Sociedad — 1 de mayo de 2021 at 00:00

Crisis económicas: pan y circo

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pan y circo

Mientras reflexionaba sobre la economía actual, me vino a la mente la expresión «pan y circo», que me llevó por parajes imaginarios un poco distintos a los que pensaba recorrer. Pero, siendo admirador del psicólogo suizo C. G. Jung, he decidido ser obediente y recorrer estos nuevos senderos, fiel al llamado de la voz interior.

¿Cuál es el pan y cuál el circo en este caso? El pan son los recursos necesarios, especialmente los recursos económicos y la asistencia sanitaria. El circo es el triste panorama político actual, dominado por payasos y fieras en lucha encarnizada.

El circo

En principio, la política se relaciona con la gestión de nuestra vida en colectividad, y presupone la buena voluntad para gestionar recursos comunes con vistas al bien común. Los políticos gestionan los recursos de todos para el bien de todos, o al menos, deberían. Pero existe un problema práctico, al que ya apuntaba Platón. Todo político, es decir, el representante de «todos», debe cumplir con al menos dos requisitos: ser honesto y ser competente. La honestidad es una cualidad moral individual que es puesta a prueba en la vida cotidiana. Por ejemplo, si encontramos una billetera con dinero y documentos, ¿haremos un esfuerzo para devolvérsela a su legítimo dueño? Y la moral, aunque relacionada con las costumbres, y por ello parcialmente relativa y cambiante, rara vez falla si se rige por la regla de oro: no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti.

Pero, además, un político debe ser competente, y no se es competente en abstracto, sino en relación con uno de los múltiples aspectos de la vida en común. Aparecen así ministerios dedicados a actividades específicas, como la agricultura, la salud, las relaciones exteriores y el trabajo. Y aquí nos sorprende la primera anomalía, el choque entre una organización racional de las facetas de una sociedad, que contrasta con el hecho de que, cual saltamontes, los ministros encargados saltan de uno a otro ministerio, sin competencia para ello, y sin haber tenido apenas tiempo para enterarse del funcionamiento de su cartera anterior.

Las democracias actuales son bastante curiosas: en muchos países se insiste en la llamada «disciplina de partido», es decir, se imponen al ciudadano pocas opciones marcadas por la demagogia del blanco o negro. En la práctica, muchos ciudadanos estarían dispuestos a dar su voto a alguien a quien conocen por su actuar para el bien común. Pero las máquinas de imagen «crean» personajes mediáticos como si se tratase de gestar un «influencer», usando la inteligencia artificial. Y estos personajes «creados» repetirán como loros los discursos escritos por otros, utilizando palabras claves deducidas del análisis de las redes sociales, poderosos mecanismos de sondeo de opinión, con el apoyo de algoritmos informáticos.

Pero, así como están desapareciendo los circos tradicionales, los jóvenes actuales ya no quieren participar del circo político. No ven televisión, sino series por streaming, y no participan del proceso político. No dejan de ser idealistas, como demuestra el apoyo juvenil a causas de primera importancia, como el cambio climático, pero instintivamente sospechan de los vendedores de humo y payasos que ya no hacen reír a nadie. El desencanto juvenil es uno de los síntomas más claros de que algo va mal en la política demagógica actual, que el ciudadano de a pie ve atónito como un espectáculo vergonzoso de repartición de prebendas y privilegios de casta.

El pan

Con respecto al pan, y en estrecha relación con el circo político, descubrimos un panorama complejo y de continuas crisis en las últimas décadas, que no facilitan el análisis. Tal vez la historia nos dé algunas pistas.

El sistema económico actual existe desde la postguerra, habiendo sido gestado antes del fin de la Segunda Guerra Mundial. Así, cuarenta y cuatro naciones aliadas se reunieron en el Hotel Mount Washington, en la localidad de Bretton Woods, en el estado de Nuevo Hampshire (EE. UU.), del 1 al 22 de julio de 1944. De los acuerdos alcanzados en dicha conferencia surgieron el núcleo del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional actuales.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, el mundo se encuentra polarizado entre el bloque liderado por los Estados Unidos y aquel liderado por la Unión Soviética. Pero este nuevo mundo es muchísimo menos abierto al comercio internacional que el anterior a la Primera Guerra Mundial, en el cual regía el patrón oro, y que terminaría desapareciendo a principios de la década de los 70.

El desarrollo de los países europeos occidentales fue espectacular durante «los treinta años gloriosos». Pero se ve frenado bruscamente en la década de los 70, que registra en 1973 y 1979 dos momentos de alza brusca del precio del petróleo, controlado por la organización OPEP. El impacto negativo del embargo de OPEP, que en los años 70 controlaba más del 75% de la producción mundial de petróleo, y aún hoy aproximadamente un 50%, fue significativo. Muchos países experimentaron alta inflación y un alto desempleo.

Los años 80 se caracterizaron por un resurgimiento de los modelos económicos de libre mercado. Suben al poder R. Reagan en los Estados Unidos y M. Thatcher en el Reino Unido. Con ellos pasan al primer plano el monetarismo y las ideas del economista austríaco Von Hayek, es decir, el mercado libre que debe equilibrarse por los mecanismos automáticos de la oferta y la demanda. Keynes queda relegado a un rincón.

