Editorial — 1 de abril de 2013 at 00:00

Lo nuevo y lo de siempre

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Vivimos bajo la tiranía de lo nuevo, en el dominio de las sensaciones. Para que algo resulte válido debe presentarse con el apellido de la novedad, de lo recién inventado, o fabricado, de lo inesperado, sorprendente y emocionante. En esta sociedad convertida en mercado, solo muy pocos productos se venden con la etiqueta de haberse mantenido como siempre, como esas cosas que decimos que son «de toda la vida». Incluso los que han sabido ganarse los favores de los consumidores a lo largo de los decenios, tienen que añadir cualidades que los hagan diferentes, para que su impacto tenga un alcance mayor. Lo hacen precisamente por el prestigio que aporta a cualquier cosa el halo insoslayable de la novedad, de lo inédito.
Pero detrás de esas pretensiones impuestas por la necesidad que tenemos todos de que nos sorprendan, descubrimos la antigua verdad que nos enseñaron los clásicos acerca de que lo que es en verdad válido es capaz de traspasar las barreras de los cambios y consagrarse a través del tiempo. Y al mismo tiempo descubrimos que lo perdurable posee una extraña capacidad para adaptarse a los cambios y responder a las nuevas necesidades, sin cambiar su razón de ser ni dejar de lado los valores puestos a prueba tantas veces.
En la búsqueda de propuestas válidas para los problemas de nuestro tiempo, comprobamos una interesante paradoja: lo nuevo y lo de siempre se encuentran muchas más veces que las que nos han hecho creer las leyes de los mercados.
En cada número de nuestra revista mostramos ejemplos de esta paradoja que nos resulta especialmente interesante en Esfinge, por lo que tiene de rompedora la concepción circular del tiempo que sustenta estos encuentros que se producen en el seno de numerosas disciplinas y ramas de la ciencia y la filosofía, afortunadamente a salvo de las reglas de los mercados.

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