Entrevistas — 6 de abril de 2010 at 10:54

Carlos García Gual: «La Filología clásica está al servicio de la mediación entre los antiguos y nuestros contemporaneos»

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Carlos García Gual aparece con frecuencia firmando artículos de opinión en el diario El País. También se ha encargado de dirigir la Biblioteca de Clásicos Gredos, colabora con la revista National Geographic, imparte clases en la  Universidad Complutense y muchos de las mejores traducciones de clásicos  griegos y latinos llevan su firma. Es, además, responsable de algunas de las obras de referencia sobre mitología y filosofía clásica. Estas breves líneas apenas hacen justicia a una trayectoria tan vital y dedicada a la divulgación de los textos  clásicos griegos y latinos como la de Carlos García Gual. Esperamos que esta  entrevista permita al lector aproximarse a esta labor, sin duda poco reconocida,  que es la de aquel que hace posible que las emociones, sentimientos, palabras y pensamientos de hace más de 2.500 años, hayan llegado prácticamente frescas hasta nosotros.

Notas personales

Nacido en Palma de Mallorca en 1943, llegó a Madrid para estudiar y, fue en los primeros dos cursos de “comunes” en la Facultad de Filosofía y Letras (como se llamaba entonces), cuando tomó la decisión de especializarse en Filología Clásica, que abarca tanto la griega como la latina. Según él mismo señala, hacía ya mucho tiempo antes de eso que le “seducía” el estudio del mundo antiguo, especialmente del griego. Precisamente, el interés y  la creencia en “los enfoques amplios de las Humanidades” le tentaron a estudiar Filosofía o Historia. Al final se impuso su atracción por la viejas lenguas y los textos clásicos y, como él mismo refiere, tuvo “la suerte de encontrar en la Facultad a  algunos  profesores excelentes, como  los helenistas Francisco R. Adrados, Manuel Fernández Galiano, José S. Lasso de la Vega y Luis Gil , y algún otro latinista como Mariner, y por poco tiempo, al final de la carrera , A.Tovar y A. García Calvo”.

“En la Complutense la Filología  Griega tenía por entonces un merecido prestigio – especialmente por su rigor en los estudios de Lingüística. Eran tiempos del avance del estructuralismo en lingüística, del desciframiento del micénico, del comparatismo riguroso con otras lenguas indoeuropeas y de una notable renovación de los estudios homéricos, que ampliaban de forma muy atractiva el panorama sobre el mundo antiguo para quienes a comienzos de la década de los sesenta nos sentíamos atraídos por la Filología  Clásica”, señala García Gual sobre sus tiempos de estudiante.

Acabó la carrera en 1965 y presentó su Tesis Doctoral en 1968 con un tema de sintaxis estructural: “El sistema diatético en el verbo griego”. Luego  fue profesor adjunto interino de Indoeuropeo un año ( del 65 al 66, en la UCM)  y de Filosofía Antigua (en la entonces reciente Universidad Autónoma) y obtuvo por oposición  una plaza de catedrático de griego de  Enseñanza Media en el Instituto “Beatriz Galindo” de Madrid (1967-1971). Dejó la enseñanza en el Instituto (de la confiesa guardar un gratísimo recuerdo) para incorporarse como Agregado de Filología  Griega en la Universidad de Granada (1971) y , al año, como Catedrático a la Universidad de Barcelona (1972-78), de donde pasó a la UNED, y de allí, otra vez por oposición, a la Facultad de Filología de la Complutense (1979), donde todavía enseña. En resumen, lleva ya más de cuarenta años dedicado a la docencia y la investigación en este campo de estudios.

SOBRE SU FACETA DE ESCRITOR Y SUS HÁBITOS DE LECTOR

“Aún no estoy arrepentido y no he perdido el ánimo por comentar a los griegos”

Yo no soy un autor creativo; no practico ni la ficción novelesca ni la creación poética. No tengo talento ni dotes para eso. Soy sólo un lector entusiasta, pertinaz, ecléctico, tanto de los antiguos como de los modernos, de poesía y prosa, sin reparar en lenguas o naciones. Me gustan los clásicos de muchos géneros, y también muchos autores modernos que no sé si serán clásicos. Leo mucho ensayo crítico y filosófico. La literatura universal es el ámbito de mis correrías y me gusta pasear por la Literatura Comparada ( en la que he trabajado un poco, como discípulo y diletante).  No puedo – por razones de espacio y otras- dar una lista de mis autores preferidos (empezaría con Homero y los líricos griegos, desde luego) y llegaría hasta hoy. No creo en los cánones como listas definitivas y excluyentes. Y he cambiado de gustos con los años ( tengo lecturas de adolescencia que me suscitan un viejo cariño: algunos textos de Julio Verne, o de Conan Doyle, incluso un par de textos de Sir Walter Scott, por ejemplo) . He leído bastantes novelas históricas y he escrito sobre este género poco apreciado de la crítica más pedante que, como intento de ficcionalizar el pasado me parece interesante (y que no debe confundirse con esas tramas de misterios y aventuras pseudohistóricas ahora florecientes en la selva de los best sellers para lectores voraces y de ocasión ).

