Filosofía — 1 de enero de 2013 at 00:00

La nueva ciencia: una forma de pensar muy antigua

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Como explicaba Antonio Martinez-Única en su artículo en “Esfinge” de septiembre de 2012 (Canalización de las nuevas tendencias en los comienzos del tercer milenio), una de las nuevas formas de mirar la vida que se están desarrollando se fundamenta en un paradigma diferente de la ciencia. El determinismo newtoniano y el racionalismo cartesiano, que tantos méritos tienen por haber permitido a la humanidad progresos admirables, han llegado a sus límites. Desde hace un siglo, la teoría de la relatividad y la física cuántica siguen minando un paradigma que todavía resiste y sigue siendo el dominante. El ser humano empieza a darse cuenta de que la lógica no lo explica todo, o sea, que nuestras capacidades intelectuales no nos permiten dominar el mundo como quizás nos gustaría. Si hace cien años había científicos que afirmaban que solo nos faltaban dos o tres ecuaciones para comprender cómo funciona el universo, hoy ningún investigador serio se atrevería a sostenerlo. Por otro lado, el paradigma sigue siendo el mismo: ciencia, o sea, verdad, es todo lo que se puede conocer con el método racionalista tradicional; todo el resto es otra cosa: religión, superstición o filosofía, es decir, ámbitos en los que predomina la subjetividad.

Es evidente que a los límites del paradigma científico corriente no se les puede contraponer un salto hacia lo irracional, ni hacia lo subjetivo, ni hacia la fe. Otros puntos de vista, incluso otros ámbitos de estudio, tienen su legitimidad propia –o no la tienen–, pero si se parte de presupuestos diferentes es muy fácil que se obtenga solo un diálogo de sordos. Sin embargo, existe un punto débil en la posición del main stream científico, de la cual todos los investigadores son conscientes: la física cuántica. Esta rige un tercio de la economía mundial, ya que permite el funcionamiento de cuatro tecnologías fundamentales: el láser, el transistor, los dispositivos de carga acoplada y la resonancia magnética, y sin embargo, no es parte del paradigma dominante, porque lo contradice. Solo ha merecido una sigla: FAPP, for all practical purposes, es decir, funciona en la práctica y eso es todo; por lo demás, seguimos como si no existiera. Se trata de una paradoja que seguramente roe la conciencia de los físicos más abiertos y desprejuiciados.

La paradoja de la física cuántica

Saliendo de esta contradicción evidente, el dejar fuera de lo científico lo que se verifica cotidianamente, se puede desarrollar un discurso extremadamente interesante y fértil. Es lo que hace un físico cuántico alemán, alumno y colaborador del gran Heisenberg, Hans-Peter Dürr, nacido en 1929, Premio Nobel Alternativo en 1987 y Premio Nobel de la Paz como miembro del Grupo Pugwash en 1995.

Desde hace años, Dürr viaja por el mundo para explicar cómo la física cuántica nos abre un universo cuyas implicaciones no podemos ignorar, si queremos sobrevivir al curso suicida que hemos tomado –la referencia es, evidentemente, a las varias amenazas para la vida en la Tierra que dependen de la actividad humana–. Con ocasión de los cincuenta años desde la publicación del Manifiesto Russell-Einstein de 1955, sobre los peligros de la proliferación atómica y la necesidad de una nueva forma de pensar para evitar la apocalipsis, Dürr ha publicado, con la colaboración de otros dos pensadores alemanes, D. Dahm y R. zur Lippe, un escrito, la Potsdamer Denkschrift 2005, sintetizada en el Potsdamer Manifest 2005, de una extraordinaria riqueza e interés para encontrar una salida al peligrosísimo callejón en el que nos hallamos.

Dürr comprende muy bien el desconcierto de sus colegas frente a los enigmas de la física cuántica, ya que su propio maestro Heisenberg no llegaba a explicarse cómo la naturaleza podía comportarse de forma tan irracional. Sin entrar en los detalles complicadísimos de un discurso que confunde a los expertos mismos, nos limitamos aquí a recordar dos cosas, entre otras, que distinguen la física cuántica de la newtoniana: 1) en la física cuántica la materia pierde su materialidad, se muestra como algo no definible con palabras comunes y 2) el observador parece influenciarla, de modo que un objeto cuántico no es lo mismo cuando uno lo observa que antes de cualquier observación.

