Historia — 1 de julio de 2021 at 00:00

La Torre del Diablo en Wyoming: un impresionante monumento de piedra

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La Torre del Diablo en Wyoming
Serie de fotos en dos épocas diferentes de los butes de Monument Valley

El viajero recuerda la primera vez que leyó la traducción de la palabra butte al español, en el programa escolar de ciencias, en Utah: ‘bute’. Los «buttes» no son algo conocido en la patria del español, por lo que no fue necesario crear un término para el concepto. Cuando los hispanohablantes llegaron a encontrarse con el primer «butte», necesitaron una palabra españolizada para referirse al objeto, y optaron directamente por «bute». Puro espanglish.

Hoy toca visitar uno de los butes más conocidos entre los norteamericanos, pero también de los más aislados, recónditos y fuera de rutas turísticas: Bear Lodge Butte. Es muy probable que por este nombre no se tenga ni la más remota idea de a qué nos referimos. Al viajero le ocurrió lo mismo. Pero si hablamos de Devils Tower, en el noreste del Estado de Wyoming, quizás la cosa cambie. Y seguro que sabemos a qué nos estamos refiriendo si recurrimos a Encuentros en la tercera fase, de S. Spielberg, y a la imagen del enigmático monolito pétreo a cuyos pies la humanidad se da la mano con los visitantes extraterrestres.

El viajero tuvo en su momento dificultades para encontrar una traducción fiel cuando enseñó Ciencias en 5.º grado en los alrededores de la capital de Utah. De hecho, no existe algo que figure en el diccionario de la RAE, y hay que recurrir a un término científico («isleo», o más bien «iseo») o a una palabra cuyo significado bordea el de butte (y dejo de usar las comillas a propósito), pero que no lo define con propiedad: peñón.

Estrictamente hablando, se considera un bute una unidad geológica consistente en una estructura vertical de material distinto al circundante, con propiedades geológicas propias, y de suficiente tamaño. Quedan excluidas formaciones típicas y conocidas, como las chimeneas de hadas, o paisajes como la Ciudad Encantada de Cuenca, o Las Bardenas Reales en Navarra. La altura de los butes es variable, pero generalmente elevada respecto al paisaje donde podemos encontrarlos. Su cima suele ser plana, pero nunca muy extensa, y esto es lo que los diferencia de mesetas, mesas y tablas, otros accidentes geológicos fáciles de traducir y definir. Las paredes, generalmente verticales, de los butes los distinguen de las simples colinas. Los butes más famosos de EUA son los del suroeste del país, particularmente los que John Ford inmortalizó en sus diferentes películas sobre el far west.

 

Bute con forma de BB8, cerca de Moab (Utah)
Bute con forma de BB8, cerca de Moab (Utah)

(fotos de Monument Valley y BB8, serie 001 y 002).

Los butes más espectaculares y grandiosos son intrusiones magmáticas, de material duro, en capas de material más blando, generalmente sedimentario, y que con los eones acabará erosionado, dejando a la vista el material más sólido.

Este bute en Wyoming es de esta última índole, una antigua chimenea o conducto de lava que taladró diversos materiales (aún no hay unanimidad entre los expertos) al intentar asomar a la superficie para aliviar la presión de alguna prehistórica y colosal caldera volcánica. En su momento, fabricó una estructura similar a un ciclópeo champiñón, si llegó a derramar lava en la superficie. Con el tiempo, el sombrerillo de esta seta gigantesca se pierde, y solo queda el tronco, en forma de columna vertical. (imagen disponible en https://www.nps.gov/deto/learn/nature/tower-formation.htm ).

Hipótesis del origen geológico de Devils Tower
Hipótesis del origen geológico de Devils Tower

Así pues, hace la friolera de 40 millones de años, durante el Eoceno, las rocas sedimentarias cercanas a las Montañas Rocosas se vieron penetradas por un cuello volcánico que, a medida que se enfriaba y se contraía, comenzó a fracturarse de manera natural. Esas grietas aparecieron casi con la exactitud de un agrimensor, marcando ángulos suficientemente precisos como para tallar, en un proceso completamente natural, columnas hexagonales. También se dan pilares de mayor y menor número de lados. El diámetro medio de estas columnas menores es unos 1,80 m. Todas juntas constituyen Devils Tower. Las areniscas y arcillas (lutitas) de la llanura fueron desapareciendo con el tiempo, pero la columna de pórfido continuó enhiesta, desafiante, hasta nuestros días.

