Filosofía — 6 de diciembre de 2010 at 20:22

La defensa de la ambigüedad

por

-Erasmo y el blanco que parece negro… y viceversa-

“La ambigüedad no como indecisión, sino como decisión de no querer perderse nada” dice M.Hopenhayn(1) en el cercano siglo XX, ¿será esto un signo de los tiempos? Las bipolaridades y las ambigüedades, que tanta mala prensa tienen en el mundo de los discursos, ¿son realmente tan negativas?, o aquellos que hablan y hablan de integridad y de la existencia de solo “un” camino, no son más que ambiguos a los que les molesta que les descubran el truco.

En principio, rápida y lapidariamente podemos contestar la primera pregunta: no es un signo de los tiempos, desde hace muchos siglos (y digo solo eso por el extremado respeto que le tengo a la palabra siempre) la ambigüedad es una característica humana, y por lo tanto, habitante de sus expresiones, palabras y pensamientos.

Ejemplos encontramos muchos a lo largo de la historia conocida, y sospechamos que muchos más habrá en la historia no contada. Pero no nos adentramos en estas líneas para hablar de sospechas, con lo conocido ya tenemos bastante como para entretenernos, así que allí apuntaremos nuestro siguiente rato compartido, usted leyendo, yo escribiendo.

En este caprichoso reloj temporal viajamos hasta el 1511, Erasmo de Rotterdam escribe “Elogio de la Locura” (2), un sarcástico texto contra los poderosos de la sociedad y las jerarquías de la iglesia, y desata escándalos varios en los hombres de su tiempo.

El humanismo cristiano evangélico era un pujante movimiento en varias zonas de Europa: Francia, Inglaterra, Alemania, España, y sobretodo en los Países Bajos, donde a Erasmo se lo reconoce como maestro y principal representante.

El humanismo cristiano, además de enfrentarse firmemente a toda idea de guerra, tiene un rechazo general a la cultura, la ciencia, la filosofía y la religión medieval, para centrar su atención en el hombre. Y es en relación al hombre y todos estos temas -y varios más- a los que Erasmo se refiere en su libro “Elogio…” abordándolos de una manera muy particular, utilizando la ironía como recurso principal, con una agudeza y profundidad que aparece como la primera ambigüedad general, ya que dicho por él mismo, es un libro que escribió muy rápidamente casi como un pasatiempo en las largas horas de un viaje a las islas británicas. En este caso es una ambigüedad recursiva y tal vez autoreferencial, ya que el mismo relato habla y se mofa de quienes se autotitulan quasi improvisadores de discursos e ideas, cuando en realidad invirtieron años, energía y tiempo en acomodar trabajosamente ese puñado de palabras.

Esa es apenas la primera ambigüedad de un libro y un escritor llenos de relaciones encontradas, de infinidad de matices que se prestan a que el lector deba hincarle el diente con sumo cuidado, sin quedarse con el primer sabor… y muchas veces ni el segundo, ni el tercero. Es recomendable ir con alto grado de atención y calma, para tratar de encontrar algo cercano al verdadero contenido de esta golosina de quinientos años.

Erasmo utiliza un recurso muchas veces despreciado por los puristas de la literatura: escribir en primera persona. Pero lo inquietante, atractivo y desconcertante, es que esa primera persona es justamente “la locura”, y ese detalle naif, que parece hasta ingenuo, funciona de colosal escudo frente a muchos factores. El hecho de que el relato lo lleva la ficticia palabra de la propia locura le abre el camino para poder expresarse con desparpajo frente a cuestiones que en el siglo XVI le hubieran traído algunos problemas un poco más graves que apenas las duras críticas que recibió de los intelectuales de su época. Críticas de las que se empezó a reír en el mismo momento de comenzar a escribir las páginas de su libro.

Críticas, que fueron los predecibles rebotes de las críticas que Erasmo plasmó en su escrito hacia muchas direcciones: griegos, romanos, estoicos, retóricos, pitagóricos, eclesiásticos, intelectuales contemporáneos, filósofos, artistas, nobles, a todos ellos este señor tuvo algo que decirles, y más allá de las coincidencias o las discrepancias con sus conceptos, el factor que nos llama a mencionarlo en estas presentes líneas, es la habilidad y extremado talento que Erasmo muestra como escritor, apelando a una herramienta muchas veces despreciada: la sra. ambigüedad. Sin esta señora, este libro no hubiera podido salir de las manos del escritor y no hubiera podido ser la semilla de importantes preguntas y planteos que se vienen haciendo sus lectores desde que Erasmo en lugar de mirar hacia los campos y bosques llenos de neblina inglesa, decidió tomar una pluma y regalarnos su filosofía en forma sonrisa y dualidad.