En fin, de todo eso puede deducirse que soy un mal ejemplo: un clasicista muy disperso, un erudito desastrado y poco disciplinado, un especialista de mangas anchas, un pésimo ejemplo para los universitarios actuales que intenten medrar en cualquier especializada sección de nuestras facultades de letras. Si a eso se agrega que he escrito mucho de esto y aquello, siempre por placer y casi nunca por obligación, y aún no estoy arrepentido y no he perdido el ánimo por comentar a los griegos, el lector puede advertir que soy un pájaro raro en las jaulas académicas de la burocracia hispánica.

SOBRE LA IMPORTANCIA DEL MANTENER VIVO EL ESTUDIO DE LOS CLÁSICOS

“Nos conocemos mejor estudiando a los griegos y latinos”

No me gusta mucho hacer propaganda más o menos retórica sobre el valor de los estudios sobre el mundo clásico. Y, en todo caso, hacerla bien requiere mucho espacio. Pienso, en resumen, que sirven para tener una perspectiva muy amplia y vivaz cuando se enfocan como el acercamiento a un mundo histórico de singular riqueza cultural, que está en las raíces de la civilización, del arte y la filosofía de Europa, e incluso pueden ayudar a ver de otro modo, más libre de prejuicios, nuestro presente, tan distante y tan en contraste con ese pasado, sin duda lejano y, sin embargo, en muchos aspectos muy extrañamente familiar. Aunque se  ha dicho (Keats, Zubiri, etc.) que “los griegos somos nosotros”, creo que lo vamos siendo cada vez menos, pero que, incluso desde esa gran distancia,  nos conocemos mejor estudiando a los griegos y latinos, nuestros clásicos, y reflexionando en cómo nos hemos distanciado y cómo, pese a todo, siguen siendo los fantasmas más interesantes – maestros en poesía, en filosofía, en mitología- de nuestra cultura.

En 2003 animaba a los alumnos de uno de los cursos de verano de la   Complutense con estas palabras: “Recordar el pasado es una forma de evasión,   y gracias a la historia se puede conocer mejor lo humano”. También señaló que   “los grandes textos son los salvadores del olvido, gracias al fervor de muchas  generaciones”.

El enriquecimiento que los clásicos griegos y latinos aportan a  la comprensión de nuestra tradición de ideas y creencias sigue siendo incomparable y justamente porque  son a la vez lejanos y próximos en sus palabras y sus ideas. Estimulan la crítica y la reflexión sobre la historia y sobre el presente en contraste con el pasado. Nos conmueven por sus audaces y libres pensamientos y sus aciertos en la invención de formas y la expresión de sentimientos e ideas. Creo que de los clásicos puede decirse lo que no recuerdo quién dijo de Homero: “El periódico de ayer es viejo hoy, pero Homero es joven todos los días”.

SOBRE LA LABOR DEL TRADUCTOR Y EL VALOR DE LAS TRADUCCIONES

“El traductor es el primer y más íntimo lector del texto original”

A lo largo de todos esos años he explicado diversas materias, pero sobre todo textos clásicos (lecturas y comentarios de Homero, Esquilo, Platón y otros filósofos, etc.) y espero haber dejado en algunos alumnos el entusiasmo por los grandes textos, esos textos que, creo, pueden releerse a fondo y reinterpretarse desde nuestra sensibilidad actual. Pero, aparte de esas lecturas en griego, sí, me he interesado siempre por las traducciones. Es a través de ellas como la mayoría de lectores llegan a los grandes autores antiguos. Y un filólogo debe pensar no sólo en sus colegas y sus estudiantes, sino en acercar el legado antiguo a un público más amplio.

