Ciencia — 1 de octubre de 2021 at 00:00

La web secreta del bosque

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A medida que nuestro entendimiento sobre el reino vegetal crece, descubrimos secretos fascinantes sobre este mundo que, a simple vista, parece estático. Los árboles, por ejemplo, han sido usados como símbolos en relatos antiguos de distintas culturas, como el caso del Árbol de la Vida, o el Árbol del Conocimiento. Por lo general, se asocia a los árboles con historias referentes a lo divino, como Buda y el árbol bajo el cual llegó a la iluminación espiritual, o a lo científico, como Isaac Newton y el manzano que dejó caer una fruta en su cabeza, despertando en él la idea de la gravedad.

Más allá del simbolismo del árbol, existe actualmente evidencia científica que demuestra la complejidad de estos gigantes vegetales y las características de estos que se asemejan al comportamiento animal, e incluso al humano. Expresa el autor del libro La vida oculta de los árboles: lo que sienten, cómo se comunican, Peter Wohlleben (2016): «Los árboles son mucho más despiertos, sociales, sofisticados —e incluso inteligentes— de lo que creíamos».

Foto: bosque antiguo, tomada por Andrés Pazmiño.

Comencemos por lo más pequeño y maravilloso, las semillas: aquellas que marcan el comienzo y el final del ciclo natural de las plantas. La semilla es un árbol en potencia, y antecede al gigante que aún no ha nacido. Aunque al principio nos cabe en la palma de la mano, si continúa su proceso natural, con el tiempo se convertirá en un ser majestuoso, como un castaño, un olivo o una secuoya.

Foto: árbol de pino en Tasmania. Crédito: Andrés Pazmiño

En el interior de cada semilla se encuentra el embrión, que tiene dos partes: una se convertirá en la planta, y la otra, en las raíces. Al germinar, una parte se elevará sobre el suelo para buscar la luz, y la otra tendrá que enterrarse muy profundo para poder sostener toda la estructura del árbol.

La comunicación o relación con el entorno empieza desde esta etapa. La semilla percibe las condiciones de su mundo exterior y toma decisiones acordes. Por ejemplo, las semillas evalúan la temperatura, la estación del año, la humedad, la calidad del suelo, para, según eso, germinar o permanecer en un estado de inactividad o latencia (Egley, 2017). Algunas semillas tienen detonantes para despertar, como la lluvia o el fuego. También es interesante descubrir que dentro de ellas poseen una reserva de nutrientes para alimentar a la pequeña planta que acaba de nacer, hasta que esta pueda acceder a los elementos necesarios para mantenerse por sí sola.

Ecología del árbol

Los árboles tienen sus funciones básicas: alimentarse, respirar, crecer, reproducirse y morir. La luz solar, el CO2 y el agua son sus principales fuentes de vida, y como los grandes alquimistas que son, toman estos elementos de su entorno (a través de las hojas o a través del tronco) para producir su propio alimento y la energía que requieren. Los nutrientes producidos son asignados a su crecimiento y a la elaboración de su madera. En este proceso, exhalan O2, limpiando el aire que respiramos. Asimismo, ellos extraen el CO2 de la atmósfera, lo guardan en su tallo y lo fijan al suelo, siendo los mejores almacenadores de carbono del planeta (Lewis et al., 2019).

Para permanecer anclados al suelo y poder elevarse aún más, las raíces de los árboles cumplen tres funciones principales: exploran la tierra en profundidad y a lo largo, absorben agua y nutrientes del suelo, y forman una especie de red que soporta el sustrato a su alrededor. Además, al igual que la sangre en nuestro organismo, los árboles tienen un fluido llamado savia, que recorre desde las raíces hasta las hojas a través de los tejidos, transportando nutrientes, entre otros elementos (Wohlleben, 2016).

