Sociedad — 1 de julio de 2025 at 00:00

Acompañar en la muerte: ayudar a renacer

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Acompañar en la muerte

Los progresos recientes en medicina nos han permitido prolongar mucho la vida, pero no nos han enseñado nada acerca de cómo morir. Esto supondría entrar en una dimensión desconocida de la que nuestra sociedad trata de huir. Hay seres humanos de muy diferentes tipos; sin embargo, a todos nos une el interés común de preservar la vida. En muy contadas ocasiones y solo si es inevitable, le damos la vuelta a la moneda para mirar su otra cara: la muerte.

Sin embargo, el hecho de que nuestra sociedad moderna y occidental no acepte la muerte no va a impedir que sigamos muriendo. Cuando viene la parca no pregunta si estamos preparados y tampoco cambia su agenda si no lo estamos.

Aún más, aliviar la desesperanza y facilitar la aceptación de la muerte suelen ser aspectos escasamente atendidos incluso por los sanitarios. Esto es debido a varias razones: por considerarlos alejados de su competencia, por falta de tiempo o tal vez por no saber cómo abordar una situación humana difícil.

Por ello, necesitamos un nuevo ars moriendi para el siglo XXI.

Ante un enfermo terminal, es probable que no podamos resolver el problema del final de una vida física o tener respuestas contundentes para todo, pero absolutamente siempre podemos ayudar.

Gracias a la medicina de cuidados paliativos es innegable que hoy morimos mejor.

El sufrimiento, la enfermedad y la muerte son crisis que pueden convertirse en oportunidades de descubrimiento, para profundizar en la propia naturaleza, ampliar la conciencia y sanar el alma. Para entender y atender bien el proceso por el que atraviesa una persona a la que cuidamos, es necesario tener algo de conocimiento sobre ello. Afortunadamente para nosotros, este mapa ya ha sido trazado muchas veces por la sabiduría de todas las tradiciones. Nuestro reto ahora es adaptarlo a nuestro momento.

La vida y la muerte dependen del punto de vista desde el cual se observa. Si estamos aferrados al cuerpo, morir es perder el cuerpo. Desde otro punto de vista, defendido por la sabiduría ancestral, la vida y la muerte no son más que aspectos de la Vida Una que se manifiesta de una manera o de otra. Siempre hay vida.

Nuestro ideal de educación, para ser completo, requeriría una educación distinta para cada etapa. Morir, nuestros últimos días, tienen características propias, nuevas para quien las vive y distintas al resto. La muerte es real, sabemos que vamos a morir y es importante aprender a hacerlo. Ayudaría a este propósito hacer de la muerte parte de nuestra vida como el epílogo de una etapa. El tiempo entre el nacer y el morir es nuestro libro. Tiene su prólogo, su desarrollo de pruebas, victorias, lecciones, y siempre llega el final. Este libro es nuestra historia y está formada por nuestras decisiones.

La filosofía hace un canto a la vida consciente para que de cada día podamos sacar una experiencia enriquecedora. Como diría el estoico Epicteto: «Si nos sorprende la muerte, que nos sorprenda haciendo algo digno y propio de un ser humano». Paracelso, médico y filósofo renacentista revolucionario, también nos aconsejaba: «Ten tu alma fuerte y limpia y todo te saldrá bien». Mantener una actitud de superación y de aceptación de lo que nos depara la vida es algo que nos ayuda a perder el miedo a la muerte.

Sería mucho más filosófico cambiar el miedo a la muerte por el respeto. El miedo provoca la huida de lo que se teme, hace que miremos hacia otro lado. Sin embargo, sentir respeto despierta nuestra atención, nos detenemos y escuchamos.

Cicely Sounders, fundadora de lo que llamamos «cuidados paliativos», dijo: «En los cuidados paliativos tú importas, porque eres tú, e importas hasta el final de tu vida». Debemos hacer todo lo que podamos, no solo para ayudar a morir en paz, sino también para ayudar a vivir hasta que uno muera. La muerte llega a cada uno cuando naturalmente le corresponde, en el momento justo. Es lo que se conoce como la «ortotanasia».

En cuidados paliativos se busca lo que en la antigua Grecia simbolizaba la diosa Irene, «aquella que trae la paz». Irene se conquista cuando el proceso es bien vivido. La sienten los que se van y los que se quedan. La verdadera experiencia del buen morir se percibe en la presencia de la paz que reina en la sala, cuando la muerte ya llegó, pero la presencia de la persona sigue vibrando en el lugar.

El papel del buen acompañante no consiste en esperar la muerte, sino en tratar de ayudar a vivir la grandeza del tiempo que queda por vivir. En estos momentos la mentalidad chatriya (casta guerrera para el hinduismo) debe detenerse, pues es el momento de la moksha del brahman (el sabio), la liberación. Morir no duele, en muchos sentidos nos libera si quedamos en paz con nuestro mundo.

Como nos dijo Platón: «La vejez y la muerte son formas de iniciación natural».

