos, ápteros y prácticamente sin diferenciación sexual, se encargan de defender el termitero del ataque de organismos hostiles. Esta casta es la más característica del Orden Isóptera, y su presencia en una sociedad sana es proporcionalmente reducida, entre diez y cien veces menor que los obreros.

Son incapaces en modo alguno de alimentarse por sí mismos, debido a la hipertrofia de su cabeza, donde han desarrollado enormes mandíbulas, espolones por los que expelen, como con una jeringa, chorros de ácido letal, o bien distintas protuberancias que secretan una especie de pegamento con los que untan a sus contrincantes, sujetándolos primero y diluyéndolos, vivos, después. Todo un arsenal de guerra química…

En ocasiones, su incapacidad de movimiento, así como la necesidad de ser alimentados por los obreros, los convierten en una pesada carga que puede lastrar tanto a la colonia que la haga peligrar.

A veces se encuentran dos categorías de obreros y de soldados que difieren por su tamaño. En Bellicositermes natalensis coexisten soldados pequeños y grandes con obreros pequeños y grandes. Los soldados son todos hembras estériles, con una muda más en los individuos grandes. Los obreros pequeños derivan de larvas hembra, y los grandes de larvas macho, asunto que puede saberse debido a la presencia de gónadas rudimentarias en estas crías de termitas.

  1. Pareja real o reproductores: los responsables de la puesta de huevos. En muchas especies de termitas, solo hay una de estas parejas. Poseen un color café, más o menos oscuro, y mientras el rey mantiene su tamaño original, la reina puede llegar a ser miles de veces mayor que sus hijas obreras. Su volumen aumenta tanto que quedan para siempre aprisionadas dentro de la habitación que el termitero ha dispuesto para ellas, de la que nunca podrán volver a salir.

Se les atribuye el control de la estructura social del termitero mediante la secreción de feromonas y otros compuestos químicos.

Una reina de hormigas es capaz de poner 340 huevos por día, es decir, unos 20.000 al mes. Algunas abejas llegan a producir entre 1000 y 2000 huevos diarios, casi uno por minuto. Lo normal entre las termitas (Bellicositermes) es efectuar una puesta de 36.000 huevecillos al día, de 20 a 30 por minuto (16 millones al año). Sin embargo, existen especies de termitas que son capaces de producir hasta… ¡43 millares de huevos al día!, con una media de casi un huevo por segundo. No obstante, muchos de ellos —debemos decirlo— son inviables y se destinan a alimentar a la madre que los pone.

Si increíble resulta el potencial reproductor de estos isópteros, aún lo es más —biológicamente hablando—, su longevidad. Se ha podido estudiar una pareja real de Reculitermes lucifugus instalada en una casona francesa durante veinticuatro años seguidos. Continúa, por otra parte, la investigación sobre otra de la especie australiana Coptotermes lacteus, comenzada hace treinta y cinco años. Y, por último, existen documentos que atestiguan —ojo al dato— parejas reales que alcanzan el siglo de vida… Toda una proeza en minúsculos invertebrados de milímetros de longitud.

Una colonia no depende de la pareja reproductora, que si muere, puede generar nuevos individuos sexuados.

  1. Reproductores suplementarios: aparecen en determinadas épocas del año, y realizan la importante misión de expandir la especie.

La sociedad elige una casta de individuos sexuados que, como adultos, desarrollan alas y abandonan el nido natal. Este éxodo se realiza de forma masiva, en proporciones bíblicas, que llevan a congregar en las inmediaciones del termitero a toda una pléyade de carnívoros profesionales u oportunistas que van desde el humilde ratón de campo a tribus enteras de indígenas que gustan de paladear un buen puñado de estas termitas bien tostadas.

Es durante el vuelo o al final del mismo cuando se forman las parejas y la unión monógama de los sexos. La enjambrazón de las termitas no es, pues, como la de las abejas, una escisión de la colonia, sino un auténtico vuelo nupcial, seguido de una luna de miel en toda regla.

