Sociedad — 2 de julio de 2009 at 19:15

Despedida al héroe que llevaba a Dios en el bolsillo

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Había oído hablar de ti, querido Vicente, pero no conocía nada de tu vida ni de tus increíbles hazañas para erradicar la pobreza y las desigualdades entre los hombres. Ahora que todos los medios publican la noticia de tu fallecimiento, he sabido que has sido un indomable guerrero, uno de los héroes que más admirables gestas ha protagonizado para ayudar a la dolida humanidad del siglo XX. Y también a la del XXI y a todas las que vengan,  porque tu obra no ha hecho nada más que empezar y ya ha cambiado el rumbo de la historia en ese rincón de la India donde tu fundación maneja una  impresionante lista de cifras con nombre y apellidos de obras en marcha, realizadas a  base de milagros imposibles para el resto. Tú has sido un hombre diferente, único: «Cuando lo conocimos, mi hermano me dijo que tenía a Dios en el bolsillo«, comentó tu mujer en cierta ocasión a los periodistas. Ahí residía tu fuerza: sentías permanentemente que Dios estaba contigo, que tú eras parte de Él.

Aquel sueño que vislumbraste en 1969 al llegar a lo que sería ya para siempre tu casa, en el depauperado distrito sureño de Anantapur, y encontrar en una de sus derruidas paredes un cartel colgado que decía «Espera un milagro», fue una premonición de lo que hoy es una feliz realidad: el milagro de haber devuelto la esperanza y la dignidad a miles de desamparados en una de las regiones más tórridas y secas del país, en el estado de Andhra Pradesh de la India. Siempre recordabas que tu primer pensamiento tras leer aquel cartel, dejado en aquella casa abandonada por unos misioneros presbiterianos, fue que no había que «esperar» nada, que había que salir a buscar ese milagro, y hoy en día tu radio de acción es de 40.000 kilómetros cuadrados, llega a casi 1.000 pueblos y a más de dos millones de habitantes. Tu organización ha construido miles de casas para los pobres, hospitales, centros de planificación familiar y también para discapacitados, escuelas primarias y de formación profesional, de donde salen todos los años carpinteros, mecánicos, albañiles, fontaneros, modistas… más de 16.000 mujeres se han unido en 1.000 asociaciones para participar activamente en su comunidad con los mismos derechos que el hombre. El Banco de la Mujer ha financiado más de 300 proyectos. El agua ya mana de más de 5.000 pozos, se han plantado ocho millones de árboles y están en activo 420 embalses, logrando hasta dos cosechas al año de papayas y mangos. El milagro se hizo realidad gracias a tu denodado esfuerzo y a una fe inquebrantable en que lo ibas a conseguir: «Yo nunca hablaba de Dios, había otras prioridades. La acción era lo único importante, la buena acción contiene en sí misma todas las religiones, todas las filosofías, contiene el universo completo» decías. Desde que llegaste a la India tuviste muy claro que  el destino no te había llevado allí para elevar las estadísticas de bautizos de los misioneros jesuitas, y te enfrentaste a todas las instituciones: «Sólo pido tiempo. Quiero hacer más. En mis sueños veo un mundo maravilloso…Cuando empezamos aquí era imposible tener éxito, era imposible salir adelante, era un futuro que no se podía ver. Estábamos locos…completamente locos.» Pero lo cierto es que el éxito llegó, y el milagro se hizo, transformando aquella casa en ruinas en cuartel general de una ONG que en este siglo cubre ya 2.278 pueblos del estado de Andra Pradesh y beneficia a más de dos millones y medio de personas.

Te habías ido años antes, en 1952, como misionero jesuita, a Bombay para terminar tu formación, pero ya en tu primera misión evangelizadora en Manmad, quisiste mezclarte entre la gente del pueblo para conocer sus necesidades y ganarte su confianza. Así empezaste a darte cuenta de que eran todos demasiado pobres, que necesitaban primero algo más básico: era urgente darles agua para regar sus campos yermos, una casa donde poder guarecerse con su familia para defenderse de las lluvias y del calor asfixiante, necesitaban antes que nada hospitales, colegios, medios de vida y trabajo para vivir dignamente. El éxito de tus primeras obras y el apoyo de los lugareños te granjearon la enemistad de los radicales hindúes y la suspicacia de las autoridades, siempre reacias a aceptar la ayuda humanitaria exterior. Pero la propia Indira Gandhi supo defenderte y hacer que regresaras cuando los demás quisieron que te fueras y las autoridades no te dejaban volver a la India.

Entonces te viniste un tiempo a España y en poco tiempo creaste aquí un equipo comprometido y entusiasta que hoy en día, con más de 150.000 colaboradores ya, es el que da soporte a los proyectos desarrollados en la India, garantizando a la organización autonomía y continuidad para el futuro.

Durante la década de los 70, tras abandonar la Compañía de Jesús y contraer matrimonio con la joven periodista inglesa Ana Perry, tu brazo derecho desde entonces, continuaron las presiones políticas, pero el proyecto ya estaba en marcha y tu lucha incansable había creado una red solidaria que obró el milagro en Anantapur.

«Era un verdadero revolucionario, demostró que se puede hacer una India diferente», dijo de él Ion de la Riva, el embajador español en Nueva Delhi. Y es que Vicente Ferrer no había llegado a la India para orar, ver y callar y, aunque tu antecesor  te dijo que lo mejor que podías hacer era volverte por donde habías venido, tú te empeñaste en permanecer allí: primero construiste un hospital, luego un colegio y después enganchaste dos bueyes a una carreta y empezaste a repartir grano…

Ana fue desde el principio tu otro yo, el motor organizativo que necesitaba tu imaginación para plasmar el sueño. La Providencia, en la que siempre confiabas y tenías como tu mejor aliada,  te la puso en el camino porque era la persona perfecta para compartir tu misión. Y Moncho, tu heredero, que nació en Anantapur, ha entendido perfectamente lo que tú querías hacer y continuará tu obra con su madre. «Para mí es fundamental saber que ellos estarán al frente de todo cuando yo me vaya, decías. Ana es una mujer excepcional, nada hubiera sido posible sin ella; tiene toda la organización en la cabeza y a todas las personas en su corazón. Moncho aprenderá de su madre todo lo que haya que aprender para salir adelante, pero él es otra historia porque él es de aquí, él no ha venido de ninguna parte, él es uno de ellos, habla como ellos, piensa como ellos, es indio de arriba abajo, lleva a la India en su corazón. Tiene un espíritu de grandeza que le convierte en la persona idónea para consolidar la continuidad.»

Sé que ya has elegido el lugar donde quieres descansar: es la ladera de una de las montañas que rodean Anantapur. Quieres quedarte allí para siempre con ellos, con tus pobres, que te siguieron llamando siempre «Padre» aunque ya nunca más vistieras el hábito con el que llegaste. Ellos podrán mirar al cielo y saber que sigues allí, que nunca te irás de Anantapur, que permanecerás tan terca e incansablemente a su lado como siempre,  inagotable como una fuente que  va a seguir manando eternamente para ellos, porque ahora se nutre en el cielo.

 

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