Ciencia — 1 de junio de 2013 at 00:00

Miedo a volar. Rayos y truenos

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La electricidad ha sido la magia del siglo XX (en una traducción libre: la Magna Ciencia). Aunque descubierta en el XIX, todavía hoy, en el siglo XXI, no dominamos todos sus secretos y sus posibilidades. Uno de ellos está en los rayos, esa enorme chispa eléctrica formada por relámpagos (manifestación luminosa) y por truenos (manifestación sonora). Este fenómeno ha sido admirado, temido, interpretado y estudiado por las diferentes culturas a través de los siglos.
El dios Zeus griego llevaba un rayo en la mano; en la India, el rayo, con el nombre de Vajra, es el arma de Indra (el ardiente), y con el nombre de Trisula (tridente), es el arma de Rudra (el que grita).
Para la cultura azteca, el rayo dependía del dios de la lluvia Tlaloc («el que hace brotar»). Era el dios que daba las lluvias, que regaba la tierra, mediante las cuales crecía la vegetación. El nombre completo es Tlalloccantecuhtli, «Señor del lugar donde brota el vino de la tierra». En ocasiones, pintan a Tlaloc con el rayo en una mano y dos mazorcas de maíz en la otra, precipitándose hacia la tierra.
La mitología china representa el rayo con la colorida diosa Tien-Mu. Ella sostiene firmemente dos espejos para dirigir los destellos del rayo. Tien-Mu está rodeada por cinco dignatarios del «Ministerio de las tormentas”.
Pero quizás, el más espectacular está en las culturas nórdicas: Thor, el dios del trueno, caracterizado por su barba roja, producía rayos a medida que su martillo Myolnir de mango corto golpeaba un yunque, mientras cabalgaba en su carroza «tronadora» alrededor de las nubes. Su castillo era el Bilskirnir (relampagueante).
Los rayos son potentes, casi omnipotentes, impredecibles. De media, cada año en la Tierra hay unos 16 millones de tormentas eléctricas, más de 43.000 al día; se producen unos 100 rayos por segundo, más de 8 millones al día.
La física de un rayo podemos simplificarla diciendo que es una corriente eléctrica de la tierra al cielo, aunque nos parezca que se mueve al revés, y sucede cuando la diferencia de potencial entre una nube y la tierra alcanza las decenas de millones de voltios. La potencia máxima es de un billón (1.000.000.000.000) de vatios, aunque dura pocos segundos. Es la energía que consume una bombilla de 100 vatios durante un mes.
La naturaleza eléctrica del rayo fue demostrada por primera vez por Benjamin Franklin en el siglo XVIII, quien remontó una cometa bajo una nube tormentosa. La descarga se propagó por el cordel húmedo y llegó a tierra produciendo chispas en una llave metálica que Franklin había atado en su extremo. Hay que tener en cuenta que este experimento es sumamente peligroso, puesto que el físico ruso Rijman, profesor de la Universidad de San Petersburgo, realizó un experimento similar y cayó fulminado por el rayo durante una tormenta ocurrida el 6 de agosto de 1753.
Como la energía del rayo calienta el aire hasta 20.000 grados Celsius, más de tres veces la superficie del sol, se crea una onda de presión que golpea el aire frío de alrededor, y de ahí el trueno que oímos después. Además, crea ozono (O3), su energía rompe algunas moléculas de oxígeno (O2), no todas, claro, y esos átomos individuales se juntan con moléculas de oxígeno formando ozono.
A partir de aquí quiero descartar cierta creencia popular de ser inmune a los rayos si uno lleva zapatillas de goma. Dada la intensidad de la corriente que transmitiría, pondría en ebullición todo vuestro cuerpo, como hace con los árboles, aunque es distinto si estamos dentro de un receptáculo metálico, porque la corriente circula mayoritariamente por el exterior de los materiales conductores. A este efecto se le llama efecto peculiar, así que es cierto que dentro de un coche hay poco peligro, puesto que es metálico y con neumáticos de goma, aunque no os vais a librar de una buena sacudida. Y ¿qué ocurre cuando volamos en avión? Pues, gracias al efecto peculiar: nada. Todos los que tengáis miedo a volar podéis estar tranquilos, no es necesario añadir el miedo a los rayos. Os dejo un vídeo de muestra de un rayo cayendo sobre un avión en pleno vuelo:
http://www.youtube.com/watch?v=036hpBvjoQw
Y por si queréis seguir venciendo el miedo a volar, os puede inspirar un poema de Miguel Hernández: Vuelo.
Sólo quien ama vuela. Pero ¿quién ama tanto
que sea como el pájaro más leve y fugitivo?
Hundiendo va este odio reinante todo cuanto
quisiera remontarse directamente vivo.
Amar… Pero ¿quién ama? Volar… Pero ¿quién vuela?
Conquistaré el azul ávido de plumaje,
pero el amor, abajo siempre, se desconsuela
de no encontrar las alas que da cierto coraje.
Un ser ardiente, claro de deseos, alado,
quiso ascender, tener la libertad por nido.
Quiso olvidar que el hombre se aleja encadenado.
Donde faltaban plumas puso valor y olvido.
Iba tan alto a veces, que le resplandecía
sobre la piel el cielo, bajo la piel el ave.
Ser que te confundiste con una alondra un día,
te desplomaste otros como el granizo grave.
Ya sabes que las vidas de los demás son losas
con que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya.
Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas.
A través de las rejas, libre la sangre afluya.
Triste instrumento alegre de vestir: apremiante
tubo de apetecer y respirar el fuego.
Espada devorada por el uso constante.
Cuerpo en cuyo horizonte cerrado me despliego.
No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas
por estas galerías donde el aire es mi nudo.
Por más que te debatas en ascender, naufragas.
No clamarás. El campo sigue desierto y mudo.
Los brazos no aletean. Son acaso una cola
que el corazón quisiera lanzar al firmamento.
La sangre se entristece de batirse sola.
Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento.
Cada ciudad, dormida, despierta loca, exhala
un silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve
como un élitro ronco de no poder ser ala.
El hombre yace. El cielo se eleva. El aire mueve.

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