“… el hecho es que los reyes no gustan de la verdad. Pero mis insensatos tienen la cualidad maravillosa de poder decir no sólo la verdad, sino insolencias manifiestas, y, con todo, ser oídas con agrado. Así, algunas palabras podrían costar la vida del sabio, mientras que proferidas por un bufón resultan relajantes. La verdad lleva en sí misma el don de agradar con tal que no ofenda; y los dioses sólo han concedido este don a los insensatos.” (Elogio de la Locura, Cap 36)

Animándonos a ir aún más atrás (apróximadamente 300 a.C.), podemos mencionar a Epicuro, y su defensa del placer como bien supremo, en este caso la ambigüedad no está en eso, pero sí en como lo tomaron (y lo siguen tomando) algunos de sus seguidores o detractores que levantaron banderas rivalizando contra conceptos platónicos (y luego estoicos) que encuadran a los sabios evitando el camino de los placeres … si nos tomamos un momento para deshojar esta margarita, y teniendo en cuenta que Epicuro jerarquiza al concocimiento y a la sabiduría como máximos placeres, podemos notar que las veredas en realidad no son tan opuestas.

En este ida y vuelta a través de la línea de tiempo, emprendemos el camino de regreso al presente, haciendo una escala en la mitad del siglo XIX, para contactar a uno de los principales referentes de la brillante literatura rusa de ese momento: Fiodor Dostoievski. Quien en su afamada novela “Crimen y castigo” nos regala ambigüedades en muy diversas formas. Su protagonista (el recordado Raskolnikov) pretende hacer un bien utilizando el mal como herramienta, es decir, estaba convencido de que asesinando salvajemente a una anciana usurera, liberaría de la opresión y la explotación a su entorno social, apoyado en la idea que Raskolnikov se siente más allá del bien y del mal, por lo tanto no hay culpa ni arrepentimiento. Este concepto es el que utiliza el controvertido Niestche tiempo después para su idea de Superhombre, pero es el propio Dostoiesvky quien ya le había dado respuesta: Raskolnikov finalmente no pudo superar su ambigüedad y buscó alivio en la confesión a las autoridades y en los años de cárcel en Siberia.

Y por último, mirando alrededor en nuestro presente, se me ocurre apuntar uno de los innumerables ejemplos de canibalismo empresarial, falsos arquetipos de éxito enfundados en Sociedades Anónimas que, entre muchas otras obscenidades y pedanterías, ejecutan donaciones y participan de acciones benéficas, que a simple vista parecen nobles actitudes, pero en el fondo no son más que artilujios legales para lavar dinero o reducir impuestos y así potenciar sus beneficios personales.

Resumiendo, ¿se puede ser admirador de los clásicos y reírse de la falta de sensibilidad y del ceño fruncido de los pensadores de la Grecia esplendorosa, o de Séneca y sus estoicos amigos?

¿se puede criticar de manera obscena, evidente y pública, la estructura, los procederes y los altos mandos de una Iglesia que era ley indiscutible, sin ser alimento de hogueras, fantasma desterrado o refugiado mito clandestino?

¿se puede transcender varios siglos hablando de profundos valores filosóficos mientras se relata la inutilidad de ellos, de manera detallada e íntegra, respaldando cada palabra, cada punto, cada adjetivo y cada silencio, dando tiempo para tomar aire después de la sonrisa?

¿se puede pensar que todos los criminales son desalmados y egoístas?

¿se puede observar con admiración toda acción de caridad?

Pues… depende.

La ambigüedad puede ser tan mala como la maldad con que se usa, o la ignorancia del que la recibe. Depende de quien la utiliza, del como y con qué objetivo.

Aún ella, con su peyorativa fama, nos puede regalar buenos resultados si nuestras intenciones son buenas.

(1) Martín Hopenhayn, nacido en New York en 1955, recibido en la universidad de filosofía de París, luego de haber pasado por la de Chile y Buenos Aires. Publicó varios libros con temática filosófica literaria. Desde hace 20 años vive en Santiago de Chile donde trabaja en temas de desarrollo social y cultura en Naciones Unidas.

(2) “Moriae Encomium” (latín), “Morías Encomion” (griego), significa: elogio, loa, alabanza, exaltación de la necedad, estulticia, insensatez. Conservando la traducción clásica y popular castellana: “Elogio de la locura”.

Bibliografía: “Elogio de la locura”. Alianza editorial. Introducción, traducción y notas: Pedro Rodriguez Santidrián

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