Arte — 6 de diciembre de 2010 at 20:23

Descansa en paz, querido Raimon Panikkar

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En 1987, tras su jubilación, Raimon Panikkar volvió al país donde nació para completar, como él decía, su ciclo vital, y se instaló en Tavertet, un bonito pueblo del pre-Pirineo catalán, situado en un riscal desde donde se vigilan los pantanos de Susqueda y Sau, con el campanario de la iglesia del antiguo pueblo todavía en pie. Consciente de que los problemas de nuestra época no se pueden afrontar adecuadamente con las posibilidades existentes en una sola cultura, en Tavertet fundó Vivarium, un centro de estudios intercultural.

Vivarium, una vez al mes, abría sus puertas y reunía a gentes venidas de muchos lugares distintos para escuchar y compartir una tarde con el gran filósofo.

Aquellos que pudieron disfrutar de esas y otras charlas, al saber de su muerte, el pasado 26 de agosto, sin duda recordarán esas tardes en Tavertet.

Raimon Panikkar Alemany nació en Barcelona en 1918. Era hijo de un industrial hindú instalado en Barcelona y de una catalana. Desde pequeño pudo adoptar, cultivar y profundizar en diversas tradiciones, en las que nunca se sintió forastero.

Gracias a su condición de hijo de extranjero, pudo sortear la guerra civil española y se trasladó a Alemania, donde continuó su carrera universitaria en la Universidad de Bonn. Durante la II Guerra Mundial regresó a España y conoció a Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, al que perteneció hasta que en la década de los años 60 lo abandonó definitivamente.

Doctorado en Ciencias Químicas y en Filosofía, fue una autoridad internacional en espiritualidad. Profesor en diversas universidades del mundo, dictó conferencias en los cinco continentes.

Escribió alrededor de sesenta libros y muchos artículos de prensa, la mayoría en catalán, castellano e inglés. Están traducidos al francés, alemán, italiano, chino, portugués, checo, holandés y tamil. Él mismo tradujo, durante diez años, una antología de mil páginas de los textos védicos. Su obra está presente en las bibliotecas más importantes del mundo.

Fue ordenado sacerdote en Roma en el año 1946 y permaneció en Europa hasta el año 1955, cuando viajó a la India por primera vez.

La India lo cautivó y no dejó nunca de formar parte de su vida: “Me fui cristiano, me descubrí hindú y volví budista, sin haber dejado de ser cristiano”, repetía a menudo el filósofo como ejemplo práctico de su defensa de la convivencia de religiones, que jamás se cansó de defender. Vivió en Varanasi, la ciudad santa del hinduismo, en una pequeña habitación dentro del viejo templo de Shiva, a los pies del Ganges, estudiando, escribiendo, meditando y orando.

En 1966 fue nombrado profesor de la Harvard Divinity School, pasando veinte años a caballo entre Estados Unidos y la India.

En 1987 instaló su residencia en el bonito pueblo de Tavertet, donde murió. Allí siguió ofreciendo seminarios y encuentros sobre temas filosóficos, religiosos y culturales, profundizando en las diferentes tradiciones de la humanidad.

Su labor ha sido reconocida a nivel nacional e internacional con diversos premios, como el Premio de Literatura español en 1961, Creu de Sant Jordi de la Generalitat de Cataluña en 1999, “Chevalier des arts et des letras”, de manos del Gobierno francés en 2000, y en el año 2001 el Gobierno italiano le otorgó “la Medalla de la Presidencia de la República Italiana”.

También presidió diversas organizaciones no gubernamentales de índole intercultural, como Vivarium, el Center for Crosscultural Religious Studies (California) o Inodep (París). Fue miembro del Institut Internacional de Philosophie (París) y del Tribunal Permanente de Pueblos (Roma), entre otras organizaciones.

Su obra es profunda, dotada de una gran riqueza de lenguaje y belleza, con una multidimensionalidad de enfoques que no la hace fácil de leer, pero, como él decía, “leer es un arte y la epidemia de hoy es la superficialidad”. Usa el lenguaje en su dimensión más rica, plural y abierta, donde las palabras se convierten en símbolos, que concibe como expresión de la realidad; entiende la palabra como la expresión del arquetipo de la realidad simbolizada.

