Filosofía — 31 de julio de 2016 at 22:00

La filosofía del olimpismo

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El Movimiento Olímpico, como una de las grandes tendencias asociativas de la humanidad, es considerado como el conjunto de entidades, organismos, instituciones y personas que acatan la Carta Olímpica. En esta y en sus Principios Fundamentales se establece que el Movimiento Olímpico agrupa bajo la autoridad suprema del Comité Olímpico Internacional (COI) a organizaciones, atletas y otras personas que aceptan guiarse por las disposiciones de la Carta.

El criterio de pertenencia al Movimiento Olímpico es el reconocimiento del COI. La organización y la gestión del deporte deben ser controladas por los organismos deportivos independientes reconocidos como tales. En razón de ello, el Movimiento Olímpico tiene por objetivo contribuir a la construcción de un mundo mejor y más pacífico, educando a la juventud a través del deporte practicado sin discriminaciones de ninguna clase y dentro del espíritu olímpico que exige comprensión mutua, espíritu de amistad, solidaridad y fair play.

En consonancia con lo expuesto, los integrantes del Movimiento Olímpico, que voluntariamente se someten a los mandatos jurídicos y morales que la Carta contiene, aceptan estar integrados de diversa forma y circunstancias o son partícipes directa o indirectamente del olimpismo.

Pero ¿qué es el olimpismo moderno? Para su fundador, Pierre de Coubertin, el olimpismo «no es un sistema sino un estado de espíritu, estado de espíritu imbuido de un doble culto, el del esfuerzo y el de la euritmia». La pasión por el exceso y la medida combinados. En 1908 Coubertin concreta de una forma más esquemática su concepción del olimpismo, cuando lo considera como «una doctrina de la fraternidad entre el cuerpo y el espíritu»; y en 1920, recreándose ante el triunfo de su idea y de la solidez adquirida por el olimpismo superador de tantos avatares históricos, exclama: «El olimpismo es una gran maquinaria silenciosa cuyas ruedas no rechinan y cuyo movimiento no cesa nunca a pesar de los puñados de arena que algunos lanzan contra ella con tanta perseverancia como falta de éxito para tratar de impedir su funcionamiento».

Filosofía de vida en la Carta Olímpica

Hoy día la Carta Olímpica considera el olimpismo como una filosofía de vida que exalta y combina en su conjunto armónico las cualidades del cuerpo, la voluntad y el espíritu. Al asociar el deporte con la cultura y la educación, el olimpismo se propone crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo y el respeto por los principios éticos fundamentales universales. Es por ello por lo que el objetivo del olimpismo es poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del hombre con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana. Para ello, el Movimiento Olímpico lleva a cabo, solo o en cooperación con otros organismos y dentro de sus posibilidades, acciones a favor de la paz.

Ha habido sobre el término concepciones erróneas que han considerado al olimpismo como «deporte más cultura», cuando el deporte, si participa de la esencia específica que le es propia, ya es en sí cultura e instrumento generador de cultura, como así lo concibieron, entre otros, Ortega y Gasset (la cultura no es hija del trabajo sino del deporte) y Johan Huizinga, cuando en 1938 afirmaba categóricamente: las culturas nacen en forma de juego. El juego está presente en el origen de toda cultura. El hombre crea fundamentalmente jugando.

Sintetizando las versiones que anteceden, se puede considerar el olimpismo como una filofosía de la vida, que utiliza al deporte como correa transmisora de sus principios fundamentales formativos, pacifistas, democráticos, humanitarios, culturales y ecologistas.

El olimpismo como filosofía

citius altius fortius2En primer lugar, el olimpismo es una filosofía. La carga semántica del concepto equivale a «amor a la sabiduría». La escuela de los filósofos en el mundo griego, fue contrapuesta y ulterior a la de los sofistas, quienes pomposamente se intitulaban sofos=sabio o «el que sabe». Su predicamento e influencia social fueron grandes y Protágoras de Abdera (485-410) fue quien primero se intituló sofista, siendo también y en definitiva el creador del humanismo con su célebre frase «El hombre es la medida de todas las cosas».

Pero Sócrates (470-439) y Platón (427-347) combatieron sañudamente a los sofistas, bajo la acusación de que la sabiduría no se enseñaba, sino que, por el contrario, se generaba paulatinamente a nivel personal. La repercusión social de tal campaña deterioró a tal extremo la imagen del sofista que, en pleno siglo IV y a partir de entonces, la función adquiere una connotación netamente peyorativa.

Por el contrario, los filósofos como colegio o escuela comprometidos con la permanente búsqueda de la verdad y del saber, tienen su origen histórico en Pitágoras de Samos (570-497), el genial creador de la teoría de los números como esencia de todas las cosas.

Él fue quien, por primera vez, se intituló filósofo, y cuando el tirano de Fiunte, intrigado por el significado del enigmático concepto le preguntó por su esencia y cometidos, fue cuando Pitágoras, a modo de parábola, le da una explicación eminentemente olímpica: «La vida de los hombres –dijo– le parecía semejante a una aglomeración de gentes como las que se reunían en la convocatoria de los mayores juegos y con la renombrada asistencia de toda Grecia. Pues allí los unos acudían, con sus cuerpos bien entrenados, para conquistar la gloria y el honor de la corona, otros se congregaban para vender y comprar con afán y ánimo de lucro, y había también otra clase de individuos, y estos eran los más ingeniosos, que no iban en pos del aplauso ni de la ganancia, sino que se presentaban allí tan solo para mirar y observar vigilantemente lo que allí se hacía y cómo. …Y estos, se llamaron amantes de la sabiduría , es decir filósofos, y así como lo más noble es ir allí sin comprar nada, así en la vida la contemplación y el conocimiento superan en mucho a todos los otros afanes».

Como consecuencia y corolario de lo expuesto, el olimpismo es una filosofía de la vida, es decir, un entendimiento sabio de la existencia del ser humano a la que se pretende elevar y dignificar.

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