Cada pareja alada aterriza y se produce el corte (autotomía) de las alas, seguido del tándem, en el que los machos se unen mediante sus antenas al abdomen de su compañera, modo en el que realizan un paseo nupcial. Posteriormente se dedican a excavar una cavidad (el «copulario»)en la que se encerrarán para dar rienda suelta a sus instintos reproductores, sin temor a ser molestados ni por ojos ni por presencias inoportunas. La feliz pareja, en la intimidad, se entrega a una amputación parcial de las antenas que concluye el ritual previo a la cópula. Cuando comienza la primera puesta, se puede hablar ya de una auténtica pareja real.

Durante las primeras fases del desarrollo de la colonia, es bastante usual que la reina devore parte de su propia puesta, mientras se desarrollan obreras bastantes como para constituir un séquito lo suficientemente numeroso y profesional, digno, que pueda alimentarla, cuidarla, limpiarla y atenderla como se merece tan real personaje.

Junto a la fundación de una nueva sociedad a partir de una enjambrazón y la consolidación de una nueva pareja real, numerosas especies de termitas, como por ejemplo Reticulitermes, consiguen crear nuevas colonias mediante individuos que alcanzan la madurez sexual sin perder, no obstante, su apariencia juvenil. Estos individuos son denominados «neoténicos», y las colonias así formadas, «esquejes».

Estos esquejes pueden o no mantenerse ligados entre sí, y/o con el nido primitivo. Según algunos autores (Grassé, 1984), así se habrían establecido las enormes poblaciones de Reticulitermes encontradas en el sudoeste francés.

 

Compartiendo la comida

La forma de alimentación en un termitero tiene una importancia fundamental para entender la dinámica de estas poblaciones.

Para empezar, digamos que las termitas se alimentan fundamentalmente de celulosa, materia presente en las paredes de las células de vegetales. Son absolutamente dependientes de este polisacárido, constituyente principal de la madera, que posee una estructura similar a la del almidón. Pero la digestión del almidón, realizada por las amilasas en la inmensa mayoría de los organismos, es muy distinta de la que necesita la celulosa. Solo se han descubierto algunas moléculas de enzimas capaces de atacar la celulosa para obtener la energía presente en sus enlaces químicos; y mucho peor se conoce el proceso por el que se consigue digerir la lignina, segundo constituyente en importancia de la madera, y la que le otorga la consistencia de tal (la diferencia existente, por ejemplo, entre una hierba y un tronco de árbol estriba en la cantidad de lignina en las células de ambos, mucho mayor en el árbol).

Las celulasas, responsables de la digestión de la celulosa, se han encontrado, entre otros lugares, en bacterias, en el tubo digestivo de moluscos lamelibranquios y en numerosos insectos. Las termes carecen en su sistema digestivo de celulasas, y recurren a la simbiosis para poder sustentarse. De esta manera encontramos dos grandes grupos de termitas, de acuerdo a su forma de alimentarse:

– Las que poseen en su tracto digestivo bacterias o zooflagelados que se encargan de digerir la celulosa.

– Las que cultivan hongos capaces de digerirla. En este caso, la termita utiliza las enzimas del hongo o llega a consumir el producto de deshecho del mismo, celulosa digerida, es decir, moléculas de azúcar. Es un caso similar al ya estudiado de las hormigas. Nunca devoran al propio hongo.

No nos ha de extrañar, por cierto, que las termes cobijen en sus intestinos minúsculas bacterias responsables de su alimentación, dado que estamos rodeados de animales que hacen lo propio. Ningún mamífero herbívoro —sirva de ejemplo— es capaz de digerir la celulosa, trabajo que delegan en sus respectivas floras bacterianas, alojadas cómoda, cálida y húmedamente en sus sistemas digestivos. Nosotros mismos poseemos toda una jerarquía de bacterias simbiontes que nos ayudan en la alimentación, sintetizando para nosotros desde aminoácidos hasta vitaminas, y que pululan a sus anchas por el interior de nuestro tracto digestivo.

Con la parte anterior de la tercera porción del intestino bien llena de simbiontes, la termita puede estar tranquila de que sus diminutos inquilinos realicen el trabajo bioquímico que ella no puede hacer, a sabiendas de que estas bacterias deglutirán la celulosa en cantidades suficientes para alimentarse a sí mismas y a su anfitrión. El polisacárido (compuesto formado por «trozos» de cadenas de celulosa) así sintetizado se conoce como alimento «proctodeal», y es expulsado por el ano, aunque no se trata, obviamente, de excrementos.