En 1989 cae el muro de Berlín y en 1991 se disuelve la Unión Soviética, ambos sin derramamiento de sangre. A fines de 1992 nace la Unión Europea, con el tratado firmado en Maastricht, y sobre la base del de Roma de 1957 y sus sucesivas modificaciones. Los doce países miembros de la Comunidad Europea que firman el tratado sueñan con un bloque no solo económico, sino también con una política exterior y de defensa comunes, y una posible integración política futura. Pero el proyecto de una constitución europea fracasa, y las discusiones de si Europa debe autodefinirse como cristiana (una de las propuestas de la constitución) quedan en la nada. La Unión Europea integra rápidamente y sin problemas a tres nuevos países miembros: Austria, Finlandia y Suecia.

Pero el siguiente paso marca probablemente el comienzo de la decadencia y fin de un sueño que se ha hecho evidente recientemente con la salida de la Unión Europea del Reino Unido. Este momento de inflexión lo constituye la ampliación de 15 a 25 países miembros (2004-2006). Los nuevos países incluyen a algunos antiguos miembros del bloque soviético, y que hoy están dando muchos dolores de cabeza a la Unión Europea por sus prácticas represivas internas que recuerdan a su pasado de totalitarismo político.

Volviendo a lo estrictamente económico, los últimos veinte años se han caracterizado por una serie de crisis económicas y políticas y la revolución digital.

La crisis «punto com»

Con el rápido crecimiento y difusión de Internet en los años 90, se creyó que las nuevas «punto com» eran empresas que prefiguraban una economía de crecimiento exponencial, regida por nuevas reglas del juego. Es así como el índice Nasdaq Composite (la bolsa de empresas tecnológicas, en contraste con el clásico Standard and Poor´s 500, de empresas de acciones tradicionales) creció un 400% entre 1995 y su pico en marzo del 2000, para caer un 78% hasta octubre del 2002. Compañías célebres como Cisco perdieron hasta un 86% de su valor en bolsa. Otras empresas como Amazon se vieron afectadas, pero sobrevivieron.

La crisis financiera del 2007-2008

Esta crisis, de la que en cierto modo nunca se salió, comienza con el pinchazo de una burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos, causada por hipotecas subprime. En términos sencillos, se otorgaban préstamos inmobiliarios de alto riesgo, en un mercado con precios al alza. En caso de impago, los bancos consideraban que recuperaban activos que valían más que cuando se otorgó el préstamo. Por otra parte, estos activos se transformaban en instrumentos financieros derivados, que ocultaban los activos subyacentes. Aparecieron en la época gurús que pretendían que, si se sumaban activos de alto riesgo, era muy poco probable que simultáneamente todos los acreedores dejasen de pagar. En otras palabras, la suma total de los riesgos integrados era considerada menor que los riesgos considerados separadamente.

Lo demás es historia. La burbuja reventó, siendo emblemática la quiebra de Lehman Brothers en 2008. Los acreedores devolvieron los inmuebles a los bancos, algo que permitía la ley en los Estados Unidos; y muchos bancos, que en todo el mundo habían comprado los derivados de supuesto alto rendimiento, se encontraron con que estos tenían valor nulo.

La crisis derivó en una recesión global, y un intervencionismo sin precedentes de los bancos centrales, para evitar el colapso de las economías. Retornaron de este modo a un primer plano las ideas de J. M. Keynes. Una de las consecuencias de las intervenciones estatales ha sido el mantenimiento artificial de las tasas de interés cercanas al cero; a corto plazo; ello provoca que el creciente endeudamiento fiscal sea manejable. Pero es poco probable que se pueda controlar artificialmente la inflación a largo plazo.

La crisis del Covid-19

A principios de 2020 se desata la pandemia, que afecta de modo importante todos los sectores de la economía. Con la excepción de unas pocas industrias, como la distribución, la alimentación y, evidentemente, la salud, sectores de gran importancia para el empleo como la restauración y el turismo (uno de los pocos sectores de crecimiento sostenido en años anteriores) se han visto afectados de modo dramático. En España, en una ciudad mediana como Granada, ha cerrado una de cada tres empresas. Ello es especialmente preocupante en una ciudad en la que, además del turismo, son de gran importancia las actividades económicas derivadas de la universidad y la salud.

Como consecuencia de la crisis, la deuda acumulada de España ha pasado de aproximadamente 100% al 120% del PIB en un año. En 2006, antes de las dos crisis, la deuda era de aproximadamente 40% del PIB.

La transición digital

Para terminar este breve e incompleto panorama, consideremos algunos aspectos positivos de la situación actual. El Covid-19 ha acelerado el proceso de transición digital en aproximadamente cinco años, y el teletrabajo es hoy común. Este hecho, combinado con el miedo al contagio en las grandes ciudades, ha hecho que muchas familias consideren con otros ojos el vivir en pueblos y ciudades pequeñas.

Provincias dinámicas como Málaga, están realizando campañas proactivas para atraer teletrabajadores de otras zonas de España y el exterior. Y ello pone el acento en la necesidad de invertir para reducir la llamada brecha digital, desarrollando infraestructuras digitales modernas y rápidas, las autopistas digitales de nuestra época.

Ello, evidentemente, no resolverá todos los problemas, pero sí representa una oportunidad realista para integrar a la España y Europa rurales en la economía digital de la era actual.

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