Devils Tower fue el primer Monumento Nacional de Estados Unidos, y su fundación se debe al mismo presidente cazador y aventurero que también erigió el primer Parque Nacional en Yellowstone: Theodore Roosevelt. El viajero recuerda la primera vez que contempló Devils Tower, a lo lejos, en una depresión ligera, cerca del río Belle Fourche. El aspecto de esta mole le recuerda el tocón de algún descomunal árbol mítico, capaz de albergar en sus ramas universos enteros, como Yggdrasil en la mitología nórdica, o Telperion y Laurelin en Valinor, dentro del universo Tolkien. Las columnas individuales se suman como pilares fabricados por afanosas avispas, y el contorno adquiere una textura de tronco. Todo es un espejismo, la mole de cerca es tan grande que no existe para el viajero algo con lo que compararla.

El magnetismo del emplazamiento no conoce razas ni épocas. Desde la aparición del hombre blanco por estas tierras, a sus pies se han venido organizando ferias y encuentros de todo tipo. Hasta películas, como ya hicieran los nativos cientos de años antes, fascinados por la estructura y su posible significado. Como las polillas a la luz, es imposible divisar este sitio y no intentar acercarse a él.

La carretera de acceso está sabiamente construida, y lo va rodeando para permitir al curioso contemplarlo casi por completo antes de acceder a su base. A poco de enfilar el monumento, el viajero descubre que la perspectiva dota a este accidente geográfico de facetas múltiples, como las caras de una piedra preciosa. Cada curva, cada vuelta del camino que lo lleva al centro de visitantes perfila una nueva arista, una sombra diferente, origina distintas visiones de lo mismo, todas equidistantes, todas reales. El camino que rodea la base también permite contemplar en detalle los múltiples puntos de vista. Es como una lámpara de lágrimas de piedra que titila a cada paso y cada minuto, porque al caminar a los pies del coloso, la posición del sol en el cielo otorga nuevas propiedades. Un crisol que sublima distancia, aire y luz contra un cielo inmenso. El viajero quiere recoger todas estas realidades, y trata de abarcarlas y dedicarle a cada una un lugar en su memoria.

Un ciudad en la llanura

Pasada la caseta del guardia, al viajero le espera una sorpresa inesperada: una ciudad de los perritos de las praderas (Cynomys) Estos animales, otrora abundantísimos en las planicies norteamericanas, estuvieron a punto de ser exterminados tras convertirse en plaga, pero hoy en día se encuentran francamente recuperados y es un auténtico placer disfrutar de su comportamiento nervioso y vivaracho. Aunque el viajero ya se ocupó de ellos en profundidad en otro escrito, merece la pena recordar ahora algunas de las características más relevantes de estos simpáticos roedores[1]. Quizás alguna vez leyera, investigara y se atreviera a escribir sobre ellos. Pero ahora es la primera vez que los observa en su hábitat natural.

Tomas de Devils Tower
Tomas de Devils Tower, incluyendo una de los perritos de las praderas que se mencionan en el texto

Existen diferentes especies de perritos que se distribuyen el territorio del medio oeste, desde Saskatchewan, en Canadá, hasta el norte de Méjico. La primera mención en el mundo occidental de este insolente mozalbete la realiza Francisco Vázquez de Coronado en sus diarios de expedición, en 1540. Se describen hasta cinco especies, pero antes hubo más, ahora extintas.

La gestión que hizo el ser humano de las praderas propició un crecimiento exponencial de las poblaciones de perritos, ya de por sí muy numerosas. La persecución de los enemigos naturales de esta suerte de ardilla terrestre, emparentada con las marmotas, como rapaces, serpientes y coyotes, así como la introducción del ganado europeo, que segaba la vegetación y la dejaba en óptimas condiciones para el aprovechamiento del perrito, fueron el detonante de una explosión demográfica sin antecedentes. Los ejemplares alcanzaron los miles de millones a finales del s. XIX, y entraron en franca y desigual competencia con los agricultores, a los que saqueaban las cosechas con una eficacia militar. Sus ciudades se extendían de tal manera que a veces uno podía cabalgar durante días y días atravesando una de ellas. Justamente por esto, resultaban peligrosas. Cada año, miles de caballos y terneros tenían que ser sacrificados o morían en las praderas porque habían tenido la mala pata literal de meter una de las suyas en una madriguera y rompérsela. Se recogen testimonios de ciudades de perritos de hasta 40.000 km2, habitadas probablemente por más de 400 millones de individuos.

