Culturas — 1 de abril de 2022 at 00:00

GEA: la tierra madre de todos, esencia de toda simiente

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GEA tierra madre

Gea es una divinidad primordial. Es la personificación de la tierra, se la considera la Gran Madre de todo lo creado, pues es el origen de todo ser o ente viviente y la que proporciona su manutención. Es la primera deidad, la que da a luz a Urano,y a los titanes, cíclopes y hecatónquiros, y además a gran parte de las divinidades olímpicas son sus descendientes.

Gea es comúnmente representada como una mujer «de amplio pecho», voluminosa y de robusta complexión, que surge del suelo con las manos extendidas.

Hesíodo, en la Teogonía, hace de Gea la protagonista de la castración de Urano, en alianza con su hijo Cronos. Los genitales de Urano cayeron finalmente al Ponto, y el piélago los contuvo a la deriva durante mucho tiempo; alrededor surgía una espuma blanquecina de donde nació una doncella. Esta siguió flotando hacia Citera hasta que llegó a las costas de Chipre. Allí salió del mar la diosa Afrodita.

Luego, cuando Cronos desafió a su madre encerrando a sus hermanos, los cíclopes y los hecatónquiros, Gea favoreció a Zeus para derrocar al titán. Sin embargo, pasado el tiempo, Gea se subordinó al reinado de su nieto Zeus, e incluso le aconsejó cuando este obtuvo a su primera esposa, Metis (prudencia, astucia), ya que le advirtió de que estaba predestinado a ser destronado por el hijo que tuviera con ella. Zeus, al escuchar esa profecía, actuó igual que su padre Cronos, quien devoraba a los hijos que tuvo de su esposa Rea apenas nacían, de modo que Zeus engulló a Metis estando ya encinta. Cuando llegó el momento de dar a luz, Zeus hizo que el vástago concebido con Metis, Atenea, surgiera de su propia cabeza, revirtiendo así los efectos de la fatal profecía de Gea.

Gea era considerada una deidad precursora en el arte de la profecía. De hecho, al parecer era Gea quien presidía el oráculo más antiguo y célebre del mundo griego, el oráculo de Delfos. Como sabemos, cerca de Delfos, sobre el monte Parnaso, había una gruta donde vivía una serpiente llamada Pitón, también hija de Gea. Esta serpiente estaba encargada de custodiar el oráculo. Apolo mató a la serpiente y reclamó para sí el oráculo. Este, según Fonterose, no era otro que la mismísima Gea, quien entonces mandó a los espíritus del sueño a aquellos que lo consultaban para dificultar el oráculo.

Sin embargo, también es muy posible que Gea se haya adorado, en un primer momento, en terrenos agrietados, al borde de los acantilados o quizás al borde de volcanes inactivos; recuérdese la relación que mantenían sus hijos nacidos del Tártaro con estos. Además, los vapores que desprenden pudieron haber sido considerados como las emanaciones de donde surge la inspiración divina. Quizás la concavidad volcánica pudo haber sido emulada por los calderos que sostenía el trípode sagrado, de donde la sacerdotisa obtenía el oráculo. También se piensa que los oráculos eran transmitidos a los que estaban destinados para interpretarlos por incubación, es decir, dicha revelación era dada por medio de sueños que se producían durante un ritual que consistía en permanecer toda una noche acostado sobre la tierra, tras haber invocado las fuerzas telúricas. No obstante, Gea es considerada también una diosa ctónica y, como tal, seguramente debió de ser invocada, como los demás dioses del inframundo, en bosques, lagos, montes, grutas, etc. Estos lugares son mencionados con frecuencia por los poetas. Su culto parece haberse extendido por toda Grecia; se sabe que se le erigieron templos y altares en Atenas, Esparta, Delfos, Olimpia, Bura, Tegea, Fliunte y otras ciudades.

Madre de cuanto existe

En el Himno homérico se da un tratamiento homogéneo a Gea como Madre de la Naturaleza, como «Madre de todo cuanto existe». Es el aspecto de la Diosa Madre, de la cual sabemos que muchas de sus características se habían venido abonando desde tiempos prehistóricos, desde aquellas famosas figurillas del Paleolítico hasta bien entradas las épocas de civilizaciones metalúrgicas como la llamada Edad del Bronce. Son muchas las culturas y civilizaciones que adoraron a una diosa única como una noción de la «esencia universal de la naturaleza». Esta concepción comprende las múltiples características que poseían las diosas madres, principalmente como diosas de la fertilidad, pero también de la virginidad, de la abundancia, de la cosecha, de los bosques y de los lagos sagrados, de las estaciones, de los períodos lunares, de la menstruación, de los partos; en fin, de todo principio femenino. Y muy comúnmente, este principio femenino, en las mitologías del mundo, la imagen de la Diosa Madre, comulga, de una u otra forma, con el principio masculino.

gea tierra madre

Estas características las vemos repartidas en la multitud de diosas del panteón griego. Por ejemplo, Afrodita, Hera y Rea se asimilan a estos principios de la fertilidad, la maternidad y el nacimiento. Pero también podemos observar en diosas como Artemisa, Hécate y Atenea ese otro aspecto de la feminidad: lo virginal, el espíritu de lo primitivo y el dominio de lo salvaje en Artemisa y Hécate, pero también la justicia que encarna Atenea. Sin embargo, estas mismas diosas, tampoco se alejan o «descuidan» el principio pasivo que se les atribuye por antonomasia, pues tanto Artemisa como Hécate son protectoras del parto, y a la diosa Atenea se le atribuye la invención de todas las artes y trabajos mujeriles. Esta disposición doble de los caracteres masculino/femenino, activo/pasivo, profano/virginal que muestran estas diosas muchos estudiosos lo han acuñado como un principio mediador exclusivo del espíritu femenino.