Es difícil encajar a Panikkar en una clasificación; incluso puede resultar incómodo, en un mundo tan especializado como el nuestro, para los abanderados de ciertos pensamientos o religiones. Por ejemplo, siendo un cura católico, la Iglesia lo margina por su defensa y comprensión de otras tradiciones religiosas, considerando sus escritos demasiado influidos por la mística oriental. Por el contrario, sus estudios sobre hinduismo y budismo son tachados de ser demasiado cristianos; y por otro lado, los “filósofos” tampoco lo reconocen como uno de los suyos porque en Panikkar el hombre de espíritu está por delante de la racionalidad que impera en la filosofía de hoy.

Su pensamiento es un punto de encuentro que busca diálogos abiertos entre las divergentes experiencias religiosas de Oriente y Occidente, norte y sur. Siempre insistió en que una cultura se conoce a fondo cuando se penetra en ella con toda la existencia del ser y no solo con el intelecto. Esto implica aceptar que cada cultura y cada persona es una fuente de autoconocimiento. Cada perspectiva corresponde a un contexto, a un tiempo y lugar determinados, a una lengua y una experiencia concreta del mundo.

Pero su pensamiento y su legado van más allá. Su visión concreta, y a la vez global, de la existencia transmite la unidad del universo. Para Panikkar todo lo creado comparte la misma energía y está relacionado; todo va junto, no podemos separar al hombre de la naturaleza porque forma parte de ella.

No se cansaba de repetir, siempre con generosidad y una sonrisa, acompañadas de una elegancia poco habitual, el concepto de la interdependencia del todo con el todo: ser humano, animales, Tierra, cosmos y Dios.

Panikkar defendía la armonía de los unos con los otros, de nosotros con la naturaleza y, evidentemente, de nosotros con nosotros. Defendía la sacralidad de la vida como una secularidad sagrada, porque todo ser es sagrado, y denunciaba que se ha perdido la sensibilidad por la sacralización de la materia.

Su filosofía no promueve solo el amor a la sabiduría, sino también la sabiduría del amor. Su pensamiento rompe con la diferencia entre filosofía y teología. “No podemos vivir sin amor y sin conocimiento. El conocimiento sin amor engendra odio, y el amor sin conocimiento, sentimentalismo. Conocimiento y amor son el principal dinamismo del ser humano”. “No busques más y ábrete; con sentido crítico, pero ábrete. Escucha y danza al ritmo de la vida”.

Insistía en la falta de espiritualidad y superficialidad del ser humano de hoy, en la necesidad de una vida interior plena para vivir con asombro el milagro de cada día. Insistía en la necesidad de profundizar para proyectar la esperanza en el presente, y no en el futuro como hacemos normalmente, porque la esperanza es descubrir esa dimensión invisible, misteriosa y bella de cada momento. Necesitamos coraje para entrar en nuestro interior, afrontar nuestros miedos y nuestras debilidades para que afloren las virtudes y poder empezar a gozar de la vida. La felicidad no viene de las cosas externas, la felicidad está en nuestro interior; “la felicidad es un don que nos han otorgado. Por eso yo llamo religiosidad a la alegría de vivir. Y la alegría es plenitud”, decía sonriendo. Raimon Panikkar acepta la primacía de la praxis, de una vida que se desarrolla en cada momento y es capaz de encontrar lo universal en lo concreto.

Raimon Panikkar tenía noventa y un años cuando la muerte llamó a su puerta para iniciar una nueva aventura; seguro que lo encontró preparado, listo para el viaje.

Nos dejó su obra, sus reflexiones, hitos en nuestro camino de autoconocimiento y plenitud espiritual. Y nos queda su recuerdo, el recuerdo de un gran filósofo que mostraba con generosa humildad lo que en él había forjado la filosofía como amor a la sabiduría. Mostraba esa paz interior, la verticalización que el gran neoplatónico Plotino explica que produce la filosofía en el ser humano cuando penetra desde el exterior hasta la parte más profunda del ser. Y, a medida que el hombre aprende, empieza a actuar y vivir según el conocimiento que va adquiriendo.

Mi aspiración no consiste tanto en defender mi verdad como en vivirla”.
Raimon Panikkar

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