Así pues, con ahínco y dedicación, el Gobierno estadounidense financió campañas de exterminio que acabaron hasta con el 99,8% de algunas poblaciones, y la desaparición de variedades que hoy ya no son recuperables. Por efecto dominó, al igual que las plagas que afectaron al conejo casi terminan en España con el lince ibérico y muchas águilas, la extinción del perrito de las praderas llevó poco después a la cuasi extinción de sus depredadores naturales más especialistas, como el hurón de patas negras.

Todo esto ha cambiado, afortunadamente. Una vez reconocido el rol fundamental de estos animales en el mantenimiento de la pradera norteamericana, su papel como especie ingeniera de ecosistema debe ser tenida en cuenta sin excepción si se desea recuperar los paisajes originales de las planicies. Esto ha llevado a que hoy las poblaciones estén estabilizadas o en franca recuperación, y ninguna de las variedades de perritos se encuentre en la lista roja de especies en peligro.

De cuerpo compacto, regordete, con pelaje color canela pajizo, fuertes uñas, típica cara traviesa, sin la poblada cola de sus primas arbóreas, estas ardillas terrestres son claramente identificables por el peculiar sonido que emiten para comunicarse entre sí, similar a un ladrido. De hecho, cuando Lewis (de la pareja exploradora Lewis y Clark) atrapó una como regalo para el presidente Thomas Jefferson, la bautizó como «ardilla ladradora».

Estos animalitos rollizos de ojos curiosos dan la bienvenida al viajero con sus movimientos rápidos y sus cómicos saltos, que los mantienen en contacto unos con otros. Un cartel explicativo aclara que no son animales domésticos, por muy simpáticos que nos resulten, y que sus mordiscos pueden seccionar un dedo con habilidad quirúrgica, además de que los parásitos que contienen resultan realmente peligrosos. Sus pulgas y ácaros son vectores de numerosas y terribles infecciones, propias de las Rocosas. En fin, que mejor no acercarse o entablar contacto estrecho con ellos, porque el viajero recuerda las clases de Microbiología y a algo le suena el contagio de las letales rickettsias provocado por la picadura de las garrapatas de esta zona.

Eso no le impide darles algo de comer, lo más orgánico posible, y saca a toda prisa parte de su almuerzo para darles zanahorias y verduras deshidratadas, que por casualidad lleva encima. Como suele ocurrir en estos casos, unos individuos son más curiosos que otros, algunos se muestran amigables y otros se molestan con el regalo, y ladran al viajero con insolencia, mientras este, algo perplejo, comprueba que si es una de las compañeras de viaje quien lo engolosina, el carácter del roedor canalla cambia y se vuelve solícito, casi amaestrado. Piensa que hasta estos pícaros son sensibles, y saben escoger sin dudas lo más bello.

El hombre blanco en Devils Tower

Con un poco de complejo de feo, vuelve el viajero con sus acompañantes a montarse en el coche, alejándose del grupo de perritos y aparcando, poco después, a los pies de Devils Tower. Como siempre, corre al punto de información y consigue cuanto folleto le aclare los detalles de esta maravilla natural que ahora contempla a un tiro de piedra.

Así emprende el camino que lo rodea en la base. En las laderas de la piedra vislumbra un punto diminuto, que no es sino un escalador que parece que se prepara para atacar la ascensión del monolito. Actividad muy popular desde que en 1893, Willard Ripley y William Rogers, ganaderos vecinos de la zona, fueron intercalando estacas con escalones transversales de madera en una grieta que llegaba hasta la cima, y con motivo del Cuatro de Julio, fiesta nacional de EUA, alcanzaron esta por primera vez, entre los aplausos de sus paisanos. La escala quedó allí y fue usada numerosas veces. En 1920 estaba tan deteriorada que se eliminó el primer tramo. Posteriormente, en 1972 se realizó la restauración completa de los 200 escalones, aunque todavía hoy pueden contemplarse los restos originales. Fue, durante mucho tiempo, la mejor manera de coronar los 386 m de altura de Devils Tower.