La termita recoge esta secreción y la almacena en una especie de buche, donde la mezcla con su propia saliva, capaz —ahora sí— de atacar estas cadenas más pequeñas de azúcares para extraer su valiosísimo contenido energético. En este caso, hablamos de alimento «estomodeal», que la termita ingiere y termina de digerir, sin complicaciones, en su aparato digestivo. Una minúscula obrera deglute así hasta 3 kg de madera al año.

Pues bien, son las obreras, o los obreros, según se mire, los que realizan la tarea de «alimentar» al resto de las castas, imposibilitadas por su forma (soldados) o tamaño (reinas y reyes) para autoalimentarse. Este trasiego boca-a-boca se conoce como trofalaxia, y constituye otra de las características más peculiares con que es posible distinguir a las sociedades de termitas.

 

Comunicación

Los insectos sociales necesitan de un sistema de comunicación muy perfeccionado que les permita reconocerse, armonizar las labores y funciones, regular el desarrollo de los individuos y las castas y, en fin, sostener la sociedad que los caracteriza. Son absolutamente dependientes los unos de los otros.

Tanto soldados como parejas reales están obligados a aceptar los alimentos de origen proctodeal que les ofrecen las obreras, ya sean suyos o sintetizados por los miembros más diminutos de la colonia. Las obreras, a su vez, regurgitarán cada vez que se les pida alimento de uno u otro origen, y al hacerlo, mezclan con el mismo toda una suerte de compuestos químicos cargados de mensajes. Mediante este complicado intercambio de moléculas, es como se consigue mantener la estructura social de la colonia, tal y como apuntábamos más arriba.

Es decir, mediante este cambalache de alimento, se realiza la comunicación entre todos y cada uno de los miembros de cada termitero, así conste de unos pocos cientos o miles (Calotermes), o millones de individuos (Bellicositermes). Este particular sistema de alimentación trofoláctica constituye un mecanismo ideal de intercambio de información, así como el frecuente lamido mutuo de sus exoesqueletos de quitina, lugar donde las termitas tienen instaladas toda una batería de glándulas excretoras destinadas a completar tan complejo alfabeto bioquímico.

 

Otros alimentos alternativos

Las termes practican, además, la necrofagia, el canibalismo y la oofagia.

El motivo es muy simple en el caso del canibalismo y la necrofagia. La dieta de celulosa es tremendamente pobre en nitrógeno, componente esencial de los aminoácidos y, por ende, de las proteínas necesarias para la supervivencia del individuo. Las termitas obtienen este suplemento extra imprescindible mediante estas prácticas.

En una colonia natural o de laboratorio, todo individuo muerto es devorado por sus congéneres. En el caso de encontrar cadáveres en su interior, significa que la sociedad se encuentra enferma y con pocas posibilidades de recuperar su condición saludable. Caso de presentarse individuos enfermos de cualquier rango o casta, como también individuos heridos con pérdida de sangre, son atacados, y no pueden escapar al canibalismo. Esta práctica se realiza incluso con individuos neoténicos (sexuados de reemplazo) suplementarios, en aquellas sociedades donde solo se acepta una pareja de reproductores.

Por otra parte, la oofagia es una práctica corriente entre los Isoptera y constante entre las hembras fundadoras, que se alimentan de huevos hasta la aparición de los primeros obreros que se encargarán de su manutención.

 

Huertos

Con una gran cantidad de pequeñas fibras de madera que son masticadas lenta pero constantemente durante horas y horas, las termitas de la subfamilia Macrotermitinos, prepara unas enormes bolas que a veces son del tamaño de la cabeza de los seres humanos.

Esta estructura es fundamental para el desarrollo de la colonia. Cuando se funda una nueva, los obreros solo se dedican a fabricar estas bolas. El nivel de humedad y calor que se llega a alcanzar en el termitero facilita el cultivo de unos hongos cuyos nutrientes resultan, precisamente debido a su alto contenido en compuestos nitrogenados, indispensables para el sano desarrollo de los jóvenes.

