Sociedad — 1 de abril de 2021 at 09:00

Los pieles rojas, traicionados en Sand Creek (I)

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sand creek masacre

Soldado azul[1]: la masacre en Sand Creek

El viajero contempla en silencio la vasta pradera, aún helada por un invierno tardío, olas de una hierba alta y recia, con un tono pajizo encanecido de escarcha. El paisaje pálido solo se viste con tonos pastel. Durante innumerables años ha deseado pisar esa hierba, y tratar de comprender la tragedia que se viviera hace más de 150 años aquí, homenajeando silenciosamente a los caídos mientras recorre senderos que una vez estuvieron cubiertos de sangre india inocente. La visión de una línea curvada de árboles del algodón delata un arroyo a unos 50 m y, al otro lado, el lugar que es sagrado para las tribus del entorno.

Ese sitio está prohibido al hombre blanco. Un vasto recodo donde se alzaron, desguarecidos y confiados, los hogares de cientos de nativos, que no fueron capaces de prever lo que se les estaba viniendo encima. El viajero, quizás a fuerza de imaginar, ve por un momento, colgados en el aire y bosquejados apenas sobre un fondo impreciso, caballos a la carga, uniformes azules, el humo de incendios, y con estos espectros del pasado, le parece oír estampidos, galopes, disparos y gritos, aterradores gritos, gritos viscerales de terror y sufrimiento. Tal y como se le aparecen estas visiones, apenas un pálpito, desaparecen y se disuelven en la niebla tenue que se arrastra sobre la llanura. No hay nadie, ni una visita. Durante su estancia, tampoco. Al día siguiente volverá, y tampoco verá nadie. Esto no es un parque famoso. Es solo un punto remoto enclavado en medio de la interminable llanura.

Decide que tiene que contar lo que pasó aquí. Y decide que no será imparcial al hacerlo.

Contra la luz incierta del amanecer, aceradas sombras azules se aproximan al poblado cabalgando a lomos de odio y sed de sangre. La fría mañana del 29 de noviembre de 1864, un ataque injustificado, sin provocación, por sorpresa y con vocación de exterminio va a teñir de rojo los ribazos de un pequeño arroyo donde un apacible campamento de cheyenes y arapajos comenzaba a desperezarse somnoliento. El lugar es conocido hoy como la Masacre de Sand Creek.

sand creek masacre
Sand Creek placa conmemorativa

Apenas quince años antes, las tribus de las grandes praderas habían cosechado un auténtica victoria política al mantener a raya a las legiones de blancos que usaban la ruta natural al este de las Rocosas para trasladarse a la costa oeste, camino de Oregón primero, y más tarde abriendo el ramal del suroeste, hacia la dorada California. Fort Laramie, enclavado en plena Ruta Bozeman, procuraba servir de apoyo a los viajeros, que, en muchedumbre, atravesaban las zonas de caza de numerosas tribus con la consiguiente protesta de estas. En 1851, decenas de naciones indias, algunas de ellas enemigas entre sí, coincidieron con el hombre blanco en Fort Laramie, donde se firmó un tratado que obligaba a ambas partes, y que significó un espacio de paz y un período de relaciones amistosas que duraron lo que se tardó en descubrir el valor real de las tierras «dadas» a los pieles rojas. «Dar»: léase como eufemismo flagrante de robo con extorsión y devolución de solo una parte de lo robado.

El territorio «propiedad» de los indios abarcaba un extenso dominio en el futuro Colorado y zonas cercanas de los actuales estados de Kansas, Nebraska, las dos Dakotas, Wyomig y Montana, nombres estos tomados a veces de las tribus que los ocupaban en esa época. Un terreno suficientemente amplio para mantener la forma de vida indígena. Cada tribu podría disfrutar de sus tierras ancestrales dentro de este amplio margen.