La Torre, como también se la conoce, está enclavada en pleno territorio sagrado lakota, en las famosas y veneradas Black Hills. Objeto de la codicia blanca, este territorio, excelente para la caza y la prospección minera, fue muy visitado en todo momento, a pesar de las expresas prohibiciones de la mayoría de los tratados firmados por el hombre blanco. Por tanto, no es de extrañar que la Torre probablemente fuera avistada mucho antes de que su presencia se anotara durante la expedición de Custer en 1875 por un teniente coronel, Richard Dodge, a la búsqueda de oro, que la describió como «uno de los picos más notables de este o cualquier otro país». Henry Newton (1845-1877), el asistente geológico de la expedición, fue el responsable de bautizarla como «La Torre del Diablo», quizás debido a un error. Todas las referencias nativas al lugar lo relacionan con el oso, y en lakota «oso» se dice «wahanksica», muy parecido a «wakansica», «espíritu maligno», o, como citó nuestro erudito coronel, «dios malo o diablo, en buen inglés», obviando matices lingüísticos, rezumando con ello respeto y reconocimiento a la cultura piel roja. De hecho, los primeros dibujos y señalizaciones de la misma en mapas se refieren a la Torre como «Bear Lodge», algo así como «la guarida del oso» o «el lugar del oso».

Se da en la actualidad un movimiento indígena que pretende volver a la denominación del lugar como Bear Lodge, alentado porque, en su momento, algo parecido se consiguió con Obama en Alaska, con el pico Denali (antiguo monte McKinley), la más alta cima de América del Norte. Para ellos es comprensiblemente ofensivo que este lugar sagrado reciba el nombre inglés de «Torre del Diablo».

En cualquier caso, la presencia temprana de colonos en la zona les hizo reconocer la notoriedad del lugar, dentro de la personalidad del incipiente Estado de Wyoming, y fue muy pronto cuando empezaron los movimientos ciudadanos para proteger, de alguna manera, este singular hito geológico. Se tienen referencias desde 1892 de intentos políticos para elaborar un marco legal que preservara el sitio y la zona circundante, y, finalmente, la intención cuajó cuando el presidente Theodore Roosevelt proclamó Devils Tower como el primer monumento nacional el 24 de septiembre de 1906.

Significado indígena

Antes de la aparición de la cultura europea por estas lindes, todas las naciones indias en muchos kilómetros a la redonda mantenían una relación muy especial con la Torre. A pesar de la expulsión de todas ellas de su territorio sagrado de Black Hills tras la finalización de las guerras indias sioux, después de 1900 se dio un movimiento cultural de revalorización de lo autóctono, de lo ancestral, y poco a poco el lugar en general y Devils Tower en particular, volvieron a ser usados como elementos simbólicos del paisaje, dotados de propiedades que los hacían idóneos o imprescindibles para determinadas ceremonias. Al igual que años antes, la Torre ha vuelto a ser un lugar sagrado, en cuyo alrededor cuelgan de los árboles y las rocas ofrendas a los espíritus, que dotan al bosque que circunda su base de una magia especial. Trozos de tela, bastones de ofrenda y objetos rituales se mezclan con la vegetación del bosque de pinos del camino que circunda la Torre, como espíritus elementales custodios que esperan de nosotros respeto, y que nos devuelven la posibilidad de establecer lazos con la naturaleza, hoy perdidos en nuestras grandes urbes y en el ajetreo cotidiano. Los objetos depositados poseen un gran poder, y está prohibido interaccionar con ellos, incluso sacarles fotos.

El lugar vuelve a ser un templo vivo para las ceremonias de verano, levantar una cabaña de sudor, o donde se puede volver a intentar el rito de conseguir una visión. Allí vuelven a darse la mano tribus que, si bien antes mostraban franca hostilidad entre ellas, hoy se reúnen ante la trascendencia del sitio y el momento. A diferencia de las religiones de Eurasia, que priman el tiempo, las religiones indígenas se atan fuertemente al lugar. Como se explica en la página web de este monumento nacional, «el sentido del lugar domina la religión de los indios norteamericanos, en contraposición al sentido del tiempo, que domina muchas religiones occidentales. En lugar de un enfoque de eventos cronológicos y el orden en que se presentan, la religión indígena se centra en un lugar y en los eventos importantes que están conectados con ese lugar. Aunque las religiones occidentales tienen sus lugares importantes, no tienen el nivel de santidad asociado con los lugares importantes de las religiones indias americanas»[2].

Arapajos, Crows, Cheyenes, Shoshones, Lakotas y hasta otras veinte tribus, las mismas que promueven el cambio de nombre del lugar por estimarlo ofensivo, consideran este monumento nacional como sagrado. La mayoría de ellas poseen tradiciones orales que explican el origen del imponente monolito con elementos muy similares, generalmente en relación con el oso. Los nombres (al inglés) de Bear Lodge (nombre crow), Bear’s Tipi (nombre arapajo y cheyene), Grey Horn Butte (lakota) o Tree Rock (kiowa) son algunos de los topónimos originales. Independientemente del nombre dado, es indudable el valor que los nativos consideran que el lugar posee, debido a su energía.

