«Hay una oportunidad en cada crisis». Estas palabras de Albert Einstein evocan el sentido original del término crisis, que en nuestra sociedad actual es percibido como algo negativo y que no trae consigo más que dolor, miedo e incertidumbre.
Sin embargo, el objetivo de este artículo es volver a los orígenes y retomar la visión antigua que predominaba en la filosofía acerca de la crisis, siendo esta sencillamente un proceso de cambio, de transición. Este análisis tiene el objetivo de recoger y sintetizar las enseñanzas de filósofos tanto antiguos como modernos sobre la crisis, el cambio y su naturaleza, reflexionando sobre cómo nos pueden servir no solo para comprender mejor la naturaleza de las crisis personales, sociales e históricas, sino, viviéndolas bien, cómo nos sirven para conocernos mejor y llegar a ser más fuertes internamente.
En un mundo en el que las diversas formas de crisis están cada vez más presentes, considero esencial redescubrir las raíces filosóficas de este término y conectar con su significado original más profundo.
¿Qué es la crisis en la actualidad?
Al mirar la situación actual del mundo, no es sorprendente que muchos tomen una postura pesimista ante lo que ven.
La palabra crisis hoy en día está estrechamente relacionada con todo lo que supone problemas y dificultades. Al escuchar expresiones como «crisis económica», «crisis medioambiental», «crisis laboral», «crisis humanitaria» o «momentos de crisis personal», es evidente que la palabra crisis solo evoca inestabilidad, incertidumbre, caos y sufrimiento, aunque cabe destacar que estas formas de crisis, en mayor o menor medida, siempre han estado presentes en la vida del ser humano. Hace cuarenta años, el profesor Jorge Ángel Livraga ya advirtió sobre los mayores desafíos del siglo XXI, entre ellos la sobrepoblación y los desplazamientos forzados, la contaminación y sus consecuencias devastadoras, «la pérdida de los restos de la cultura que han atesorado nuestros antepasados, la automatización en el mundo tecnológico, y la soledad, la desilusión de los seres humanos en un mundo de supervivencia». Él, ante esta situación, previo la llegada de una nueva Edad Media.
Como todo en esta vida, la historia de la humanidad también está sometida a ciclos. Todas las cosas están pautadas por un sistema de ritmos. El profesor Carlos Adelantado explica que «la vida no se mueve de manera rectilínea, sino de manera circular, elíptica o espiralada. Así se mueven los planetas, los soles, las galaxias, y hasta los átomos que forman todo lo existente. Así es nuestra vida». La vida transcurre a lo largo de una serie de etapas, fases evolutivas o ciclos que traerán momentos tanto de confusión, dolor y oscuridad como de armonía, felicidad y luz. Entre dos cúspides brillantes, entre dos etapas armónicas siempre hay una especie de bajón, un ciclo de gran confusión. A esto le llamamos edad media, a los momentos históricos con «un derrumbe de una serie de valores que no son reemplazados con la rapidez necesaria por unos valores nuevos». No cabe duda de que son momentos de crisis, pero hemos de verlos con toda naturalidad, sabiendo que los cambios cíclicos de los tiempos históricos están bajo las inexorables leyes de la naturaleza.
El sentido original de la crisis
La palabra crisis es de origen griego y significa ‘momento decisivo, cambio’. De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, se define como un «cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, o en la manera en que estos son apreciados». En ningún momento se habla de un cambio angustioso o doloroso, la crisis en sí no significa nada malo. Es un proceso de cambio, y los cambios son parte natural de la vida. En la naturaleza todo cambia, porque todo está en constante movimiento. Pero no en cualquier movimiento, sino en un movimiento cíclico. Por eso podemos hablar de los ciclos de la naturaleza. El retorno de las estaciones cada año, los continuos cambios de días soleados y días lluviosos, el período de la floración en primavera y la caída de las hojas en otoño… La vida en la naturaleza es una serie de cambios cíclicos. Todo se mueve, y por ende, todo cambia constantemente. Así, el cambio, la crisis es propia de la vida y de todo.
La crisis y el dolor
Siddharta Gautama el Buda habla del cambio, de la impermanencia como una dolorosa característica que posee este mundo. Aquí es donde radica la percepción negativa del término crisis: es dolorosa para nosotros. Si un cambio no nos produce dolor, no lo consideramos crisis. No vamos a sufrir por comprarnos un nuevo bolso, por la recolocación de nuestros muebles en casa o por cambiar el color del pelo.
Hasta es posible que esperemos ciertos cambios con ánimo e ilusión. Los cambios que conlleva un ascenso en el trabajo son, en general, bienvenidos. Los que quieren empezar una familia sienten una profunda alegría por el nacimiento de su hijo, el momento en el que toda su vida cambia para siempre. Son ejemplos claros de cambio, pero no de crisis, porque nuestro sentido común dicta que las crisis siempre son fuente de dolor.