Debemos ser conscientes de que la filología clásica está al servicio de esa tarea de mediación entre los antiguos y nuestros contemporáneos. Y es una tarea muy atractiva, aunque el buen  traductor debe ser servicial y modesto, fiel a la labor humanista que la versión fiel y precisa exige. El traductor es el primer y más íntimo lector del texto original, un lector que debe manejar muy bien dos lenguas captando los matices de una y otra, sobre todo cuando la distancia entre ellas es considerable, como pasa con el griego antiguo y el castellano actual. He traducido unos veintitantos textos griegos – Homero, poetas líricos, Platón, Eurípides, Aristóteles, Diógenes Laercio, etc., y he impulsado  que se tradujeran  muchos más (en la Biblioteca Clásica Gredos, que asesoro desde 1977). Estoy contento de esta labor, porque incluso en estos tiempos, donde el descrédito de los estudios humanísticos -o al menos el desdén oficial hacia ellos- es tan grande, es innegable que en España hemos tenido una buena época de traducciones de los clásicos. Como nunca antes, casi todos los autores griegos y latinos han quedado traducidos en los  últimos lustros y en colecciones asequibles (en pasta dura o en bolsillo).Y, en general, de muy buen nivel, y con introducciones y notas precisas, sin fárrago erudito. Y pueden encontrarse varias versiones de un mismo texto – sea de la Ilíada , la Odisea, Píndaro o Tucídides, Platón o Aristóteles, etc. – para escoger a gusto.

Es necesario revisar o rehacer las versiones cada cierto tiempo porque la legua evoluciona y cambian los gustos, de forma que con las traducciones se reactualizan los  textos y sus lecturas. Nuestro Homero es distinto del siglo XIX , y lo mismo puede decirse de Platón, Aristóteles, etc. Los progresos de la Filología y las ciencias históricas, por un lado, y los gustos de la época varían las perspectivas. Y eso enriquece nuestra comprensión de ese legado antiguo. También la historia de los textos y de sus versiones contribuye a una lectura más matizada y una comprensión nueva de los autores más significativos, de acuerdo con un presente que requiere otras lecturas.

SOBRE LAS VERSIONES DE UN MISMO TEXTO Y EL ACERCAMIENTO A LA FILOSOFÍA

“El sobrio especialismo que requiere la investigación debe compensarse con una perspectiva amplia y actualizada, y eso es lo que lleva al humanismo”

Los textos son los mismos, pero las perspectivas y nuestras lecturas cambian, como es bien sabido. Borges decía  que, gracias a su desconocimiento del griego, la Odisea era para él una biblioteca, porque la leía en diversos libros con acentos de varios traductores. La leía en versiones inglesas de varias épocas; ahora se puede leer en variadas versiones españolas, en verso o prosa, con acentos distintos; y eso sucede con otros clásicos.

La historia de las sucesivas versiones de un texto puede, por otro lado,  ser muy instructiva e interesante, y también por sus reflejos y ecos en la literatura. Un pequeño libro francés recoge cien traducciones (y versiones libres) de un poema de Safo, desde mediados del s. XVI hasta fines del XX.  Alguna Tesis Doctoral reciente (la de Óscar Martínez, no publicada aún) trata muy bien de esas traducciones de la Ilíada (unas treinta al español, y eso que la primera es del siglo XVIII). He escrito varias veces sobre la importancia que tuvo la versión castellana de El asno de oro de Apuleyo  por Diego de Cortegana a comienzos del siglo XVI (Sevilla, 1513) por su influencia en la creación de la novela picaresca. No fue menor la de las Etiópicas de Heliodoro en 1554 para la novela de aventuras (como el Persiles de Cervantes). Sería conveniente, opino, que las historias de la literatura concediesen espacio a la influencia de algunas traducciones. Respecto a la importancia de las traducciones para el conocimiento de otras literarias no puedo añadir nada a lo que ya escribió G.Steiner en Después  de Babel, hace más de treinta años, y en su Antígonas, sobre un ejemplo clásico griego.

La filología no debe ser, en mi opinión, un estudio formal o meramente estético, sino que debe entroncar y aliarse con la historiografía, y tal vez inclusos la sociología, para comprender del todo las obras antiguas. Este acercamiento global no es fácil, pero creo que es el más productivo y el que permite ahondar de verdad en obras y autores. Nadie salta más allá de su propia sombra y nadie escapa a su tiempo; aunque es propio de los grandes escritores anunciar el futuro y abrir horizontes del imaginario. El sobrio especialismo que requiere la investigación debe compensarse con una perspectiva amplia y actualizada, y eso es lo que lleva al humanismo (cada vez más difícil, pero necesario).