A la vez, la fermentación de dichos hongos actúa de estabilizante termodinámico, ya que ayuda a asegurar la temperatura media de 30ºC, el 95% de humedad y el 4% de anhídrido carbónico, idóneos para un próspero progreso del nido.

Los huertos de hongos son estructuras de color ceniza con forma de laberintos, que cubren las paredes del compartimiento de las larvas. Estas estructuras tienen la consistencia y el olor del corcho húmedo, y las termitas las construyen con sus propios excrementos, depositando en ellos a los cnidios o esporas del hongo Termitomyces. Otro hongo cuya presencia se cita en otros termiteros es Xylaria. El comején y el hongo se necesitan mutuamente; una especie no puede subsistir sin la otra. Las termitas les dan a los hongos la seguridad de los panales, cuya composición química impide el crecimiento de otro tipo de hongos, y los termitomyces les suministran a los obreros las enzimas que necesitan para convertir la celulosa en azúcares simples, para la alimentación de las sociedad. Otras veces, simplemente digieren los productos de deshecho del hongo, celulosa descompuesta en polisacáridos. También de los hongos extraen la vitamina A y otros elementos esenciales.

 

Parásitos, comensales y simbiontes

Citemos que, además, es muy común encontrar insectos en el interior de los termiteros. Aunque hay algún que otro oportunista que disfraza su olor corporal para no ser detectado y así atrapar y deglutir cuanta termita se le antoje, otros muchos viven en simbiosis. Se han citado escarabajos (Termitobia) y moscas (Termitoxenia). Esta variada gama de especies de artrópodos obtienen un refugio y alimento seguro, y los comejenes los lamen con fruición en búsqueda del suministro alimentario que suponen estas exudaciones. Las termitas han llevado un paso más allá las costumbres ganaderas de las hormigas, que, por ahora, solo se conocen en relación con los áfidos (pulgones)

 

Exploración y recolección

La exploración hacia nuevas fuentes de alimento (madera) ocurre principalmente durante la noche, cuando las colonias son más activas. Se ha observado que la búsqueda es iniciada en muchos casos por pequeños grupos de soldados, de entre dos y cinco individuos, que salen del nido en todas direcciones. Cuando uno de estos soldados encuentra una fuente de alimento, comienza a presionar su abdomen contra el sustrato. Este comportamiento probablemente está asociado a la deposición de feromonas de camino, marcando el camino de orientación para las obreras.

No obstante, dependiendo de las especies, la búsqueda de alimento puede ser iniciada por una u otra casta. En algunas ocasiones son las obreras las encargadas del proceso.

A partir del momento en que los exploradores encuentran el alimento, comienza la segunda fase del forrajeo, donde son reclutadas las primeras obreras que iniciarán la explotación de la fuente. Durante esta fase, el reclutamiento de soldados y obreras aumenta considerablemente. Posteriormente, el ancho de la trilla se incrementa debido al tráfico bidireccional de estas dos castas.

Al mismo tiempo, se comprueba una continua deposición de heces sobre el camino. Esta actividad de construcción sobre el camino transcurre durante las veinticuatro horas del día. Después de cuarenta y ocho o hasta setenta y dos horas, estas deposiciones se convierten en galerías o túneles que comunican el nido con la fuente de alimento. Finalmente, es interesante destacar que los soldados suelen alinearse en la periferia de la trilla en posición defensiva.

La construcción de las galerías es sumamente importante para las sociedades de termitas. Animales que no gustan de trabajar a la luz del día, bastante indefensos por su tamaño, de cuerpo blando y húmedo, sin pigmentos que los defiendan del tórrido sol ecuatorial, no solo trabajan con nocturnidad y alevosía, sino que una vez localizada una fuente de alimento, las termes construyen galerías, de igual material que su termitero, que proteja sus idas y venidas del sol, la intemperie y los depredadores. Generalmente, uno de estos corredores estará formado por partículas de tierra y madera, secreciones salivales y excrementos, aglutinados y endurecidos al secarse.

Estas galerías van creciendo en la medida en que la colonia explora nuevas fuentes de recursos, y pueden llegar a ser descomunales. Si nos fijamos bien, guardan cierto parecido, al menos en sus funciones principales, con los canales abiertos por los castores.