Esto, sin embargo, depende solamente de nuestra actitud ante la vida y de los cambios. La crisis comienza a transformarse en el momento en el que elegimos la manera de afrontarla. Si la vemos dura y terrible, seguramente así será. Pero si decidimos verla como una prueba que nos puede forjar y fortalecer, como una oportunidad de crecimiento y desarrollo, eso será. Es algo natural, como bien nos enseñan Marco Aurelio y la filosofía estoica: «Todo lo que sucede en el mundo se halla dentro del orden natural, se relaciona con el orden general del universo; está determinado desde su origen, se halla urdido en la trama de tu existencia».
Carlos Adelantado escribe que «todos los momentos de crisis, de cambios, producen dolor. Y tenemos que aprender a manejarnos con el dolor, sobre todo en los momentos de crisis, porque… precisamente en esos momentos de crisis, en esos momentos en que la vida nos trae verdadero dolor, es donde se verá realmente de qué material está hecho cada individuo».
A lo largo de nuestra vida, todos compartimos experiencias de crisis personales: miedo, dolor, pérdida. Estas vivencias humanas, en esencia, son momentos de cambio que pueden variar en intensidad y alcance. Sin embargo, la verdadera cuestión no radica en si vivimos estos momentos o no, ya que son inevitables, sino en cómo afrontar dichos momentos. El miedo puede paralizar a unos, mientras que a otros los impulsa a superarlo. El dolor puede derrotar a algunos, pero también puede ser el impulso que fortalece a otros. La pérdida puede llenar de tristeza a unos, mientras que otros consiguen ver un nuevo comienzo que conlleva la pérdida, sabiendo que «nada sucede a cualquier hombre que no sea capaz de soportarlo» (Marco Aurelio).
La clave, entonces, somos nosotros mismos. Nuestra actitud, las decisiones que tomamos y cómo elegimos actuar en esos momentos cruciales son los que determinan si la crisis se convierte en un punto de inflexión positivo o en un obstáculo insuperable. Somos nosotros quienes definimos si esas experiencias nos transforman en versiones más fuertes y sabias de nosotros mismos o si nos hunden en la resignación.
La filósofa Delia Steinberg ha resaltado que «sin el dolor jamás nos preguntaríamos: ¿por qué a mí?… Sin el dolor no nos propondríamos indagar en las leyes ocultas que mueven todas las cosas, hechos y personas». El dolor, según la enseñanza filosófica oriental, es el vehículo de la conciencia, transformando las crisis en aquellos momentos cruciales en los que podemos tomar conciencia, obtener claridad, tomar decisiones, definir rumbos.
Las diferentes formas de crisis de la personalidad
Los momentos de crisis pueden ser muy diversos. Hay crisis naturales y crisis provocadas por el propio ser humano. También encontramos que hay crisis en lo individual y hay crisis en lo colectivo, aunque las crisis individuales coinciden, porque las experiencias humanas en general son compartidas. Aunque hay ejemplos evidentes de crisis colectivas, todas tienen el mismo origen: la crisis individual más profunda, la gran falta de valores humanos para un mundo duradero y más justo.
Las crisis individuales pueden aparecer, exterior o interiormente, en forma física, energética, emocional o mental. Los cambios corporales, el dolor físico y las enfermedades, los cambios del estado de ánimo y de las emociones negativas, igual que la aparición de las dudas, son ejemplos bien conocidos de las crisis de la personalidad. Por lo general, una crisis no altera solamente un aspecto sino que provoca cambios simultáneos.
Las enseñanzas antiguas, tanto de Oriente como de Occidente, coinciden en señalar que nuestra personalidad tiene cuatro aspectos fundamentales, también conocidos en la filosofía oriental como «vehículos». Estos vehículos son el cuerpo físico, la energía vital o prana, las emociones o astral, y la mente o kama manas. Cada uno de estos vehículos tiene su función específica, pero actúa de manera interdependiente, igual que los individuos actúan de manera interdependiente entre sí.
Esta interacción constante significa que una alteración en uno de estos componentes afecta inevitablemente a los demás. Una crisis emocional, por ejemplo, puede generar síntomas físicos. La duda, un proceso mental, puede desencadenar temor; este temor, a su vez, puede paralizarnos, manifestándose físicamente a través de palpitaciones, sudoración o temblores. Del mismo modo, una crisis física, como un dolor estomacal, puede influir en nuestro estado emocional, generando apatía o disgusto, y alimentar pensamientos negativos sobre nuestra salud o nuestras circunstancias.
Dado que estos cuatro aspectos están íntimamente conectados, resulta esencial trabajar con ellos de manera integral. La personalidad debe ser fortalecida como un todo. Así como procuramos cuidar nuestro cuerpo físico con una alimentación adecuada y ejercicio físico, también debemos alimentar y fortalecer nuestra mente y nuestro astral con pensamientos y sentimientos profundos, nobles y elevados. Dichos pensamientos y sentimientos han de ser bien canalizados, expresados intactos por nuestros vehículos: el prana y el cuerpo físico. Este trabajo equilibrado se vuelve aún más crucial en tiempos de crisis, cuando todo parece tambalearse y cada aspecto de nuestra personalidad es puesto a prueba.
