Sociedad — 1 de enero de 2012 at 00:04

2012: ¿El fin del mundo?

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Desde hace algunos años venimos escuchando que el 2012 va a ser especialmente crítico porque, al parecer, se acerca el fin del mundo. Algunos han estudiado el sistema astronómico y el calendario de los antiguos mayas y han deducido que aquellos sabios del tiempo así lo dejaron predicho. Otros han estudiado los ciclos del Sol y han deducido que en el 2012 experimentará una actividad tan intensa que sus emisiones magnéticas destrozarán casi toda la infraestructura electrónica del planeta. Y otros especulan con impactos de asteroides o, incluso, con el choque del planeta Tierra con otro planeta. Se repite el miedo al fin del mundo con otras formas diferentes a las de anteriores ocasiones.

Recordemos que cuando se acercaba el año mil, Europa sufrió uno de los episodios milenaristas que más han fascinado a los historiadores. Los milenaristas eran pensadores convencidos de que al cabo de mil años de vida, la civilización cristiana caería; volverían Jesús y sus apóstoles a gobernar entre los hombres por mil años más y, a continuación, acontecería el Juicio Final. Todo el mundo esperó el año mil con verdadera inquietud. Cuentan escritores de aquel entonces que en Roma el temor era total. Las gentes entregaban sus riquezas, regalaban sus casas, las cuales nadie quería aceptar porque para qué hacerlo, si de todas formas iban a perderlo todo. Las gentes se saludaban con más amabilidad, se perdonaban todas las deudas y el amo abrazaba al esclavo. Se celebró la Navidad con un espíritu de paz, de recogimiento y espera. Las casas podían mantener las puertas abiertas porque ¿quién iba a robar? Y llegó el famoso día.

En aquel momento se oficiaba misa en Roma, siendo papa Silvestre II. Todo el mundo esperaba las doce campanadas, todos se preguntaban qué iba a suceder y qué sería de ellos. Sonaron las doce últimas campanadas del año, y…¡no pasó nada! Entonces se lanzaron al vuelo todas las campanas, con júbilo pleno, puesto que había pasado el difícil momento y Dios había perdonado a los hombres.

Cuando estábamos en los noventa, volvieron a resurgir los milenaristas y se despertó de nuevo el miedo al fin del mundo. Famosos modistos anunciaron el final de sus negocios, se renovaron refugios subterráneos y se escucharon con especial atención las doce últimas campanadas del año 1999. Pero, al igual que mil años antes, ¡no pasó nada! No hubo fin del mundo.

No podemos hablar exactamente de un “fin del mundo”. Sin embargo, la psicosis se repite. Y ahora, antes de que hayan transcurrido mil años, regresa el temor del fin del mundo, apoyado en datos no siempre reales o exactos. Tal vez, todos padecemos de psicosis, no de un fin del mundo, sino de un fin de la civilización occidental. Lo que sentimos es que se acaba “nuestro mundo”, nuestra manera de vivir, nuestros conceptos, la manera con que hemos venido desarrollando la historia a lo largo de los últimos siglos: el materialismo, el mercantilismo, la libre competencia, la vida burguesa, la calidad de vida, el capitalismo y el comunismo, etc.

Pero ¿por qué el miedo? Los cambios no siempre son negativos, ni las crisis estériles. Ante una catástrofe, ante el fin de un ciclo o de una civilización, el temor inconsciente que sentimos es a tener que replantearnos y rehacer gran parte del camino que hemos venido recorriendo hasta el presente. Sentimos un miedo irracional ante lo que va a venir porque nos es desconocido. Soñamos con un futuro mejor, pero no lo conocemos. Y es más, no hemos hecho nada por conocerlo. Esto no siempre fue así. En la Antigüedad, los historiadores estudiaban el pasado y se encargaban de que sus pueblos no olvidaran de dónde venían; y los augures, recordando de dónde venían, se encargaban de dar a conocer cuál iba a ser el futuro. Pero hoy, los historiadores no están junto al pueblo y este desconoce su pasado, y los augures ya no existen porque se dejó de practicar la ciencia de la predicción en las universidades. Así que ignoramos de dónde venimos y hacia adónde vamos. La ignorancia es poderosa aliada de la superstición.

Ahora bien, no les falta razón a todos aquellos que se dan cuenta de todo lo que no funciona. La economía está moribunda. Los astrónomos saben que cada 180 años aproximadamente se produce una distribución estelar aproximada o semejante a la que en este momento observamos en el cielo. Esta distribución tiene una serie de influencias en maremotos, terremotos, profundos cambios del clima, aumento de manchas solares. Se prevé una bajada general del clima del planeta, con el surgimiento de una microglaciación que, por contraparte, se presentará en sus primeros años con un ligero aumento de temperaturas en todo el globo. Tenemos el deshielo de las zonas polares y, como el eje de esos hielos se halla desplazado en 500 kilómetros del eje polar exacto, unido al giro continuo del planeta, las masas de hielo podrían quebrarse y derivar hacia los trópicos al descongelarse. Se pronostica que el nivel del mar podría subir hasta 60 metros, lo cual sería algo verdaderamente aterrador.

Hay que estar preparados para los tiempos que se avecinan. Pero mala preparación es sucumbir a la psicosis o a la desesperación. Si hasta ahora los seres humanos han continuado a través de todas las dificultades, deben continuar también en este comienzo del tercer milenio, pese a las dificultades y a las catástrofes. Prepararse es la cuestión y la solución. Y si la catástrofe se produce, que nos encuentre preparados para seguir siendo seres humanos dignos, buenos, justos.

El 2012 será y es un año de cambios, un año de oportunidades para conocerse realmente a uno mismo, pues en las dificultades es donde aparece el verdadero rostro de cada uno.

 

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