Culturas — 1 de marzo de 2022 at 00:00

La música de John Williams

por

John Williams

En los primeros meses de 2020, John Williams dirigió un concierto sobre su música en la ciudad de Viena con la Orquesta Filarmónica de dicha ciudad, en el que tuvo como solista invitada a la violinista alemana Anne-Sophie Mutter. Por aquella fecha, Williams tenía ochenta y ocho años recién cumplidos, un mérito añadido a mi ver, dado el esfuerzo que representa dirigir un concierto a cualquier edad. Aquel concierto, que me apresuré a grabar, tuvo para mí el añadido placer visual de ser prepandemia, es decir, que el teatro estaba completamente lleno y nadie necesitaba todavía las omnipresentes mascarillas (tapabocas o cubrebocas en otros países), de las que todavía no podemos prescindir en 2022, cuando escribo esto.

Es evidente que resultaría imposible incluir en un concierto toda la música escrita por John Williams a lo largo de los años, por lo que, en este caso, se trataba de una selección de sus obras, imagino que elegida por el propio autor. Una cosa que me llamó la atención fue lo mucho que disfrutaban de la ocasión los miembros de la orquesta, que sumaron a la excelencia musical de su interpretación una alegría evidente al interpretar algunas de las obras del programa. Es raro hoy en día tener como director al autor de obras casi inmortales. El mismo programa incluía desde obras que, honestamente, no recordaba hasta algunas de las más conocidas y que, sin duda, forman parte del acervo musical de nuestro tiempo. Williams es considerado un compositor neorromántico –el período romántico comprendió todo el siglo XIX y principios del siglo XX–, es decir, que su estilo encaja con el de aquel período. Esto, francamente, no ha de sorprendernos, ya que se trata de expresar emociones por medio de la música que complementan o, en ocasiones, dan sentido a las imágenes que vemos en la pantalla. Es decir, que el valor narrativo de la música resulta fundamental no solo como acompañamiento, sino como elemento indispensable en las películas, y es aquí donde John Williams brilla con luz propia. Un claro ejemplo de esto se dio en la película Tiburón, donde un ostinato de dos notas, representando al tiburón acercándose peligrosamente, resultó fundamental para el éxito de la película.

Breve reseña

John Williams nació en 1932 en Nueva York, en una familia musical, ya que su padre era un músico percusionista, y la familia se mudó a Los Ángeles en 1948, donde, mientras estudiaba en la universidad, estudió composición en privado con Mario Castelnuovo-Tedesco, autor italiano de más de cien composiciones para guitarra que había emigrado a los Estados Unidos. Años más tarde entró a la Julliard School de Nueva York con la firme intención de convertirse en concertista de piano, pero, después de escuchar a sus contemporáneos Van Cliburn y John Browning, decidió dirigir sus esfuerzos hacia la composición. No obstante, durante esta época trabajó como pianista en clubes de jazz de la ciudad. Luego de terminar sus estudios en Jullliard y la Eastman School of Music, volvió a Los Ángeles, donde trabajó en la orquestación de temas para películas y colaboró con compositores como Franz Waxman, Bernard Herrman o Alfred Newman. También trabajó como pianista de estudio para las orquestaciones y grabaciones de temas de compositores como Jerry Goldsmith, Elmer Bernstein, Leonard Bernstein o Henry Mancini.

En la década de los sesenta ganó notoriedad en Hollywood por su versatilidad para componer tanto jazz como obras para piano, así como sinfónicas. Compuso temas para varias series de televisión como El túnel del tiempo o Perdidos en el espacio, por mencionar tan solo un par de ellas. En paralelo, empezó a componer para películas de cine, logrando su primera nominación a los Oscar en 1967 y ganando el primero por El violinista en el tejado en 1972.

Es a partir de la década de los setenta cuando su carrera se consolida con títulos como Encuentros cercanos del tercer tipo, Superman, las sagas de La guerra de las galaxias o Indiana Jones. En las décadas siguientes podemos mencionar, entre otros muchos, La lista de Schindler o la saga de Harry Potter. Es decir, que la lista es casi interminable y de una calidad extraordinaria.

John Williams

Consideración personal

Hace poco más de un siglo, cuando ya se podía vislumbrar a los Estados Unidos como la potencia emergente o país del futuro —por aquel entonces— en contraposición a los decadentes imperios europeos, resultaba lógico pensar que, como nueva potencia en prácticamente todos los ámbitos, habría de producir su propios genios u hombres destacados en los diferentes campos o disciplinas del saber. Es así que se preguntaban que cuándo aparecería y quién sería el gran genio musical norteamericano. Claro que el concepto de música culta variaba a medida que terminaba el romanticismo, pero varios autores fueron postulados en esa búsqueda. Algunos nombres fueron considerados, como Aaron Copland, Ferde Grofé o George Gershwin, un favorito mío. Pero, la conclusión a la que llegaron fue sorprendente, por decir lo menos, ya que se consideró que el verdadero genio musical norteamericano fue nada menos que Louis Armstrong. Esto automáticamente implicó elevar al jazz a la categoría de música culta, como se puede apreciar en la difusión radiofónica hoy en día con muchos programas dedicados a este género musical.

Pues bien, en lo personal y considerando que el cine ha sido el arte del siglo XX –del siglo XXI todavía es pronto para saberlo– y el hecho de que la música culta evolucionó o marchó por otros derroteros, creo que es aquí donde había que buscar. Valga un ejemplo para sustentar mi idea: nunca pude entender La consagración de la primavera de Stravinsky, ni qué tenía que ver todo aquello con la belleza primaveral, hasta que pude ver la película Fantasía, de Walt Disney, y me di cuenta de que este hombre sí que la entendió, pero en otro contexto, el de la extinción de los dinosaurios. Encaja de maravilla.

Son muchos los compositores que, no pudiendo ser aceptados por el «establishment» musical contemporáneo, hallaron refugio en el cine. Uno de ellos es John Williams, uno de los mejores y más prolíficos, cuya obra hubiera podido, a mi juicio, ser considerada –si bien extemporánea- en aquella elección del genio musical norteamericano.

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