Poco a poco, el nivel de presencia blanca fue en aumento. Exploradores, colonos que vallaban la tierra, despreciando el derecho del indio a ellas; los «trenes» de mulas, levantamiento de puntos militares («fuertes»), el Pony Express… y buscadores del oro que fue hallado en Pike´s Peak provocaron los roces inevitables que acabarían cambiando totalmente las relaciones. El territorio continuaba siendo indio, pero inmigrantes europeos y americanos lo volvían inviable para los indígenas, cuya supervivencia estaba inextricablemente unida al caballo y a las cacerías a campo abierto del herbívoro americano por excelencia, el búfalo. Se ha dicho que las grandes praderas americanas fueron el escenario final donde se enfrentaron dos modos de vida muy diferentes, antagónicos. Fueron, además, testigos silenciosos de la aniquilación definitiva de una de esas formas de vida.

A la sombra de la paciencia indígena, Denver se funda en 1858, y Colorado se define como estado de los EE.UU. en 1861, acaparando toda la tierra concedida en el tratado. Little Raven acudió a Denver, y confiesa que fue allí donde aprendió a fumar cigarros y a comer carne con cuchillo y tenedor. Al indio le resultaba divertido todo aquello, pero entre sonrisa y sonrisa recordaba una y otra vez que el territorio seguía perteneciendo al piel roja.

Al fundarse el Estado de Colorado, los cheyenes del sur y los arapahoes fueron obligados a firmar el tratado de Fort Wise, que reducía su territorio a un minúsculo rincón del borde sur de sus antiguas tierras, en el triángulo formado entre el Sand Creek y el río Arkansas. Solo seis jefes firmaron el documento, porque el resto, o estaba de caza, o no se enteró, o confesó que «ya firmarían», o simplemente esgrimieron su real derecho a negarse a firmar algo que para ellos carecía por completo de sentido. No hubo una segunda oportunidad, ni explicaciones. Los que no firmaron se consideraron en rebeldía.

Black Kettle
Retrato de Black Kettle

En la primavera de 1864, Black Kettle y Lean Bear acudieron a comerciar a Fort Larned, en Kansas. Lucían en sus pechos, orgullosos, las medallas que menos de un año antes el Gran Jefe Blanco (Abraham Lincoln) les dio en Washington. Su confianza era total, y siguiendo lo que ya era una tradición, Black Kettle gustaba de izar una bandera de Estados Unidos, regalo de su amigo el coronel Greenwood, enfrente de su tipi, porque este le había asegurado que «ningún soldado americano se atrevería a abrir fuego contra la insignia o su portador».

Inquietantes noticias sobre escaramuzas de chaquetas azules al sur del río Platte contra bandas cazadoras de cheyenes llegaron a oídos del jefe, que decidió mudarse al norte, consiguiendo con ello distanciarse de los lugares en conflicto y obtener una mayor protección al reunirse con el resto de la tribu en el nuevo emplazamiento. Una mañana, los cazadores regresaron asustados: se habían tropezado con soldados armados con cañones que avanzaban hacia el campamento.

Lean Bear se atrevió a comandar una fuerza para salir al encuentro de la tropa y saludarla. Cuando estuvo a su alcance, las primeras líneas de los cuatro batallones de caballería abrieron fuego sin avisar y lo mataron. Luego, se acercaron a su cuerpo y, sobre la hierba, volvieron a descargar sus armas. Ninguna de las medallas protegió su cuerpo, ni los papeles sirvieron de escudo, documentos donde se atestiguaba la «amistad» que unía a su pueblo al hombre blanco, firmado por altos representantes del Congreso, y que el jefe enarbolaba, inocente. Cayeron al suelo ensangrentadas e inútiles, como hojas muertas, como gotas de ocaso sobre la hierba.

Las dos tropas entraron en liza, y hubo muertos por ambos lados. Finalmente, solo la llegada de Black Kettle pudo detener la lucha, pero los soldados ya habían huido, y los indios les capturaron hasta quince caballos. Nadie pudo impedir que los más jóvenes, enfurecidos por el asesinato a sangre fría de Lean Bear, acosaran a la tropa hasta las mismísimas puertas del fuerte.