He estudiado especialmente a algunos autores filosóficos – como Epicuro y los cínicos, a los que dediqué sendos libros – destacando como su pensamiento está inserto en una época de crisis política; y algo parecido hice en mi libro acerca de Los orígenes de la novela . Por un lado, me parece que esos temas: el epicureismo, el cinismo, la aparición de la novela estaban poco tratados (cuando yo escribía sobre ellos); por otro, que encontraban claros reflejos en nuestro tiempo, en el ocaso de las grandes ideologías. Sobre el interés actual de esos filósofos nada académicos han insistido después otros- como el francés M. Onfray – ; yo lo hice hace más de treinta años, y con rigor histórico.

SOBRE SU CONOCIMIENTO DE LA MITOLOGÍA GRIEGA

“La tradición mítica es un fenómeno social que puede presentar variaciones culturales notables, pero que existe siempre”

En los últimos lustros he escrito y dado muchas clases y conferencias sobre Mitología Griega. Un ejemplo de esos estudios es el libro Prometeo: mito y tragedia (1979, pero recién ampliado y reeditado en FCE 2009 ), Introducción a la Mitología GriegaDiccionario de Mitos. Son obras diversas sobre el atractivo tema de los dioses y los héroes antiguos, ya que la primera es más filológica y analítica (sobre textos antiguos, de Hesíodo, Esquilo y Platón), mientras que las otras tienen más carácter divulgativo. La Introducción insiste no sólo en la visión de la mitología como un conjunto de relatos antiguos, sino también en las interpretaciones de esos mitos a lo largo de nuestra tradición occidental y, en especial, en las interpretaciones del siglo XX, y en la combinación de esos dos aspectos está, en mi opinión, su mérito e interés.

En este libro (Introducción a la mitología griega), precisamente, García Gual  propone, como veremos más adelante, la definición de mito como “un relato  tradicional que refiere la actuación memorable y ejemplar de unos personajes extraordinarios en un tiempo prestigioso y lejano”. Y continúa explicando que,    como relato, el mito  puede contener elementos simbólicos pero que,        principalmente cuenta una historia que proviene, justamente, de la historia o    tradición del pueblo o la tribu que lo cuenta, siendo “aceptado y transmitido de             generación en generación”. García Gual explica que los mitos son lo contrario   a los relatos inventados lo las ficciones momentáneas, ya que son,        esencialmente “historias de la tribu y viven en el país de la memoria             comunitaria”. Continúa señalando que “la tradición mítica es un fenómeno         social que puede presentar variaciones culturales notables, pero que existe        siempre”. Además, tiene un “carácter dramático y ejemplar”, ya que las            hazañas realizadas explican el origen de las costumbres más importantes de         una comunidad humana.

Es curioso observar cómo la Mitología Clásica ha vuelto a introducirse en las Facultades de Letras en los últimos años, y que se publican muchos libros sobre temas mitológicos. No porque haya vuelto el paganismo, desde luego, ni la fe en los viejos dioses olímpicos; es más bien – en mi opinión – una simpatía hacia ese mundo de relatos e imágenes tan ligado a nuestra herencia cultural y al imaginario colectivo. Una curiosa simpatía teñida de ironía y de nostalgia, como no podía ser menos, que se percibe en la lectura de obras como la Odisea o textos de Ovidio, e incluso en  citas dispersas en la poesía de escritores jóvenes ( y no tan jóvenes).

El acercamiento a los mitos puede hacerse desde varias perspectivas: religiosa, filosófica, psicológica, antropológica, política, etc., puesto que la mitología se presta a ello por sus funciones dentro de la cultura. A lo largo de mis trabajos me he ceñido casi siempre a la mitología reflejada en la tradición literaria griega. Y de ahí que mi definición del mito sea ante todo funcional: “mito es un relato tradicional y memorable que cuenta la actuación paradigmática de seres extraordinarios (de dioses y héroes ) en un tiempo prestigioso y lejano”. No voy a repetir los comentarios hechos en otros lugares ; sólo destaco que a partir de esta definición puedo operar para mostrar la riqueza y hondura significativa de la mitología clásica y sus ecos en la cultura europea.  Frente a la de otras culturas, la mitología griega tiene la peculiaridad de sus transmisión a los largo de más de diez siglos (esos mil años que van desde Homero a Luciano, pasando por el mitógrafo Apolodoro) en una literatura (y una plástica artística) de muy sorprendente  libertad (valga como ejemplo el mito de Prometeo que he analizado en sus más brillantes ecos y perdurables testimonios). Esa transmisión mítica en constante fervor  y vitalidad creativa diferencia el repertorio de los mitos griegos frente a los de culturas primitivas o ágrafas y también frente a la mitología de las religiones de libro (como la hebrea).