La estabilidad en tiempos de crisis no es un estado que se alcanza por azar, sino el resultado de mucha paciencia y perseverancia. Delia Steinberg destaca cuatro cualidades con las que fortalecernos en tiempos de crisis: la imaginación y la creatividad para la mente, la serenidad para el astral, y, en el plano de acción, la iniciativa. Ella escribe que «la imaginación busca y encuentra las ideas permanentes que han salvado pueblos y seres humanos en las peores circunstancias». Y es lo que hemos de hacer: cultivar aquellas enseñanzas atemporales que no dependen de los tiempos cambiantes. Por otro lado, «la creatividad, que es auténtica inspiración, restablece las normas de la creación, nos acerca a las leyes de la naturaleza en lugar de alejarnos de ellas». Sobre la serenidad escribe que «construye un pequeño círculo de tranquilidad para pensar y de luz para salir de la encrucijada. Modera la pasión, esclarece el pensamiento». En el plano de la acción hay que evitar la inercia; por eso hay que «emplear la serenidad, la imaginación y la creatividad para dar siempre un paso hacia adelante. La iniciativa es el coraje para no detenerse a pesar de las circunstancias, para no perder la moral y ganar, en cambio, la seguridad en cada paso que se da». Es, según ella, una solución para un cambio profundo y verdadero, una solución estable para todo tipo de crisis, tanto individual como colectiva.
Nuestra actitud ante una crisis
Frente a una crisis, el mayor error que podemos cometer es quedarnos pasivos, convirtiéndonos en víctimas de las circunstancias. Crisis, para los chinos, significa «oportunidad», y así debe ser considerada. Es importante tomarse un momento para reflexionar y analizar la situación, pero después es crucial pasar a la acción. El Bhagavad Gita nos recuerda que «la acción es superior a la inacción», porque al actuar ejercemos nuestra voluntad y dirigimos nuestro destino, en lugar de ser arrastrados por las circunstancias. De este modo, lo que depende de nosotros permanece bajo nuestro control, mientras que la inacción nos deja a merced de las fuerzas externas, limitándonos a reaccionar ante lo inevitable.
Todo en el universo está regido por la ley del movimiento. Nada permanece estático; todo avanza, ya sea por una decisión consciente y voluntaria o porque la propia vida nos empuja inexorablemente hacia adelante. Por ello, nuestra tarea es transformarnos en todos los niveles, comenzando por elevar nuestros pensamientos y sentimientos. Debemos recordar que somos libres de elegir lo que pensamos y sentimos, y que esta es la base de nuestra auténtica libertad. Nuestra actitud ante la vida, así como nuestra manera de afrontar sus desafíos, está en nuestras manos. Como enseña Epicteto: «No existe nuestro bien y nuestro mal sino en nuestra voluntad. De todas las cosas del mundo, unas dependen de nosotros y otras no. Dependen de nosotros nuestros juicios y opiniones, nuestros movimientos, nuestros deseos, nuestras inclinaciones y nuestras aversiones: es decir, todos nuestros actos».
Conclusión
Alcanzar este estado de libertad interior, de autarquía, en el que somos capaces de dominar y dirigir nuestro interior, requiere armarnos con las enseñanzas atemporales acerca de la vida y del ser humano que la humanidad ha cultivado a lo largo de su historia. Debemos buscar respuestas a nuestras preguntas más inquietantes, examinar el sentido profundo de las cosas, investigar incansablemente y desarrollar un amor profundo por la sabiduría. Hay que vivir la vida con filosofía. Ser filósofo significa amar el conocimiento. El filósofo nace naturalmente dentro de quien tiene la actitud de hacer preguntas. Dicha actitud implica el deseo de mejorar y mejorarse, reflexionar sobre las respuestas, practicar el discernimiento, poner en acción los valores humanos sin los que las edades medias vuelven a cobrar fuerza. Hemos de embellecernos y ennoblecernos como seres humanos, independientemente de las circunstancias externas. Y, sobre todo, debemos atrevernos a actuar. Nunca deberíamos atravesar una crisis y salir de ella igual que como entramos. Una crisis bien vivida nos permite superar el dolor y las adversidades, saliendo de ellas más fuertes, más seguros y más sabios.
Citando a Delia Steinberg, «por poco que volvamos los ojos, encontraremos sufrimiento: sufre la semilla que estalla para dar lugar al árbol, sufre el hielo que se derrite con el calor o el agua que se endurece con el frío, y sufre el hombre que, para evolucionar, tiene que romper las pieles viejas de su cárcel de materia. Pero tras todos estos sufrimientos se esconde una felicidad desconocida: la plenitud de la semilla, del agua, del alma humana que descubren, en medio de las tinieblas, la luz segura de su propio destino».
Bibliografía
Livraga Rizzi, J. Á. (2006): Magia, religión y ciencia para el tercer milenio, Tomo V. Editorial NA.
Adelantado Puchal, C. (2024). Las esferas de la conciencia. Editorial NA.
Steinberg Guzmán, D. «El dolor». https://biblioteca.acropolis.org/el–dolor/
Steinberg Guzmán, D. «La estabilidad en la crisis». https://biblioteca.acropolis.org/la–estabilidad–en–la–crisis/