Existe una tradición por la cual Sweet Medicine («Motsé’eóeve» en cheyene) se encuentra enterrado en alguna cueva secreta en el lado sur de la Torre. Este gran héroe cultural, de índole civilizatoria, aportó a los cheyenes del norte las Cuatro Flechas, las Sociedades de Guerreros, leyes de gobierno tribal y ceremoniales para la nación india. Lo curioso es que este legislador también profetizó sobre la aparición del caballo, la desaparición de las tradiciones y la extinción del búfalo, a favor de animales que fueron descritos como «resbaladizos y con pezuñas partidas», que el pueblo debería aprender a comer (el ganado europeo, obviamente). También predijo la llegada de extraños hombres blancos, que podían volar, sacar el trueno de la luz y drenar la tierra y excavarla hasta que esta estuviera muerta. Sweet Medicine, especie de avatar civilizatorio, nacido de una chica virgen y dotado por el Creador con cuatro vidas, se retiró a algún lugar secreto de Bear’s Lodge para morir, aunque, al parecer, no lo hizo del todo, y como Arturo, espera el momento propicio para levantarse de nuevo y liderar la recuperación de su pueblo. Siendo así, «nada es eterno excepto las montañas», y Sweet Medicine se retiró, dejando a la nación cheyene convertida en un pueblo orgulloso y cohesionado[3].

Para los lakotas, las Black Hills eran el centro del universo y donde comenzó la Creación. La leyenda quiere que durante un ataque crow a un campamento lakota instalado a los pies de Devils Tower, estos realizaron ceremonias de purificación dirigidos por Hu Numpa («Osa Mayor»), que, recibiendo las instrucciones precisas, obtuvieron el ritual de purificación y, lo más importante, el lenguaje sagrado, por lo que la Torre se consideraba el lugar del nacimiento de la sabiduría.

La magia y el poder del lugar era tanta que los Cinco Grandes estuvieron en Devils Tower para rezar e invocar el poder del lugar: Toro Sentado, Caballo Loco, Nube Roja, Gall y Cola Manchada. Estas tribus creen que la pipa sagrada y el ritual a ella vinculado fue entregado en la zona norte del bute por la Mujer Búfalo Blanco. En 1875, el propio Custer juró sobre Ella no volver a combatir a los sioux. Como quien rompe ese sagrado juramento sufre la destrucción, el final del Séptimo de Caballería no resultó extraño entre estos guerreros indios.

Narraciones sagradas

Las historias que aún hoy se narran como tesoro cultural indígena no son solo cuentos, o mitos y leyendas a la manera occidental. Son narraciones sagradas que interpretan la naturaleza y sumergen la realidad en dimensiones que la mente del hombre blanco no comprende. Las narraciones en torno a esta roca, a su origen y su significado, son numerosas, y a veces múltiples dentro de cada tribu, pero similares en lo principal: el oso, la magia y el centro de poder que la Torre representa.

Entre los arapajos, una niña se convierte en oso y araña profundamente la espalda de su hermana. Cuando acuden al rescate sus cinco hermanos, acaba subiendo a la cima de Devils Tower, y anuncia la aparición de las Siete Estrellas.

Para los cheyenes, la historia comienza cuando un grupo estaba acampado cerca del río, y un guerrero observó cómo su esposa empezaba a ausentarse y desaparecer del campamento, cada vez más tiempo. Intrigado, una vez la abordó interrogándola por una piel que él no le había dado y que la dama lucía sobre sus hombros, pensando quizás alguna infidelidad. Al quitársela bruscamente, observó la espalda de su amada completamente cubierta de cicatrices y horrendos arañazos, y la mujer se derrumbó confesando que un enorme oso la estaba hostigando cada vez que salía a recolectar frutos, y que la había amenazado si lo revelaba. Reúne a sus seis hermanos, y los siete avanzan para cazar a la alimaña insolente. El bravo cazador encontró al oso, que a ojos vista aumentó de tamaño hasta volverse un animal como jamás habían visto. Los guerreros pelearon con furor, y el oso se vio obligado a refugiarse en una cueva, pero siguió aumentando de tamaño de tal manera que los nativos pensaron que poco podrían hacer por salvar sus vidas. Decidieron vender caros sus últimos momentos, y renovaron sus ataques con flechas y lanzas con más bravura y saña, a la vez que rogaban al Creador que les brindara una salida. Estupefactos, la roca sobre la que estaban, y sobre la que resistían a la fiera, comenzó a elevarse, llevándolos fuera del alcance de las garras descomunales de la bestia. Pero algún poder maligno se albergaba en esta, y el oso continuó creciendo, y creciendo, mientras la roca subía y subía. Las garras del animal se clavaban en la piedra, dejando profundos surcos, mientras los valientes continuaban el combate desde la cima. Por fin, al cuarto ataque, el oso llegó trepando hasta donde los guerreros estaban, y estos consiguieron derribarlo, venciendo a la bestia. Al terminar el lance, la roca se había convertido en un elevado torreón de piedra, con todas sus caras marcadas por profundas señales de las zarpas del monstruo. Los siete hermanos danzaron de júbilo en lo alto, anunciando a los cuatro vientos su hazaña.

