Historia — 31 de julio de 2019 at 22:00

El casto

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Alfonso II de Asturias, el Casto llamado por su impenitente soltería, nació en Oviedo en torno al año 760. Su padre es Fruela, un temible guerrero que muere asesinado cuando su hijo es aún muy niño. Su madre, Munia, para preservarle, le lleva a educar al monasterio de Samos, de la línea sabia de san Isidoro de León, lo que le hace crecer culto y conocedor de las letras y las artes, por lo que posteriormente llena su reino de palacios e iglesias, como San Salvador y Santullano. A su regreso a la corte, sufrió traiciones e intentos de arrebatarle el trono; entre esto y los musulmanes, combate toda su vida: cincuenta y un años de reinado, al final de los cuales Asturias es un reino consolidado e indominado.

Alfonso se enfrenta en múltiples ocasiones con los feroces bereberes, guerreros de enorme brutalidad en una época ya de por sí brutal, pero en la cual el Casto se propone, y lo consigue, preservar e imponer el legado de sus antepasados, los visigodos: la defensa de la fe cristiana y de la unidad política de Hispania.

Y a ello dedicó su vida. Incluso renunciando al matrimonio, a los amoríos y a los hijos, lo cual, por otra parte, va a dejar el trono sin heredero.

Con él, y antes su bisabuelo Pelayo, continúan los ocho siglos de Reconquista, de nuestro derecho a formar parte de Europa. Pelayo la inicia en Covadonga, tras el desastre del Guadalete. Su abuelo Alfonso I la continuó por el valle del Duero, luchando sin tregua por impedir el paso a los musulmanes hacia la cordillera cantábrica. Y el Casto creó las bases políticas para la empresa, estableciendo alianzas y unificando a los pueblos diseminados. Logró unir a vascones, galaicos, cántabros y astures, algo nada fácil para guerreros acostumbrados a luchar por su cuenta. Y con ello consolidó un reino desde Navarra hasta Finisterre y desde el mar Cantábrico a su cordillera.

Era no solo caudillo; era rey. Y según la tradición visigoda que sigue, es coronado y ungido como tal en una iglesia de su capital.

Durante los cincuenta y un años de su reinado, Alfonso sufre, una tras otra, ofensivas de los musulmanes, apenas sin un momento de paz, que suben desde Córdoba arrasando todo a su paso, con una enorme superioridad numérica, vencida con hábiles maniobras militares.

También se abre al exterior: teje una fuerte alianza militar con Carlomagno, en la que ambos hallan grandes ventajas, y que continúan sus sucesores.

Durante su reinado se descubre, cerca de Iria Flavia, en el Campus Stellae, el sepulcro de Santiago. Enterado de ello, Alfonso peregrina desde Oviedo: ha nacido el Camino de Santiago.

En 842, ya octogenario, muere Alfonso II. Al no haber tenido hijos, surge el problema de la sucesión. Hay un lejano familiar, Nepociano, que pretende el trono. Los nobles no lo aceptan. Y, tras arduas negociaciones, se alza sobre el pavés un noble con fama de buen político. Se llama Ramiro. Tenemos su recuerdo en la maravilla de Santa María del Naranco.

 

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