La disolución de la vitalidad del cuerpo pasa por cinco fases:

Disolución del elemento Tierra: el paciente está inquieto, quiere liberarse de las sábanas, quiere moverse. Internamente tiene una sensación de que algo extremadamente difícil le está sucediendo, que tiene que manejar una presión excesiva que le aplasta y tira para abajo, de ahí la necesidad de movimiento. Podemos apoyar la necesidad de movimiento, no frenarla y dar espacio.

Disolución del elemento Agua: el paciente suele permanecer tumbado, casi sin movimiento en la cama. Aunque pueda parecer que está ausente, debemos continuar hablándole, de forma atenta y calmada. Es muy probable que internamente perciba muchos de los mensajes que se le envían en esta fase.

Disolución del elemento Fuego: en esta tercera fase el paciente suele emitir un grado corporal más caliente, con más sudoración. Puede ser incluso que la piel esté fría.

Disolución del elemento Aire: el proceso está ya muy avanzado, por lo que el cuerpo y la respiración ya son muy débiles. En esta fase se suele cortar el vínculo y la percepción con el mundo exterior. Aquí es ya muy complicado hacer algo, más allá de mantener la presencia.

Disolución del elemento Espacio: esta es la última fase del proceso de morir. El paciente respira sus últimas inhalaciones. El corazón se para.

Al mismo tiempo se desarrolla otro proceso de disolución en los planos emocional, mental y espiritual.

La conciencia de la persona comienza la etapa final del desapego por el propio cuerpo y por sus circunstancias: trabajo, familia, amigos… Conviene saber que este proceso es más fácil cuando se está en paz con la propia historia, se han resuelto asuntos pendientes y se obtiene el permiso de las personas queridas para dar el paso final. Esta es la forma natural por la cual la conciencia se prepara para abandonar esta vida. Podemos ayudar en estos momentos creando un entorno de serenidad favoreciendo el desapego y la aceptación de la realidad.

El acompañante nunca debe entrar en la sala para enseñar, sino entrar para servir y aprender. Debe trabajarse para tener estas dos virtudes: empatía y compasión. La empatía es la capacidad de sentir lo que el otro siente. La compasión va más allá de sentir lo que el otro siente, es la capacidad de comprender el sufrimiento del otro sin que seamos contaminados por él. Compasión no es pena, sino honrar al otro. Tiene mucho de coraje. Es estar despiertos, atentos, tratando de comprender y aceptar lo que le está pasando. No es el momento de intentar cambiar a la persona, sino de ofrecerle nuestro completo apoyo y amor incondicional. Tiene que sentirse aceptada completamente, esto le hará confiar en nosotros. Debemos intentar transmitirle firmeza y seguridad. Se trata de estar receptivos y escuchar sin enjuiciar. Tratar de ser una presencia tierna que ofrece serenidad. Para ayudar a su bienestar psicológico es bueno que los seres queridos expresen su «permiso» al que se va, agradecerle lo compartido y el legado que ha dejado. Es el cierre de una biografía.

Cuando el cuerpo está preparado para morir, pero la persona está pendiente de resolver algún asunto pendiente, suele tener tendencia a prolongar el proceso. Por eso es tan importante que se cierre bien el ciclo de lo vivido. La resistencia para dejar partir al que se va, al igual que la resistencia a irse del que debe partir, determinan en buena medida el sufrimiento de esta etapa. Aunque no es fácil aceptar la realidad, es lo mejor para el moribundo y para los que le acompañan. Es el momento de despedirse, de rodearlo de afecto y ternura. Si los acompañantes lo desean, pueden hacer algún ritual según sus creencias: oración, meditación, lecturas… El cometido de quienes le acompañan es prepararse para el acontecimiento que se aproxima, ayudándole a realizar una transición en paz.

Si una persona está hospitalizada en un estado terminal, es aconsejable pedir el alta hospitalaria voluntaria para que muera en casa, rodeada de sus cosas. Es mejor que muera allí donde ha vivido, con sus seres queridos y pueda sentirse cuidada por ellos.

Todo el que ha estado al lado de una persona al final de esta vida ha visto que, poco antes de llegar el momento, mira al vacío fijamente, mueve las manos buscando tocar algo delante suyo, o habla con alguien a quien nosotros no vemos. Es muy común que nos cuente la «visita» de alguien a quien conoce que ya ha muerto (generalmente, su madre, a quien nombra) y que le ha dicho algo como: «Mañana venimos a por ti». En este momento cambia el estado de la persona moribunda radicalmente. A partir de ese momento siente confianza y amor.

La «Kalotanasia» o muerte bella es el fin de los cuidados paliativos. Necesitamos un regreso al origen, una vuelta a la tradición del cuidado. Cuidar es atención, vigilancia, custodia… Toda acción que procede del amor está repleta de conciencia.

Nacer y morir se han representado siempre con el símbolo del Ouroboros, la serpiente cuyo cuerpo forma un círculo, de tal manera que con su cabeza (nacimiento) se muerde la cola (muerte). Lo opuesto de la muerte no es la vida, sino el nacimiento. La vida emerge y se sumerge, se expresa y se oculta.

Hay inteligencia en el proceso de nacer, así como hay una inteligencia en el proceso de morir. Ojalá, más pronto que tarde, recuperemos la idea de que morir es sencillamente natural.

«La muerte es un día que merece la pena vivir».

Aprovechemos la oportunidad.

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