Entre los crow, enemigos ancestrales de los sioux hasta tal punto que pelearon junto a los blancos contra ellos, también recogen la tradición de un par de hermanas que son atacadas por un oso, las cuales son rescatadas por el Gran Espíritu elevando del suelo la roca en donde se habían refugiado, mientras el oso crecía y crecía y dejaba las caras del montículo totalmente llenas de surcos. El oso cayó con estrépito al suelo, mientras la roca siguió elevándose y llevando a las niñas hasta el cielo. Todavía hoy, las muchachas moran en la cima de Devils Tower, y si el tiempo es propicio y el viajero lo merece, pueden oírse sus cantos de agradecimiento por haber sido salvadas.

Entre los kiowa, siete son las niñas que se refugian del ataque no de uno, sino de varios osos, y una de ellas quien invoca a la piedra sobre la que están para que se eleve y las salve. Bajo el poder de la oración, la roca comienza a elevarse, mientras los osos continúan intentando atraparlas, arañando, despedazando la roca. Finalmente estos caen y pierden su presa, mientras las siete niñas son proyectadas al cielo, donde se convierten en las Pléyades. Cada invierno, las niñas regresan a este lugar para recordar la hazaña, y cada invierno puede verse esta constelación en el cielo justo por encima de la Torre, como recordatorio.

Finalmente, para los lakota, un poderoso guerreo que buscaba una visión se ve mágicamente transportado a la cima del monolito, y después vuelve a bajar a la guarida de un oso gigantesco, entendiendo que durante su trance, el oso había labrado las caras de la Torre. Todavía hoy, si se mira con agudeza, puede verse en la cima el cráneo de búfalo, que el guerrero utilizaba cuando se retiraba a orar, y que dejó allí abandonado.

Sea cual fuere el origen o el significado de este lugar, el viajero lamenta no tener la sintonía suficiente como para revivir qué podía revelar Devils Tower a los nativos. Pasea ajeno a toda esta historia por el sendero, sobrecogiéndose cuando mira hacia la Torre de vez en cuando. Es su primer contacto con el mundo sobrenatural indígena, pero no será el último.

Le cuesta trabajo seguir adelante y decir adiós al lugar, pero el camino espera. Vuelve su vista a la roca, y la contempla una vez más. Su aspecto ha cambiado. Ahora luce dorada. El viajero reconoce que ha caído bajo la influencia de la Torre, de esta gema poliédrica cuyas perspectivas son tantas como sus caras, y en cada una de ellas se puede rastrear al indio americano, al escalador, al soldado, al aventurero, al visitante. Cada alma suma en este conjunto, como las ofrendas que ha visto a lo largo del camino.

Y el viajero da gracias por la oportunidad sumar una cara nueva a este caleidoscopio mágico.

 

[1] Para acceder a dicho texto, visitar https://filosofia.nueva-acropolis.es/2012/naturaleza-constructora/. Como el original fue escrito hace casi veinte años, se pide humildemente transigencia con los errores que contiene…

[2] «…a sense of place dominates the religion of American Indians, as opposed to the sense of time that dominates many western religions. Instead of a focus of chronological events and the order in which they are presented, American Indian religion focuses on a place and the significant events that are connected with that location. Although western religions have their important places, they do not hold the level of sacredness associated with the important places of American Indian religions» https://www.nps.gov/deto/learn/historyculture/sacredsite.htm.

[3] Para más detalles, https://members.tripod.com/~Glove_r/Sweet.html.

One Comment

  1. Juan C. del Río

    ¡Qué hermoso viaje y qué bien narrado! Por favor, José Manuel, sigue contando más viajes y descubriéndonos estos parajes de Estados Unidos de América

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