Culturas — 10 de enero de 2008 at 23:32

El león del Wasa

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El Wasa iba a ser, en el siglo XVII, el navío más poderoso que surcase las aguas de Suecia. Soberbio en su porte, enorme, munido de cañones de última tecnología militar, hermoso con sus cientos de figuras esculpidas en el puente de mando, en la proa, en la popa, en el castillo.

Yo era uno de esos adornos. El león coronado de las leyendas de mi tierra.
Pero el Wasa murió el día de su nacimiento. El apresuramiento por cumplir los plazos, por embarcar los productos del comercio en las bodegas, la torpeza de los marineros; no lo sé. El caso es que se hizo mal la estiba, y cuando el enorme navío, una vez botado, inició su navegación ante el tremolar de banderas y el griterío de la gente en el puerto de Estocolmo, comenzó a hundirse.
Por suerte, y por la cercanía de tierra, casi todos pudieron salvar su vida.
El Wasa durmió trescientos años en el fondo del mar. Después consiguieron extraerlo de las aguas, y hoy podéis verlo, si vais a mi hermosa Estocolmo, en un museo sólo para él.
Tan impresionante como el día de su hundimiento.Yo también estoy allí. Pero os diré un secreto: no es éste el rostro con el que me tallaron. Me hicieron con una faz rugiente, de auténtico león presto para la caza, feroz el gesto, avizorantes los ojos. Como corresponde a mi jerarquía.
Pero el Wasa, mi Wasa, comenzó a hundirse y yo, hecho para los vientos, sentí la humedad del agua y probé su sal. Confieso mi terror. Cerré los ojos para no ver a la muerte, y grité.
Los dioses del mar petrificaron mi faz en ese gesto. El gesto del miedo a morir sin haberme dado tiempo a vivir.
rescientos años después vi de nuevo la luz, el sol, respiré el aire. Pero mi rostro siguió así. No sé si es un castigo. Quizá un día esos mismos dioses se compadezcan de mí, y vuelvan a ser el mío el gesto del rey de los animales.

 

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