Empecemos por un lema de un poeta latino, Horacio: carpe diem, que significa vivir cada día con serenidad y sabiduría, disfrutando cada momento, dándole valor a la vida que tenemos hoy, es decir, el presente. Valorar la amistad y los pequeños momentos de alegría que nos ofrece la vida. Este es el lema de carpe diem, el gran texto de referencia en este artículo.
Hablamos de diversas escuelas de pensamiento en las que englobaríamos a algunos de los más importantes y destacados filósofos de todos los tiempos, como, por ejemplo, Séneca y Marco Aurelio (el emperador filósofo), pertenecientes a la corriente estoica, y junto con ellos, Cicerón, que también participó del estoicismo y otras corrientes, como el eclecticismo.
Decía Séneca que el estoicismo nos prepara para la vida (saber vivir) y Marco Aurelio afirmaba que vivir es combatir, coincidiendo con los clásicos en que saber adaptarse a los cambios es seguir caminando hacia arriba y hacia adelante: la evolución de la conciencia. Para ello, Aristóteles opone el término medio, donde reside la virtud, a igual distancia de los extremos.
Según el estoicismo, la serenidad nos abre las puertas a la paz interior, logrando un bienestar emocional que nos fortalece ante los golpes y desafíos que nos depara la vida. Actuar con sabiduría es actuar con serenidad, es un estado de calma y paz interior. Para Marco Aurelio, esto no significa la ausencia de problemas, sino la capacidad de saber enfrentarlos con una mente tranquila.
Los clásicos nos enseñan a controlar nuestras emociones, entre ellas —muy especialmente— la ira, sobre la que Séneca decía que es un atentado al sentido racional de las cosas: cultivando la razón, podemos evitar la ira, algo muy rentable para nuestra conducta. Mantener la calma es fundamental. También nos dice que la indulgencia es una forma de librarnos de toda la carga emocional que nos supondría el estar enfadados continuamente.
En la misma línea, el emperador filósofo nos dirá que, para evitar los enfados, es muy aconsejable ser comprensivos, saber perdonar, lo cual se traduce en un gran alivio. El olvido es una forma de perdón. También los clásicos nos hablan de una virtud que no puede faltar en el trabajo interior que cada uno ha de realizar y que implica una actitud frente a uno mismo y los demás: la humildad. Y en relación con esta, la sencillez: moderar nuestras necesidades.
Para este mundo acelerado, nuestros clásicos nos enseñan y reivindican el ocio, la necesidad de parar de vez en cuando, como decía Séneca. Por otro lado, Cicerón nos enseña cómo podemos dedicar el tiempo libre a actividades que nos ennoblezcan como personas: leer un buen libro, escuchar música (en su época se escuchaba música), caminar, etc. Desconectar no es un lujo, es una necesidad.
Estos filósofos nos ayudan a encontrar el lado positivo de las cosas. Marco Aurelio nos recomienda centrarnos en las cualidades admirables de quienes nos rodean, como por ejemplo, la discreción, la generosidad… y otras muchas. Todos —no solo los estoicos— nos enseñan que la verdadera felicidad la encontramos participando en las cosas comunes, formando parte de la comunidad activa, porque el ser humano es un ser social.
Los clásicos también tienen en cuenta el orden, ya que este es uno de los secretos de la sabiduría, es decir, del bienestar emocional. Marco Aurelio relaciona el orden con la razón y la serenidad interior. Vivir en el caos es una receta perfecta para el estrés, tan en auge en nuestra sociedad. Hay que utilizar el orden para mejorar nuestra vida, nos recuerda. Nada en demasía, se trata de tener buenos hábitos para que el desorden no nos consuma.
Nos recuerdan: vivir en el orden es sabiduría, lo cual implica moderación, ejercicio regular (mens sana in corpore sano, como decía Juvenal) y el cultivo de la mente a través de la lectura y la escritura. Nos advertía Plinio: no obsesionarse con aquello que no se puede controlar, pues —como corroboraría Séneca— el no depender de las cosas externas solo es posible experimentando la libertad interior, y es a través de esta como logramos el bienestar emocional.
Como hemos visto, los clásicos nos hablan de virtudes como la libertad, la bondad, la serenidad, la moderación, la justicia, la fraternidad, etc., a través de las cuales podemos lograr el tan necesario bienestar emocional, recorriendo el camino que nos marca el carpe diem: vivir cada día intensamente, no dejando para mañana lo que podemos hacer hoy.
Reflexionando convenientemente sobre lo arriba expuesto —y, por supuesto, llevándolo a la práctica—, podremos disfrutar de una buena vida, manteniendo a raya el estrés, la ansiedad, el insomnio, además de reducir la presión arterial y mejorar el sistema inmunitario.
Filosofía taoísta y confuciana: el Hua Hu Ching
Esta filosofía, como la de los clásicos mencionados, hace hincapié en vivir de manera simple, cultivando nuestras fortalezas (virtudes), con amor incondicional y respetándonos a nosotros mismos y a los demás seres, evitando caer en cualquier tipo de discriminación o sectarismo.
Valores como la sinceridad, la honradez, la lealtad, la bondad… brillan con luz propia en esta filosofía, forjando una actitud de ayuda a los demás sin esperar nada a cambio, pues solo así, cuando nos entregamos generosamente y nos olvidamos de nosotros mismos, es cuando recibimos —sin pretenderlo— los dones del cielo: sabiduría, salud, riqueza, felicidad, longevidad…
Uno de los más grandes, Confucio, nos dirá que no hay mayor cobardía que la de saber lo que está bien y no hacerlo, refiriéndose al sentido de la verdadera justicia, que ha de iluminar a cualquier sociedad que se precie de civilizada.
También nos hablará de la benevolencia hacia los demás, siendo esta una de las grandes virtudes que caracterizan al hombre sabio: aquellos de voluntad benevolente nunca causarán mal alguno; todo lo contrario, contribuirán al mejoramiento de la sociedad.
Naturalmente, llegamos a la conclusión de que, tanto en Oriente como en Occidente, las distintas corrientes filosóficas beben en una misma fuente: la sabiduría atemporal.