 

Hogares con climatización natural

El ser humano ha buscado desde siempre una temperatura constante y adecuada en sus hogares, independiente de los rigores externos. Desde la humilde hoguera a las sofisticadas instalaciones de climatizadores centrales, de la simple piel al vidrio doble y ladrillos multiperforados, la finalidad es siempre la misma: la búsqueda del confort. Las termitas hace eones que solucionaron ese problema, por una cuestión mucho más pragmática: la propia vida les iba en ello.

Todas las termitas poseen un régimen de vida «subterráneo», y gustan de trabajar en una oscuridad húmeda y controlada. La inmensa mayoría de ellas pululan por debajo del suelo, a la búsqueda de recursos. En ocasiones, encontramos termitas arbóreas, que encajan sus nidos entre las ramas, y construyen sus pasillos por estas. Algunos géneros gustan de construir sus hogares aflorando a la superficie, y esas son las que más nos llaman la atención. Pero conviene destacar que, sea como sea la estructura donde viven, la familia de termitas poseerá un férreo control sobre sus condiciones de vida. Mantendrán una oscuridad absoluta, conseguirán una temperatura constante, un nivel de humedad fijo, y una aireación gaseosa que no las intoxique por sobreabundancia de dióxido de carbono. Cuanto más pequeño sea el nido, más fácil será regular estos aspectos. El problema estriba cuando el termitero adquiere tamaños gigantescos.

Pero no todas las termitas son grandes constructoras. La familia Kalotermitidae no elabora nidos con estructuras diferenciadas en funciones, y aunque depositan la basura en recintos fabricados para ello, a medida que el nido crece, los ciegan y van abandonando.

Rhinotermitidae, otra familia de comejenes, tampoco destacan como arquitectos. Comienzan la construcción en algún trozo de madera muerta y enterrada, y desde allí la sociedad se desarrolla cavando galerías cuyas paredes consolidan con saliva, llegando a formar una retícula muy variable en tamaño y configuración.

Un termitero completo consta de cámara real, zona de cultivos —que además funcionan de climatizadores—, sistema de aireación, refrigeración, zona de abastecimiento de materiales, personal especializado (defensa, construcción, agricultura, natalidad y guardería), etc.

Las termitas del género Apicotermes son las que construyen los nidos más perfectos, a pocos centímetros de profundidad de la superficie de la tierra, muy difíciles de encontrar, pues no hay detalles que delaten su presencia. Tienen el tamaño y la forma de un huevo de avestruz, divididos internamente por tabiques horizontales y sostenidos por unos pilares.

A lo largo de su eje más largo, todos los pisos tienen una abertura, con una rampa que permite el paso de uno a otro. En cada piso existe una galería circular que perfora la pared externa del nido, completándose el sistema por vías meridianas, de tal forma que las termitas puedan trasladarse de un lugar a otro, o a cualquiera de las galerías, sin tener necesidad de pasar por el centro de su ovoidea estructura. Desde estos nidos salen túneles que, perforando la tierra, llegan a otras construcciones similares, formando todas ellas un termitero.

Entre los termiteros de construcción externa, citemos en primer lugar unos en forma de lámina vertical, muy abundantes en Australia. Son termiteros de barro aplanados de hasta tres metros de altura. Las caras anchas se orientan en dirección este-oeste, mientras que las estrechas lo hacen en dirección norte-sur. Esta disposición no es caprichosa y responde a efectos térmicos, no magnéticos. Las termitas son sensibles al calor y un exceso del mismo las mataría; de este modo, reciben los primeros rayos de sol al amanecer calentando el termitero por la cara este, mientras la cara oeste permanece fresca. Cuando el sol está en su cenit, el calor es máximo pero este no afectará a las termitas, ya que los rayos inciden sobre la estrecha zona superior.

