Historia — 31 de marzo de 2020 at 22:00

Neto de Iberia

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Neto es un dios de Iberia. En realidad es un dios sin nombre, porque el suyo es un adjetivo, simplemente significa ‘el héroe’. No es preciso llamarle de otro modo, porque él es el dios de la guerra. El Marte ibérico. Se sabe muy poco de él, como tampoco de Nectanebo, el dios de las profundidades. Ni siquiera los romanos llegaron a conocer su culto. Penetraron en la tierra de Occidente, pero nunca en sus misterios.

De lo poco que conocieron, cuentan que se le sacrificaban animales. Que estaba presente, en una forma u otra, en todas las tribus, porque en todas había guerras. Que se le representaba con casco y armas, y atributos solares. Así se le veía en una estatua que le fue erigida en Guadix, y que los romanos destruyeron. Porque ellos eran tolerantes con quienes les daban pocos problemas, pero no lo fueron con los feroces iberos, que doscientos años les costó vencerlos; por eso, porque consideraron poderosos a sus dioses, arrasaron todos los templos y todas las imágenes.

Cuánto le duele a Madre Historia esta pérdida de su memoria…

Neto era dios de todas las guerras. De todas las tribus. Sin que nadie se le apropiase y a todos protegiese. Un ecúmene de hace 2000 años.

A veces se le veía a caballo, con casco y lanza, faldellín y grebas, como ha quedado pintado en vasijas. A veces con sus animales, el perro y el ciervo. Y siempre, en la batalla, garantizaba que los guerreros muertos en combate pasarían el camino hacia el cielo de los héroes junto al sol, el ardiente sol de Iberia. Si eran muchos los caídos, y no era posible la ceremonia individual, los buitres, también aves de Neto, portarían al más allá sus almas, junto con sus entrañas desgarradas.

Pero era preferible el fuego purificador, el de la hoguera que consumía los cuerpos junto con sus almas, con su legendaria falcata.

Las armas ardían con los guerreros. Se podía pactar, pagar tributos. Lo que no se cedía jamás eran las armas. El alma del guerrero no puede ser entregada al enemigo, y el alma del guerrero está en su espada. Por eso ardían juntos, y Neto los recibía en el cielo de los héroes.

A veces se le ponían al lado campanas. Campanillas de metal, como las que adornaban los arreos de sus caballos. Con ellas se manifestaba el saludo a la naturaleza, la alegría de vivir en ella, de vivir con él, en la lucha de dentro y de fuera, con el trono de los jefes de tribu y con la dureza de la tierra.

Madre Historia te reza, dios Neto. El Héroe.

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