Ciencia — 6 de octubre de 2009 at 17:07

Jeroni Muñoz, el astrónomo vindicado

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Algunos pastores valencianos miraban al cielo y no daban crédito a sus ojos. Algo había sucedido aquella noche como por arte de magia. Una estrella muy brillante lucía en el firmamento con inusitado esplendor, tanto, que continuó viéndose a plena luz del día. Aquella inexplicable aparición en su ya familiar cielo nocturno, tantas veces contemplado para averiguar si se acercaba la tempestad o si el camino elegido era el correcto, era algo muy raro. Y no era cuestión de dejarlo pasar sin más. Había que contárselo a los doctos señores que trabajaban en la universidad. Se lo contaron a Jeroni Muñoz.

Hasta el siglo XVI nadie había visto en el cielo una estrella aparecida de repente en un lugar donde antes no estaba. Por lo menos, nadie nos lo había contado por escrito con detalle. Jeroni Muñoz lo hizo.

Aunque para muchos sea un nombre desconocido, este valenciano fue un científico reconocido entre sus colegas europeos. El mismo Tycho Brahe, el famoso astrónomo danés, tuvo ocasión de alabar sus trabajos, precisamente a raíz de este fenómeno singular que muy pocos tienen ocasión de ver en directo, ya que sucede esporádicamente en ocasiones muy puntuales a lo largo de la historia. Además, para apreciarlo en su justa medida, hay que observarlo con atención. Hoy, con nuestra moderna tecnología y la grandísima distancia a la que se encuentra el desarrollo de la astronomía con respecto a otras épocas, sabemos que estas estrellas que salen como de la nada y permanecen durante un tiempo bien visibles para desaparecer nuevamente después son un testimonio importantísimo de cómo evoluciona el universo.

Jeroni Muñoz era en 1572 un reconocido astrónomo, geógrafo e ingeniero nacido en Valencia, que ejerció la docencia en las universidades de Valencia y Salamanca y cuyos manuscritos se conservan esparcidos por toda Europa, seguramente provenientes de las enseñanzas que impartía en las aulas.

Después de estudiar en España, completó su formación en otras universidades europeas, como Italia y Francia. Fue también un eminente hebraísta. Algunos comentarios de sus coetáneos italianos, asombrados por la perfección de su hebreo, han llevado a pensar a ciertos investigadores que pertenecía a una familia judía conversa. Sabemos que hizo importantes labores de cartografía e ingeniería, confeccionando el primer mapa del reino de Valencia y consiguiendo el abastecimiento de aguas de Murcia, Lorca y Cartagena, además de otras aportaciones en el censo de Valencia, nivelación de terrenos, determinación de latitudes, etc.

Aquel año de 1572, lo mismo que Jeroni Muñoz, muchos estudiosos del cielo (astrónomos, geógrafos, filósofos y enamorados del saber en general) constataron en Europa que algo estaba diferente. Había una estrella «de más», muy brillante por cierto, en la constelación de Casiopea. Fue un inesperado aliciente para aquellos observadores vocacionales que, sin la sofisticada tecnología moderna, desbrozaron el camino de la actual astronomía contemplando y describiendo las maravillas del cielo.

Tan importante y difundido fue el suceso que el rey Felipe II tomó la decisión de pedir una investigación detenida del fenómeno para encontrar su explicación y, para ello, se dirigió al reputado profesor de la universidad de Valencia, especialista, entre otras materias, en matemáticas y astronomía.

Jeroni Muñoz atendió la petición del rey y recogió el resultado de sus investigaciones en «El libro del nuevo cometa», que con este título fue publicado a comienzos de 1573.

La acogida que obtuvo este texto proporcionó más de un quebradero de cabeza a su autor. España no era precisamente en aquel entonces una sociedad abierta a nuevas ideas. Las ideas aristotélicas eran utilizadas con mano de hierro por las instituciones eclesiásticas, y la reputación, el cargo o, incluso, la vida, podían depender de lo frontalmente que se atacaran las concepciones establecidas.

Entre las ideas aceptadas entonces estaba la concepción de Aristóteles de que las estrellas, más allá de la esfera lunar, eran fijas, y el universo, inmutable. Jeroni Muñoz no interpretó de esta manera lo que vio brillar en la noche. Aunque lo llamó «cometa», pensó (y lo dejó escrito) que aquello se parecía más a una estrella fija que a otra cosa, y esto no cuadraba con la idea de un cielo imperturbable.

Las consecuencias de la publicación de este libro fueron tan negativas que Jeroni Muñoz tomó la decisión de no publicar nunca más, pues declaró que en España no había llegado todavía el momento de aceptar propuestas innovadoras. De hecho, lo que conservamos escrito de él es una recopilación de manuscritos (algunos inéditos) procedente, en su mayor parte, de diversos lugares de Europa, y que posiblemente sea fruto de su labor pedagógica universitaria más que de la intención de divulgar su obra.

A miles de kilómetros de distancia de Jeroni Muñoz, otros ojos analizaban el mismo cielo.

Aquella estrella nueva fue llamada precisamente así, «stella nova», por alguien que pasó a la historia por sus grandes contribuciones científicas, el astrónomo danés Tycho Brahe. A partir de aquel momento a los fenómenos idénticos que ocurrieron infrecuentemente se les llamó «novas» o «supernovas», mucho antes de ofrecer una explicación de lo que eran.

Hoy sabemos que las supernovas son estrellas cuyo ciclo de vida finaliza con una explosión descomunal; lo que vemos es su muerte. Algo se conmociona en el espacio y algunas de ellas aparecen temporalmente ante nuestros ojos, como aquella de 1572, que fue visible durante el día a simple vista durante dieciocho meses.

La supernova de 1572 fue llamada «de Tycho» por las acertadas observaciones del fenómeno de este astrónomo, pero también porque sus escritos sobre el tema fueron aceptados y aplaudidos. Él conoció y mencionó por escrito las atinadas consideraciones del astrónomo español Jeroni Muñoz al respecto.

Poco podían imaginar aquellos adelantados de su tiempo las conclusiones que serían aceptadas en el siglo XXI. Aquellas «estrellas nuevas» iban a poder ser «cazadas» a golpe de sofisticados telescopios en un universo plagado de luces misteriosas. Y, desde luego, no podían ni imaginar que «su» estrella, la llamada de Tycho, iba a permitir en 2008 afinar una hipótesis sobre la formación y evolución del universo. Utilizando los ecos de luz como si fueran una máquina del tiempo, un equipo internacional de investigadores ha podido estudiar aquel relevante suceso acaecido hace más de cuatrocientos años y explicar sus conclusiones en la revista Nature.

Lo que sí podemos afirmar nosotros es que sin buscadores del saber como Jeroni Muñoz nada de lo que hoy conocemos hubiera sido posible. En su tiempo tuvo fama y fue reconocida su contribución en los campos de las matemáticas, la astronomía y la ingeniería. En el nuestro, le rendimos homenaje por tener el valor de proponer verdades nuevas, como su estrella.

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