Sin embargo, hay una característica que pareciera serle propia y que todos los himnos que se han elevado en su honor le atribuyen: el papel que cumple como madre nutricia, su capacidad de brindar bienestar a partir de todos los frutos y materiales que nos brinda. Sin embargo, aquellos aspectos que mencionábamos sobre el rol pasivo y activo que arrostra, no dejan de estar presentes, incluso el carácter multiforme de evocar, reunidas en la sola figura de Gea, a muchas otras diosas que encarnan los diversos dones que se le adjudica a esta diosa ctónica.

En un himno órfico, encontramos otro epíteto que se le otorga a Gea, «polipikoilos», que significa ‘multiforme’, y muy bien podría referirse a los «cambios» que sufre la tierra. Pero, con todo, no restaría sentido a lo que indicamos, puesto que los cambios de la tierra, sobre todo los referidos a las estaciones, también han sido contemplados por otras diosas del panteón griego, como Deméter y su hija, también diosa ctónica, Perséfone.

La que da frutos

Ambos himnos (homérico y órfico) colocan como atributo principal de Gea la capacidad de dar frutos, pero también resaltan la naturaleza destructora de la misma, conteniendo así sus dos aspectos, pero estos himnos presentan, además de la idea de Gea como diosa múltiple, una de las características esenciales del pensamiento órfico en cuanto a la prohibición de comer ciertos alimentos considerados espurios por los iniciados en sus misterios. Los órficos tenían otro tipo de cosmogonía; aunque relacionadas, difieren en muchos puntos con las concepciones mitológicas de Hesíodo y Homero.

De hecho, los órficos casi siempre concebían como divinidades primordiales a aquellas marginadas por la Teogonía hesiódica. Además, se observa en ellas gran influencia de cosmogonías y teogonías orientales, ya que concebían como principio de todo al «huevo cosmogónico», idea encontrada en mitos como el de Pan-ku de la antigua China, o el Hiranyagarbha o «útero de oro» de los hinduistas. Otra idea de los órficos fue la de concebir el elemento agua como principio primordial, algo que observamos también en el mito de Nun de los antiguos egipcios, que, por cierto, también lo relacionaban con la «nada» o una «noche caótica», es decir, un elemento privado de materia, de donde posteriormente salió el «océano cósmico».

Ciertamente, en las cosmogonías órficas, son muy pocas las referencias que tenemos de Gea como Protogenoi. Otras cosmogonías órficas referentes al agua y al huevo cósmico como principio, introducen a Gea como un Protogenoi, pero siempre precedida por otros que la constituyen, ya sea originada a partir de agua y su propia sustancia, o de una de las mitades del huevo primordial. Las cosmogonías órficas podrían considerarse un entramado complejo de mitos que comprenden una serie de simbólicas alegorías que cumplen alguna función específica en sus misterios, pero todo ello con material mitológico de fuentes hesiódicas y homéricas.

En un fragmento de Atenágoras aparece una demostración de la antigüedad de los mitos órficos respecto al origen de los dioses griegos, el cual se opone a la génesis de Hesíodo. Estas diatribas entre órficos y el poeta tradicional de la Teogonía, evidentemente, transparenta una imposición por parte de los órficos para hacer valer sus doctrinas. Sin embargo, hay que reconocer que lograron influenciar a muchos poetas y pensadores, como Platón y Pitágoras.

Lo que debemos destacar es la preponderancia que tiene Gea como diosa de la naturaleza, y también su condición de madre nutricia, lo que la llevó a cumplir otros roles. La tradición mitológica respecto a la diosa Gea continuó, sin embargo, diferenciándola del resto, e incluso siguió su veneración, sus cultos y sus rituales. De hecho, es tan sólida su figura individual como diosa que pasó como legado a Roma como la diosa Tellus. Además, estaba relacionada con Cibeles, ya que esta diosa presidía las cosechas de cereales y granos, al igual que Deméter. Por tanto, los romanos la honraban durante las celebraciones agrícolas y también invocaban himnos en su honor.

En general, el mundo antiguo no dejó de personificar de uno u otro modo a la tierra, hasta que, aproximadamente en el siglo XII, hizo irrupción el cristianismo y comenzó la desmitificación de la tierra, destruyendo sus cultos, sus ritos, sus efigies sagradas e imponiendo sobre todas las culturas la imagen de la Virgen María en su lugar, la cual también es, en esencia, la misma imagen de la diosa Gea, llamada ahora «Reina del Mundo» o «Reina del Cielo», pero reñida completamente con el atributo primordial de Gea: la fecundidad. Por tanto, les resultaba «pecaminosa» y debía ser abolida para siempre y, en cierta medida, lo lograron, pues ya nuestra civilización occidental no mira a la Tierra como un ente vivo y sagrado, sino que la explotamos y degradamos incoscientemente como si «eso» fuese materia muerta.

No obstante, sabemos que aún hoy día, entre los hombres tribales, como los aborígenes de Perú, Ecuador, Bolivia, Chile y otros paises sudaméricanos donde se le rinde culto como la Pachamama, la Madre Tierra cumple la misma función de antaño de ser la proveedora de alimentos, pero, lo que es más importante aún, siempre se comprende, entre esas sociedades, como un ente vivo y por tanto sagrado. Somos nosotros, las personas «civilizadas», las que debemos aprender de esas sociedades y recobrar el valor sagrado de la naturaleza: solo una personificación del planeta puede devolverle al mismo, mejor dicho, a la misma, una identidad sagrada, a fin de que sea posible establecer una nueva relación entre los seres humanos y el mundo natural, ese mundo que tantas veces «damos por hecho».

(Texto extraído de La naturaleza del mito más allá de la mitología griega de E. J. Ríos)

Sinopsis de Ismini Alizioti

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