SOBRE MITOS Y HÉROES

“Los héroes antiguos formaban parte esencial de ese universo mítico clásico”

Como la misma cultura griega, sus mitos nos resultan, a la vez, exóticos y algo familiares, por su insistencia en lo humano. Por su divinización de lo antropomorfo. Los dioses griegos, con sus pasiones y sus aventuras, sus incursiones en el mundo de los terrestres y su relación con los héroes, son muy humanos, acaso demasiado humanos, y eso escandalizaba ya a algunos filósofos antiguos (como Jenófanes y Platón ), pero ahí reside gran parte de su atractivo. A diferencia del dios bíblico, los olímpicos han sido creados dentro del mundo, en el proceso cósmico. Dioses que  han nacido,  pero existen  para siempre, a diferencia de los hombres mortales y efímeros. Son poderosos y felices. De los dioses habla la literatura, pero también los invocan los ritos y la piedad religiosa, desde luego. He tratado en mis libros sobre todo de la pervivencia de los dioses en las creencias y la literatura que en el mundo clásico se alimenta de esa mitología dramática y la refleja con brillantes en sus varios  géneros poéticos. De la naturaleza  poliédrica de los mitos me ha interesado ante todo su función social, cultural, su plasmación literaria.  Dejo a los filósofos y a los psicólogos otros aspectos, como su vinculación religiosa.

Los mitos vivieron en la memoria colectiva – de forma oral sobre todo, y mucho antes que por escrito – y pertenecen al país de lo imaginario. Son los grandes fantasmas de ese imaginario, de ahí su enorme atractivo. Ya no estimulan nuestra fe, ni sirven de base a nuestro entendimiento del mundo, pero siguen conservando un extraño atractivo. Son parte de un legado cultural de extraordinaria y fantástica riqueza. Como el de los sueños el mundo de los mitos enriquece nuestra visión del mundo. Hoy los sentimos desde la nostalgia y la ironía. Cada cultura tiene su mitología – la nuestra es la griega y latina, y también la cristiana (con sus temas bíblicos y su hagiografía, que hoy casi está olvidada).

Los héroes antiguos formaban parte esencial de ese universo mítico clásico. Situados entre los humanos y los dioses, esos héroes (también llamados semidioses en textos antiguos) eran mortales (acaso con parientes divinos próximos: Aquiles es hijo de Tetis,  y Heracles, hijo de Zeus ) cuyas hazañas los habían aureolado de gloria y así confiado a la memoria infatigable de las generaciones. Tenían, pues, cierta inmortalidad prestada, muy distinta de la dioses. A menudo les impulsaba una gran pasión y les destruía su orgullo o su desmesura trágica. Sus tumbas gozaban de culto y el recuerdo de sus gestas daba prestigio a las ciudades y a las familias que se decían descendientes de ellos. Recordemos que también la épica y la tragedia recuerdan hazañas heroicas. La épica exalta el kléos (la gloria) de los héroes; la tragedia recuerda el páthos (el sufrimiento y la destrucción) que es el destino de los más grandes. En el trágico destino de los  héroes se refleja y nos conmueve la grandeza y el riesgo de la condición humana.

Héroes en el sentido pleno del término clásico  ya no hay. Todos los héroes están muertos y pertenecen al pasado.  En un sentido traslaticio se suele llamar “héroe” a quien se sacrifica generosamente por los otros en un gesto de magnánima filantropía. Como eso es algo extraordinario dentro del egoísmo y la mezquindad que caracteriza a la sociedad burguesa, bien está que se otorgue ese título honorífico a tales personas (que, dicho sea de paso, pueden moralmente ser más ejemplares que los antiguos y arcaicos protagonistas de la épica y la tragedia ). Pero del fulgor antiguo nos queda sólo calderilla. Los héroes modernos de la literatura  – Don Juan o Fausto – tienen su propio trasfondo. Hay héroes del cómic, como Superman, una especie de fuerte superbombero volador, ingenuo y bienintencionado, con su uniforme de capa y su ceñido traje azul, son meras creaciones de papel, muy al uso de una clientela infantil y unidimensional. Otros héroes modernos han pasado de moda, como Don Juan o Tarzán, arrumbados por la propia modernidad y el feminismo. Pero, a pesar de todo, bien están alojados en ese imaginario que todos  visitamos alguna vez. Y están los héroes del cine, una buena fábrica de fantasmas, en la estela de cierta literatura. Pero  vamos a dejar todo esto en sugerencias que el lector puede, por su cuenta y riesgo, proseguir. Un filólogo clásico no debería  perderse por los linderos fantasmagóricos de la postmodernidad , ámbito desertado de los héroes antiguos y las musas, las hijas de la Memoria y de Zeus.

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