La materia no existe

La tesis de Dürr se articula en torno a algunos puntos fundamentales que componen una forma de pensar revolucionaria, un giro copernicano que, sin embargo, acaba por confirmar las intuiciones de una sabiduría atemporal y universal. Empezando por la imposibilidad de definir la materia y, por ende, la realidad, él nos explica que nuestro vocabulario se ha desarrollado para la comunicación de esta realidad, cuyo elemento básico es la res, la cosa tangible. A nivel cuántico no hay res, sino Wirklichkeit, en alemán un sinónimo de Realität, con la ventaja de tener como raíz el verbo wirken = actuar, tener influencia sobre algo, que refleja mejor su naturaleza inmaterial, de “red de relaciones”, o en un cierto sentido, de “información” sin ningún transportador. Dürr llama a las unidades inmateriales que componen la red, Wirks, elementos que definen probabilidades, potencialidades, que a nivel macroscópico se van solidificando, definiendo, pero que sin embargo, en su esencia no son ni definidas ni “tangibles”.

Aunque nos cueste imaginarnos que la materia a nivel cuántico, es decir, infinitesimal, no aparece como materia, este es un punto científicamente indiscutible. No aparecer como materia significa tener un comportamiento físico que no obedece a las leyes de Newton. El análisis del mundo subatómico es, desde el punto de vista metodológico, la aplicación del segundo principio del método cartesiano, que prevé la división de una entidad más grande en partes más pequeñas para poder empezar el proceso científico de análisis. Es aquí donde se derrumba todo el edificio analítico: en la forma en la que se pretende fundarlo. Si, en otras palabras, la aplicación del método cartesiano nos lleva a descubrir algo que contradice nuestras certidumbres, o bien rechazamos el método –lo que sería una contradicción, ya que es el fundamento de la ciencia como la entendemos ahora–, o bien tenemos que ensanchar nuestra idea de lo científico. Dürr lamenta que esto aún no se ha hecho: se prefiere colocar entre paréntesis una rama de la investigación científica –que además tiene enormes aplicaciones prácticas– en vez de considerarla en sus implicaciones más profundas.

Antes de indicar las líneas de posible desarrollo de este tema tan imponente, hagamos una aclaración: la física cuántica no es la negación de la física newtoniana, sino una extensión de la misma. El hecho de que a nivel macroscópico, es decir, de nuestra percepción sensible, la materia aparece como existente, no está en contradicción con su naturaleza inmaterial a nivel cuántico, sino que es el resultado estadístico de una serie de probabilidades (la “red” cuántica) que se realizan según líneas (las “leyes” de la física newtoniana) relativamente constantes, o sea, suficientemente constantes a nivel grosero.

¿Qué es la realidad?

Sin ninguna duda, estamos delante de un enigma colosal; mejor dicho, irresoluble con nuestras capacidades intelectuales. Si los métodos que hemos utilizado hasta ahora no nos informan adecuadamente sobre la realidad, ¿cómo podemos orientarnos? El problema es a la vez gnoseológico (¿qué podemos conocer realmente?), epistemológico (¿cómo podemos conocer, con qué herramientas?) y ontológico (¿qué es el mundo? ¿qué/quiénes somos nosotros, en cuanto parte de este mundo tan misterioso?). Se puede dar la razón a los físicos que reconocen el carácter filosófico de estas preguntas inducidas por la física cuántica, con la advertencia, sin embargo, de que sean cuales sean las hipótesis o las respuestas (parciales) que se puedan formular, la propia idea de ciencia debe cambiar, por los motivos expresados anteriormente.

En este artículo introductorio solo podemos indicar algunas palabras clave del pensamiento elaborado por Dürr, para seguir profundizando el discurso en los próximos números de “Esfinge”, bajo el lema “Una nueva/antigua forma de pensar”. Las palabras clave son: modestia, creatividad, holismo, juego, interconexión, apertura, profundización, amor, vida.

La primera palabra, modestia, nos permite concluir esta primera parte y prepararnos a la prosecución del discurso: debemos dejar la ilusión (¡la ambición arrogante!) de conocer toda la Wirklichkeit, como pretende la ciencia (¡y a menudo la religión, por supuesto!) y comprender que esto nos permitirá abrir nuestro espíritu a una comprensión más amplia y profunda. Pretender menos para comprender más: tan paradójica es la nueva/antigua forma de pensar de la que hablaremos a continuación.

Bibliografía:
H-P. Dürr, J. D. Dahm y R. zur Lippe: Potsdamer Manifest 2005 (con Potsdamer Denkschrift 2005), kom Verlag, München 2006, también descargable
– en alemán de: http://www.vdw-ev.de/index.php?option=com_content&view=article&id=15&Itemid=9&lang=de
– en inglés de:  http://www.vdw-ev.de/index.php?option=com_content&view=article&id=15&Itemid=43&lang=en
– en italiano de: http://www.uniud.it/ricerca/strutture/centri_interdipartimentali/irene/Denkschrift%20di%20Potsdam%202005%20italiano.pdf (Denkschrift) y de: http://www.uniud.it/ricerca/strutture/centri_interdipartimentali/irene/Manifesto%20di%20Potsdam%202005%20italiano.pdf (Manifiesto)
B. Rosenblum y F. Kuttner: Quantum Enigma, Oxford University Press, New York 2011.

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