El otro tipo de termitero es una estructura en forma de torre que puede llegar a alcanzar los ocho metros de altura. El sistema de refrigeración que emplean sería la envidia de cualquier ingeniero, pues a la vez que consiguen mantener constante la temperatura, realizan una ventilación del aire viciado (difunden dióxido de carbono al exterior y oxígeno al interior). Debido a la gran cantidad de habitantes que hay en el termitero (hasta varios millones) se genera calor, y el aire se podría estancar y recalentar hasta un máximo letal para las termitas. Pero estos fabulosos peritos han conseguido la solución: la colonia ocupará la parte central del nido, y el aire caliente y cargado de dióxido de carbono ascenderá a través de las galerías. En la parte superior, el aire se desplazará hacia los laterales y descenderá por canales próximos a la superficie hasta el sótano. Gracias a la porosidad de las paredes, se producirá la difusión del dióxido de carbono hacia el exterior y del oxígeno hacia el interior.

Del sótano parten canales hasta el nivel freático, en donde las obreras recogen el barro para la fabricación del termitero. El techo de dicho sótano está formado por una bóveda que soporta el asentamiento y de la cual parten una serie de placas concéntricas que absorben la humedad de la colonia; en las placas se producirá una evaporación de la humedad absorbida, lo cual enfriará el aire que llegó hasta el sótano (como en los botijos), ascendiendo hasta la ciudad cargado de oxígeno y a la temperatura adecuada.

En África hay termiteros que llegan a alcanzar los trece metros de altura, y que sirven de hogar a cinco millones de habitantes. Si la talla media humana es de 1,70 m y la de una termita obrero es de 3 mm, es fácil hacer la proporción. Esos 13 m de alto en un termitero, corresponderían a una fabulosa torre de… cerca de ocho kilómetros de altura. Simplemente por ello, estos pequeños seres ya merecerían el título de «mejores ingenieros del mundo animal».

No son tan dañinas

Para el ser humano la termita es, en general, bastante dañina. Existen barrios enteros amenazados de ruina en la práctica totalidad de las ciudades ubicadas en la zona ecuatorial. Pensemos que una pareja de termes que se instalen en el pie de un marco de puerta, lo habrán devorado en menos de un mes. En el mundo de los recursos, el hombre y la termita compiten por un mismo material: la madera. Los constructores y expertos en plagas de todo el mundo no se cansan de repetir que la única forma de «ganar» la guerra contra estos insectos es la prevención. Es muy poco el coste adicional a un proyecto de construcción (10% máximo) para evitar la agresión de las termitas. Y también dicen que, una vez atacado un inmueble sin medidas de control, la batalla está perdida.

Pero las termes son dañinas según como se mire. Para nosotros pueden resultar particularmente molestas, sobre todo si vemos que un techo entero se cae, o los pilares de nuestra casa están completamente corroídos. La termita es capaz de atacar la madera, el papel y el cuero (son el terror de los bibliotecarios de libros antiguos), el plástico y aun el metal. Pero son imprescindibles para el enraizamiento y crecimiento de árboles en esteros y sabanas. Allí, cuando en grandes extensiones vacías vemos de pronto un bosquecillo, es casi seguro que alberga un termitero en sus raíces, pues la materia orgánica descompuesta depositada por las termitas crea condiciones óptimas para el crecimiento de los árboles.

Las termitas nunca atacan a plantas vivas. Los termiteros son importantes en lugares donde hay árboles muertos, pues las termes aceleran el proceso de degradación de la madera, que de otro modo solo quedaría en manos de los lentos tentáculos de hongos y bacterias. En lugares de ambientes secos (praderas de todo tipo), esta labor quedaría reducida a época de lluvias, mientras que las termitas consiguen mantener un óptimo nivel de actividad durante todo el año.

Y en cuanto al ser humano, la higienización de determinados biotopos no es la única ventaja que obtenemos de estos isópteros.

 

La naturaleza como modelo

Científicos de diferentes centros de investigación se están fijando muy detenidamente en el trabajo de estos insectos para elaborar la próxima generación de productos electrónicos, softwares e, incluso, dispositivos de bioingeniería.

Concretamente, los científicos que trabajan en el Palo Alto Research Center (PARC, Centro de Investigaciones de Palo Alto, en California, Estados Unidos) han adoptado como modelo a seguir el modo en que las termitas toman decisiones independientes para alcanzar un objetivo común, como por ejemplo, construir un nido, lo que según ellos sería como crear una «computadora distribuida»…

Las termitas realizan tareas individualmente siguiendo solo unas pocas reglas y además muy simples, pero trabajan en conjunto cuando se trata de solucionar un problema. Tampoco son seres muy complejos, y pese a esto, si en algún momento necesitan mover un trozo de madera, se las arreglan como sea para realizar el trabajo.

