Sociedad — 31 de agosto de 2019 at 22:00

Las dos caras del albergue encantado

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Las dos caras del albergue encantado

En aquella etapa del Camino de Santiago, llegamos a la ciudad e introduje la dirección del albergue en el móvil. Resultado: un paseo de dos kilómetros. La ruta de la aplicación indicaba un desvío hacia unas viviendas acostadas sobre la montaña. Una cuesta nos llevó hasta la parte trasera del edificio. Me adelanté. El asfalto terminaba en una cancela oxidada. El móvil insistía en dicha ruta… Decidí apagarlo.

Rehicimos con cierto disgusto el trayecto junto al río. En un cruce, mil metros más tarde, aparecieron flechas amarillas. Cruzamos la carretera y pasamos bajo la vía férrea. En seguida, vimos un cartel indicando la dirección del albergue, justo al contrario y paralela a la vía. Seguimos caminando hasta llegar a una vieja casa incrustada en el bosque. Tal y como temíamos: era nuestro albergue. Apareció el hospitalero, nos enseñó la casa y los trucos de sus luces. Pagué el precio estipulado y no le volvimos a ver. El olor a humedad era fuerte.

Ya en la sombría habitación, elegida la litera, descargamos las mochilas. La caminata imprevista, el día plomizo, la comida frugal, la humedad y condiciones generales del albergue…, provocaron nuestro desánimo. Pero poco después, reíamos de este nublado psicológico. Me explicaré.

Esa misma mañana habíamos despedido a dos amigos, casi hermanos, tras unos días de convivencia. Visitamos ermitas enclavadas en cumbres cubiertas por la niebla, las entrañas de una catedral gótica, abruptos acantilados, grutas… Como centro de operaciones en esos días habíamos alquilado una casa de dos plantas, con todo tipo de modernos electrodomésticos y excelente mobiliario.

¿Entendéis ahora el impacto sufrido pocas horas después ante una habitación oscura, solitaria y húmeda, sin acceso ni siquiera a un microondas? Si nuestra llegada allí se hubiera producido sin pasar por el apartamento, quizá hubiera sucedido esto:

«Nos encontramos una casa tradicional en la falda de la montaña, junto a un maravilloso prado con una fuente y rodeados de robles. Un espacio sencillo para retomar la tranquilidad y la soledad, alejados del estrés de la ciudad. Un lugar donde experimentar la cantidad de necesidades prescindibles que hemos creado a nuestro alrededor».

En todo caso, lo cierto es que aprovechar la vida supone prestar la atención justa a las cosas. En el Camino, dormir cada día en una cama diferente te habitúa al cambio; no te permite apegarte a las cosas buenas, regulares o malas. El deleite y el disfrute tienen caducidad. ¡Ah! El padecimiento y el aburrimiento, ¡también!

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