Por otro lado, las raíces, por sus propiedades sensoriales, han sido comparadas con el cerebro humano (Darwin, 1880). Charles Darwin (1880) propuso una hipótesis llamada «raíz-cerebro», bajo la cual argumenta que las raíces responden de manera inteligente a estímulos químicos y eléctricos que captan del entorno. Desde ese entonces hasta la actualidad, se han logrado revelar más misterios sobre la vida de las plantas y su lenguaje.

Foto: árbol pijío de la costa ecuatoriana.
Foto: árbol pijío de la costa ecuatoriana.

Lenguaje secreto

Varios estudios recientes demuestran cómo los arboles intercambian información entre sí y con su entorno. Así como nosotros utilizamos WIFI, los árboles tienen su propia red de comunicación. A esta web se la llama red de micorrizas o «mycorrhizal network» en inglés (Wohlleben, 2016). Para que funcione, se necesita formar una relación simbiótica con los hongos: los filamentos de los hongos se entrelazan a las puntas de las raíces de los árboles para formar una web fúngica subterránea. Por medio de esta red comparten nutrientes, agua o información sobre alguna plaga para que los demás árboles fortalezcan sus defensas. También existen árboles madres que, unidos por la red subterránea a sus plantas hijas, les envían nutrientes para que puedan crecer fuertes y sanas. Si un árbol está a punto de morir, este puede mandar todos los nutrientes que ha almacenado a la red, para que puedan ser aprovechados por los árboles vecinos (Wohlleben, 2016).

Sin embargo, no todo es «amor y paz». Algunos árboles «tóxicos» pueden hackear la red y enviar elementos nocivos y químicos dañinos para afectar a los árboles vecinos y así quedarse con más espacio y recursos (Rhodes, 2017).

Foto: tronco del higuerón o ficus (matapalo) de bosque seco tropical en Ecuador.

En esta relación simbiótica, los árboles tienen su web de comunicación y los hongos obtienen un porcentaje de los nutrientes presentes en las raíces: ambos ganan. Esta red de hongos sería el sistema de comunicación «alámbrico» de los árboles, pero también tienen un sistema «inalámbrico»: el viento. Los árboles, a través de las hojas, pueden captar olores y recibir «advertencias de peligro». Peter Wohlleben (2016), en su libro La vida oculta de los árboles, narra el ejemplo de las jirafas en África. Cuando estos herbívoros van a alimentarse, los árboles que están siendo comidos liberan un gas de aviso. El viento transporta este gas hasta las hojas aledañas, las cuales empiezan a liberar sustancias tóxicas para cambiar su sabor. Lo asombroso es que las jirafas ya conocen esta estrategia y se mueven en dirección contraria al viento para que, así, las señales de advertencia no sean captadas.

La naturaleza es inmensamente sabia y aún nos quedan muchos misterios por desvelar. El lenguaje de las plantas es más complejo de lo que se pensaba. La próxima vez que estemos en un bosque, rodeados de estos gigantes verdes, caminando sobre su red de comunicación subterránea, tratemos de imaginar todo lo que deben de estar comunicándose en ese momento. Y yo me pregunto: ¿qué comentarán los árboles sobre nosotros? y, ¿cómo de buenos serán los árboles guardando los secretos que les contemos?

Dentro de un antiguo tronco caído. Foto: Andrés Pazmiño.

Bibliografía

Darwin, C., & Darwin, F. (1880). The power of movement in plants. John Murray.

Egley, G. H. (2017). «Seed germination in soil: dormancy cycles». In Seed development and germination (pp. 529-543). Routledge.

Lewis, S. L., Wheeler, C. E., Mitchard, E. T., & Koch, A. (2019). «Regenerate natural forests to store carbon». Nature568(7750), 25-28.

Rhodes, C. J. (2017). «The whispering world of plants:”the wood wide web”». Science progress100(3), 331-337.

Wohlleben, P. (2016). The hidden life of trees: What they feel, how they communicate—Discoveries from a secret world (Vol. 1). Greystone Books.

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