Y eso es justamente lo que quieren hacer estos científicos: construir la nueva «Air-Jet Paper», un dispositivo con miles de chorros de aire que puedan actuar de forma independiente para mover el papel a través de una copiadora o una impresora, reescribiendo esas simples reglas en unas pocas líneas de código entre una serie de dispositivos digitales.

En otras palabras, se trata de una reinvención del mecanismo de alimentación de papel de las copiadoras actuales. Tal como las colonias de termitas no tienen un rey que dé instrucciones a cada termita sobre cómo se construye su nido, y están en condiciones de actuar como seres independientes que trabajan en conjunto en pos de un objetivo, los sensores estarán diseñados para determinar si tienen o no una hoja de papel encima.

Si las hay, se activarán los chorros de aire, cada uno de los cuales puede tomar decisiones independientes, pero también actuar todos a la vez. Además, uno de los chorros estará en condiciones de tomar el control y cerrar el sistema si hay un estancamiento de papel.

Y algo más, porque trasladando el trabajo de las termitas a la creación de la Air-Jet, se logra además que su producción sea mucho más económica (ya que no posee partes móviles o mecánicas), su mantenimiento menos costoso y su funcionamiento muy eficiente, ya que la máquina no necesita entrar en contacto físico con el papel.

Todo lo anterior se puede resumir en un solo nombre: biomimética, es decir, ciencia inspirada en la biología, donde se toman como ejemplo las ideas de la naturaleza y se implementan en otras áreas…, un nuevo concepto que se ha instalado muy sólidamente en la cibernética, y que cada vez llega a más áreas del diseño.

Tanto el PARC, como IBM Research, Bell Labs y muchos otros centros de investigación y estudios ya están utilizando esta técnica… y el de la impresora o copiadora es solo uno de tantos ejemplos.

En relación con estos insectos sociales, sobre todo, y más que con hormigas y abejas, se ha expresado el concepto de «superorganismo». Ya hablamos de él en el capítulo de las hormigas. Según el mismo, la diversidad de castas dentro de una especie se ha perfeccionado hasta unos límites tales que la colonia entera se puede considerar una criatura única, sujeta a leyes simples.

En las sabanas sudamericanas y en Australia no existen los grandes herbívoros. Búfalos, rinocerontes y grandes ungulados están ausentes por cuestiones evolutivas. Es en esos hábitats donde las termitas de medio seco alcanzan su apogeo. No es de extrañar que se haya calculado cuánto forrajeo consume un termitero de dimensiones normales. Se ha descubierto con sorpresa que una de estas colonias equivale, en consumo de biomasa, a cualquiera de esos grandes rumiantes africanos. En América y Australia no hay grandes herbívoros porque ya tienen termitas.

 

El problema del altruismo

Cuando Charles Darwin propuso la teoría de la evolución por selección natural, uno de los problemas más espinosos que no pudo resolver fue el del altruismo. Darwin pensó en un comienzo que se trataba de un problema irresoluble, fatal incluso para su teoría. En efecto, la selección natural, piedra clave de cualquier teoría del desarrollo de la vida, explica un proceso evolutivo que se funda en la supervivencia y la reproducción individual del más fuerte. No parece compaginarse demasiado con la evolución y el mantenimiento de comportamientos altruistas que, por definición, reducen la probabilidad, o incluso anulan, la probabilidad que un individuo determinado tiene de reproducirse.

En la naturaleza abundan las muestras de altruismo. Pensemos, por ejemplo, en los centinelas de las manadas de mamíferos o bandadas de aves. Emiten llamadas de aviso alertando al resto de sus congéneres, al tiempo que necesitan colocarse en un lugar desventajoso, la periferia, y atraen la atención del depredador, quedando expuestos a su captura. Entre los vertebrados con estructura social nos ofrecen un testimonio de altruismo los individuos que prestan ayuda en la cría de pequeños que no solo no son hijos suyos, sino que las más de las veces pertenecen a parejas que anulan su propia capacidad de reproducción (como entre los cánidos, lobos, licaones, etc.). El caso más conocido de este comportamiento altruista es el de los insectos sociales, y como paradigma de tales, las termitas, fenómeno del que se ocupó el propio Darwin.