Retrato Chivington
Retrato Chivington

Black Kettle acudió a pedir consejo a su amigo, Pequeño Hombre Blanco, un explorador y comerciante casado con Owl Woman, y a la muerte de esta, con Yellow Woman (eran hermanas), tan integrado entre los cheyenes, que sus dos hijos mestizos solían acompañar a los jóvenes de la tribu cuando iban de caza. George Bent (su nombre blanco) confesó no saber nada de ese particular, aunque sí conocía que mucho más al oeste, cerca de Denver, bajo el mando del coronel Chivington, tropas habían atacado partidas de caza y bombardeado al menos un campamento. Fue este coronel, héroe condecorado de la Guerra Civil, quien envió tropas a Kansas, donde en realidad no tenía autoridad alguna. Su orden expresa fue «matar cheyenes doquiera y cuando quiera los encontraran»[2]. Esos soldados y sus pacíficas intenciones, algo más de cien, al mando de Georges S. Eayre, eran los que pretendían atacar por sorpresa el campamento indio, asentado en un lugar donde les estaba permitido hacerlo, y sin que se hubiera ejecutado acto hostil alguno.

Black Kettle no era tonto, e insistió en que Bent repitiera sus deseos de paz y amistad con el hombre blanco. Cuando Bent los refirió a Chivington, este dijo que ya nada podía hacer, y que se encontraba en el sendero de la guerra.

J. Evans, gobernador de Colorado
Retrato Gobernador John Evans

En junio de ese mismo año, 1864, el gobernador del flamante nuevo Estado de Colorado, John Evans, criticó abiertamente la actuación india (guardando un apropiado silencio sobre la de los soldados), y añadió que los «indios amigos» debían acudir a Fort Lyon bajo el auspicio de su agente, Samuel G. Colley. Pero la actuación, generalmente violenta, de las compañías de soldados, únicamente provocó que los sioux de Dakota se unieran en ataques esporádicos que, con toda mala fortuna, fueron achacados a los cheyenes. Por su lado, estos simplemente se hallaban dispersos y ocupados en sus cacerías de verano. Al ser atacados una y otra vez, aparentemente sin motivo, los indios comenzaron a quemar postas de diligencia, a dispersar el ganado de los colonos y a detener trenes.

Black Kettle seguía tratando de impedir estos actos, pero tampoco había mucho lugar para las buenas intenciones. En agosto, sin ninguna otra mediación, se publicó un texto para perseguir y matar indios:

«Autorizo a todos los ciudadanos de Colorado, tanto en forma individual como colectiva, para perseguir a todo indio hostil de las llanuras, pero deben evitar escrupulosamente a aquellos que han respondido a mi llamada al acudir a los lugares señalados al efecto; pueden asimismo dar muerte como enemigos de la nación, doquiera se encuentren, a todos esos indios hostiles». (J. Evans, gobernador de Colorado).

Se había abierto la veda.

(Continuará)

[1] Soldier Blue; Ralph Nelson, 1970. Esta película recrea en sus momentos finales algunos de los trances que se sucedieron en la matanza de Sand Creek, y pertenece a un estilo de películas donde también podemos encuadrar a Pequeño gran hombre (Little Big Man, 1970) y Un hombre llamado Caballo (A Man Called Horse, 1970), todas acogidas bajo la denominación de «western crepuscular».

[2] Las citas textuales están mayormente tomadas del libro Enterrad mi corazón en Wounded Knee, de Dee Brown, Ed. Bruguera, 1973, y que mi padre me regaló con apenas diez años, cuando él mismo terminó de imprimir esa edición en Imprenta Sevillana Dos Hermanas. También se han usado los programas de mano disponibles para los visitantes en Sand Creek Massacre National Historic Site (Kiowa County, Colorado), la página web de dicho emplazamiento (https://www.nps.gov/sand/index.htm) y, en menor medida, otros textos y páginas web.

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