Para el naturalista inglés, la aparente contradicción entre selección individual del más fuerte y altruismo podría deshacerse mediante la incorporación del concepto de selección de familia.

Esta idea, con ciertos matices nuevos, es lo que se conoce como regla de Hamilton, que habla de la selección por parentesco. En la actualidad está sufriendo una profunda revisión, porque tampoco ella cubre las expectativas para las que fue creada.

En mi humilde opinión, no basta. Para que un animal incorpore el concepto de «familia» o «parentesco», debe primero tener conciencia de sí mismo. Aparte de algunos mamíferos superiores, es muy difícil suponer ello en los animales, y menos todavía en liliputienses insectos ciegos y de estructuras simples. El altruismo, al igual que la tesis de la «población crítica», estudiada en otro capítulo, ahondan en la idea de que determinadas líneas de actuación de la naturaleza no surgen del azar, sino que vienen probablemente provocadas por una estructura mucho más compleja y sabia de la misma.

 

Una enseñanza sobre el trabajo

En la especialización en el trabajo de las termitas nuestros prejuicios sociales quieren ver determinadas castas aprovechándose unas del esfuerzo de otras, situándose de esta manera en un nivel de privilegio para unos pocos, a costa del trabajo de muchos.

Eso es una completa falacia. Nadie en una de estas colonias, o en cualquier otro grupo de animales cooperantes, está sobre los demás, y el éxito del funcionamiento de estas sociedades estriba en la eficacia del trabajo de cada uno, un trabajo no exento de cierto sacrificio comunitario. La pareja real se sacrifica en pos de la colonia quedando atrapada en una cámara donde nunca más verán, no ya la luz del sol, sino incluso otras regiones del termitero, con la única finalidad de proveer a la gran familia de ejemplares de repuesto. Los soldados no pueden sostenerse a sí mismos, y dependen de los obreros hasta tal punto que un ejemplar de esta casta muere en poco tiempo si se le aísla. Por el contrario, luchará instintivamente hasta la muerte en caso de necesidad. A cambio, reciben la atención de un sinnúmero de pequeñines obreros, la casta más abundante, y que se lleva el grueso del trabajo, consciente de que su pervivencia en el tiempo está asegurada, y de que su defensa se activará hasta los límites posibles en estos animales.

Todo los demás son extrapolaciones políticas a un mundo mucho más sencillo y mejor sistematizado que el nuestro. La naturaleza suele organizarse mejor que nosotros. Nos lleva ventaja en tiempo, tamaño y experiencia.

 

Epílogo

Si el hombre que comienza a caminar por el siglo XXI lo hace siguiendo los pasos que le lleven a entender el mundo donde habita, descubrirá que no está solo. Compartimos una gran casa con una miríada de seres que no son ni más ni menos evolucionados que nosotros. Ellos llevan su camino, nosotros el nuestro, y a veces ambos se cruzan. Parece que animales y plantas llevan en esos casos la de perder, pero no es cierto. Es la humanidad toda la que pierde, cada vez que se le asesta un golpe bajo a la naturaleza.

Ella nos brinda continuamente ejemplos y soluciones que recién ahora comenzamos a comprender y a asimilar. Construcciones, herramientas, sistemas sociales, métodos de defensa, de relación, de estructura, alimentación, cura… y un largo etcétera está al alcance de nuestra mano. Si la retiramos, si no miramos con ojos asombrados de niño, si no mostramos un mínimo respeto hacia nosotros mismos, respetando lo que nos rodea…

«…el hombre morirá de una gran soledad de espíritu, porque cualquier cosa que les pase a las bestias también le pasa al hombre. Todas las cosas están relacionadas. Todo lo que hiera a la Tierra, herirá también a los hijos de la Tierra. (…) Continuemos ensuciando nuestros lechos y una noche moriremos asfixiados con nuestros propios desperdicios» (Jefe Noah Sealth). Extraído del discurso pronunciado frente a la Asamblea del Consejo de Tribus en diciembre de 1854, con motivo de la firma del Trato de Point Elliot (EUA).

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